Forbidden [HANK x CONNOR]

By Daikiraichan

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Hank Anderson, teniente de policía de Detroit, vive su apacible y tranquila vida junto a su esposa Katherine... More

Capítulo 1: Fuerza magnética
Capítulo 3: Not just a Machine
Capítulo 4: Lullaby of Cain
Capítulo 5: Hate me, please
Capítulo 6: Unfaithful
Capítulo 7: Falling away with you
Capítulo 8: This feeling
Capítulo 9: I think I love you...
Capítulo 10: El corazón quiere lo que quiere
Capítulo 11: Gasoline
Capítulo 12: The Letter
Capítulo 13: Nothing's gonna change my love for you (FINAL)

Capítulo 2: Promises I can't keep

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By Daikiraichan

NOTAS DEL AUTOR

¡Siento haber tardado un pelín en actualizar! Pero por fin aquí os traigo el segundo capítulo. Gracias a todos y todas por los comentarios y el amor que me dais, de verdad. Me siguen lloviendo ánimos y palabras bonitas por "El verano de Connor" y yo todavía estoy cómo que no me lo creo. No me creo que os haya gustado tanto. Gracias, muchas gracias. 

Responderé a los comentarios atrasados, lo prometo! Iré un poco lento, pero estoy pendiente ^^ 

Credits: Ilustration by @Krabat__ (Twitter) 

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

- ¿Mamá, puedo llevarme estos cereales? –preguntó el niño, cogiendo la colorida caja de la repisa a la que casi no alcanzaba.

Hank y Katherine se encontraban tirando de un carrito de la compra en unos grandes supermercados cerca de las afueras. Era final de mes y las alacenas de la familia se encontraban casi vacías, sobre todo para el joven Cole, que requería un gran arsenal de porquerías azucaradas que su madre evitaba comprar pero que su padre consentía.

La mirada de Katherine reprobaba la elección de cereales de Cole, pero el niño puso un tierno gesto y juntó sus manitas como en un rezo, repitiendo varias veces "por favor" en un ruego. No pudo evitar ablandarse y coger la caja, metiéndola dentro del carro. El niño lo celebró con un satisfactorio "¡Bien!" antes de salir corriendo, imitando un avión que planeaba por la sección de cereales y que se desviaba en el primer pasillo a la izquierda, desapareciendo de la vista de sus padres, que caminaban lentamente, despreocupados.

Cuando giraron la esquina, Hank se encontraba hablando con su mujer sobre las próximas vacaciones que debía cogerse del trabajo –ya que le debían unas semanas del año pasado-, cuando el niño les sacó de la conversación:

- ¡Mamá, papá! ¡Aquí está el chico con las luces en la cabeza! – Y sonrió de oreja a oreja a su nuevo amigo.

Hank interrumpió la conversación con su mujer para mirar al frente. Se encontró con la mirada amigable del androide que vivía delante de su casa.

Connor.

- Cole, eso no se dice...-reprendió Katherine al niño, al que colocó entre sus piernas mientras se acercaba a Connor con una sonrisa jovial-. ¡Hola, ¿qué tal?! –saludó animadamente-. ¡Cuánto tiempo! –bromeó.

- Buenas tardes, señores Anderson –Connor sonreía y se mostraba amigable. Tenía una pequeña cesta con unos productos de limpieza y de bricolaje-. Estaba comprando algunas cosas para mi nueva casa, cuando este piloto de altos vuelos me interceptó  –dijo el androide, mirando hacia abajo, a la carita iluminada de Cole.

- Sí, es un poco travieso, ya lo irás conociendo –dijo Katherine, acariciando la cabeza de su hijo.

- ¡Me cae bien, mami! –le dijo el niño, antes de irse otra vez del pasillo, planeando como un avión con los brazos levantados.

Los adultos rieron, aunque Hank observaba taciturno la escena. Se sentía tremendamente incómodo, y no quería abrir la boca. Pero su mujer le dio un codazo, como instándole a ser amable con el androide.

- Hank me estaba diciendo que pronto tendrá vacaciones –comentó la mujer, para abrir un tema de conversación. Quería que el chico se sintiera aceptado en la pequeña comunidad que tenían montada en su barrio y ella se sentía en la responsabilidad de facilitarle el tránsito en el nuevo entorno-. La verdad, es un alivio, en esa comisaría le sacan el cuero, ¿verdad, cariño?

-Supongo... -gruñó el canoso.

- ¿Es usted policía, señor Anderson? –preguntó directamente Connor, mirándolo fijamente, con curiosidad genuina en sus brillantes ojos avellana. Su gesto parecía el de un cachorro curioso.

- Teniente... Trabajo en homicidios –dijo con voz lúgubre, pero no pudo evitar sentirse orgulloso y con una pizca de intención de impresionar al joven con sus logros.

- Eso es fascinante –susurró el androide, mirándolo con admiración. Hank sintió cómo se le estremecía el cuerpo entero bajo aquella mirada.

- Bueno, bueno, ya sabes lo que dicen, detrás de un gran hombre hay una gran mujer –dijo Katherine de broma, haciendo un gesto melodramático de reverencia-. ¿Verdad, cariño, qué harías sin mí? – y tras una risa coqueta, le dio un beso en la mejilla.

- Su mujer es increíble, teniente. Ya solo por conseguir que los vecinos me acepten merece una medalla –bromeó el androide, mostrando sus dientes perfectos en una sonrisa-. Mi trabajo empezará cuando comience el curso escolar. Soy profesor.

Hank lo miró de soslayo. Nunca habría dicho que un joven como él se dedicara a la enseñanza. Él no entendía mucho de androides, pero los que habían sido diseñados para la enseñanza (en el colegio de Cole había unos cuantos) no se parecían físicamente a Connor. Realmente nunca había visto un prototipo igual a Connor y había conocido a muchos modelos de androides a lo largo de su carrera. Katherine también se sorprendió gratamente y celebró haberlo conocido.

- ¡Esto es mucha casualidad! –miró a Hank, buscando la acostumbrada conexión mental que disfrutaba la pareja, pero Hank no estaba pensando en lo mismo que ella-. Estamos buscando profesor particular para Cole, este año ha experimentado problemas de concentración en las clases y necesitamos refuerzo... -pareció meditar unos segundos-. Tal vez es muy confianzudo preguntártelo, pero... ¿te gustaría darle clases particulares a nuestro hijo? Te pagaríamos, por supuesto.

Pasaron unos segundos de silencio, imperceptibles para Katherine, pero muy notorios para Connor. El androide y Hank intercambiaron unas extrañas miradas, como si aquella conexión mental se hubiera trasladado a ellos. Hank se sintió tremendamente confundido y en cierta manera, espantado por la sensación que le sobrevenía.

Antes de contestar, Connor sonrió elegantemente.

- Será un enorme placer, por supuesto que acepto.

En ese momento apareció Cole de nuevo por el pasillo, aburrido de deambular por el supermercado en busca de sus padres.

- ¡Pero todavía seguís aquí! –dijo, sintiendo aburrimiento.

- Ya vamos, mi amor... Bueno, Connor, nos encantará empezar las clases cuando tú puedas...-Katherine quería conseguir un día concreto con el androide, pero Cole no paraba de tirarle de la falda y de repetir que se dieran prisa-. Vivimos enfrente... no tienes excusa.

- Le tomo la palabra –le dijo Connor, guiñándole un ojo.

Hank dio un respingo, aunque sabía que aquel guiño no había sido dirigido a él. Se despidieron del joven y comenzaron a caminar por el siguiente pasillo, de pastas y arroces.

- Es un joven encantador... -alcanzó a escuchar Connor de los labios de Katherine mientras se alejaban.

El androide no pudo evitar sonreír, antes de continuar su camino por el supermercado.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

El teniente Anderson por fin había llegado a casa después de una larga jornada laboral. La noche ya había caído en Detroit y el frío recorría las solitarias calles de su tranquilo y apacible barrio.

Aparcó el coche como de costumbre dentro de su garaje y cuando se disponía a bajar del vehículo, miró hacia la parte trasera del mismo, donde descansaba una prenda de ropa ajena.

La chaqueta de Connor estaba bien doblada en el asiento trasero del coche, justo detrás del copiloto. La había cogido la mañana siguiente desde que el joven la había olvidado y a hurtadillas la había guardado en el maletero. Lejos de su casa, una vez había llegado a la comisaría, la había doblado con esmero y la había colocado en la parte trasera, como si no quisiera quitarle la vista de encima.

Después de mirarla largo rato, la dejó nuevamente dentro de su coche y salió.

Sentía que aquella prenda le estaba quemando en sus manos. La había mantenido oculta de los ojos de su esposa y no sabía muy bien por qué. Sólo sabía que no quería que ella supiera que la tenía y que deseaba entregársela en privado al joven vecino.

Hank se había estado preocupando seriamente de aquella extraña actitud que estaba tomando cada vez que el androide rondaba sus pensamientos o cuando lo veía en el jardín desde su ventana. No entendía nada de lo que le estaba sucediendo, pero comenzaba a asustarse. Nunca había escondido nada a Katherine, y ahora se encontraba mintiendo y ocultando pensamientos y acciones. ¡Además, sin ningún motivo!

Tenía que deshacerse de aquella chaqueta cuánto antes, no podía seguir por aquel extraño camino. Estaba delante de la puerta de su casa, pero dio media vuelta, acudió de nuevo a su coche en el garaje y sin meter mucho ruido, abrió la puerta trasera del vehículo para agarrar la prenda; la apretujó contra su pecho mientras que, decidido, cruzaba el jardín de su casa y la carretera que dividía las calles.

Con los pies en el pasto que ahora pertenecía al androide, alzó la mirada y enfrentó la casa de madera que había acogido a la familia Evans y que ahora albergaba a un ser creado por los seres humanos a imagen y semejanza.

Se decidió a dar el primer paso y comenzó a caminar hacia la puerta del joven. La noche ya era cerrada y las farolas de la calle eran la única iluminación que había en aquel porche. Se preguntó si sería adecuado pasarse por la casa de un desconocido a esas horas. Se encontraba vestido de uniforme, con la placa guardada dentro de la chaqueta y la pistola reposando en su cartuchera. No era la mejor impresión, pero estaba dispuesto a darle aquella chaqueta y salir corriendo de allí.

Cuando se disponía a tocar en la puerta, se dio cuenta de que ésta estaba entreabierta. Entrecerró los ojos y frunció el ceño, pensando enseguida en que había sucedido algún suceso delictivo y su instinto de policía le hizo sacar la pistola con mucho sigilo y cuidado y adquirió actitud de detective, entreabriendo más la puerta con delicadeza, escuchando lo que podía provenir del interior, preparado para que cualquier asaltante saliera corriendo de entre las sombras. Dejó la chaqueta a su vez en el rellano de la puerta antes de internarse lentamente.

La casa se encontraba en tinieblas, pero del fondo de lo que él recordaba que era el estudio de los Evans, provenía una luz amarilla.

Señaló con la pistola a varias direcciones, relajándose de inmediato al descubrir que estaba solo en la sala principal. Observó por encima la cocina, desde la puerta, camino al pasillo de donde se originaba la luz.

Se dio cuenta en la oscuridad que los muebles de los Evans seguían ahí. Habían vendido la casa amueblada, aunque faltaba toda seña de identidad. Lo que sí pudo apreciar entre las sombras eran muchísimos libros en las estanterías. Libros de verdad. Se sorprendió al verlos y supuso que aquellas eran las pertenencias del androide, las que había traído en aquellas cajas de mudanzas.

Tragó saliva y comenzó a acercarse a la luz, con la pistola en ristre. Debería haber gritado "Policía, ¿hay alguien ahí?" pero prefirió coger por sorpresa al ladrón que se había colado en la casa del androide. Tal vez había desarmado al joven y estaba intentando robar sus piezas. Había escuchado en la estación que los androides eran tremendamente caros y que existía un mercado negro dedicado a su contrabando. Él nunca había llevado ningún caso de esas características, pero creía a pies juntillas a sus compañeros del cuerpo de policía.

No pudo evitar sentir una punzada de lástima en su corazón. Aquellos ojos avellanas brillaban de vida... Solo esperaba que los androides no pudieran sufrir.

Estaba deslizándose por el pasillo, cubriendo su espalda en la pared cuando por fin pudo vislumbrar de reojo el interior del estudio.

Era una habitación con una ventana que daba hacia la casa de al lado, tenía unas suaves cortinas que corrían con el frío viento que provenía de la calle. Dentro de la estancia había un escritorio con un ordenador de holograma encendido sobre la mesa de madera. Una pequeña lámpara de pie era la fuente de luz amarilla, que daba a una mesita llena de libros, la clásica pila de lecturas pendientes.

Sus ojos azules visualizaron entonces al androide.

Sobre el sillón de los Evans, aquel sillón de cuero curtido y oscuro, donde se había tomado tantos whiskies con el viejo Peter, se encontraba Connor, acostado cómodamente de lado, apoyando su cabeza en su propia mano, mientras fijaba su mirada en las letras de un libro. Hank no pudo evitar notar que no llevaba camisa, que sus músculos se marcaban bajo la piel –que suponía sintética, no entendía de androides-, e incluso cayó en la cuenta de cómo se le marcaba la cadera, que quedaba a la vista porque los pantalones de pijama que llevaba le venían grande. Su cabello se encontraba un tanto revuelto y le caía sobre la frente y sus largas pestañas proyectaban una sombra sobre sus blancas mejillas. Su rostro expresaba tranquilidad.

Connor escuchó el jadeo retenido de Hank, debido a la sorpresa y la impresión de encontrarlo allí cuando lo esperaba desarmado y sin piezas y dirigió su mirada avellana hacia el mayor.

Al ver que su vecino Hank Anderson le estaba apuntando con una pistola, abrió de par en par sus ojos castaños, y se incorporó en un lento y precavido movimiento, levantando las manos como en las películas, demostrando que no tenía ningún arma ni suponía una amenaza para el policía.

- ¡Teniente Anderson! –dijo con sorpresa y su cara reflejó un sentimiento de pavor y confusión.

- Por Dios Santo... -Hank bajó el arma, alarmado por su propia paranoia. Había hecho una locura entrando en aquella casa sin pedir permiso-. ¡No es lo que crees! –le dijo, sin saber muy bien qué podía creer el androide, que seguía con las manos en alto, enseñando las palmas de sus manos-. Iba a tocar a la puerta, pero estaba abierta y todo a oscuras. He pensado lo peor y... -miró la pistola en su mano y la guardó suavemente en la cartuchera, sonrojándose.

Había arruinado el momento de lectura del joven. Antes de que se diera cuenta de que estaban compartiendo aire en la misma habitación, Hank había podido apreciar la paz en sus facciones. Paz que ahora había sido sustituida por confusión y tensión.

- Menos mal... -suspiró el androide, bajando los brazos y luego sonrió al teniente, levantándose del sillón. Su cuerpo perfecto de androide hizo que Hank se sintiera incómodo-. Pensé que mi hora había llegado... Es así como le dicen los humanos cuando se acerca la muerte, ¿verdad, teniente?

- Sí... creo que sí –Hank comenzó a rascarse la cabeza y decidió aclarar por qué estaba en su casa-. He venido sólo a dejarte esto...- y buscó inconscientemente a su alrededor, y se acordó de que la chaqueta la había dejado fuera, en la puerta-. Mierda, la dejé tirada en la entrada. Un momento...

Connor vio como el mayor desaparecía por el pasillo.

Hank recogió la prenda del suelo y la sacudió, pensando en mil cosas a la vez, todas negativas y todas dirigidas hacia sí mismo. Cuando volvió a entrar, Connor lo había seguido hasta la sala, que daba directamente con el recibidor y ya había encendido las luces. Ahí Hank pudo observar el minimalista salón-comedor y notar lo cambiada que estaba aquella casa. Solo reconocía el sillón, el televisor de cristal y la antigua mesa de roble.

- Una mesa demasiado grande para mí, además de que nosotros, los androides, no disfrutamos de los placeres de la comida... por ahora –dijo como broma, sonriendo. Luego señaló a sus libros-. Esto de aquí sí que es mío -. Se acercó y Hank no pudo evitar mirarlo de arriba abajo, las luces ahora proyectaban sobras en su pecho desnudo-. Aquí tengo mi colección de novelas y ensayos narrativos. Me gusta mucho leer. Sé que es raro ver libros en formato físico en estos tiempos, pero... -acarició el lomo de los libros que reposaban sobre el mueble blanco, sus ojos deambulaban entre los títulos en relieve de los lomos-. Los libros tienen algo mágico y esa magia se pierde cuando me los descargo en mi sistema como meros ficheros –Hizo una pausa y lo miró con la cabeza ladeada-. Tienen su encanto, ¿no cree, teniente?

Hank escuchaba entusiasmado. Él también pensaba exactamente lo mismo, de los libros y de muchas otras cosas que la tecnología había conseguido desterrar al olvido de las nuevas generaciones. Se sintió más cómodo, a pesar de la semidesnudez del androide que, de forma muy estricta, se estaba obligando a no observar ni mostrar interés.

- Me sorprenden esas palabras viniendo de alguien que tiene un coche auto conducido aparcado ahí afuera –dejó caer con sorna. Connor se rio, sintiéndose culpable.

- Me ha pillado... Pero es que nunca he conducido un coche de marchas, teniente, creo que podría ser un peligro público y tendría que encerrarme –bromeó, guiñándole un ojo... ¿de forma coqueta? Hank no estaba seguro, pero sí que había comprobado que el joven parecía empezar a sentirse en confianza en su presencia.

- Yo podría enseñarte –dijo, siguiendo el juego de coqueteo sin pensar.

"¿Pero qué dices, maldito gilipollas? Cállate. La. Puta. Boca.", pensó de inmediato y de forma violenta en su fuero interno.

- ¿En serio? –la ilusión se podía leer en los ojos del androide, que se había alejado de la estantería-. Eso sería increíble, se lo agradecería muchísimo... Pero venga –se acercó al teniente, sin preocuparse de que no tenía camisa y de que los pantalones del pijama dejaban entrever su ropa interior. Puso el brazo sobre los hombros del hombre, levemente, casi rozándolo, instándolo a quedarse en casa-. He comprado cerveza, permítame invitarle a una.

- No, qué va, no puedo... -negó el canoso con la cabeza, farfullando. Todavía agarraba la chaqueta del joven en el puño. Debía estar hecha un guiñapo de tanto trote-. Mi mujer me está esperando, ni siquiera sabe que estoy aquí –aquello no debería haberlo dicho. Connor frunció el entrecejo, extrañado- Sólo quería traerte esto –le dijo, dándole la chaqueta en la mano, como si fuera un fardo-. Lo dejaste en mi casa el otro día.

- ¡Gracias! La había estado buscando –Cogió la chaqueta y como si no fuera importante, la dejó en el sillón sin más-. Con más razón me honraría muchísimo que al menos se tomara una cerveza como muestra de agradecimiento, por salvarme la vida... ya sabe –Le miró intensamente mientras sonreía.

¿Sólo estaba "actuando" de forma amable tal y como su programación le dictaba que hiciera o había algo más? Hank comenzó a tartamudear, nervioso e incómodo.

- Es-está bien –cedió.

Aquello cambiaría por completo su vida, pero Hank Anderson todavía no era consciente de las consecuencias de aquellos actos. Parecía algo inofensivo, ¿qué daño podía hacerle tomar una cerveza?

El joven sonrió, parecía feliz con el hecho de tenerlo allí como invitado. Se perdió en la cocina y Hank se sentó en el viejo sillón, que se quejó lastimosamente cuando su peso cayó sobre el lecho. La habitación le traía recuerdos, pero sabía que en aquella casa la vida había cambiado absolutamente. Incluso creyó vislumbrar el estuche de un violín en un rincón donde antes había estado la cama del perro de los Evans. Soltó una risa sarcástica; el viejo Peter odiaba la música clásica... Escuchó la nevera abrirse y cerrarse y luego el sonido de una chapa cayendo sobre el mármol de la cocina. Al minuto siguiente, Connor aparecía en la sala con una cerveza fría en la mano y un vaso.

- Tienes buen gusto, chico –dijo Hank, contento de ver que la cerveza que le ofrecía el androide era su marca favorita-. La Budweiser es la mejor cerveza de este país.

La cogió con algo de ansia. No se había dado cuenta de lo sediento que se encontraba. Ignorando el vaso que el joven le ofrecía, se llevó la botella a los labios y dio un buen trago. Jadeó de satisfacción al terminar de beber la primera estocada y cerró los ojos, saboreando el líquido dorado. Connor se sentó a su lado, muy cerca para ser vecinos, muy cerca para ser hombres que apenas se conocían. Hank lo notó, pero supuso que el joven no había interactuado demasiado con otras personas y no sabía cuál era la etiqueta de cada momento o cómo comportarse en cada relación, así que intentó pasarlo por alto e ignorar la cercanía.

- Para ser un androide, sabes comprar cervezas –dijo al fin, bajo la atenta mirada del joven que no había perdido detalle del momento.

- Me alegro porque... tengo la nevera llena de otras cómo esta –confesó, sintiéndose más cómodo y relajado al ver que el teniente también se relajaba con el alcohol.

Ambos se miraron, en un momento de silencio. Sus rostros se encontraban especialmente cerca. Hank incluso sentía la respiración del androide chocar en sus labios.

A Hank aquel silencio le pareció un silencio cómplice, pero no habían compartido ningún secreto. Eran como un rompecabezas al cual le faltaban piezas, pero el espectador entendía el dibujo sin necesidad de estar acabado, podía entrever la escena desde la lejanía, como aquellos cuadros artísticos con perspectiva.

De pronto el sonido de una melodía irrumpió en la silenciosa casa, matando la química que se había encendido entre ellos como una hoguera de verano.

Hank se sobresaltó, llevándose la mano al bolsillo interior de su chaqueta y sacando su viejo móvil. La pantallita del aparato rezaba "Katherine". Tragó saliva fuertemente y se levantó con ímpetu del sillón, dejando al androide sentado con gesto de sorpresa.

- He de irme de inmediato –anunció, metiendo de nuevo el teléfono dentro del abrigo, sin hacer caso a su mujer que lo volvía a intentar localizar-. Gracias por la cerveza, Connor y lamento haberte asustado.

- Pero... -Connor se levantó siguiéndolo hasta la puerta, con ojos desconcertados. No quería que se fuera-. ¿Puedo invitarle otro día a tomar unas cervezas? –intentó una última vez, en el umbral de la puerta, mientras el teniente bajaba los escalones del rellano, con apuro en el cuerpo.

Hank se detuvo en el último escalón y viró la cara para volver a mirar al androide a los ojos. No articuló palabra, pero le dedicó una mirada enigmática. Connor pudo leer en sus ojos azules que el teniente Anderson volvería.

Muy pronto.

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

- Estaba muy preocupada, por dios santo, Hank... -le recibió Katherine nada más sentir la puerta de entrada abrirse.

- Perdona, cariño, tuve un contratiempo en la comisaría... -mintió Hank descaradamente, mirando hacia el suelo, evitando encontrarse con los insidiosos ojos verdes de su esposa. Aquella mentira piadosa era muy arriesgada porque no sabía si ella había visto el coche en el garaje o si había llamado a algún compañero antes de intentar localizarlo, pero prefería arriesgarse a ser pillado que a contarle la verdad. Esperó en silencio su respuesta, mientras colocaba su chaqueta en el perchero.

- Pues podrías haberme llamado, no te costaba nada... -La mujer frunció el ceño. Parecía a punto de enojarse, pero no sospechaba nada extraño. Hank suspiró, aliviado.

- Lo siento, ¿vale? Ya sabes que últimamente, con todo el cambio de los androides y sus derechos, tenemos mucha burocracia y nuevos supuestos en los que no sabemos cómo actuar –se excusó, pasando de largo hacia el baño. Necesitaba refrescarse.

Katherine lo vio pasar a su lado y se quedó esperando su acostumbrado beso en los labios. Beso que nunca llegó. Se quedó en silencio, agarrándose la blusa que llevaba como pijama; miró a su marido perderse en el baño y no pudo evitar sentir una pequeña punzada en el estómago.

Esa noche Hank llegó a la cama y se recostó de espaldas a ella. Katherine apagó la última luz del cuarto y la habitación se quedó en un silencio sepulcral. Parecía como si una pared de hielo los separara.

No hubo cariños ni besos.

Y mientras se quedaba dormido, Hank Anderson se prometió a sí mismo que sería la última vez que mentiría a su mujer y que no volvería a pisar la casa de aquel joven androide.

Nunca más.

Pero aquella era una promesa que tarde o temprano se rompería en mil pedazos. 

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SOUNDTRACK 

Love in the morning - Ennio Morricone

Esta canción sonaba en mi cabeza justo en el momento en el que Hank sorprende a Connor leyendo en el estudio, como cuando Humbert descubre a Lolita en el jardín de su casa, leyendo un cómic. 

NOTAS DEL AUTOR 

¡Muchísimas gracias por leer hasta el final! Sé que vamos un poquito lento, que la historia se está desarrollando pasito a pasito. Ya se puede ver hacia dónde van los tiros pero... ¡no hagamos suposiciones precipitadas! jujujujuju Prometo que cogerá ritmo en unos capítulos más. Esta serie tendrá más capítulos que El verano de Connor, así que vamos a tomarnos tiempo para desarrollar el ambiente y las nuevas personalidades de estos personajes que tanto adoro. 

¡Espero no decepcionaros! Si queréis, podéis pedirme escenas que os gustaría ver, tal vez alguna encaje con lo que tengo pensado traeros <3 

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