Entelequia

By nowayitsmelanie

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Un llanto, un grito y me asfixio. Un sueño que viene y se va, pero, ¿y si no lo era? ¿Y si todo lo que pensaste que era tu realidad no es más que un juego de sombras, una fantasía disfrazada de la mejor de las verdades?

Me levanto en una habitación media a oscuras, sudada, con el corazón casi saliéndose de la caja torácica, y el recuerdo de un sueño, o mejor dicho, una pesadilla. Pero esta vez es diferente, esta vez no corro sino que me escondo. No sé de qué ni porqué. Un hormigueo que danza por todo mi cuerpo hasta marearme, el tic tac de un reloj que no puedo ver, al compás con mi corazón. Tengo un dolor punzante en el estómago y es que no son mariposas las que revolotean en el, son como las olas de un tsunami que chocan contra la orilla llevándose todo a su paso. Siento como se abre la puerta, con un chirrido ensordecedor y...

Abro los ojos. Me siento en la cama y de manera inconsciente mis manos empiezan a buscar la silla de ruedas. No la encuentran. Recorro la habitación con la mirada y a duras penas entre la oscuridad logro identificar un nuevo objeto posado al lado de la mesita de noche. Dos muletas envueltas en un lazo rosa. La luz se enciende. 

- Buenos días - dice una voz. Me viro y su hombro derecho descansa en el marco de la puerta color chocolate, sosteniendo todo el peso de su cuerpo. Una sonrisa seductora juguetea en la comisura de sus labios y su mirada me escruta igual que cada mañana en espera de algo.

- Hola - logro articular, casi inaudible. 

- Veo que notaste tu nuevo regalo.- avanza hacia mí y se acomoda en la esquina más alejada de la cama. 

- ¿Dónde está mi silla? 

Él suspira, - Bueno, como ayer te encontré de pie y tratando de caminar supuse que había llegado el momento de intentar volver a poner en práctica el uso de tus piernas.- hice una mueca con los labios, no muy convencida y él pareció notarlo.

- Vamos, te ayudo - musitó al tiempo que se paraba de la cama y me traía las muletas, mientras le quitaba el gran y ridículo lazo rosa.

Nuevamente, traté de ponerme de pie. Siento que tarde una eternidad pero él muy paciente esperó hasta que estuviera lista. Ya enganchada en las muletas, intenté de dar un paso hacia delante. Las piernas me pesaban y tuve que sacar fuerzas no sé ni de dónde para mover la pierna derecha.

Logré dar seis pasos, y casi llego a la puerta de no ser porque perdí el equilibrio y fui a parar al piso. Él fue a mi rescate como tantas otras veces y me susurró “lo siento” mientras me cargaba hasta el comedor.

- Me encantaría desayunar contigo pero se me está haciendo tarde para el trabajo. Tengo una reunión importante hoy y no puedo faltar. Adiós mi ángel.- Dijo mientras me daba un beso en la frente, agarraba sus llaves y se dirigía a la puerta. Mi ángel. Siempre me decía así, su criatura celestial enviada por Dios como un milagro, un tesoro que tuvo la suerte de encontrar. Aunque para mi fuese todo lo contrario.

- Adiós, Santiago - respondí al mismo tiempo que cerraba la puerta, creo que no me oyó.

Santiago. Siempre creí que ese nombre no le iba. Es como la más bella de las paradojas. Su carácter dulce no le va para nada a esos enormes brazos que tantas veces me han servido de refugio. Su perfilada nariz y definida mandíbula hace que parezca un Dios griego bajado del mismísimo Olimpo, dejando atónita a cualquier criatura que ose mirarlo a esos ojos como dos tazas de café en una mañana fría. Él es fuego en medio del mar, paz en el caos; y es mío, mío… mío.

Es extraño, a veces siento que vivo en una realidad alterna donde nada parece ser lo que es, no se siente correcto. Me explico, llevo veinticuatro años respirando el mismo oxigeno, casada durante cuatro años, mas sin progenitores. Vivo en un lugar con sobrenaturales paisajes y hermosos atardeceres en las afueras de Venecia o al menos es lo que me sigue reviviendo Santiago. Y digo que es así porque el único recuerdo que tengo es el de una bala rasgándome la piel. Luci, mi terapeuta, dice que es normal que el cerebro reprima algunos momentos traumatizantes de la vida. Santiago, me sigue repitiendo que no sufrí ninguno, lo cual no explica del todo porque estuve un mes en silla de ruedas aparte de mi constante terquedad ni porque no recuerdo nada de mi infancia, adolescencia o siquiera a mi propia madre.

Es frustrante a tal punto de querer dejarlo todo y no intentar más, pero hay algo que me impide seguir, es una sensación de vacío que me atormenta cada noche hasta dejarme sin respirar.

Una semana después suena el teléfono y hago el intento de pararme a buscarlo. Pero luego lo pienso y deduzco que de todas maneras no llegaré a tiempo, así que lo dejo sonar hasta que sale la contestadora.

- Buenos días, Sra. Dakon - suena desde la otra línea, - le hablamos desde Pride Press para informarle que su solicitud ha sido aceptada y la estaremos esperando el próximo lunes a las 8:00 AM para aclarar ciertos puntos antes de comenzar. Tenga buen resto del día - el músculo bombeador de sangre está a millón. Me aceptaron, podré trabajar en uno de los periódicos con mayor índice en el mercado.

Al levantarme de la mesa trato de moverme lo más rápido que puedo rumbo a la gran habitación. Entre mi bolsa busco mi celular para marcar a alguien y contarle la buena noticia, solo para caer en cuenta unos segundos más tarde que no tengo a nadie así que dejo caer el aparato junto conmigo en la cama color caoba, ubicada entre las dos mesitas de noche de un color marrón claro que solo me recuerda a la playa. Pasarme el día entero entre cuatro paredes no es muy tentador que digamos y todavía me siento perdida cuando salgo, es como si nunca hubiese vivido aquí.

Al caer el sol llega Santiago a casa y me encuentra poniendo la mesa.

- Te ayudo.- me dijo.

- No, está bien. Yo puedo - afirmé.

Él dudó, pero luego simplemente se dirigió a la mesa, el cansancio era evidente en sus oscuros ojos.

- ¿Sabes? Hoy me llamaron desde Pride Press - le comenté de manera emocionada. Él por su parte no estaba de humor. “¿Y qué pasó?”- respondió con desgana.

- Pues que me aceptaron y quieren que comience mañana mismo.

Santiago abrió los ojos como dos platos casi a punto de salírsele de las cuencas. - No puedes ir. No creo que sea conveniente que salgas de la casa en tus condiciones.

- ¿Cómo no?

- No creo que sea seguro - dijo de manera más irritada.

- Pues no me interesa, mañana voy a primera hora de la mañana y punto. - lo dejé solo en la mesa y mis cansados pies me guiaron lentamente hacia la cama, la cual me sumergió en el más profundo de los sueños.

Es un pasillo largo, tan largo que no logro divisar su final. Todo es blanco como la cal. Estoy cansada, muy cansada pero sé que debo llegar, tengo que llegar antes que él. No logro entender, solo sé que debo correr. El frío piso bajo mis descalzos pies me deja casi sin aire. Casi llego, sólo un poco más. Una luz cegadora se posa frente a mis ojos y… un latigazo cortante, como electricidad, me corta la respiración y caigo, un frío glacial desde lo más profundo de mí ser atesta la parte superior derecha de mi muslo. De pronto todo se vuelve rojo, un rojo carmesí que danza por la cerámica de mármol que yace bajo mi ya inmóvil y frágil cuerpo. Siento unos pasos, fuertes, seguros, constantes, aproximándose a mí, mi pulso se acelera, estoy a punto de ceder bajo la inconsciencia. El dolor agonizante nubla mis pensamientos y los pasos mis oídos. Siento miedo, un miedo que colapsa mis pulmones porque sé que esos pasos no vienen a mi rescate…

Suena el despertador. Mi respiración entre cortada hace que mis palmas se agiten a tal punto de no poder encontrar el botón para silenciar el molesto aparato. La suave almohada empapada de sudor y las blancas sabanas haciendo un juego entre mis piernas como si fuese una camisa de fuerza. Tanteo sobre la cama en busca de un cuerpo cálido pero no encuentro más que un vacío devastador que hace tiritar mis huesos.

Cojeando y a paso lento llego hasta la cocina solo para encontrar una nota pegada en la nevera color plateada, con letra rápida y descuidada. Salí temprano, nos vemos después. Está molesto conmigo. La verdad es que no entiendo el porqué causar tanto alboroto cada vez que salga de casa o quiera buscar trabajo, es como si me quisiera mantener escondida.

Dos horas más tarde y con la ayuda de un taxi me encuentro frente a un gran edificio que parece tocar el cielo, con grandes ventanas que van de  un piso a otro. Fuera hay una gran cantidad de arbustos y cuantas flores y otras plantas se expanden más allá de mis conocimientos o recuerdos.

Camino hasta dos grandes cristales y un portero con cabellos grisáceos revelando su avanzada edad, me abre la puerta con tal amabilidad que parece casi imposible y una sonrisa tan entrañable que me hizo sentir como en casa aunque ya no sepa el verdadero significado de esa palabra.

En la parte de recepción la muchacha de apariencia joven y poco atenta alzó la mirada sólo para examinarme de arriba abajo. Enarcando una ceja pregunta - ¿Qué se le ofrece?

- Soy Anne Dakon y vengo- -  Amalia, o al menos eso leí en la pequeña placa color carbón con letras casi inentendibles que colgaba de su camisa, no me dejó terminar la frase ya que inmediatamente tomó el teléfono y murmuró en el. - Espere un momento.- Dijo, esbozando la sonrisa más falsa e interesada que jamás haya visto.

Un minuto más tarde asomó la cabeza un hombre pequeño y con una estructura ósea extraña, quien se presentó como la persona que se encargaría de mostrarme el lugar. Después de haber recorrido todas las instalaciones, incluyendo el área de imprenta, Daniel me dejó en lo que sería mi nuevo espacio de trabajo. - Todavía tiene algunas cosas pero no se preocupe Sra. Dakon, su antiguo dueño debe de estar de camino para recogerlas. La dejo un momento a solas para que se vaya familiarizando.

Era un cubículo de un color negro mate asfixiante, tenía un escritorio de un vigorizante color escarlata. Hubo algo que instó mi curiosidad y era la cantidad de periódicos que descansaban encima de él. No eran de Pride Press, eran de diferentes casas de prensa pero tenían algo en común. Un nombre con grandes letras de Se Busca o Desaparecida y todas con fecha de cinco meses atrás.

Todo comienza a girar y siento como si me martillaran la cabeza una y otra vez. Es un dolor estremecedor, tanto que puedo sentir como un grito gutural de pánico y desesperación se empieza a formar en mi cerrada garganta hasta que no aguanto más y me desplomo en una silla.

Oigo voces distantes y duele, duele demasiado, pero no sé que duele más. Si el hecho de que estoy a punto de perder la cordura o si que el esposo perfecto me haya estado mintiendo.

Marianne Thomas. Una mujer con hermosa cabellera del color de las llamas del fuego con rizos que nadaban hasta más abajo de sus pechos, dientes como perlas talladas delicadamente, ojos como la corteza de un árbol cuando la luz del sol toca su suave color y brilla cada vez más y pecas en su rostro de porcelana como pequeñas constelaciones, es como un felino preparado con tanta delicadeza e ímpetu para provocar un irrevocable desconcierto en sus oponentes. Pero lo que más captó mi atención fue la infelicidad que gritaban sus ojos desesperadamente. Desde ahí todo pasa tan rápido que no logro asimilar las oraciones escritas en aquellos viejos papeles.

Poco a poco y muy despacio como quien no quiere la cosa abro los ojos solo para volver a cerrarlos debido a la deslumbrante luz que se posa sobre mí. Me toma unos segundos enfocarlos, aún así no logro saber dónde estoy ni recapitular que pasó. Pasan más segundos e inesperadamente vuelven las imágenes de caras, risas, llantos y peleas. Es como un colapso de emociones que hacen que sienta mi cabeza a punto de estallar. No entiendo nada. La bola retumbante de recuerdos vuelve y me retuerzo en la cama cerrando los puños con tal intensidad que casi puedo sentir el recorrido de la sangre por mis venas. Hasta que unas manos gélidas, fuertes me aterieron.

Dicen que las pelirrojas traen mala suerte, y ahora entiendo porque mi mundo es tan retorcido.

- Hola Marianne, o debería llamarte Anne? – dice una voz que baja como escalofrío por mi espalda, la piel se me eriza y es como si de pronto me hubiese quedado sin habla. – Al fin nos volvemos a encontrar, he estado esperando por más de cinco meses este reencuentro.

Abro los ojos nuevamente y lo primero que veo es un hombre alto, fuerte, con el cabello castaño claro como la nuez, una sonrisa tenebrosa con tanta vehemencia que representaba vivamente todas mis más temidas pesadillas. - ¿Quién eres?- pregunto con un hilo de voz.

Suelta una sátira carcajada que me llena de desesperación. – Es gracioso que lo preguntes, ¿sabes? Fueron tantas las noches en las que pronunciabas mi nombre que parece broma.- las siguientes palabras las pronunció con tanto énfasis y seguridad que casi me las llego a creer. – Soy tu dueño.

Súbitamente, suena la puerta que es estrellada contra la pared y de la oscuridad emerge lo que siento que a pesar de todo es luz entre las tinieblas.

- Pues miren quien decidió unirse a la reunión familiar, mi lindo hermanito. Gabriel o como mejor lo conoces, Santiago.

Me viré y veo cómo Santiago está empapado de pies a cabeza. El agua hace un recorrido desde la punta de sus oscuros cabellos, deslizándose en el tobogán que forma su nariz y va a parar a sus acolchados labios.

Siento como las lágrimas se empiezan a acumular en mis ojos. El nudo en mi garganta es inevitable. -¿Cómo pudiste mentirme así? A mí, quien confió ciegamente en ti.- Mi voz se quiebra en la última palabra y dejo de hablar para que no note mi debilidad ante su traición.

Él trata de acercarse a mí, con arrepentimiento me toma de la mano y de murmura suavemente como tantas otras veces hizo. – No es lo que crees, mi ángel.

Bruscamente retiro mi mano de la suya, - Jamás vuelvas a llamarme así. Ya no sé ni quién eres.

Todo lo que ocurrió después está entre mi lista de cosas por olvidar. Entre la pelea que se desató, las confesiones que Felipe reveló en contra de su hermano Gabriel y el dolor infernal de los recuerdos que llegaban a mí como latigazos solo buscando aumentar cada vez más mi confusión.

Mientras estaban distraídos llenándose a golpes como piñatas en cumpleaños, logré escabullirme y salir. Noté que ya no estaba en Pride Press sino en una vieja casa de madera mohosa, con grandes puertas y pequeñas ventanas. Era una calle desierta pero aún así con todo y cojera intenté avanzar lo más que pude en la resbaladiza vía. Terminé en una calle sin salida. Me senté en un rincón a tratar de organizar mis pensamientos.

Soy la hija de uno de los mayores empresarios de dónde originalmente vengo, Escocia. Felipe me contó que Santiago me había mantenido secuestrada para poder reclamar mi herencia. Sin embargo, fue él quien se encargo de destruir mi familia completamente. Últimamente no logro distinguir entre mis sueños y la realidad aunque muchos de ellos ahora empiecen a cobrar sentido.

Los oigo, vienen corriendo en esta dirección. Intento ponerme lo más pequeña que puedo con tal de no ser vista pero es inútil. Saben que estoy aquí, conocen mi ubicación.

Santiago es el primero en acercarse a mí y de un tirón en mi escuálido brazo me pone de pie y utiliza su cuerpo como un escudo humano para protegerme del arma que está apuntando directamente a mi cabeza.

El fuerte viento trae consigo el chasquido del gatillo a punto de ser halado. Felipe parece poseído, el odio y la repugnancia es evidente en sus oscuras facciones. Siento el agitado respirar de Santiago frente a mí y es ahí cuando lo recuerdo todo.

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