Al borde del abismo

By GraineHesse

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León Nikolai era una gota más de las aguas del río que se dejaba arrastrar por la corriente. Adela Lynnette e... More

Al borde del abismo
Capítulo 1: De tantos otros
Capítulo 2: Como el viento
Capítulo 4: Tal vez nadie
Capítulo 5: Quizás, si
Capítulo 6: Mas bien, Patagonia
Capítulo 7: Adiós, Otoño

Capítulo 3: Y nada más

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By GraineHesse

7 de Julio del segundo año.


Los días le parecían más lentos desde que las cosas habían terminado con Lynette. Verla todos los días le hacía las cosas más difíciles, y sabía que él solo se lo había buscado. Fue él quien decidió que las cosas debían acabar.

Empezaba a sentirse solo. A veces se preguntaba si sus silencios albergaban odio o solo su agobio, su resignación. Él creía que ya le había dado suficiente tiempo al tiempo, pero todo le hacía pensar en ella. Tenía recuerdos de Lynette por todas partes de su mente, su aliento, sus besos y era entonces cuando se daba cuenta que le hacía falta más tiempo.


Había sido demasiado bruto, demasiado brusco. Y no entendía por qué lo había hecho. ''¿Por qué se repetía constantemente?''. No era culpa de Lynette que las cosas hubieran acabado así para Josephine. Pero él lo había hecho, la había señalado con el dedo. La había cargado con toda la responsabilidad y muy tarde se había dado cuenta que era injusto.


Había vuelto a usar el puente desde Lynette. Hoy la había visto otra vez. Era su cumpleaños pero nadie se había acordado a excepción de él, pero ni siquiera se le había acercado.

Se había convertido en un desconocido. Era el único que la evitaba. En más de una ocasión Lynette lo había saludado sonriente, como queriéndole decir que las cosas habían ya pasado pero él sabía sus verdaderas intenciones. Al menos por una vez, lo sabía. Porque ella no necesitaba usar sus palabras como armas, un simple pestañeo podía ser tan mortal como una daga sumergida en ponzoña.


Él le había dado el poder de hacer aquello, de lastimarlo. Había sido un idiota al entregárselo fácilmente pero no se arrepentía de ello. Había dejado de ser un muchacho por una marioneta sin vida cuya historia era controlada por ella. La quería. Quería a aquella maldita.

Hubiera querido liberarse de sus bien tejidas redes pero era tarde. Ya lo había cambiado. Había sido su pequeño conejillo y vaya que empezaba a dar frutos. Todas sus manías ahora las había vuelto propias como si fuese una parte de él que siempre estuvo ahí.


«¿Y por qué no?» se dijo a sí mismo. Abrochó su chaqueta y empezó su carrera.


Luego sus palabras llegaban otra vez, como los condenados cuervos mensajeros de las parcas.


-No estaré aquí mucho tiempo -dice respirando la brisa como tantas otras veces-, lo sé.

-Deja de decir eso, ¿bien? -dice León con una sonrisa cansada-, a veces no sé de donde te sale tanto drama.


León toma sus manos de la arena, las limpia y recoge cada granito con sus dedos, sin dañar su piel de marfil. La mira y como tantas otras veces no logra sacarla del fango que atrapa sus pensamientos más profundos; deseando estar en alguno de ellos al menos por una vez.


Cayó en la acera, se golpeó la cabeza y se hizo un rasmillón. Pero ella estaba para él una vez más. Lo había salvado, eso creía.

Escuchó las notas rotas de un piano y vio sus ojos pardos quietos, inmóviles, petrificados. Se había cumplido.


Era demasiado burdo. Era una despedida demasiada burda para ella. Y no podía entrar en su cabeza. Lynette, la misteriosa y extraña Adela Lynette. No podía explicarse que una chica como ella se fuera de esa forma.

La chica que saltaba acantilados y regalaba poemas en un puente. La que usaba puntillas en las ramas de un árbol.


No necesitaba acercarse para saber que ella ya se había ido. No podía explicarlo pero lo sentía. Por primera vez había entendido esas palabras tan suyas. ''Simplemente lo sé. No puedo explicarlo pero lo sé'', había dicho ella una vez. Él creía que lo decía porque simplemente no quería decirle nada. Si ella no quería contarle, él lo aceptaba. No iba obligarla a decir algo que no quisiera pero después de tanto tiempo, por fin las entendía. Ella no le había mentido; ella sencillamente no podía explicarlo.

Se había pasado tantas noches enredándolo todo. Suponiendo historias, tramando ideas malsanas cuando la respuesta estaba en la simpleza de su verdad.


Él la había visto con su hermosa trenza coronando su cabeza, con su bonito colgante de plata y su vestido de anchas faldas. Él creía que ella había tomado voluntariamente el destino que se le tenía preparado a él ese día. Lo había tomado sin rechistar. Eso creía, eso quería creer.


Porque esa era una despedida demasiado burda para ella.


Era Lynette quien siempre evitaba el puente al cruzar la acera. Pero León quiso hacerlo ese día. Se había lanzado a las carreritas. Era sencillo.


Ya había cruzado el primer tramo. El otro estaba a una distancia igual. Había autos de todos los tamaños; de los buses grandes hasta los más bajitos y autos privados. Algunos con las cubiertas destartaladas y otros con las luces apagadas. Se supone que cruzar a carreras la acera es sencillo.


Había llegado sola al paradero del bus. Esperaba que alguno llegara como él esperaba que se fueran. Estaba con ese vestido violeta y marfil como su piel, con su colgante de plata, su trenza desordenada y su cuaderno dentro su bolso.


Estaba a medio camino y no lo vio. Venía como un animal furioso, listo a acabar con él. El hombre de aquel vehículo intentó dirigirse hacia el otro lado pero tuvo que dar la cara a la chica que repartía poemas en el puente.


León estaba en el piso y los músculos de Lynette debieron estar bajo alguna especie de maldición porque no se movió. Solo estaba ella y sus pardos ojos congelados como hielo, fijos y determinados desde lo más profundo.


La gente se aglutinaba alrededor de ella pero se hizo paso entre todas ellas. Los autos rodeaban a la gente en medio de la acera y continuaban su camino porque nada importante había pasado.


Allí estaba ella con la trenza deshecha, su colgante de plata y los ojos abiertos.


León se hacía creer que ella lo había salvado.


- ¡Eh, muchacho! ¿Tú conoces a esta niña? -preguntó una anciana con acento extraño.


Allí estaba León Nikolai contemplándola, en silencio, ignorando a todos a su alrededor.

Sus rodillas tocaron el suelo y tomó su mano como aquellos días en la arena. Escuchaba una extraña melodía en su cabeza. En susurros y silbidos se oía la voz de ella. Empezó a verlo todo, como si poseyese un espejo que le mostrase todo lo que le rodeaba. La veía a ella bailando en la arena, regalando poemas, cantando en las esquinas, junto a él en el hospital.


No quería escuchar a nadie y la gente empezaba a impacientarse. Los bomberos aún no llegaban pero no hacía falta, ella ya no estaba. Tal y como Lynette le había dicho tiempo atrás; Adela Lynette no estaría más. Se había ido horas antes que la sociedad la considerase responsable por lo que hacía. Sus malditas palabras se habían cumplido, tal y como ella había dicho.


La gente se preguntaba dónde estaba el auto que había terminado alejando a Lynette de León. Nadie tenía respuesta, nadie se había dado cuenta. La ambulancia llegó, León tomó su cuaderno con notas desparramado por el suelo y se trepó a ella, le hicieron muchas preguntas que no respondió.


Él le había dado el poder de controlarlo. Si un pestañeo era la daga más ponzoñosa, su extraña manera de decirle adiós no tenía comparación alguna.


Él solo la quería a ella, a ella y nada más pero lo había arruinado, ni si quiera la había escuchado. Lynette le había dicho que esto pasaría pero nunca le creyó.


Al llegar a su destino final. León tuvo que despertar. Ni una lágrima le había brotado. Era tan extraño ver la muerte. No se sentía triste ni apenado. Solo la extrañaba, pero eso era normal, él la extrañaba todos los condenados días.

Tampoco era como un vacío, como un agujero negro que se abre dentro de él y succionaba hasta el último rastro de felicidad. Era más bien como un estado de suspensión, como flotar en el aire, como si no tuviese que entender nada: podía acostumbrarse.


Llenó todos los datos que le pidieron y llamaron a los padres de Lynette. Ya no le permitieron verla otra vez. Pero aquel estado de suspensión volvía y parecía ser más fuerte, era una sensación de calma, de serenidad que hasta ahora no había tenido por completo.


Él se quedó esperando de todas formas; entre esas bancas viejas mirando las paredes llenas de losetas blancas. Vio a la madre de Lynette llegar, solo a ella. Pensó que el horario se le había retrasado al padre, pero nunca llegó.


Se puso los auriculares cuando la madre de Lynette gritaba de dolor como si le estuviesen abriendo las vísceras, una por una y como si estuviesen desollándole la piel y las uñas al mismo tiempo. ¿Era este un dolor comparado al que sentía la madre de Adela en estos momentos? No lo sabía, pero podía apostar que perder a su hija superaba en más de diez a cualquier escala mundana.


Y luego se dio cuenta. Él la quería de una forma en que no sabía que podía, pero había sido demasiado tonto. Tal vez era egocéntrico pero también encajaba de algún modo, León la había dejado y ella le había declarado la guerra sin él saberlo. Ella lo controlaba y le había dedicado su última jugada, su última estocada por abandonarla.


De alguna forma sabía que era la última estocada. Y aunque ella no estuviera, sabía que su jugada, no había terminado.


*****

****

***

**

*

Hola a todos aquellos que se pasan por aquí. Gracias! No sé cuánto he demorado esta vez, esperen acabo de revisarlo. Ha sido algo así como semana y media, lo cual no es mucho para lo que acostumbro. Bueno ya ya, basta con mi parloteo. Espero que lo hayan disfrutado :) Y... Sería genial si se toman un tiempito para comentar, criticar, lo que les pase por la cabeza ahora, ya saben... Ah y bueno, no es mi costumbre pero si le dan a la estrellita, no es molestia.  Gracias por leer :D

Graine Hesse.

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