Anástasis

By deardary

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Samuel lleva demasiado tiempo estando muerto por dentro, y de alguna forma, Abigail está muy viva. Cuando la... More

Nota de Autora y Reparto
Prefacio
I
II
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
Epílogo
Extras y Curiosidades
Para Sam

III

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By deardary

Abi tenía como chispas en la mirada cada vez que sonreía. Eso fue lo primero que fue capaz de notar aquella noche, cuando entraron al lobby y se la encontró observando las luces de neón del hostal formando la palabra "wanderlust".

Su cabeza estaba inclinada hacia un lado, su cuello fino libre de todo cabello, cayendo como cascada de bucles en su hombro. Y miraba, sin parar, como con chispas en los ojos.

Sam volteó la cabeza, con brusquedad, hacia la menuda chica detrás del mostrador cromado de recepción, torciendo la boca.

— ¿Y Christian? — le preguntó. Denia alzó las cejas, como si remotamente hubiera estado esperando que al menos le dijera hola.

— No vino hoy—respondió. Sam soltó un bufido corto, y chasqueó la lengua.

— De acuerdo. Necesito un lugar para ella, por algunas noches—.

La muchacha miró por sobre su hombro, interceptando fijamente de manera inexpresiva a la chica que permanecía con los pies juntos, tamborileando los dedos en su cadera y sonriendo.

Su boca formó una línea.

— No tenemos sitio— sentenció. Sam alzó una ceja.

— ¿Qué? —

— Un grupo de extranjeros entró esta mañana. Es un hostal pequeño, lo sabes. Ya no hay sitio —

El muchacho maldijo por lo bajo, llevándose una mano al cabello, impasible.

— Escucha — insistió — ella necesita un espacio. Perdió el tren y no tiene dinero para quedarse en otro lugar.

— Lo lamento, Sam, pero todo está ocupado. —

— De acuerdo —.

— Pero podría quedarse contigo, en el apartado de tu ático, ¿o no? —

— Es realmente malo— repuso. Ella se encogió de hombros.

— Es la única opción—.

Otro bufido. De nuevo su mano restregando su rostro.

— De acuerdo—dijo. Una sonrisa pequeña se formó en la boca de Denia.

— Y no es tan malo, se puede dormir a gusto ahí—.

Él clavó sus ojos en ella y su mirada fue gélida. La muchacha borró su sonrisa, y pareció encogerse en su sitio de manera súbita.

— No es exactamente lo que has hecho cuando estuviste ahí arriba— gruñó.

Denia permaneció sin decir palabra. La conversación había terminado. Sam se volteó de nuevo hacia Abi, y caminó hasta ella.

— No hay lugares disponibles. Un grupo de turistas se instaló esta mañana—.

— Oh, está bien. Podré buscar otro sitio—.

— Pero — continuó él, haciendo caso omiso — si quieres puedes quedarte conmigo.

Ella lo miró arqueando un ceja.

— Vivo en el ático del edificio. No estarías literalmente conmigo, —aclaró— sino en el apartado continuo. No es la gran cosa, pero sirve para dormir—.

La vio vacilar. Era la primera vez que lo hacía tan notoriamente en toda la tarde. Asumió cuál era la raíz de su duda, por lo que aclaró con el tono igual de neutral que antes.

—No vamos a dormir cerca, si eso es lo que te preocupa. Y por si había dudas, no voy a intentar nada contigo—sentenció. Abi se tragó una risa.

—Suponía que estaba claro —.

—Entonces, — prosiguió, con esa impasibilidad que parecía no abandonarlo nunca— ¿lo tomas o lo dejas?—

***

Una escalera empinada de peldaños angostos los llevaba al ático de dos habitaciones que, en algún tiempo, también estuvo disponible para alquiler, cuando los antiguos dueños lo hacían funcionar como un hotel de categoría inferior.

El espacio era amplio, dividido al medio por dos paredes y una cortina de cuentas estilo caribeño en lugar de una puerta, como si fueran dos espacios diferentes pero conectados, con aire medio hippie o medio indie gastado, de pintura celeste grisáceo viejo y manchado en las paredes. En la primera habitación había algunas sillas, una mesa de café y una cama tamaño king. Cuando Samuel le indicó que fuera a la segunda, Abi pudo notar un sillón verde descolorido de gamuza bajo una ventana larga que daba a la calle y un par de sillas más.

Además de eso, todo el espacio en general no contenía nada personal. Ni un mísero objeto además de la ropa que estaba amontada sobre una de las sillas.

— Es amplio— comentó ella.

— Está bien— replicó él, restándole toda importancia. Abi se acercó a la ventana, aún con el bolso aferrado al hombro.

— La vista es increíble —

Lo era. Daba al centro mismo, con la ventaja de estar en el último piso, donde todo era luces hacia abajo y bosquejos de rascacielos a lo lejos.

Un mensaje vibró en el teléfono de Samuel. Lo sacó de su bolsillo y le dio una ojeada rápida. Era Denia, avisándole que Christian había llegado por la recepción.

Levantó la vista hacia Abi.

— Escucha, iré a hablar con alguien. Acomódate como quieras —

Bajó las cuatro plantas a paso ligero, las escaleras estaban desiertas, en absoluto fuera de pronóstico considerando lo a tope que supuestamente estaba el hostal, hasta encontrarse cara a cara con Christian, recargado en uno de los lados del mostrador cromado del lobby, cruzando los brazos y esperándolo con una sonrisa astuta.

—Me dijo Denia que tienes una amiga allá arriba— dijo con tono cantarín. Sam torció la boca.

— Es una chica que conocí en una cafetería, no consiguió el boleto que necesitaba para volver a su casa. Alguna mierda pasó con los trenes—.

Christian levantó una ceja y lo miró divertido.

— Me sorprendes, Sam, ¿ahora eres humanitario? —

— ¿Puede quedarse o no? —

El dueño del hostal comenzó a reírse. Sam lo miró molesto, como si estuviera a punto de desencajarle la mandíbula de un puñetazo.

— Tranquilo, hermano, sólo bromeaba. ¿Será por mucho? —

— Un par de días—.

— Por mí está bien—.

— Bien— Sam se giró, a punto de empezar a subir las escaleras.

— Pero Sam... —

La voz casi jocosa de Christian hizo que se detuviera, se volteara otra vez, y lo mirara inquisitivo.

—No vaya ser que tú también tomes ese tren. Necesito a alguien en mantenimiento que sepa lo que hace—dijo. Sam lanzó un resoplido sarcástico.

—Créeme, eso no va a pasar—.

Cuando regresó, con un humor que rozaba la histeria, se la encontró de espaldas, en el primer ambiente, y recogiéndose el pelo en lo alto. Se giró hacia él en cuanto escuchó la puerta cerrarse tras su espalda.

— ¿Todo bien? — le preguntó.

Sam levantó una ceja, esforzándose por suavizar el gesto y no responderle con un claro "y a ti qué te importa", porque sentía que ya no estaba para tonterías de buenos modales, y porque las insinuaciones de Christian le habían irritado lo suficiente.

Se limitó a asentir, Abigail pareció percibirlo de inmediato, por lo que no dijo nada más.

— Si tienes hambre o algo, aquí encontrarás alguna cosa en el mini bar. Si tienes sueño, creo que está claro que yo me quedaré al lado, donde está el sofá—

— No tienes por qué, yo puedo dormir en el sofá—repuso ella, amablemente.

Sam le lanzó una mirada gélida, Abi se quedó en una pieza.

— Créeme que no te lo estoy preguntando— zanjó. Hizo una pausa, ella tenía una expresión de incredulidad que por algún motivo le molestó aún más. Se pasó la mano por el rostro en medio de un suspiro una vez más— Voy a ducharme, haz lo que quieras—

Acto seguido, tomó una camiseta de la pila sobre la silla que tenía más cerca, y se metió en el baño. Un minuto más tarde, a través del sonido del agua de la ducha, oyó la puerta de la habitación cerrarse.

Seguramente la chica se había ido.

Bueno, ella se lo perdía. Si no sabía aceptar las condiciones de su "hospitalidad" sin generar un debate sobre algo que no tenía por qué hacerlo, entonces que se buscara otra parte.

Pero se sintió estúpido, de todas formas, porque era evidente que ella no le había hecho nada, y no conseguía recordar si en algún punto de las últimas horas él había sido amable. En el sentido más completo de la palabra.

Es que ni siquiera podía serlo consigo mismo, pero no era algo que ella fuera a entender.

Cuando salió, al cabo de unos diez minutos, Abigail entró de nuevo en la habitación. Se quedó estupefacto, con la vista clavada a ella de manera incrédula. No se había marchado.

La muchacha lo miró fijamente cuando él se revolvió el pelo húmedo, después de un minuto demasiado largo, como dándose impulso para comenzar a decir, tratando de no morder las palabras.

— Lo siento, soy un maldito horror—.

Ella soltó una carcajada. Sam adoptó una expresión desconcertada.

— Un horror no, sólo un grosero inflexible—dijo. Él sonrió de lado y re-formuló la oración.

— Lo siento, soy un maldito grosero inflexible—.

Ella se rió de nuevo, dejando un cepillo de dientes sobre la cama, de esos que solicitas en una recepción cuando has olvidado el tuyo. Él continuó, volviendo su semblante a su expresión habitual.

— Pensé que te habías ido—.

— No creas que no estuve a punto, pero ya es bastante tarde, y preferí ser un poco sabia a aventurarme en una ciudad que no conozco. Pero mañana temprano dejaré de ser tú problema—.

Sam lanzó un suspiro y de nuevo se revolvió el cabello. Otra vez, trató de no morder las palabras.

—No eres un problema. Te puedes quedar hasta que quieras. Yo soy el grosero, pero intentaré no volver a serlo—

— De acuerdo— Abi sonrió de lado— De todas formas fue interesante, nunca había conocido a nadie que mezclara sarcasmo con hospitalidad—

Sam volvió a hacer esa media sonrisa, por segunda vez en todo el tiempo que llevaban juntos.

— Y no creo que quieras conocer a más— acotó.

* * *

— ¿Por qué lo dejaste? —

Sam estaba sentado en una silla, la única que no tenía ropa amontonada encima, en diagonal a la cama. La brisa fría que entraba por la ventana abierta y se colaba por la abertura de la puerta que dividía las habitaciones, generaba un efecto de bomba, extrayendo el aire reutilizado y caliente del ático, haciendo tintinear las cuentas de la cortina, y dándole a Abigail apenas en la cara.

El muchacho esperaba con mirada astuta, era la primera pregunta que realmente le hacía, pero ella pareció no reparar en ello, y si lo hizo, lo disimuló perfectamente.

Abigail inclinó la cabeza hacia un lado.

— ¿Qué cosa?—

— Ballet — Sam se impacientó un poco — Vamos, es octubre, nadie tiene vacaciones en octubre.

Abi sonrió quedamente, agachando la mirada hacia la taza de té entre sus piernas cruzadas, acariciando el borde con la yema de su índice.

— Touché. Atrapada, supongo —se rió apenas— Mis profesoras me dijeron que no tengo lo suficiente.

Sam arqueó una ceja.

— ¿Talento? —

— No, carácter. El entrenamiento, las competencias, es duro, ¿sabes? Tienes que ser emocionalmente fuerte todo el tiempo. Tener cierta "frivolidad" — hizo las comillas en el aire y sonrió — y yo no creo que pueda lograr eso.

— Así que te rindes— una sonrisa sardónica se formó en los labios de Sam.

— No — Abi levantó la mirada, conectándola con la suya seriamente — Amo el ballet, pero creo que me gustaría hacer otra cosa.

— ¿Como qué? —

— Literatura. Me gustaría escribir libros. Eso es lo que realmente me gustaría hacer—.

Vaciló y torció la boca. Sam volvió a hacer esa sonrisa como despectiva, o burlona, o vacía.

— ¿Y qué? ¿Te preocupa no hacerlo bien? — le preguntó.

— Sólo me preocupa decírselo a mis padres. Invirtieron mucho en esto—.

— ¿Supones que no van a entender?—

— Creo que sí lo harán, pero no lo sé. Tendré que pedirle a Dios que me ayude con eso— chasqueó la lengua, sacudió la cabeza y la misma sonrisa de siempre volvió a apoderarse de sus labios—.¿Pero qué hay de ti? ¿Qué haces?

Samuel se reclinó en la silla, estirando las piernas y cruzando los brazos detrás de la nuca.

— Nada por lo que alguien haya invertido — dijo.

— ¿Y eso es...?

— Mantenimiento. Reparo cosas del hostal y a cambio puedo quedarme aquí—.

— ¿Y cómo solventas otros gastos? — Abi sabía que se estaba aventurando demasiado con aquella pregunta, pero de alguna manera sintió que tenía que aprovechar lo extraño y abierto de la conversación.

Sam hizo esa mueca torcida que era como su marca registrada, pero respondió de todas formas, porque al fin y al cabo, ni ganaba ni perdía nada realmente.

— Ayudo a un viejo, un amigo de Chris, en un taller metalúrgico cerca de aquí—.

— Genial—sonrió honesta—Eso es muy bueno.

— Supongo—

— ¿Y te gusta? — preguntó. Sam arqueó una ceja nuevamente.

— ¿Reparar cosas? —

— Crearlas —

Le sorprendió la respuesta. Parpadeó, con el entrecejo apenas fruncido. Quizás había adivinado o supuesto que fabricaba cosas en el taller, porque tendía a ser un pensamiento lógico, pero de todas formas, hubo una pausa antes de que respondiera.

— Sí, creo que sí—.

"Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros." Colosenses 3:13

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