MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS E...

By JL_Salazar

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Las reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la... More

REGLAS DEL JUEGO
PRELUDIO
PRIMERA PARTE
1. EL COMIENZO
2. ENTRÉGOME A TI
3. EL BESO DEL ESPÍRITU
4. DESPERTAR
5. TU VOZ ENTRE LAS SOMBRAS
6. LA IDENTIDAD DEL ESPÍRITU NEGRO
7. LA MIRADA DEL ÁNGEL
8. PADRE MORT
9. SENTIMIENTOS EN BATALLA
10. INVOCACIÓN
11. PRINCESA DE LA MUERTE
SEGUNDA PARTE
12. EN LA CASONA BASTERRICA
13. INCONVENIENTES
14. CASTIGADOS
15. LA SANTA INQUISICIÓN
16. DÉJAME ENTRAR
17. MELODÍA NOCTURNA
18. ANANZIEL
19. EN LA FIESTA DE GRADUACIÓN
20. LA APARICIÓN DEL ÁNGEL
21. NUEVOS ESTRATAGEMAS
22. ARTILUGIOS
23. EN EL BORDE DE LA TORRE
24. DELIRIOS
26. BESOS DE SANGRE
27. VENENO, DOLOR Y PARTIDA
28. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ETERNA
TERCERA PARTE
29. ENTRE LAS LLAMAS Y LA MELANCOLÍA
30. ESPÍRITUS GUERREROS
31. GRIGORI
32. LA HERMANDAD DEL MORTUSERMO
33. EN EL EXPIATORIO
34. EL LAMENTO DEL ÁNGEL
35. NUEVO COMIENZO
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS

25. RECUERDOS PERDIDOS

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By JL_Salazar

Me despertaron unos desconcertantes dolores procedentes de mis brazos que me hicieron gemir e incorporarme de manera abrupta. Tenía la sensación de que un montón de arañas prendidas en fuego caminaban por mis brazos mientras que otras trataban de enterrarse en mi carne. Sentía un ardor sin precedentes, como si tuviese decenas de heridas profundas en mi piel y en cada una de ellas alguien les esparciese ácido o alcohol.

—¡Ay, nooo!

Tuve que saltar de la cama para revisar el motivo de mi malestar. Así descubrí dos sucesos que me dejaron momentáneamente petrificada: uno, mis dos brazos tenían pequeñas cortaduras con líneas imprecisas cuyas profundidades no merecían puntadas en un hospital: dos, y no por ello menos espantoso, los cuatro muros de mi habitación estaban atestados de espantosas frases demoniacas escritas con la sangre que aparentemente había salido de mis propias heridas, unas en castellano, otras cuantas en latín.

Eran frases satánicas y de invocación que por su peligrosidad y poder diabólico no pueden ser escritas en esta narración. Me sorprendió que llevara puesta la misma ropa del día anterior. El Cristo que antes había estado colgado arriba de mi cabecera ahora estaba fragmentado en el suelo, junto a mi buró derecho. Las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe y de Santa Elena de la Cruz también habían sido profanadas, lo que promovió en mi corazón un enorme deseo de gritar de desesperación, odio y terror.

—¡Cristo bendito! ¿Qué pasó aquí?

Todavía con mis piernas inmóviles me obligué a girar mi cara rumbo al buró que sostenía el reloj-alarma, y cuál sería mi sorpresa al descubrir que eran casi las cuatro de la tarde. ¿Cómo era posible que hubiese dormido tanto? Me rehusaba a creer que mi madre no hubiese echado en falta mi presencia en el desayuno y en la comida. ¿Me habría dejado dormir tantas horas sin que pasase por su mente la posibilidad de que yo hubiese enfermado? Confiaba en que no hubiese estrado en mi habitación y que no hubiese leído las sangrientas locuciones malignas que cualquiera que las hubiese visto podría haberlas encontrado tan perversas como escalofriantes, dignas de un psicópata.

No perdiendo más el tiempo corrí hasta mi bolso, de donde extraje los escapularios que mi Liberante había fabricado para nosotros, mis retribuciones y mi emblema de Excimiente. Por último saqué la botellita de cristal que contenía el aceite bendito y procedí a hacer exactamente lo que Zaius me había pedido.

Me senté frente al espejo y, aún con todo el dolor que mi hazaña iba a traer consigo, esparcí sobre mis heridas gotitas de aceite bendito y como pude las distribuí con lentitud por lo largo del brazo. Así lo hice primero con uno y luego con el otro. Tuve que reprimir mis gritos de dolor muy dentro de mi alma si no quería atraer la atención de mis padres. Lo que me importaba en ese momento era lograr cerrar las heridas, y si no se cerraban, al menos consolarme con saber que un aceite santificado había recubierto aquellos cortes cuyos trazos no podrían traerme nada digno de alabanza. De por sí ya había sido marcada antes con un águila dorada, ¡y ahora esto!

Posteriormente me puse uno de los tres escapularios rojos en mi cuello no sin antes rezar la oración en latín que Zaius había escrito sobre sí, y finalmente me santigüé con el espeso aceite y unté su humedad sobre cada uno de mis párpados y mi pecho, justo en mi corazón, haciéndome la señal de la cruz. Tardé en reconquistar mi valía y otros tantos minutos en ordenar la habitación. Lo difícil sería sacar las manchas de las paredes. Aun si mi padre jamás entraba a ella, sí lo hacía con frecuencia mi madre. ¿Qué iba a ocurrir si ella descubría aquellos espantosos rayones, suponiendo que no los hubiese visto ya?

Salí a hurtadillas hacia el aseo y me hice de jabón, un estropajo y agua tibia. Pero nada funcionó. La sangre seca al contacto con el agua se hacía más líquida y se manchaban más las paredes.

—¡Maldita sea!

Desesperada por no lograr mi cometido no pude más que darme por vencida y pensar en qué iba hacer para explicar semejante monstruosidad a mis papás.

Pensando en monstruosidades estaba cuando recordé que aquella noche Alfaíth había prometido ir a mi casa a cenar, lo que no hacía de mi día algo especialmente reconfortante. Me cambié de vestido por uno más claro con mangas largas que ocultaran mis heridas y, no sin antes cerrar con llave la puerta de mi habitación, salí y fui a la cocina llevando el ánfora de agua bendita que había robado previamente.

Cuando me aparecí en la cocina reparé que estaba vacía, para mi buena suerte, así que me acerqué al horno y descubrí que mi madre estaba horneando un pollo con mantequilla. Mirando hacia todos lados para corroborar que no era descubierta por alguno de mis padres, abrí la puerta del horno, cuyo exquisito aroma humeante y dulce se restregó en mi nariz, y vertí sobre el pollo agua bendita y un poco de aceite santificado.

—Muy bien, maldito y putrefacto Alfaíth, esta noche va la mía —sentencié entre dientes, viendo en mis fantasías a Alfaíth muriendo al ingerir tales alimentos.

—¿Decías algo, hija? —murmuró mi madre cuando se apareció en la cocina.

—¡Ay! —chillé lanzando el ánfora en el suelo. Mi madre se aprontó a recogerla y a darme un beso en la frente cuando estuvo a mi altura —. Ay, Ma...má, por poco me matas del susto. —Procuré que mi sonrisa fuera lo más benevolente posible cuando la miré.

Ella me devolvió la sonrisa y se dispuso a vigilar la comida en la estufa sin detenerse a preguntar qué hacía yo con su ánfora de agua bendita.

—¿Cómo que matarte del susto, encanto? —dudó—. A menos que estuvieses concentrada en una travesura no veo por qué te asustaste tanto.

—¿Trav...esuras... yo? —dije, gesticulando una gran «o» en la última frase para simular inocencia, esbozando el gesto más angelical que pude formar—. Lo que pasa es que vine a ver cómo estaba la comida. Hace mucho que no te ayudo a cocinar. Y, pues, como sabrás... esta noche viene Alfa... Pichardo.

Mi madre meneo la cabeza, lo que evidenciaba su negativa a mi idilio con Artemio, y añadió, mientras se quitaba los guantes de las manos:

—Puedes hacer un postre si quieres, hija. Sabes que tu padre queda fascinado especialmente con el flan.

En lugar de responder afirmativa o negativamente sonreí. Entre mis planes no estaba cocinar un flan para mi padre y mucho menos para Alfaíth; mis deseos más bien residían en asesinar a éste último esa misma noche de una vez por todas si es que me era posible.

Al ver que hice caso omiso a su propuesta, mi madre me dijo:

—No me has platicado cómo te fue hoy en la casa de la señorita Basterrica.

—¡¿Qué?! —De haber sido una maquina cualquiera, me habría destornillado en ese preciso momento. Me replegué en el refrigerador, y sacudí mi cabeza en un vano intento por interpretar lo dicho por mi madre.

—Fuiste con ella, ¿no es así? —me preguntó, mirándome con el ceño fruncido—, ¿no fue allí a donde fuiste esta mañana cuando saliste de casa?

¿Yo en la casa de Estrella esa mañana? ¿A caso no acababa de despertar recientemente?

—Sí... sí... yo fui... —balbucí. La serenidad no estaba siendo mi mejor aliada en ese momento, por lo que me dije que debía de respirar. ¿Cómo habría podido salir esa mañana si acababa de despertarme? A menos que... claro. Que por alguna razón no lo recordara.

—¡Gracias al cielo volviste antes de que cayera la tormenta! —dijo mamá—. Lo bueno que tu padre salió a trabajar y no vuelve hasta el atardecer. Pero volviendo contigo, hija, me pareció extraño que ni siquiera quisieras comer a tu regreso, ¿comiste con los Basterrica? Debiste de llegar muy cansada, por eso decidí dejarte descansar y no molestarte. De todos modos me preocupas, muchacha. ¡Mira cómo estás! Pálida como una vela de parafina. Ve a sentarte un rato, pequeña, voy a prepararte un juguito de betabel.

—Sí...este, mamá —tartamudee—, ahora que hablaste de Estrella... recordé que debo de consultarle algo por teléfono, ¿puedo llamarle mientras me haces mi jugo?

—Desde luego, cielo.

En un santiamén ya estaba colgada del teléfono, horrorizada.

—¡Estrella...! —dije, cuando ella respondió del otro lado—. ¿Cómo estás?

—¡Estoy que me lleva la chingada! —contestó eufórica—. Es el imbécil de Bobby, Sof, el amante de mi madre. Esta mañana lo enfrenté, le hice saber que mi papá pronto volvería y que por eso necesitaba desaparecer de nuestras vidas. Tú sabes, Sof, que papá tuvo un infarto hace poco y un nuevo disgusto podría matarlo. Papá ni siquiera tendría que hacer un viaje tan largo de Italia hasta México, pero es tan necio como yo. Bobby tampoco parece preocupado por su regreso, por el contrario: es de la opinión de que si papá descubre de una vez por todas el idilio que mantiene con la cenutria de mi madre será tan oportuno como si se muere. ¡Ese tipo es un asco de hombre!¿Sabes qué más hizo el muy pendejo? ¡Trató de besarme! De hecho me ha estado coqueteando últimamente. No, coqueteando no, más bien me está acosando. Lo peor de todo es que mi madre no me cree nada de lo que le he dicho. Cuando se lo conté me tildó de embustera: creyó que era un invento mío para desprestigiar a Bobby. ¡Pero te juro que si este imbécil no se aparta de nuestras vidas, le arranco los huev...!

—¡Ay, Estrella, eso es horrible! —exclamé interrumpiendo sus oraciones.

—Pero... ya... ya... —se obligó a tranquilizar. Ella era de la clase de personas que hacía de sus aflicciones nuevas fortalezas u oportunidades. Y cuándo añoraba ser como ella—. Si me estás hablando es por una razón, ¿no? Dime lo que te sucede.

—Sólo quiero saber una cosa, Estrella, ¿hoy estuve en tu casa? —lo solté tal cual.

—¿De qué hablas? —se sorprendió ella.

—Vaya, lo sabía. No estuve en tu casa. Estrella creo que estoy metida en un gran lío. Tengo razones para pensar que tus teorías son ciertas.... Y... estoy siendo poseída por Ananziel.

Apenas me bebí el jugo de betabel cuando Estrella se apareció en mi casa envuelta en una chamarra rosa que parecía muy abrigadora. Con el permiso de mi madre la arrastré a mi habitación para hablar con ella en secreto una vez que el chofer se marchó.

—¡Santas locas Excimientes! —bramó petrificada cuando la interné a mi cuarto y cerré la puerta con seguro—. No sabía que entre tus ordinarias devociones estuviese el hacer grafitis. Déjame adivinar, Rigo te ha estado instruyendo sobre cómo ser la matrona de las malandrinas del barrio. ¡Cielos, Sofía! A veces tu falta de equilibrio mental llega a límites insospechables.

—¡Estrella! —la reñí acercándola por el brazo hacia los muros azul pálido de mi habitación—. ¿Ya te diste el tiempo de leer algunos de mis supuestos «grafitis», que no son «grafitis»? ¡Son rezos satánicos!

Ambas tragamos saliva y al cabo de dos segundos ella comenzó a leer cada una de las frases. Como era de esperarse se puso lívida, por lo que le acerqué una silla para que reposara. Yo me senté, a mi vez, en el borde de la cama, frente a ella.

—¡Sof... esas letras pintadas junto a tu cabecera... son...! —chilló.

—Algunos son salmos reversados —me apuré a decirle.

—¿Están escritos... al revés? —De los nervios no hacía sino peinarse su mojada cabellera con los dedos, cuyas uñas tenían un corazón rosado.

—Sí, Estrella. He estado leyendo algunos libros que guardaba recelosamente mi padre en la biblioteca, y por eso sé que en las congregaciones satánicas los salmos cantados o escritos al revés, no sólo desvirtúan su significado original, sino que promueven el nacimiento de portales por donde escapan espíritus y demonios. ¿Ves esa cruz invertida que está junto a mi ventana? —le señalé con la nariz—. Además de ser el símbolo de san Pedro, que murió en una cruz puesta al revés, es también uno de los principales símbolos protagonistas durante las praxis de las misas negras.

—¿Misas negras? —preguntó ella sin despegar sus ojos de los muros.

—Son emulaciones profanas de las misas católicas. Tratan de celebrar el mismo rito salvo que las misas satánicas tienen aberraciones tan feas que si las supieses vomitarías de asco. Según entiendo, un rito satánico no es lo mismo que una misa negra, sin embargo, ambas se asemejan por su perversidad y los sacrificios de animales y a veces de humanos que ofrecen a sus deidades. ¡Es horrible, Estrella! Existe un rito en particular de la orden de Balám cuyo propósito principal es que éste demonio se manifieste en medio del rito y conceda poder y gloria al sacerdote rojo, que es el líder de la secta. Para ello se requiere que el sacerdote se despose de una joven virginal de sentimientos benévolos y posteriormente la veje con actos impropios en compañía de cada varón participante. ¡Alfaíth es el sacerdote de la orden de Balám, Estrella, y a mí me quiere como su esposa! ¿Sabes lo que eso significa?

—¡Quiere sacrificarte para recibir el poder de ese inmundo demonio!

—Y lo hará tan pronto como uno de mis padres me entregue a él en cuerpo y alma. No puede tomarme como suya si al menos uno de ellos no rompe el lazo familiar que me mantiene a salvo. Además, creo que si matan a mi espíritu, ocuparán a mi cuerpo vacío para que retorne Ananziel en él.

—¡Sof, me estás volviendo loca! —se a sinceró Estrella, que había endurecido sus facciones por el pavor—. ¿Puedes explicarme textualmente cómo es que sabes que Alfaíth te quiere como su esposa, para luego sacrificarte, con la intención de ser bendecido prácticamente por el mismo demonio y después hacer retornar a Ananziel en tu cuerpo?

Y le conté sobre las falacias que Alfaíth había urdido respecto a nuestro noviazgo y cómo ante mis padres ahora él y yo éramos un par de enamorados que se profesaba un amor imperecedero. Estrella maldecía a Alfaíth de cuando en cuando durante mi narración y en otras tantas partes me recriminaba el haberles ocultado cosa semejante.

—¡Ay, Sofía Cadavid! Esto me aterroriza cada vez más... una cosa es estar inmersa en un juego diabólico y otra muy distinta que una secta diabólica nos esté acechando. Por un lado estamos tratando de rescatar a un espíritu del inframundo, por otro, una secta satánica autonombrada como «orden de Balám» pretende matarte. Luego está la nueva Santa Inquisición, (que se supone había sido derrocada desde hace siglos) y que ahora ha retornado y se dedica a cazar brujas, espíritus y demonios, sin pasar por alto que recluta o mata a los humanos que poseen poderes sobrenaturales. Y para rematar está Ananziel, una presunta zorra que murió hace más de dos siglos y que ahora pretende resurgir en ti. Ya nomás falta que una vaca voladora me cague en la cabeza.

Ambas concluimos en que mis recuerdos perdidos de la mañana se debían a que Ananziel había obrado a través de mí, por lo que el más grande misterio en ese instante era, ¿a dónde me había obligado ir Ananziel esa mañana y por qué yo no lo recordaba?

—¿Te das cuenta que casi todos nuestros problemas han sido provocados por Ananziel? —concluí—. Ella en el pasado fue la fundadora de la orden de Balám, ella corrompió a Alfaíth para que fuera cómplice de sus fechorías. Además, y no lo dudo ni un poco, ella hizo que mi áng... Zaius, empleara parte de su poder para forjar el maldito libro. No cabe duda de que ella fue la causante principal de que el Mortusermo naciera y que ahora estemos aquí, metidos en todo este lío.

—¡Maldito sea el espermatozoide que fecundó el óvulo que produjo el embrión de la perra de Ananziel! —desdeñó Estrella presa de la cólera.

—Amén. —murmuré. Luego añadí—: Siento que Ananziel me está consumiendo por dentro, Estrella. Ella está tratando de encarnar dentro de mi cuerpo, y para ello está pretendiendo matar a mi espíritu, ese espíritu que ahora te habla. Lo peor es que... mi cercanía con Zaius me debilita todavía más.

—¿Qué quieres decir con «me debilita todavía más»?

—Es literal. Zaius cree que mis sentimientos para con él alimentan su espíritu y como consecuencia el mío se consume. ¿Entiendes eso? ¡Entre más lo amo más me muero!

—¿Por qué habrías de amarlo, atarantada? —se sorprendió Estrella, sacudiendo la cabeza—. Es decir, no tiene sentido. Nadie ama a un muerto sobre todo si nunca antes lo conoció. Salvo que ahora está encarnado en el bombón de Joaquín, él sólo es un ser etéreo. ¿Cómo puedes tener tanta estima por alguien que no existe en la realidad? Son contadas las veces que lo has mirado. Así que no me vengas con sandeces de que estás perdida e idiotamente enamorada de él.

—¡En el expiatorio Zaius no es etéreo, allí nadie lo es, allí todos son reales! —me defendí—. De hecho, cada espíritu parece tener el cuerpo de su última vida. Y respecto a mis sentimientos para con Zaius... ¿Cómo decírtelo? Por un lado tengo la opinión de que el beso con el que me selló me vinculó a él de un modo muy íntimo que provocó que despertaran en mí emociones difíciles de disolver. Pero por otro lado... él es un ser especial para mí, Estrella. No es difícil amarlo si lo conoces a profundidad. Es la criatura más... virtuosa y misericordiosa que he conocido en mi vida. Y qué decir de su hermosura: es tan bello cual ángel celestial. ¡Él es inenarrablemente hermoso: alto, blanco, vigoroso; su cabello es tan largo y platinado como una cascada de plata fundida, y sus ojos azules tan profundos como...!

—¿Estás describiéndome un modelo, un ángel o un espíritu del inframundo, Tontafía Cadavid? Pareces enamorada de su figura, no de sus sentimientos. ¡Esto no es amor, Excimiente bruta, es infatuación! Deberías de ver ahora mismo tu estúpida cara. ¡Pareces perro enyerbado!

—¡Te lo digo con palabras que salen de mi corazón, Estrella, tú no me comprendes!

—Lo único que sale del corazón de las personas es sangre, no palabras —contestó ella torciendo un gesto—. ¡Ay, Sof! ¿Qué se supone que hagamos ahora?

—Tenemos que reunirnos cuanto antes con los muchachos —propuse.

—Sí, sí, eso haremos —convino conmigo—. Ya mismo le digo a Ric que reúna a Rigo y a Zaius en la capellanía. A nosotras que nos lleve mi chofer. —Luego de una pausa que utilizó para teclear en su celular, Estrella abrió los ojos como plato tan pronto como me miró—. ¡Sofía! ¿Qué diablos estás haciendo?

—¿Qué estoy haciendo de qué...? —dije cuando terminé de bostezar—. Solamente bostecé.

—¡No mientas, te estás transformando en el diablo o en Ananziel!

—¡Estrella, por Dios, solamente bostecé!

—¡Ay, Sof! Debe de ser cierto puesto que dijiste «Dios» sin quemarte o retorcerte. De cualquier modo tus revelaciones me tienen extremadamente paranoica. Así que te ruego encarecidamente que no hagas nada raro a menos que quieras que te mate.

—¡Pero si solamente bostecé, eso no fue raro!

—¡Pues no bosteces más, no ahora que una bruja negra te está asechando!

Respiré profundamente, encogiéndome de hombros.

—¡Si es posible tampoco respires!

—¡Estrella!

—Y no hables.

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