Growl. (Saga Wolf #2.)

By wickedwitch_

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Mi nombre es Chase Whitman. Y sí, por desgracia, soy un licántropo. Vivo en un pueblecito perdido en Virgina... More

Prólogo.
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Epílogo.
AGRADECIMIENTOS.

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By wickedwitch_

Me situé a su lado, intentando decidir qué hacer ahora. Saqué mi móvil para ganar tiempo y comprobé que no tenía nada; gracias a Dios, no tenía ninguna llamada de mi hermano o de mi madre, lo que significaba que el trabajo que había estado haciendo mi madre distrayendo a mi hermano estaba funcionando. Me apoyé sobre la moto, cogiendo los dos cascos y esperando a ver qué quería hacer Mina.

«Joder, Chase, haz algo. No dejes que esto quede así: la noche aún no ha terminado y tú aún tienes una oportunidad de salvar lo que queda», me animé a mí mismo. Tenía razón: aún quedaba mucha noche por delante y que aún no estaba todo perdido.

Debía imponerme y hacer que todo este problemilla que habíamos tenido en el restaurante quedara en el olvido.

-Vamos, Mina. Aún nos queda algo por hacer.

Ella me miró con sorpresa, pero se acercó y cogió el casco que tenía entre mano. En esta ocasión se lo puso sin mi ayuda y se subió a la moto con mucha más rapidez. Arrancamos de nuevo y, esta vez, Mina decidió sujetarse únicamente de mi chaqueta. Bien, no me importaba… bueno, que me importaba. Paré frente a la heladería de la señora Patterson y le pedí que me esperara mientras pasaba a toda prisa.

Decidí comprar dos batidos y salí con ellos, intentando mantener una expresión neutra. La siguiente parada iba a ser mucho más difícil para mí puesto que había demasiados recuerdos allí. Recuerdos que había mantenido alejados durante mucho tiempo… hasta ahora.

Le pasé los batidos a Mina para que los sujetara y volvimos a ponernos en marcha. No veía la cara de Mina, pero estaba seguro de que estaba quedándose sorprendida al ver que salíamos del pueblo. Dirigí la moto hacia las colinas y la aparqué en la base de una de ellas. Cogí los batidos y dejé que Mina bajara.

Hubo un momento en el que ambos nos quedamos mirándonos, como si quisiéramos decir algo. Al ver que ninguno de los dos decía nada, le devolví su batido y le señalé con un gesto de cabeza que me siguiera.

Cuando alcanzamos la cima de la colina, nos sentamos sobre la hierba y nos quedamos observando el paisaje. Recordaba la primera vez que mi padre nos había llevado allí: había sido como recompensa por haber conseguido sacar buenas notas; ahora sabía que, de un modo u otro, nos habría llevado allí de todas formas. Era su sitio preferido en el pueblo, según nos contó mamá, y siempre había querido compartirlo con nosotros.

Y yo se lo había enseñado a Mina.

Me había prometido que no vendría allí nunca más, pero había pensado que a Mina le gustaría ver las vistas que había allí. Desde esa colina se podía ver todo Blackstone, con sus lucecitas titilando.

La miré fijamente, sonriendo.

-A veces, antes de que odiara a mi padre –empecé-, nos traía aquí a mi hermano y a mí. Era uno de sus rincones preferidos porque, desde aquí, podíamos ver todo el pueblo. Recuerdo que me hacía sentir poderoso. Todo parecía tan pequeño desde aquí que creía que podía aplastarlo.

No le había hablado a nadie de esto. Mi hermano tenía una versión reducida de por qué sentía tanto resentimiento hacia mi padre, pero no lo conocía todo; en cuanto a Mina… bueno, con ella tenía la sensación de que podía contarle todo. Que ella no me juzgaría… que podía lograr entenderme.

-Cuando él murió… -cogí aire de golpe- cuando él murió dejamos de venir aquí porque todo ello me recordaba a mi padre –quizá me estaba poniendo un poquito sentimental… o bastante sentimental-. Ésta es la primera vez que vuelvo desde… desde su muerte.

Mis palabras parecieron afectar a Mina porque, mientras parpadeaba, sus ojos se pusieron brillantes. Me recriminé en silencio ser un completo imbécil por ponerme en ese plan tan sentimentalmente cursi y ella sorbió por la nariz. Estupendo, estaba seguro que era el primer chico que iba a hacer llorar a su cita la primera vez que salían.

-Es un sitio precioso –me dijo, hablando con seriedad-. Y has sido muy valiente, Chase. Gracias.

Mientras le daba un sorbo al batido me encogí de hombros. Para mí, haber dicho aquello no tenía nada de valeroso.

-No quería que pensaras que había sido un completo fiasco la cita –expliqué, aferrando con fuerza el envase del batido-. Sé que en el restaurante me he comportado como un auténtico capullo, me gustaría tanto contarte todo… pero no puedo. Porque no me incumbe únicamente a mí, ¿entiendes?

-Por supuesto –contestó, aunque no tenía muy claro que lo hubiera entendido del todo-. No te preocupes, creo que puedo entenderlo, y acepto tus disculpas.

Empezó a temblar de frío a causa de la poca ropa de abrigo que llevaba. Se aovilló y yo, instintivamente me acerqué a ella, dispuesta a que mi calor sirviera para calentarla un poco. Los licántropos teníamos la bendita suerte de tener un par de grados más que los humanos, lo que nos convertía en unas prácticas y transportables estufas para noches como ésa. Poco a poco, Mina fue acercándose más a mí, aliviada por el calor que desprendía. Lo que sucedió a continuación fue a causa de un impulso: le rodeé la cintura y la empujé hacia mí, hasta que estuvimos ambos el uno contra el otro.

A pesar de estar prácticamente pegados el uno con el otro, Mina no paraba de temblar. Aunque no sabía si el motivo era debido a mi cercanía o al frío.

-No paras de temblar –dije, en voz baja-. No te preocupes, si quieres podemos marcharnos ya…

Bueno, había sido una buena noche al final, pero no podía negar el evidente hecho de que hacía demasiado frío para seguir por allí. Hice un ademán de incorporarme y la mano de Mina se aferró a la manga de la chaqueta que llevaba; bajé la mirada con curiosidad y sorpresa, sin entender a qué se debía eso. Como habréis podido comprobar, en el tema de mujeres era un completo negado.

Mis ojos quedaron a la misma altura que los suyos y ambos fuimos conscientes de la poca distancia que había entre nosotros. Al igual que la primera vez que le puse el casco, apenas había espacio entre nosotros.

Esperaba que Mina se apartara, que retirara la cara. Pero no lo hizo.

No lo hizo.

Y, aunque estaba un poco perdido en temas relacionados con las mujeres, aquello quería significaba que me estaba dando permiso para lo que llevaba dándole vueltas toda la noche: besarla. Únicamente tenía que inclinarme un poco más y ya; pero, ¿qué pasaría después? La solución que se me ocurría después de que la hubiera besado sería una buena y merecida bofetada.

Bueno, de perdidos al río, me dije. Acorté la poca distancia que había entre nosotros y la besé. La sensación fue… única; al contrario que me sucedía con Lorie, con Mina fue distinto. Si con Lorie no sentía absolutamente nada, con Mina sentía que corría por mis venas puro fuego. Una descarga eléctrica me recorrió por completo y, por un instante, tuve la tentación de echarme a aullar.

En el fondo de mi mente, un coro de pequeños Chase me aplaudían y aullaban con ganas.

Al separarnos, me la quedé mirando, completamente fascinado. Ya no había dudas: estaba seguro de que Mina era mi compañera. Había conseguido despertar en mí lo que Lorie no lo había logrado en los años que habíamos estado juntos.

Le dediqué una amplia sonrisa.

-Creo que es mejor que nos vayamos –dije-. Cada vez hace más frío.

Fui el primero en ponerme en pie. Le tendí una mano a Mina y ella la cogió sin dudas, lo que me demostró que aquello era real. Igual que el beso. Me desperecé como un gato mientras Mina se sacudía los pantalones, quitándose los restos de hierba que se le habían quedado enganchados.

Volvimos a la moto en silencio, incapaces de hablar. El beso que habíamos compartido momentos antes seguía repitiéndose en mi mente una y otra vez; me sentía pletórico y eufórico a partes iguales. En el trayecto de vuelta, Mina dejó a un lado la distancia que había puesto en el viaje a la colina y noté cómo se apoyaba en mi espalda; la ayudé a bajar de la moto cuando llegamos a su casa y tardé un tiempo en quitarle el casco, dándole un suave beso al quitárselo.

-Creo que he cumplido con mi objetivo de hacerte olvidar a Brad Pitt esta noche, ¿no? –bromeé, cogiéndola por las muñecas.

Se le escapó una sonrisa mientras me daba un juguetón golpe en el pecho.

-Lo habrías conseguido si no lo hubieras mencionado, Whitman –respondió-. Pero ha estado muy bien todo esto.

Sentí que se me hinchaba el pecho de orgullo. Había logrado mi objetivo… y con creces; jamás se me hubiera pasado por la cabeza que hubiera conseguido tanto en aquella primera cita. Quizá las creencias de los licántropos sobre la «atracción» que existía entre los compañeros que aún no se habían vinculado fueran verdad. Yo había empezado a creerlo.

Nos quedamos mirándonos, yo seguramente parecería un bobo, hasta que ella soltó un respingo y se apartó, rompiendo toda la magia del momento. Sacó su móvil y lo consultó con evidente fastidio.

Vaya, ahí se quedaba la cosa.

-Hora de marcharte –soltó un sonoro suspiro-. Mi madre ya está echándome en falta.

No pude evitar rodearla con los brazos y sonreírle.

-Yo sí que voy a echarte en falta… -y la besé de nuevo.

Me quedé apoyado en la moto, con el casco entre las manos, mientras la observaba alejarse de mí y entrar en su casa. Me puse el casco y arranqué la moto, dispuesto a volver a casa; esperaba que mi hermano hubiera decidido irse a dormir temprano o Sabin lo hubiera convencido para salir por Blackstone. Lo único que quería era evitarlo a toda costa: no había que ser un genio para adivinar qué había sucedido viendo mi cara.

Guardé la moto de nuevo en el garaje, en su sitio, y dejé los cascos en su lugar. A pesar de no haber sido usada en mucho tiempo, aquel trasto funcionaba bastante bien. Y se había convertido para mí en un amuleto de la suerte. Si algún día Carin quería hacer algo con ella, como deshacerse o venderla, me juré que haría lo imposible por impedirlo.

Entré a casa con una sonrisa de oreja a oreja y me dirigí al salón, donde había luz. Mi madre estaba dormida sobre el sofá, tapada con una manta y con una taza vacía sobre la mesa. En la televisión estaban poniendo una película en blanco y negro que reconocí vagamente porque mi madre me había hablado de ella siendo muy pequeño: Rebeca. Una de sus películas favoritas.

Me incliné sobre ella y la zarandeé con suavidad. Sus ojos se abrieron de golpe, desenfocados, hasta que los clavó en mí; cuando mi padre murió, ella se mostró un tanto recelosa al principio, creyendo que la comunidad de licántropos querrían separarnos de ella por nuestra condición de miembros de la manada.

Tenía la firme sospecha que mi madre aún seguía creyendo eso y que, cuando alguien la despertaba de ese modo, se creía que era porque habían venido por nosotros. Los viejos miedos no desaparecen nunca del todo.

-¿Chase? –preguntó, somnolienta-. Oh, cielo… por fin has vuelto.

Se incorporó un poco en el sofá y dio un par de palmaditas en el hueco que había dejado, indicándome que me sentara en él. La obedecí y observé en silencio cómo iba despejándose. Trabajaba demasiado y, a pesar de las continuas peticiones que le habíamos hecho, nunca nos había hecho caso: trabajar la mantenía ocupada y le impedía pensar.

-¿Qué tal ha ido todo? –me preguntó, con tono ilusionado.

Desde que le había contado que iba a salir con una chica en una cita, mi madre se había mostrado más atenta y receptiva; con mi hermano no había tenido esos problemas porque siempre se lo había contado todo en lo relativo a Sabin. Sabía que mi madre adoraba a Sabin pero, en el fondo, mi madre creía que esa absurda norma en la que la elección de nuestra pareja pertenecía únicamente al Consejo era demasiado coercitiva. No nos daban libertad ni siquiera para eso. Yo me había mostrado un tanto reticente a comportarme como el resto de mis compañeros con Lorie y, sospechaba, aquello parecía agradar en el fondo a mi madre, afirmándose a sí misma que en eso estaban muy equivocados los licántropos más antiguos que conformaban nuestro Consejo.

En el fondo, ella era una inconformista como yo.

No pude contener otra sonrisa, lo que provocó que mi madre me sonriera, a su vez.

-Ha sido… -no sabía siquiera cómo expresar todo lo que había sentido junto con Mina-. Ni siquiera hay palabras suficientes para describirlo.

Mi madre me pellizcó la mejilla.

-Esa chica ha conseguido… cambiarte –me confesó, mirando distraídamente la televisión.

La miré con sorpresa.

-Oh, cielo, ¡lo digo en el buen sentido! –especificó-. Desde que tu padre murió… estabas muy apagado. Las discusiones con tu hermano eran horribles y no tenía ni idea de cómo poder ayudarte. Pero, desde que conociste a tu chica misteriosa, has ido mejorando.

No había sido consciente de que, en cierto modo, mi madre tenía razón. Era verdad que, incluso antes de que mi padre muriera, había tenido un cambio de actitud muy grave; aquello no había mejorado tras la muerte de mi padre, agravándose. Mi hermano y yo no habíamos tenido problema en lanzarnos el uno con el otro después de eso, siempre buscando la oportunidad perfecta para pelear entre nosotros.

Le di un beso de buenas noches y subí a mi habitación; mi hermano, si me oyó o no, tampoco vino a preguntarme qué hacía llegando a estas horas a casa o por qué había cogido su vieja moto. Me encerré en mi cuarto antes de que Carin decidiera cambiar de opinión y me desvestí en silencio, rememorando cada minuto que había pasado con Mina. Aquello iba bien, demasiado bien, diría. «¿Y qué hay de tu sucio secretito, Whitman?», me interrumpió una vocecilla insidiosa en mi cabeza.

Ah, claro. Tarde o temprano tendría que comentarle algo que podría significar mi perdición, literalmente hablando. También existía la opción de que me callara, aunque Mina averiguaría que le escondía algo.

Me revolví el pelo, confuso. Era la primera vez que tenía tanto en lo que pensar sobre… una chica. Y, sobre todo, en cómo iba a explicarles al Consejo entero que habían cometido un pequeño error conmigo y que Lorie no era mi compañera.

Iba a ser de lo más divertido.

Le mandé un mensaje a Mina y me metí en la cama, con el corazón latiéndome a toda prisa, como si quisiera escapárseme del pecho.

Era incapaz de dormir. Daba vueltas en la cama, incapaz de poder cerrar los ojos ni un simple segundo; el sueño no quería venir a mí y no sabía qué podía hacer. La idea me vino sin previo aviso y pensé que me estaba convirtiendo en un poco obseso.

Salí de la cama y cogí las primeras prendas que tenía más cerca. Asomé la cabeza por el pasillo, intentando escuchar a mi hermano o a mi madre. Nada. Eso quería decir, o esperaba, que ambos habían decidido irse a dormir.

Como precaución, decidí no ponerme aún las zapatillas, ya que mi hermano tenía un sueño ligero y cualquier sonido que irrumpiera en sus sueños lo despertaría. Me deslicé hasta el piso de abajo, cogí mis llaves y salí de la casa. Me sentía un poco en plan acosador, pero lo relacioné con mi insomnio.

Eché a correr hacia la casa de Mina, protegido por la oscuridad. Conocía bien la habitación, así que no debía temer de despertar a su hermana o a su madre. Me situé bajo la ventana y comencé a tirar pequeños guijarros, cuidando de no tirarlos con mucha fuerza.

Contuve el aliento cuando la ventana se abrió y su cabeza asomó, clavándose en mí. Le sonreí con ganas.

-¡Estás loco! –bueno, quizá un poco sí lo estaba.

-Es posible –respondí-. Pero no podía dormir y he pensado que tú podrías ayudarme, ya que eres la causante de mi insomnio.

Mina soltó una risita y observó mi atuendo: había cogido mi viejo pijama y me había cubierto con mi anorak ya que, aunque tuviera una temperatura más alta de lo normal, hacía un frío considerable.

Desde arriba, Mina empezó a hacerme señas para que subiera. Una invitación que agradecí, no solo por el frío que hacía allí afuera.

Sin embargo, si quería subir allí arriba, tendría que hacerlo usando parte de mis «habilidades lobunas». Y eso era material de alto secreto; no podía arriesgarme a que Mina fuera testigo de ello porque, de seguro, la excusa de los esteroides y el gimnasio no iba a ser una respuesta satisfactoria.

-Apártate un poco, por favor –le pedí.

Cuando Mina desapareció en el interior de su habitación, cogí impulso y salté. Aquello no era nada nuevo para mí: me había escapado de mi habitación en innumerables ocasiones descolgándome desde la ventana. Era pan comido.

Me aferré al borde de la ventana sin mayores dificultades y pasé mi cuerpo por encima de la ventana, colándome dentro de la habitación. Mina se me acercó a mí y la rodeé automáticamente con mis brazos mientras ella hacía lo mismo; empezó a frotarme la espalda con insistencia, intentando que entrara en calor.

En esa posición, era capaz de ver de nuevo aquella habitación. Todo estaba tal y como recordaba y, sin poder evitarlo, recordé la noche que tuve que traerla desde el bosque; en aquella ocasión no había parado de temblar en todo el trayecto, aunque no podía asegurar que hubiera sido de frío o de miedo. Miedo de acabar igual que su padre.

Me aferré con más fuerza a Mina. Al presente. Tenía que dejar de torturarme con el pasado; lo que hicimos… no estuvo bien, por supuesto que no. Pero nadie nos había escuchado a excepción de un cazador; fue él quien nos dio la idea. Quien nos hizo pensar que así conseguiríamos la venganza que tanto habíamos ansiado. El dicho de «Ojo por ojo, diente por diente» para nosotros, tanto licántropos como cazadores, tenía un valor literal. Resarcíamos daños causando el mismo en la otra parte.

Parecía algo primitivo, pero era así como se había hecho desde siempre. Incluso desde que los cazadores se dedicaban a exterminarnos a nosotros. No podían negarnos eso.

El problema de todo aquello era que se formaba un círculo vicioso. Un círculo que parecía no tener un fin.

-Si mi madre nos pilla, estamos muertos –me interrumpió la voz de Mina.

La guié hacia la cama y la hice que se sentara apoyada en mi pecho. Su pelo aún olía a melocotón y me sentí… casi en la gloria.

Nos quedamos un rato así, el uno apoyado en el otro, oyendo únicamente nuestras respiraciones. Y yo, he de confesar, que también estaba un poco atento del resto de su familia.

-Nunca había hecho algo así antes –confesé-. Lo de colarme en casas de chicas por las noches, digo.

Su puño se estrelló contra mi pecho.

-Siempre hay una primera vez para todo.

Silencio de nuevo.

Algo me decía que Mina tenía en mente algo.

-¿Qué vamos a hacer en el instituto, Chase? –inquirió, en voz baja.

Solté un suspiro. La idea se me había pasado varias veces por la cabeza y, en todas aquellas ocasiones, no había logrado encontrar una solución que nos beneficiara a ambos.

-No lo sé, Mina. Mi hermano, mi familia… ellos quieren que esté con Lorie. No entienden que entre ella y yo no puede haber nada porque no me siento atraído…

-Pero no puedes desobedecer a tu familia –completó, a media voz-. Tendrás que estar con Lorie, ¿verdad?

Ese era uno de los mayores problemas en todo aquello: Lorie. Ella no daría su brazo a torcer, convencería a todo el mundo que yo me lo había inventado por cualquier motivo que se le ocurriera y que me perjudicaría. Estaría atrapado a su lado siempre.

La apreté contra mí, en un gesto reflejo. ¿Por qué todo era tan jodidamente difícil?

-Quiero pedirte un favor –Mina asintió-. Quiero que sepas que, aún es pronto para decir que estoy enamorado de ti, pero… quiero que tengas claro que siento algo muy especial por ti; lo supe aquel día, en la fiesta. Y quiero pedirte que, veas lo que veas, sepas que no es real.

Me hubiera gustado que mi declaración fuera de otra manera; quería contarle toda la verdad, decirle que mis sentimientos eran mucho más fuertes que un simple «enamoramiento». Lo mío era… era para siempre: jamás me aburriría de ella, la querría todos los días de mi vida. No tendría ojos para ninguna chica más.

No era un simple encaprichamiento adolescente. Iba más allá que eso.

Pero, era obvio, que pedirle un nivel de compromiso tan alto a una adolescente completamente normal era demasiado.

-Me estás pidiendo que mantengamos esto en secreto, ¿no es así? –comprendió a la primera-. Que, en el instituto, vas a seguir haciendo lo que quiera Kai y Lorie…

-Sí –me dolió pronunciar todo aquello, pero tenía que ponerla a salvo de la mirada de la manada hasta que encontrara una solución-. Pero, por favor, ten esto muy claro: tú eres muy especial para mí. Hasta que encontremos la manera de estar juntos… aunque nos fuguemos, tendremos que esperar aquí. Fingir.

Iba a ser muy duro para ambos, lo sabíamos, pero era la solución temporal más eficaz que se me había ocurrido. Si fingíamos no conocernos, eso supondría que la manada no sospecharía nada de ella. Y si no sospechaban nada de Mina, estaría a salvo.

Una única idea se repetía en mi mente: mantener a Mina a salvo. Mantenerla lejos de Kai y Carin.

Eso era lo único que me importaba.

La respiración de Mina se había ido acompasando con el paso del tiempo y supe que se había quedado durmiendo. Jamás había visto a nadie dormir con la calma con la que lo hacía Mina y me resultó de lo más adorable.

Me la quedé observando hasta mis párpados comenzaron a pesarme y me acurruqué a su lado.

Fue una de las mejores noches que pasé en toda mi vida.

Ni siquiera tuve pesadillas.

Algo que llevaba mucho tiempo sin suceder.

El cuerpo de Mina contra el mío era el mejor remedio contra el insomnio, las pesadillas y los remordimientos.

Palabra de licántropo.

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