Forbidden [HANK x CONNOR]

Von Daikiraichan

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Hank Anderson, teniente de policía de Detroit, vive su apacible y tranquila vida junto a su esposa Katherine... Mehr

Capítulo 1: Fuerza magnética
Capítulo 2: Promises I can't keep
Capítulo 4: Lullaby of Cain
Capítulo 5: Hate me, please
Capítulo 6: Unfaithful
Capítulo 7: Falling away with you
Capítulo 8: This feeling
Capítulo 9: I think I love you...
Capítulo 10: El corazón quiere lo que quiere
Capítulo 11: Gasoline
Capítulo 12: The Letter
Capítulo 13: Nothing's gonna change my love for you (FINAL)

Capítulo 3: Not just a Machine

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Von Daikiraichan

NOTAS DEL AUTOR 

¡Podéis matarme! ¡Os doy permiso! 

He tardado horrores en escribir este capítulo PERO tengo justificación, lo juro. Entre el trabajo y demás, los días se me van volando y no me da tiempo de escribir tan rápido como quisiera. Lamento mucho la tardanza. 

Gracias de verdad a todas y todos por leer este fanfic y por leer lo que escribo y dejarme siempre comentarios amorosos. Os adoro a todas y todos. 

DEDICADO: Este capítulo se lo dedico a Hank Anderson, que hoy, 6 de septiembre, cumple años (33 años para ser exactos si contamos que estamos en el 2018). Te adoro, mi querido teniente <3 

Credits: Illustration by @ebi_baum (twitter)

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Había pasado una semana desde la última vez que había visto al androide.

Hank había hecho lo imposible para evitarlo. Cuando salía por la mañana para sacar su coche del garaje, trataba de no mirar al frente, no fuera que el joven se encontrara en el rellano de la entrada, observándolo, y es que había tenido la sensación de que unos ojos se le clavaban en la nuca cuando volvía del trabajo, pero había hecho acopio de fuerza de voluntad para no darse la vuelta, ignorando por completo todo lo que le rodeaba hasta cruzar el umbral de su puerta, entrando al único lugar donde estaba seguro: su casa.

Katherine después de haber llegado tarde aquella noche había estado resentida, y con mucha razón. Pero él no había tenido problemas para compensarla. Al día siguiente le había comprado un ramo de flores y asunto arreglado. Su mujer era maravillosa, dulce y con un humor maleable, no entendía por qué había estado mintiéndole.

Sentía que por fin había conseguido reestablecer la normalidad en su vida, hasta que llegó aquella mañana.

El día se había levantado encapotado, el cielo parecía que lloraría a lo largo de la tarde y por lo tanto se sentía el frío nada más salir al jardín. Se había enfundado en un abrigo largo y después de despedirse de su mujer, que también tenía que prepararse para una recolección de fondos benéficos para el club en el que trabajaba, se encontró cara a cara con Connor, que se disponía a tocar a su puerta.

El joven estaba a solo unos pasos del teniente; se veía como de costumbre, vestido de forma sencilla con la ropa casi hecha a medida e impoluta. Demasiado arreglado para aquellas horas tan tempranas.

–¡Teniente Anderson, qué casualidad! –dijo Connor, con voz entusiasta y sonriendo amablemente.

Hank se había quedado sin palabras. Volver a mirar a aquellos ojos cafés directamente hizo que sintiera un remolino de emociones dentro de sí mismo. Se sentía cohibido, incluso podía notar cómo sus mejillas se estaban sonrojando.

– Bu–buenos días... –y de forma tosca, intentó apartarlo de su camino para salir corriendo hacia el coche. No quería volver a caer en el extraño embrujo que ese chico ejercía sobre su voluntad, tenía que salir huyendo de aquella situación.

– ¿Está su mujer en casa? –preguntó Connor, notando enseguida que el hombre se sentía incómodo en su presencia. Aquello no lo achantó–. Me gustaría poder hablar con ella –dijo mientras lo seguía hasta el garaje.

Hank pensó enseguida que aquel chico no entendía, definitivamente, cómo funcionaban las etiquetas y reglas sociales de los humanos. Era evidente que no estaba de humor.

– Discúlpame, chico, tengo un poco de prisa porque llego tarde al trabajo –En realidad iba con una hora de adelanto, pero suponía que el androide eso no lo podía saber–. Katherine está en casa –y sin esperar que la puerta del garaje se abriera del todo, se agachó un poco y entró en el habitáculo.

Connor se quedó fuera, esperando a  que saliera con el coche.

Hank, con las manos en el volante, mirando al frente, se quedó unos segundos paralizado. Sintiendo como sus constantes vitales estaban totalmente alteradas. Su corazón palpitaba a más velocidad de lo normal, sentía taquicardias y las mejillas las tenía calientes. Miró fijamente cómo la puerta del garaje se abría del todo y cómo, poco a poco, dejaba a su vista la silueta de Connor, que seguía apostado allí fuera, como si estuviera esperándolo. Tragó fuertemente saliva y metió la primera, arrancando el coche para salir lentamente del aparcamiento.

El chico le sonrió al verlo pasar suavemente a su lado y le hizo un gesto de "adiós" con la mano. No parecía molesto por la manera despótica que lo había tratado. No pudo evitar sentirse una mierda por haberle contestado de aquella manera.

Miró por el espejo retrovisor cuando ya hubo entrado en la carretera y mientras se alejaba, vio como el joven seguía observándolo desde la lejanía.

El teniente Anderson sintió su estómago encogerse mientras unas gotas de sudor nervioso le caían por la frente.

El joven seguía sonriendo inmaculadamente hasta que el coche desapareció de su campo de visión.

Fue entonces cuando su rostro sonriente se convirtió en un rostro frío que transmitía frustración.

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– Teniente Anderson, aquí tiene el reporte de anoche.

– Muchas gracias, Chris, como siempre: muy buen trabajo.

Cogió la carpeta con las manos y se despidió del joven con una mirada de aprobación. Se concentró en la pantalla del ordenador que tenía en su escritorio.

El departamento de policía de Detroit era un edificio robusto y con historia. Se encontraba en la esquina más transitada de la ciudad y dentro, a pesar de todos los cambios y avances tecnológicos, todavía seguía pareciendo aquella comisaria a la que su padre le había llevado tantas veces de niño, para que amara el trabajo que había pasado de generación en generación.

Hank Anderson era teniente de homicidios, y había llegado hasta allí por su brillante trayectoria como policía, patrullando desde la juventud las calles llenas de delincuencia de Detroit. Había sido conmemorado varias veces, por su fuerte lucha contra la droga. La peor de todas había sido el polvo rojo, que había desolado a muchísimas familias y destruido vidas prometedoras. Con el avance de la tecnología, también avanzaban los vicios y los desgastes propios de la humanidad.

Chasqueó la lengua, molesto. Se encontraba sumergido en un caso de asesinato. Hacía muy poco, una pareja joven había desaparecido de la noche a la mañana. Todo parecía encajar con la típica fuga romántica de adolescentes. Los familiares de ambos querían creer aquella historia con toda su alma. Pero se habían derrumbado cuando habían encontrado los cuerpos de ambos jóvenes.

Pistas. Necesitaban pistas. Lo único que tenían era una huella parcial en el cuerpo de la chica y la huella de un calzado talla 42. Aquello les hacía pensar que podía haber sido un hombre, pero no tenían más información. Realmente el caso parecía carne de "sin resolver" pero su equipo estaba trabajando duro para dar con el asesino.

En ese instante, se encontraba distraído. Su cabeza corría de un lado a otro, intentando encontrar un motivo razonable para asesinar a los jóvenes. Pero ni había testigos ni tampoco los círculos cercanos de ambos daban demasiadas esperanzas de encontrar algún rastro interesante.

De pronto, en aquellos pensamientos lúgubres, apareció el rostro de su vecino. Era como si su mente buscara la manera de escapar de aquella cueva oscura y la única luz que encontraba era aquel maldito joven de mirada avellana.

Se levantó de la silla como un resorte, intentando borrar aquella sonrisa y aquellos ojos de su mente.

No comprendía lo que le estaba pasando. Estaba perdiendo el control. Ya ni siquiera podía trabajar sin sentir que aquel androide lo perseguía. ¿Qué es lo que quería su subconsciente? ¿Por qué sentía dentro de su pecho un grito contenido cuando enfrentaba su mirada?

Se dirigió a la cafetería, necesitaba tomarse un café cargado para aguantar la larga jornada que tenía todavía por delante.

Allí en la cafetería estaba Gavin. Hank torció el gesto.

– Anderson... –saludó vagamente el detective Gavin Reed. Hank le devolvió el saludo con la cabeza. El joven siguió sumergido en sus pensamientos, en su solitaria mesa.

Gavin Reed había competido con él para ser teniente. Y había fracasado frente a él. Habían sido compañeros de patrullas desde hacía mucho tiempo, y también habían sido buenos compañeros fuera del trabajo.

Pero todo aquello se había transformado en resentimiento y celos desde que había ascendido a teniente. ¿Qué pretendía que hiciera? ¿Que rechazara el ascenso para dárselo a él? Ni en putos sueños.

Entre ellos ya no existía una buena relación, pero intentaban "convivir" civilizadamente, con sus días buenos y días malos.

Aquel parecía un día bueno.

Hank empezó a prepararse el café, muy cargado, cuando Chris apareció por la cafetería con cara de circunstancias. Lo estaba buscando a él.

– Teniente, Fowler le está buscando, quiere verle en su despacho –le comunicó al visualizarlo al lado de la cafetera.

– Mierda... –dijo Hank, sintiendo un fuerte dolor de cabeza... cerró los ojos y se llevó una mano a la sien.

– Corre, perrito faldero, corre a ver qué quiere tu dueño –dijo entre dientes Gavin, que todavía seguía repochado en la mesa del fondo, su cara pensativa había cambiado a una burlona.

Se había equivocado al pensar que aquel era un día bueno de Gavin.

Subió al despacho del capitán Jeffrey Fowler, amigo de toda la vida de Hank, pero que cada año que pasaba, se volvía cada vez más capullo.

– ¿Qué es lo que he hecho ahora...? –preguntó Hank al verse cara a cara con su jefe. Siempre parecía apretarle las tuercas cuando no conseguía atrapar en 24 horas al delincuente de turno. A veces echaba de menos cuando solo tenía que trabajar en la acción de la calle.

– No seas amargado, Hank, son buenas noticias –Fowler se reclinó en su silla y le ofreció sentarse con la mano alzada ante la silla delante de su escritorio–. Toma asiento.

Hank obedeció, con el ceño fruncido.

– Hemos recibido tu solicitud para las dos semanas de vacaciones y el departamento de recursos humanos nos ha dado luz verde. ¿Qué fechas me habías comentado? – sonreía, como si aquello hubiera sido gracias a él. Tal vez había sido así.

– Vaya, parece que me hacéis un favor... –dijo irónico el canoso, cruzándose de brazos, pero sonriendo–. Tengo que hablarlo con Kathy, hace tiempo que no podemos tomarnos un respiro...

– Tampoco te tomes mucho tiempo para pensar fechas, ya sabes cómo son los de arriba, hay unos plazos máximos para recuperar esos días de servicio.

– No me dices nada que no sepa ya... –murmuró Hank.

– Bueno... ¿cómo va todo con Kathy? Hace tiempo que no la veo –le dijo Jeffrey, cambiando su papel de capitán a su antiguo papel de colega y amigo de la familia.

– Está todo bien en casa... –y en aquella frase dejó en el aire una sensación de congoja.

– Pero... –el capitán de policía era capitán por algo. Enseguida captó aquella nota de desesperación en la voz de Hank.

Hank sintió que podía confiar en él. Pero... ¿qué debía confiarle? Algo en su subconsciente pareció gritarle al oído. De pronto sintió que su boca se movía y emitía sonidos que él no había autorizado.

– Hay una... –su voz titubeó y miró hacia el cristal que mostraba la actividad de la comisaría, se aseguró de que no había más oídos indeseables cerca–, hay una vecina que...

"Eres patético, puto patético" susurró una voz en su oído nada más pronunciar aquellas palabras.

– Vamos, hombre, ¿es que la vejez te está volviendo tímido? ¿Qué pasa con esa vecina?

– No pasa nada, es una tontería –aquello era un tremendo error, no sabía qué estaba haciendo ni diciendo–.

– No habrás... –El capitán cayó en la cuenta de lo que el teniente Anderson quería decirle.

– ¡No, coño, no! No es lo que estás pensando...–aclaró inmediatamente, sonrojándose violentamente. ¡Aquello sí que no podía ser! ¡Él jamás...!

– ¿Entonces? Venga, suéltalo de una puñetera vez, no tenemos todo el día –dijo el hombre, cruzándose de brazos y reclinándose en su sillón de jefazo.

– Si te digo la verdad, Jeffrey, no lo sé. No puedo parar de pensar en... –Jeffrey sintió su titubeo–, ella... Pero no de esa manera que estás pensando, no ha pasado nada indebido. Casi no nos conocemos. Es sólo que... Joder –se llevó la mano a la cara, desesperado y superado por sus confusos pensamientos.

– Maldito vejestorio –rio estrepitosamente Fowler, le dio una palmada en el hombro, como signo de camaradería–. ¿Te piensas que yo nunca he mirado a otras que no fueran mi Sophie? Es completamente normal, lo que me extraña es que te esté pasando por primera vez ahora que eres un viejo gordo y feo.

– ¿Estoy gordo? –preguntó Hank, sorprendido por el comentario y sorprendido también por el hecho de que le doliera. No era consciente de su propia forma física desde hacía mucho tiempo simplemente por dejadez, suponía.

– La edad no perdona, viejo amigo –dijo mientras volvía a colocarse recto en la silla y empezaba a teclear en el ordenador, dando por terminada la conversación. Los papeles volvieron a transformarse en el de un superior y su subordinado y Hank lo notó inmediatamente. Aquella era la señal para levantarse.

Mientras el teniente se levantaba y se acercaba a la puerta, Jeffrey ya se había despedido de él. Sin embargo, le habló con voz seria antes de salir por la puerta de su despacho acristalado.

– No vale la pena arriesgar una vida de felicidad y estabilidad por un polvo de una noche, Hank –su mirada era severa y su tono de voz ronco–. Créeme, las familias son más frágiles de lo que parecen.

Hank lo miró durante unos segundos, con rostro serio y taciturno. Quería responderle que le ofendía el solo hecho de que pensara semejante barbaridad de él, pero no podía encontrar el valor en su interior para decirlo. Aquellas palabras lo habían enmudecido. Simplemente clavó su azul mirada al suelo y salió del despacho, sintiéndose apaleado por su propia conciencia.

Si al menos supiera qué era lo que estaba pasando en su interior... Al menos podría encontrar un nombre para etiquetar aquel problema. Pero el único nombre que se le venía a la mente, una y otra vez, era el de él.

Connor.

– Maldita sea... –susurró, dejándose caer en la silla de su escritorio–. Maldito seas...

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Nada más abrir la puerta de su casa, como de costumbre Sumo se tiró sobre su pecho, feliz de verle y colmándole de cariños perrunos, meneando la cola de un lado a otro. La casa no olía a comida como de costumbre, pues había llegado un poco más temprano –había decidido irse antes a casa porque no podía soportar más el ambiente agobiante que tenía en su solitario escritorio, a solas con sus pensamientos–. Dejó la chaqueta como de costumbre en la entrada y se internó en su casa, buscando a su familia, que no parecían haberse percatado de su pronta llegada.

Pero pronto se dio cuenta de que no era ese el motivo de aquel recibimiento. Su mujer no estaba sola en casa.

En la mesa del comedor, que era redonda y hecha de brillante madera de  nogal, se encontraba su hijo Cole, con cara de concentración, con la nariz hundida en un libro de ejercicios de caligrafía. Parecía tan absorto que no se había dado cuenta de que su padre lo estaba observando desde la entrada del comedor.

A su lado, se encontraba su mujer, con una taza de café en la mano y con una enorme sonrisa. Le sonreía al joven androide que estaba frente a ella y a Cole, vestido con la chaqueta que Hank le había devuelto. Sonreía y hablaba de banalidades.

Se quedó petrificado mirándolo. Y Connor, nada más aparecer él por la puerta, le dirigió la mirada, sin dejar de hablar y sonreír, como intentando encontrar un momento íntimo con él en medio de aquel salón, con su familia presente. Y Hank lo sintió de nuevo.

Un nudo marinero estrujando su estómago, ahogando su esternón.

Sus ojos azules se perdieron en aquellos iris avellana, tan vivos y seductores...

– ¡Cariño!

La voz entusiasmada de su mujer lo sacó de aquel estado de hipnosis. Parpadeó varias veces y hasta le costó enfocar la cara de su mujer, que estaba acercándose a él para darle un beso de bienvenida. Casi no correspondió el beso, no podía parar de mirar a Connor, que sonreía suavemente. Tras aquella sonrisa se escondía algo que no llegaba a comprender.

– Qué bien que hayas llegado tan temprano –se alegró la señora.

– ¡Papá! ¡Connor me ha enseñado muchas cosas nuevas que nunca había visto en el cole! –gritó Cole muy entusiasmado. Su cabello castaño, suave y lacio, fue revuelto por la mano de su padre, que quería que siguiera estudiando.

– Muy bien, hijo –dirigió una mirada rápida al androide, que seguía en la misma posición, observando la escena familiar–. Espero que Connor sea tan buen profesor como tú tan buen alumno.

– Tiene un hijo muy listo, teniente Anderson –respondió por fin Connor. Su voz taladró la cabeza del mayor.

¿Por qué sentía que todo lo que nacía de aquel androide lo afectaba tremendamente? Jamás le había pasado algo semejante con nadie. Ni siquiera con su propia esposa.

– Oh, cariño, Connor es un ángel. No sabes lo tranquilo que ha estado Cole toda la tarde con él. Han hecho un repaso enorme de lengua y matemáticas –Katherine parecía encantada con el androide, no había duda de que era de su total agrado–. Connor, eres un magnífico maestro.

– Gracias, señora Anderson.

–¡Cuántas veces tendré que decirte que me llames Kathy! –y la mujer rio. Hank incluso notó que coqueteaba con Connor. Sintió una punzada de celos y enseguida se rio de su cinismo.

– ¿Puede Connor quedarse a cenar? –preguntó Cole, con las manitas en alto, como en un rezo. Siempre le funcionaba aquel truco–. Por fa, por fa, por fa, mami, papi.

Connor se rio, agradecido con el niño, pero los adultos, aunque sonreían se sentían violentados. Los androides no podían cenar... pero eso el niño no lo entendía.

– Cariño... Connor tiene cosas que hacer también... ya le hemos robado demasiado tiempo –Katherine acarició la carita del niño que hizo inmediatamente un puchero.

– ¡Pero él quiere quedarse a cenar! ¿Verdad? –y le preguntó directamente a Connor. Hank sintió que quería morirse. Necesitaba que aquel joven saliera corriendo de su casa, necesitaba sentirse a salvo de todas aquellas dudas que le despertaba su mirada penetrante.

– Me encantaría... si a papá y a mamá no les importa que me quede –dijo suavemente, poniendo ambas manos sobre la mesa, entrelazando los dedos, en un gesto paciente y adorable a la vez. El matrimonio Anderson suspiró por él.

– Sabes que no tengo inconvenientes, Connor, pero no tenemos nada de... bueno, de comer –Dijo torpemente Kathy, mientras Hank decidía marcharse de la sala de forma brusca. No podía creer que ni siquiera iba a poder cenar tranquilo.

Los dejó a ellos a solas en la sala, y se encerró en el baño, pasando el fechillo de la puerta y apoyando su espalda en ella. Estaba sudando y tenía la respiración acelerada. Se sentía angustiado. No parecía que fuera a parar. Y su mujer no podía ponerlo más difícil... pero ¿qué sabía ella? Ella no tenía culpa de nada.

Tenía que ser fuerte por ella. Ella no se merecía todo lo que estaba pasando, aunque Katherine lo ignorara totalmente. Y se prometió a sí mismo que siempre permanecería en la ignorancia sobre aquellos sentimientos que ni él mismo podía entender.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Hank había permanecido en silencio mientras cenaba, mientras que Kathy, Connor y Cole hacían muy buenas migas. Se reían y contaban anécdotas cotidianas y disparatadas que les había pasado.

Connor parecía un humano más sentado en aquella mesa. Lo único que le diferenciaba eran aquellas luces que parpadeaban en su sien izquierda, siempre de un color azulado. Eso y que no tenía nada en su plato, puesto que no había comida para androides en aquella casa.

El androide estaba contando una nueva aventura que había vivido antes de la revolución por la liberación de los androides, cuando Cole, cansado ya, bostezó sonoramente. El niño se disculpó de inmediato, ya que no lo hacía porque se estuviera aburriendo sino porque no podía aguantar el sueño, y sus ojitos se mantenían abiertos con mucho esfuerzo, solo para no perder detalle de lo que Connor contaba. Era como si de pronto, su hijo también idolatrara al joven.

Hank fue en ese momento testigo de cómo el androide había conquistado a la familia Anderson.

Al completo.

– Mi amor, ya es tarde, ¿nos vamos ya a la cama? –le dijo Kathy suavemente a Cole, que intentaba mantenerse despierto para contentar al androide.

– Sí, campeón, mañana es sábado, te prometí que jugaríamos al baseball en la tarde... No querrás que te machaque –bromeó Connor, dándole un puñetazo fingido en el hombro al niño, que se rio con aire somnoliento.

Hank cayó en la cuenta de que había dicho que iban a jugar a baseball... ¿cómo que iba a jugar a baseball con su hijo? Cole parecía entusiasmado con la idea. Aquello lo disgustó enormemente. Tomó un largo trago de su vino tinto, que reposaba hacía horas en su copa. Su mujer en cambio apuraba una tercera copa de vino, antes de levantarse para acompañar al niño a su habitación en la planta alta, donde caería K.O en la cama.

– Me llevo a este astronauta a su nave espacial para un viaje estelar que no puede aplazarse más –cogió al niño en brazos, llevándolo a cuestas, el pequeño se llevó el dedo pulgar a la boca, chupándoselo y dejando caer sus largas pestañas sobre sus mejillas–. Dile buenas noches a papi y a Connor.

– Buenas noches...–murmuró, vencido por el sueño.

Los pasos de la señora Anderson subiendo las escaleras era lo único que se podía escuchar en el comedor.

Connor y Hank se encontraban a solas, frente a frente, en la mesa del comedor. Hank bebía de su vino, mirando a su plato vacío, como si algo muy interesante se escondiera tras los restos de comida.

– Le he estado esperando... –dijo de pronto Connor, con voz grave. Hank lo miró, sorprendido y sin entender–. Para tomar otra cerveza –aclaró con una sonrisa enigmática.

– He estado muy ocupado... –contestó distraídamente.

– La propuesta sigue en pie –dijo el joven, poniendo los codos en la mesa y apoyando su mentón en las manos; parecía un niño inocente. Pero Hank comenzaba a descubrir que solo lo aparentaba–, no por nada compré su marca favorita.

– ¿Qué...? – Hank abrió de par en par sus ojos, desconcertado por aquella confesión.

La conversación se vio truncada cuando los pasos de la señora Anderson bajaban por la escalera.

– Madre mía, qué mareo llevo encima –murmuró entre risas cuando llegó al comedor–. Creo que he bebido más de la cuenta, caballeros –su cabello castaño cobrizo estaba desordenado y Hank pudo apreciar que en su naricita se estaba colocando aquel sonrojo que tan bien conocía de su mujer cuando se tomaba unas copas de más.

– Mañana es sábado, Kathy –dijo Connor con una sonrisa enorme. Cogió la botella de vino y una copa, sus movimientos fueron tremendamente profesionales, como si hubiera estado muy acostumbrado a servir alcohol en las más finas fiestas. Hank no perdía detalle–. Brindemos – y se la ofreció caballerosamente, llena de aquel líquido rojo que él no podía catar.

– ¡Hank! –gritó ella, coqueta –. Detenlo o me enamoraré perdidamente –y rio, cogiendo la copa con una sonrisa de oreja a oreja.

Connor estiró la mano hacia Hank, y lo miró. El mayor sintió un escalofrío traspasarle el alma. Aquella mirada... ¿qué quería de él?

– ¿Me permite, teniente? –y miró entonces la copa frente suyo y Hank supo que quería ponerle más vino a él también. Iba a negarse, pero su cuerpo no respondía a sus órdenes y con cara de incredulidad, vio cómo su brazo se estiraba con la copa en la mano, facilitándole a la faceta barman de Connor el servirle el vino en la copa. Mientras lo hacía, su LED brillaba con una luz amarilla, mostrando su concentración.

Por último, y para sorpresa de ambos cónyuges, cogió la copa que cortésmente le habían colocado junto a un plato vacío y se la llenó del vino color escarlata. Alzó la copa, en dirección a la pareja.

– Por ustedes –dijo solemnemente. Kathy y Hank lo observaron, ambos hipnotizados. El joven ejercía una fuerza magnética sobre ambos y era consciente de ese poder–. Por acogerme tan amablemente en su casa y en sus vidas.

– Por nosotros –dijo Kathy, incluyendo al joven en el brindis. Los tres alzaron las copas y las chocaron suavemente.

Hank se llevó la copa a la boca, pero se quedó a medio camino, observando cómo Connor también imitaba sus movimientos y posaba el cristal en sus –aparentemente– suaves labios. Y para sorpresa del teniente, el androide comenzó a beber de la copa lentamente. Mientras, sus ojos avellanas se posaban suavemente sobre los iris azules del teniente.

Hank sentía que aquella sensual imagen lo perturbaba. El nudo de su estómago se hacía cada vez más notorio.

Kathy se estaba sirviendo una segunda copa cuando ambos hombres acabaron con la primera.

– Creo que estoy algo borracha –admitió después de un buen rato de risas histéricas y bromas picantes–. Me voy a ir a la cama antes de que me desmaye encima de la mesa –y se levantó, tambaleándose, Hank fue enseguida a ayudarla–. No, no, cariño, quédate con Connor, no os preocupéis por mí, me voy a la cama y vosotros podéis seguir hablando de cosas de hombres.

– Pero... –Hank iba a protestar, pero Connor intervino, rápidamente.

– No te preocupes, Kathy, yo cuidaré de tu marido – y le guiñó un ojo antes de que la mujer subiera sonriendo por la escalera.

Cuando se quedaron solos, se instaló un silencio incómodo entre ellos. Hank estaba sentado al principio de la mesa, todavía con una copa de vino a medio terminar en su mano. Comenzó a dar vueltas al líquido dentro del cristal, concentrándose a duras pena en los giros que el vino realizaba dentro del ondulado recipiente.

Connor en cambio, se levantó suavemente de su asiento y comenzó a observar la estantería que estaba más cerca. Miraba todo con interés y en su mano agarraba también una copa de vino. Hank lo miró disimuladamente, sintiendo curiosidad por lo que estaba haciendo.

El joven androide encontró algo que le interesó: un rincón lleno de portarretratos familiares. Se agachó para acercarse a cada fotografía, analizándola con sus habilidades, totalmente desconocidas para Hank.

– Ese es Cole recién nacido –aclaró de pronto Hank, que se había levantado y se había acercado a las fotografías y también al androide.

– Debió ser uno de los momentos más hermoso de su vida –predijo sin mucha dificultad. Hank sonrió, nostálgico y recordando el momento.

– Fue maravilloso –Hank pareció relajarse en la presencia del androide–. Mi mujer había estado insultándome durante todo el parto, mientras le cogía fuertemente la mano. Y cuando tuve a Cole en mis brazos, sentí que mi vida tenía sentido.

– Eso es precioso, teniente –dijo Connor, pasando a otra foto, mucho más antigua–. ¿Este es usted? –una sonrisa que podría haberse descrito como tierna apareció en el rostro del androide.

Señalaba una fotografía vieja de un niño de cabello castaño, revuelto, disfrazado de vaquero. Tenía una pistola de juguete y una placa en forma de estrella. Mientras esperaba su respuesta, Hank daba un largo trago a su copa de vino.

– Ya apuntaba maneras... –dejó caer Connor, haciendo referencia a que había acabado llevando pistola y placa, al igual que en aquel infantil disfraz–. ¿sabe también montar a caballo?

– Puede ser... –murmuró Hank, sin intención de sonar seductor, pero dándose cuenta de que había sonado intrigante. Los ojos del androide brillaron con más intensidad. Recién se dio cuenta de la cercanía que ambos estaban compartiendo.

Entre copa y copa, el calor corporal de Hank se estaba descontrolando. Por culpa de tener visita, no había podido disfrutar de estar en pijama en su propia casa después de haber llegado cansado de trabajar, así que se había enfundado en una camisa de botones. Pues ya se había desabrochado los tres primeros, y de la abertura de la camisa podía verse un poco su pecho, moteado con algunas canas.

Connor siguió mirando las fotografías enmarcadas mientras daba suaves sorbos a su copa de vino, de pronto encontró una fotografía de la boda de Katherine y Hank. Ambos se veían radiantes, jóvenes y felices. Katherine llevaba un enorme y esponjoso vestido blanco y el teniente estaba enfundado en un frac muy elegante que le marcaba una varonil figura.

Disimuladamente, Connor aprovechó un momento en el que Hank se separaba del mueble, para sentarse en el sofá, y tumbó el marco contra la mesa, escondiendo la fotografía de la pareja; se acercó también al sillón donde Hank se había dejado caer tras soltar un largo suspiro.

– La cabeza me da vueltas... –murmuró el mayor, hacía tiempo que no bebía tanto vino. Ahora estaba recordando el motivo.

Sintió la cercanía del joven, que estaba prácticamente sentado pegado a su cuerpo y se sonrojó. No se desesperó demasiado puesto que tenía unas copas de más y podía ser producto de la borrachera.

– Parece que ha bebido demasiado –le dijo Connor, cogiéndole la copa de la mano y retirándosela para dejarla en el mueble más cercano–. A mí el alcohol no me hace nada. Ventajas de ser un androide –el joven rio, agarrando su copa con una pose femenina, Hank sonrió sin poder evitarlo.

– ¿Y qué se siente siendo un androide? –preguntó de pronto Hank, sorprendiendo al joven que abrió los ojos en un gesto sincero–. Quiero decir... bueno... –se sonrojó aún más, sentía la lengua rasposa y pesada.

– Definitivamente es diferente de ser humano –respondió serio el joven, como si hubiera recordado algunos momentos duros de su existencia–. Pero ahora... –su expresión se dulcificó, dejó su propia copa de vino en la mesita de centro frente al sillón y esa misma mano que sujetaba la copa se posó suavemente en el muslo del teniente, haciendo que éste se tensara bajo el roce–. Puedo decirle que se siente bien...

Sus rostros estaban muy cerca, Hank miraba de reojo, con miedo, aquella mano que se apoyaba en su muslo mientras sentía la potente mirada de Connor clavársele en su perfil. Una fuerza incontrolable y de origen desconocido, le obligó a girar el rostro suavemente hacia al androide y sus narices casi se rozaron cuando enfrentaron las miradas.

Su corazón empezó a latir desbocado, sintió cómo una taquicardia o una arritmia le afectaba la respiración y cómo sus oídos zumbaban de la presión que ejercía toda aquella sangre en su cabeza. Su mirada azul se concentró en los labios del androide. Éste, consciente de su escrutinio, los entreabrió. Deleitándole.

El nudo se tensó en el bajo vientre del teniente y una punzada en aquella zona le sacudió todo el cuerpo.

Sintió un deseo irrefrenable...

De pronto, movido por algo desconocido, se acercó suavemente al rostro del androide, mirando sus labios y sus ojos.

Inexplicable.

Entreabrió también sus propios labios. Sus respiraciones se rozaban. Los párpados del mayor se cerraban.

Prohibido.

– He de irme ya...

Y Connor se levantó de pronto, separando sus rostros, truncando algo... que Hank todavía no llegaba a comprender.

El joven se acomodó la ropa y le agradeció la hospitalidad. Hank estaba petrificado y todavía no atinaba a darse cuenta de lo que acababa de pasar. Seguía sentado en el sillón, despertando de una ensoñación. Connor no le había dado tiempo a reaccionar cuando volvió a inclinarse sobre él, apoyando las dos manos en ambos muslos del teniente y acercando sus labios al oído del mayor.

– Esas cervezas siguen esperándole, teniente –susurró suavemente y el cálido aliento recorrió su oreja y su cuello. Un escalofrío se apoderó por completo de Hank.

Y sin mediar más palabra, desapareció tan rápido como había desaparecido la primera vez en aquella barbacoa.

Hank se quedó observando el vacío de la habitación, con la mirada perdida, abierta de par en par y la respiración un tanto acelerada.

Se sorprendió a sí mismo deseando que Connor volviera, que no se marchara.

Y mayor fue su sorpresa cuando descubrió que se encontraba totalmente erecto. 

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SOUNDTRACK 

Muse - Can't Take My Eyes Off You

Perdona la manera en la que te miro
No hay nada que se compare
Verte me ablanda
No quedan palabras que decir 
Pero si te sientes como yo
Por favor, déjame saber si es real
Eres demasiado bueno para ser verdad
No puedo apartar mis ojos de ti 

NOTAS DEL AUTOR

ESTO HA SIDO INTENSO. 

¿Os ha gustado? ¡Déjamelo saber en los comentarios! Estoy muy nervioso con esta historia por que... a ver, cómo lo digo, ¡tal vez vamos a sufrir mucho con lo que tengo pensado! Incluso a mí me va a costar escribirlo (ya me está pasando). Pero creo que será muy interesante. 

¿A alguien más le da pena Kathy? Me estoy ensañando mucho con ella, la pobre. Espero que os haya gustado y también espero traeros mucho más rápido el cuarto capítulo. Se os quiere mucho <3 

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