MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS E...

By JL_Salazar

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Las reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la... More

REGLAS DEL JUEGO
PRELUDIO
PRIMERA PARTE
1. EL COMIENZO
2. ENTRÉGOME A TI
3. EL BESO DEL ESPÍRITU
4. DESPERTAR
5. TU VOZ ENTRE LAS SOMBRAS
6. LA IDENTIDAD DEL ESPÍRITU NEGRO
7. LA MIRADA DEL ÁNGEL
8. PADRE MORT
9. SENTIMIENTOS EN BATALLA
10. INVOCACIÓN
11. PRINCESA DE LA MUERTE
SEGUNDA PARTE
12. EN LA CASONA BASTERRICA
13. INCONVENIENTES
14. CASTIGADOS
15. LA SANTA INQUISICIÓN
16. DÉJAME ENTRAR
17. MELODÍA NOCTURNA
18. ANANZIEL
19. EN LA FIESTA DE GRADUACIÓN
20. LA APARICIÓN DEL ÁNGEL
21. NUEVOS ESTRATAGEMAS
22. ARTILUGIOS
23. EN EL BORDE DE LA TORRE
24. DELIRIOS
25. RECUERDOS PERDIDOS
26. BESOS DE SANGRE
27. VENENO, DOLOR Y PARTIDA
28. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ETERNA
TERCERA PARTE
30. ESPÍRITUS GUERREROS
31. GRIGORI
32. LA HERMANDAD DEL MORTUSERMO
33. EN EL EXPIATORIO
34. EL LAMENTO DEL ÁNGEL
35. NUEVO COMIENZO
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS

29. ENTRE LAS LLAMAS Y LA MELANCOLÍA

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By JL_Salazar

No soportaba mirar a mi Guardián en ese horrible estado de shock. Parecía hablarle a su padre en el silencio, mientras borbotones de lágrimas se deslizaban de sus ojos enrojecidos, hundidos e hinchados. Cuán imbécil me sentía allí, impotente, sin palabras que sirvieran de consuelo. Pero no hay palabras de esperanza en tiempos donde no predomina la fe. Únicamente me contentaba con acariciar sus pómulos glaciales, en tanto él se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, como acunando a su padre, como si no pretendiera despertarlo de sus sueños eternos.

No prestó atención a Estrella Basterrica ni a Rigoberto León cuando escaparon de la mansión. Ambos chicos trataban de anticiparse a Padre Mort. Ambos habían ido a sus hogares para arrebatarles las vidas a las personas que más amaban.

—Él está dormido —Fue la primera palabra que dijo Ric tras muchos minutos de ausencia en la vida real. Su voz fue menos fuerte que un murmullo, pero más intensa que un soplido. Le acaricié las mejillas de nuevo—. Voy a llevarlo dentro... aquí hace mucho frío... no quiero que mi padre se enferme. Luego... luego iremos a tu casa, con tu mamá.

Volví a asentir con la cabeza, desconcertada. No sabía hasta qué punto Ric estaba fuera de sus cabales. Por un lado estaba convencido de que su padre dormía, (aunque quería creer que muy en el fondo él sabía que estaba muerto) pero por otro lado parecía saber lo que yo tenía que hacer respecto a mi madre. Ric se levantó y, con todas sus fuerzas, cargó a Mauricio Montoya hasta el interior de la mansión. No sé cuánto tiempo trascurrió en el que yo me quedé sentada en el suelo, con mi cabeza hundida en mis manos, hasta que él volvió, con una nueva gabardina, puesto que la anterior la había manchado de sangre.

Ningún empleado había acudido al sitio donde había ocurrido la desgracia. Pensé que el destino muchas veces tiene planes reservados para las personas.

—Él está muerto —dijo al fin. Ya no lloraba, ahora parecía sereno. De todos modos los vestigios de su sufrimiento se asomaban por sus ojos hinchados. Ahora tenía un gesto hermético, una expresión imperturbable. Palabras frías—. Tienes que poder hacerlo con tu madre, Sof. Rigo y Estrella lo harán también. —Supe a lo que se refería, así que asentí.

Abordé el auto sin emitir argumento alguno, y mientras marchábamos rumbo a mi casa me obligué a pensar que cuando amaneciera todo habría acabado. Cuando amaneciera, el juego ya habría finalizado: y el padre de Ric estaría allí, y mi madre... y la madre de Estrella... y el hermano de Rigo... Cuando el alba irrumpiera a la localidad, mi ángel, Briamzaius, ya habría sido liberado del inframundo. El juego de los espíritus estaba terminando. Sólo tenía que hacer mi parte. Tenía que hacer un último esfuerzo.

Pensé en un cuchillo filoso y en cómo me sentiría al respecto una vez que lo tuviera asido a mis manos. Me bastaría con tener el valor para hundirlo en el pecho de mi madre al menos tres veces. Me dije, sin embargo, que morir así debía de ser muy doloroso, muy sangriento también. ¿Habría a caso una muerte que no fuera dolorosa? ¿Cuál era esa? Necesitaba descubrirla en menos de cinco minutos.

En la lejanía podía escuchar las sirenas de las ambulancias y la policía propagándose por entre el viento, y al pensar en la policía traje a mi mente el recuerdo de la pistola que mi padre conservaba en el buró de su habitación. ¿Me sería fácil encontrar las llaves del cajón del buró, tomar el arma y disparar a mi madre en la cabeza? ¿Debería de dispararle en el pecho para mayor seguridad? ¡Maldición! La sangre... pensar en la sangre me causaba repulsión y estremecimiento.

De todos modos, ¿cómo disparar a mi progenitora con mi padre cerca? ¿Qué haría él al respecto? ¿Cómo explicarle que mi proceder se debía a un precepto del Mortusermo? ¿Debía de dispararle a él también para silenciarlo? De hacerlo, mi padre jamás despertaría, porque no era su nombre el que se había escrito en las hojas de la contienda seis.

«Dios mío, envíame tu sabiduría», supliqué, «¿o debo de pedir el socorro de algún demonio dado que lo que pretendo hacer es uno de los pecados más grandes del mundo?».

Incluso con la calefacción en el interior del vehículo, el frío calaba mis huesos. Los resuellos de Ric, mientras conducía, únicamente eran sepultados por el sonido de las sirenas de las ambulancias y patrullas que cada vez eran más perceptibles a mis oídos. Puesto que venía cabizbaja, recargada en la ventanilla de Sebastián, no me percaté a tiempo que delante de mí había una larga fumarola como la proyectada por un volcán. Dicha fumarola ascendía cada vez más y más en forma de hongo negro. El corazón se me detuvo inmediatamente al apoderarse de mi alma un horrible presentimiento. Un presentimiento que se clavó más y más dentro de mi alma hasta atravesarme el cuerpo.

—¡Es mi casa! —exclamé poco más que impresionada cuando se consolidó mi peor predicción—. ¡Ric, se incendia mi casa! ¡MI CASA SE ESTÁ QUEMANDO!

El auto no se había detenido aún cuando me quité el cinturón de seguridad y el seguro de la portezuela para finalmente abrirla y proceder a saltar hasta caer rodando por el suelo. Fue un golpazo tremendo, pero todavía con el ardor de mis rodillas y brazos me incorporé y atravesé el mar de gente que se interponía entre lo que quedaba de mi hogar y yo.

Centella estaba muy cerca de donde antes había estado la puerta principal, maullando con lamentación. Él sabía lo que ocurría, él estaba al tanto de semejante desgracia. La puerta de cristal de mi balcón había reventado, igual que las ventanas de la primera planta. El color azul pálido de la fachada ahora era negruzco, por doquier salía ahumadero y espantosas lenguas de fuego que se comían todo a su paso. Y metros de distancia atrás estaba mi padre, en una camilla, tosiendo, empolvado por la ceniza. Al mirarme señaló hacia la casa.

—¿Dónde está mi madre? —le recriminé con furia yendo hasta él—. ¿Por qué tú estás aquí y no ella?

—¿Dónde... estabas? —tosió. Su garganta parecía reseca.

—¡¿Por qué mi madre no está aquí?! ¡Dime que no está dentro! —lloré, y mis gritos fueron tan altos que creí que podía suprimir el sonido de las sirenas—. ¡La dejaste adentro apropósito! ¡Tú te tuviste que quedar adentro y no ella! ¡¿Por qué la dejaste?! —No le hablaba con ningún respeto, ahora lo tuteaba, no importaba su vida... y se lo hice saber—. ¡Tú te tuviste que haber quedado allí y no ella, si morías no me hubiese importado!

—¡Hija...!

—¡Cállate y no me llames hija! ¡No ahora! ¡No ahora!

Una explosión hizo que todo el suelo se estremeciera y que parte de la construcción se derribara. La aglomeración y demás transeúntes gritaron con pavor. Según pude escuchar entre mi aturdimiento, toda la manzana estaba siendo desalojada para evitar fugas de gas y nuevas explosiones que pusieran en riesgo a más familias de la colonia Alameda.

—¡Fue Artemio Pichardo! —acusó mi padre—. ¡Como vio que no llegaste dijo que nos mataría... que por tu culpa nos mataría! ¡Dijo que como tú no viniste a la cena para que yo te entregara a él y rompieras nuestro lazo fraterno, tenía que obrar de esta manera! ¡Dijo que si nos mataba se rompería el lazo que te unía a nosotros y así podría apoderarse de tu voluntad! ¿Por qué dijo eso, Sofía? ¡Tienes que alejarte de él! ¡Tienes que quedarte en un lugar seguro mientras la policía lo atrapa! ¡Nos golpeó en la cabeza a tu madre y a mí y cuando despertamos la casa se incendiaba!

Los chorros de agua que intentaban extinguir aquellas gigantescas llamas me parecían tan escasos como la esperanza de que ella estuviera viva.

—¿Dónde está mi madre? —insistí, sacudiéndolo por los hombros.

—Señorita, aléjese de aquí —me haló uno de los paramédicos un tanto airado—. Ésta es una zona de riesgo, ¿no ve que estamos tratando de...?

—¡Mi madre! ¡La necesito! ¿Dónde está?

—Tu madre está muerta —exclamó mi padre al instante, antes de soltarse a llorar.

Un terremoto mucho más intenso que el que había sentido en la mansión de Ric me atacó de arriba abajo.

—Está dentro de la ambulancia —prosiguió mi padre llorando, desesperado—, traté de sacarla pero ella al cabo de los segundos murió intoxicada. ¡Lo siento mucho, hija, lo siento mucho...!

—¡NO! —La fuerza de mis piernas se extinguió—. ¡NOOO! —El peso de mi espíritu me oprimía. Sólo vi llamas y la imagen de mi madre sonriéndome a través de ellas. Mis labios se llenaron del sabor de las cenizas y del recuerdo del suave aroma de su perfume cada vez que besaba mis mejillas—. ¡ELLA NO! ¡ELLA NOOO! ¡DIOS! ¡DIOOOS! ¡ELLA NOOO!

—¡Señorita, venga conmigo! —me ordenó el paramédico tomándome de los brazos, pero yo me sacudí y me aparté de él—. ¡Señorita, tiene que alejarse de aquí!

—¡Mi madre no! —grité horrorizada—. ¡Mamáaa! ¡Mamáaa!

Tiré de mi cabello y patalee con desesperación mientras gritaba con la garganta desgarrada. Entonces dos hombres que no conocía me sujetaron y me hicieron retroceder. Centella saltó sobre mis piernas aullando y me las lamió... confortándome. Parecía estar llorando conmigo, a juzgar por su reacción. Liberándome de mis opresores me derrumbé en el suelo y comencé a gritar, abandonándome a la histeria

Jamás volvería a tener la seguridad de que alguien me esperaría sentada cuando yo volviera a casa de la escuela. En realidad, ahora ni siquiera tendría casa. Ella ya no estaría para acompañarme en las noches de tormenta ni cuando tuviera miedo. Ya no estaría conmigo para abrazarme en mis momentos de soledad. Ya no estaría conmigo para celebrar mis éxitos y aliviar mi pesar en mis fracasos. Sus ojos se habían apagado, y mis ansias de vivir se habían apagado ella: su sonrisa se había congelado... y mi capacidad de amar a alguien se había congelado con ella. Ya no podría llamar a nadie con el nombre de «mamá» nunca más. Ya no tendría la seguridad de que un ser en el mundo me amaba. Erika Carrillo de Cadavid ya no estaría jamás en ningún lado. Ella se había ido.

«Si muero es porque te soy más útil así...» Había dicho días antes.

Y Ahora estaba sola en el mundo. Ya no tenía mamá... Ya no tenía vida.

Ya no tenía nada.

El torrente helado me golpeaba sin cesar. El recuerdo del gesto de mi madre me pulverizaba. Entonces identifiqué un aroma familiar, y el propietario de ese aroma me tomó entre sus brazos y me levantó del suelo.

—¡Suéltame! —gruñí manoteando contra él —. ¡Déjeme morir aquí!

—¡Sofía, tienes que venir conmigo! —me decía Ric, poniendo toda su fuerza y empeño para sujetarme y arrastrarme fuera de la zona de riesgo.

Al menos le di tres cachetadas, rasguñé su cara y lo volví a bofetear.

—¡Pégame duro, anda...! —gritó Ricardo Montoya con lágrimas en los ojos—. ¡Si con eso tu dolor cesará entonces pégame, vamos, pero ya no sufras, mi pequeña, ya no sufras más! —Y lo volví a bofetear entre alaridos, enterrando mis uñas en sus mejillas, con odio, con mucha furia—.¡Más duro, pégame más duro! ¡Vamos, mi niña hermosa, más fuerte! ¡Más fuerte, pero ya no sufras...!

Entonces sentí otro terremoto en mi interior. Él también estaba sufriendo por la misma razón que yo. Él también acababa de perder a su padre. La diferencia es que Mauricio Montoya resucitaría si concluíamos el juego exitosamente porque Ric mismo le había dado muerte. Mi caso era total y espantosamente diferente. Yo no había llegado a tiempo.

—¡Ricardo... mi madre...! —arrecié mis sollozos, y al mirar la sangre que escurría en sus mejillas rasguñadas me di cuenta de lo que había hecho y lo injusta que había sido con él—. ¡Me estoy volviendo loca, Ricardo, ayúdame, ayúdame... y perdóname, por favor, perdóname!

Me abrazó con mucha fuerza, con esa fuerza que necesitaba. Me abrazó como si no fuese a soltarme jamás.

—Llora todo lo que quieras y necesites —me susurró al oído mientras yo me abandonaba a un llanto amargo—. Estoy contigo, mi Sof, no te voy a soltar. —Con una de sus manos acarició mi pelo y sobó mi espalda.

Mis brazos, por el contrario, estaban juntos sobre su pecho. ¿En qué momento había entrado a mi vida en ese maldito juego que tanto daño me había hecho? A medida que los segundos pasaban, noté que Ric me arrastraba poco a poco hasta la acera de enfrente, donde había estacionado su carro. Como pudo me ingresó y luego él también lo hizo.

—Llegué tarde —gimotee—. Padre Mort me ganó... él la mató primero. ¡Y todo por culpa de ese maldito demonio...! ¡Alfaíth! ¡Le dijo a mi padre que los mataría por mi culpa, por no llegar a tiempo a mi entrega hacia él! Provocó el incendio crédulo de que muriendo mis padres mi lazo fraterno para con ellos se rompería y así él podría hacerse de mi voluntad. ¡Fue mi culpa, Ric, mi madre murió por mi culpa! ¡Si tan sólo hubiera asistido a la cena...! ¡No pude matarla como me lo ordenó el Mortusermo, y ahora ella ya no regresará cuando el juego termine!

—Tu culpa... —musitó Ric roncamente. Caviló unos segundos y añadió—: ¿Y no fue eso lo que el Mortusermo nos exigió, que debíamos de matar nosotros mismos a nuestros seres queridos? ¿No lo ves, Sofía? Por tu culpa tu madre murió... La mataste implícitamente.

—Pero... —me incorporé anonadada.

¿Sería eso posible? ¿Sería en verdad eso posible? Necesitaba esperanzas, aunque estas esperanzas fueran falsas. ¡Las necesitaba! Ric se limpió las heridas de su rostro con las mangas de su gabardina en tanto yo resollaba con ansiedad.

—Implícitamente la maté —caí en la cuenta—. ¿Y si es verdad que por mi culpa ella está muerta? —Sentí que el alma me volvía al cuerpo—. ¡Y si yo la maté! ¿Entonces vivirá otra vez cuando el juego termine?

Siempre llega un momento determinado de la vida en que debes elegir entre rendirte o tratar de continuar. Rendirte y dejarte vencer por la culpa y el miedo, o continuar aun si sabes que los nuevos riesgos te podrían traer mayores sufrimientos, mayores tormentos, nuevos peligros. Me decidí por arriesgarme con la segunda alternativa. Si me lo proponía, podría sobrevivir a las nuevas amenazas siempre que tuviera la compañía de mis amigos.

—Vamos con Rigo —supliqué entre sollozos—. Después seguimos nuestro camino hacia la catedral de San José. Ahí está el cuerpo de Zaius, debemos de encontrarlo antes de que suene en el cielo la trompeta que dará la contienda por terminada.

—Excelente, pero ¿cómo sabes que el Liberante está en la catedral de San José? —me preguntó él. No tuve el valor de mirarlo a la cara, no así como lo había dejado de rasguñado.

—Porque los antiguos Inquisidores eran enterrados en las parroquias principales, ¿dónde, sino, habrían de haber sepultado a Briamzaius, que fue Guardián de la antigua Inquisición, sino en la catedral de San José? Es el templo más importante de la ciudad, de la diócesis misma.

—Sofía —se apuró Ric a decirme—, recuerda que la actual catedral es la más importante ahora, pero no la más antigua. La actual catedral comenzó a levantarse con el título de la nueva parroquia del pueblo en el año de 1866.

—Eso es verdad —me lamenté, mirando mis dedos—. Zaius fue asesinado por Ananziel en el año de 1810.

—¿Cuál era la iglesia principal del pueblo en ese entonces?

—¡La primera iglesia que se construyó en ciudad Guzmán (en ese tiempo llamado "Pueblo de Santa María de la Asunción de Zapotlán") fue la actual Parroquia de El sagrario, el templo que está frente a la catedral!

—¿Estás segura?

—Sí, el templo de El Sagrario era la parroquia de aquél entonces. Tenemos que entrar a las criptas de la parroquia... ¡Habla con Joaquín! Ojalá pudiese ayudarnos a abrir las puertas de la iglesia y de la cripta misma. Sin él, no veo cómo hacerlo.

Ric asintió, escribió un mensaje en su celular y luego marchamos.

—No tengas miedo, princesa, yo cuidaré de ti.

Instintivamente me besó. Sentí un fuego en mi pecho a su contacto. Me sentía rara... tanta cercanía con él... no lo sé, pero era como si de pronto él fuera el único ser viviente que hubiera en mi vida.

—Ric —susurré—, no quiero volver con mi padre... si mi madre no... Si ella no...

—Si ella no vuelve tú te vendrás a mi casa —me dijo—. Si es necesario formalizar para evitar problemas legales... entonces... Entonces te pediré que te cases conmigo. No me importa si tengo que desafiar a mi abuelo. 

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