Giro de guion

By lachinaski

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Aurora es un caos, su vida consiste en recordar con quién se acostó la noche anterior, intentar no pasarse co... More

¿Qué pasó con Ion Garrochotegui?
Hoy no me puedo levantar
Soy un desastre
Sufre, mamón
Teatro de la oscuridad
Adiós papá
Rey del Glam
Falsas costumbres
Queridos camaradas
Ellos dicen mierda, nosotros amén
La mala reputación
Ay qué pesado
Calle melancolía
Me cuesta tanto olvidarte
El blues del esclavo
Me colé en una fiesta
Flojos de pantalón
Lluvia del porvenir
Cruz de navajas
Mundo indómito
Qué hace una chica como tú en un sitio como este
Enamorado de la moda juvenil
Naturaleza muerta
Escuela de calor
No controles
Feo, fuerte y formal
Veneno en la piel
Veteranos
Manos vacías
Terror en el hipermercado
Segunda Parte: El nudo gordiano

Cumpleaños feliz

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By lachinaski




Cumpleaños feliz 


Aurora detesta el día de su cumpleaños, es lo que más aborrece en la vida. Le llueven millones de felicitaciones por parte de todos sus followers, resultándole casi imposible pasar el rato en las redes sociales debido a la cantidad de fotos, montajes y tonterías que sube la gente. Decenas de personas con las que no cruza palabra a lo largo del año de repente se acuerdan de su existencia, enviándole textos tremendos que parecen sacados de un grupo de autoayuda para ex politoxicómanos. También están los que aprovechan para pedirle favores con la excusa de felicitarla, o los fantasmas de noches pasadas, que intentan patéticamente conseguir un último polvo. En general un montón de personas molestas que le son totalmente indiferentes haciendo acto de presencia cuando lo único que ella quiere es dormir hasta que den las doce de la madrugada.

Si ya de normal le gusta poco, para colmo de males este año cumple los veinticinco. Eso sí que es como un grano en el culo, el maldito cuarto de siglo. Dentro de nada empezarán a brotarle canas, le sentará peor el alcohol, pero sobre todo: le queda solo un año para que le quiten el carnet joven del metro de Madrid. O sea no hay nada más putamente dramático que eso. No es que Aurora vaya mucho en transporte público tampoco, pero da igual, que el gobierno te señale como persona que ya no es joven al quitarte la posibilidad de poder moverte por toda la ciudad pagando solo veinte euros al mes le parece tan deprimente que necesita un Valium. En menos de cinco años le quitarán también el del banco, lo que supondrá el inicio del fin.

Lo primero que ha hecho nada más levantarse es poner el modo avión en el teléfono, no quiere saber nada de nadie, sobre todo de Ana, que lleva días súper insistente para hacer algún tipo de celebración. Aurora había decidido desaparecer a primera hora de la mañana, pero tener a su ex como vecina puede llegar a ser un verdadero engorro en ocasiones como esa. Pili la conoce lo suficientemente bien como para olerse sus planes, así que ha subido a las nueve para felicitarla y darle el coñazo.

—Ana no puede pasarse hasta la tarde —le ha comentado, mientras dejaba unos cupcakes sobre la mesilla del salón—, pero Mara vendrá en un rato.

Los cupcakes que ha comprado están buenos, son de la pastelería de la esquina que se ha vuelto ahora súper hípster. En realidad Madrid está llena de sitios súper adorables que cuestan tres ojos de la cara, cobran un zumo de mierda por cuatro euros aunque apenas haya líquido en el recipiente. Aurora nunca mira los precios pero Mara se pasa la vida quejándose del tema, la verdad es que pese a no tener problemas económicos le parece pasarse un poco que en sitios de barrio cobren esas barbaridades. Pero bueno, así es el capitalismo: te adaptas o mueres.

—¿Has hablado con tu madre? —Pregunta Pilar, que acaba de servirse una taza de café.

—Tengo el móvil desconectado —se encoge de hombros.

En realidad no espera que Martina la llame, no suele hacerlo hasta bien entrada la noche, algunos años incluso se le ha pasado hacerlo. Por lo menos le tiene más consideración de Quim, este como mucho le envía algún regalo súper caro al día siguiente disculpándose por no haber tenido tiempo de llamarla. Ya podría decirle a su secretaria que se encargue de todo, al menos no quedaría tan mal.

Sus padres son un puto desastre, tampoco es algo que le joda, lo tiene muy superado. Cuando era niña le fastidiaba más, luego comprendió que todo ese rollo de la paternidad idílica es una mierda que se inventó Hollywood para que la gente siguiese creyendo en la monogamia y se le fue un poco el trauma. O sea, nadie tiene padres decentes, su generación está repleta de gente que decidió engendrar hijos porque sí para luego amargarles la infancia con sus episodios depresivos, su adicción al trabajo o su mentalidad de mierda para terminar preguntándose por qué el niño les ha salido drogata o subnormal. A Pilar, por ejemplo, sus padres no la tragan por ser lesbiana, la madre de Mara es maníaco—depresiva y los padres de Ana unos corruptos ausentes de toda la vida. El viejo de Novillero es un fascista homófobo y así podría seguir hasta cansarse. Tener padres de mierda está de moda, uno no puede ser millenial con una familia estructurada, va en contra de la naturaleza de su generación.

Está comiéndose un cupcake de red velvet, es su sabor favorito. Nunca ha sabido exactamente qué cojones lleva, pero podría acabarse una caja entera.

—¿Piensas estar incomunicada todo el día? —Pili enarca una ceja, le encanta ejercer el rol de madre.

—Y parte de mañana —asiente—, mis fans de Latinoamérica no se despiertan hasta dentro de cinco o seis horas. Empezarán a etiquetarme en fotos de cuando salía en Bichitos, qué vergüenza.

—Ay, emparejándote con el Gastón.

—Sí tía, no lo superan —bufa con fastidio—. Esa novela tiene trece años, deberían pasar página. Lástima que Gastón no quiera salir del armario, así nos dejarían en paz.

Pilar suelta una carcajada, siempre le ha hecho muchísima gracia rememorar el pasado de Aurora en telenovelas infantiles. Es una época bastante oscura de su vida, nunca habla de ella, tampoco es habitual escucharla hacer mención alguna de aquellos días, sin embargo sigue conservando una cantidad considerable de seguidores de esas tiras. A menudo hacen montajes o piden que haya una reunión de los actores ya mayores, Aurora jamás participaría en un circo semejante, le pone de mal humor. Lo único bueno que conserva de esos días son algunos pocos conocidos con los que se lleva bien. Buena gente, ninguno de ellos cayó en las drogas.

—Dile a Ana que me he pirado de la ciudad —dice, mirando a Pilar directamente—. En serio, está pesada de cojones.

—¿Pero de verdad no harás nada? —La chica hace un mohín—. Tía, aunque sean unas cervecitas.

—Paso, que la gente me marea —frunce el ceño, no está de humor para tener que soportar a mucha gente—. Ya saldremos todas de fiesta un día de estos, hoy paso de todo.

Pilar no parece muy convencida de su decisión, ni de lejos es tan insistente como Ana, pero también es la típica a la que le encanta hacer regalos, organizar tonterías, ese tipo de mierdas. Aurora siempre ha sido una rancia para las celebraciones, hasta se le olvida comprar detalles en Navidad teniendo doscientos carteles de puro consumo en cada esquina.

Suena el timbre, debe ser Mara. Es Pili quien abre la puerta, sentándose luego de nuevo. Cuando Mara entra, se aproxima hacia Aurora para darle un beso en la mejilla y un intento de abrazo que no resulta demasiado convincente.

—Felicidades —dice, abrazándola después. Su amiga no es excesivamente cariñosa, siempre guarda las distancias. A Mara se le dan mal las muestras de afecto, cosa que Aurora agradece.

—¿Quieres algo de beber? —Pregunta Pili.

—Ahora pillo yo una cerveza de la nevera —asiente, entonces mira a Aurora y como quien no quiere la cosa, pero utilizando cierto tono de molestia, lanza la pregunta—. Oye, ¿tú le dijiste algo a mi profesor en la fiesta de Ana.

Así es Mara, directa y sin rodeos. Una de sus mayores virtudes, pero también gran defecto si no se lo controla. Cuando algo le carcome la cabeza le da igual cual sea la situación o que no resulte de lo más educado sacar el tema, ella tiene que decirlo.

Aurora intenta reprimir una sonrisa, estaba tan segura de que el tipo le iría con el cuento. Al principio no era más que una corazonada, pero con eso lo ha corroborado totalmente. No deseaba hacerse ilusiones porque a veces su mente maquina cosas y luego se lleva la gran decepción, pero ha valido la pena, ahora el orgullo es diez veces mayor.

—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? —Mara está cabreada, por supuesto. Ella solo tiene sentido del humor si las bromas no le afectan en lo personal, de lo contrario se pone como un verdadero basilisco—. Tía, he tenido muchísimos problemas con este hombre. Ahora estoy yendo bien, no tiene quejas sobre mí, ya que me comporto podrías no poner las cosas más difíciles.

Aurora repela lo poco que queda del cupcake, llevándose la parte blanca que lo recubre a la boca sin decir nada. Está disfrutando muchísimo del momento.

—¿Qué ha pasado exactamente? —Pregunta Pili, un poco ajena a todo el drama.

—Pues tía que me viene el Cortefiel, mi profesor de Mercantil con quien tuve la movida —Pilar asiente, sabe de quién le habla—. Pues me paró después de clase para preguntarme si Aurora me había comentado algo de que hablaron en la fiesta. Y claro mi cara fue un poema.

Pilar la observa, ella fue la primera con quien se topó tras hablar con ese tipo, además de ser también una persona que la conoce al dedillo y sabe perfectamente cuándo está tramando algo. La actriz enarca una ceja, mirándola con cierto aire de reproche.

—¿Puedes contestarme? —Mara está realmente cabreada—. Tía, que no es gracioso, mis notas dependen de...

—Ese tío no te va a suspender —la interrumpe, negando con la cabeza.

—Te recuerdo que ya lo ha hecho antes.

—Ya, pero para darte una segunda oportunidad, tú misma lo dijiste —responde, encogiéndose de hombros—. Ese tío no te suspende, le pones demasiado cachondo como para hacer algo así.

Por supuesto Mara se ha quedado totalmente sin palabras, observándola con la boca entreabierta, seguramente procesando lo que acaba de escuchar. Aurora tiene que hacer un esfuerzo enorme por no sonreír, mira de soslayo a Pilar, que ha puesto los ojos en blanco. Se despereza tranquilamente, soltando un sonoro bostezo.

—¿Vas drogada ya o qué? —Es lo único que Mara atina a decir.

—Ojalá —ríe la chica.

—¿De dónde te sacas que yo a ese señor le pongo cachondo?

—Lo primero es que no es un señor, el tío no debe tener ni los treinta y cinco —la corrige—, y segundo que salta a la vista, nunca me equivoco con estas cosas. Por curiosidad, iba con una chica en la fiesta, ¿os la presentó cuando hablasteis con él?

—Pues no tía, no era su novia ni nada.

Aurora alza las cejas, cómo le gusta que los hechos justifiquen sus teorías, es una sensación de placer que si bien no puede equipararse con la que le proporciona cualquier droga recreativa, si ha de admitir que le dispara las endorfinas.

—Vaya, qué cosas, a mí me dijo que iba en serio con la pava o algo así —mira a Pilar con cierta complicidad que no le es devuelta, la actriz pasa olímpicamente de esas cosas, nunca ha sido una persona demasiado dada a los chismes.

—Porque le estabas acosando. Porque le acosaste, ¿verdad?

—Solo le dije que estaba bueno, no fue para tanto.

—Por eso te dijo que andaba con una tía, para que le dejases en paz. No tiene nada que ver conmigo.

—Ay de verdad —bufa, Mara puede llegar a ser realmente tozuda, sobre todo cuando quiere convencer al mundo de algo en concreto. Aurora la mira de forma condescendiente—. Ese tío te mira como si tuviese unas ganas tremendas de comerte entera, lo vi mientras hablabais con él durante la fiesta y decidí jugar un poco para ver si mis suposiciones eran ciertas. De darle exactamente igual lo que opinases de él nunca te habría hablado de mí, al preguntarte solo quería asegurarse de que no te estuvieses llevando una imagen equivocada de la situación. Seguro a que a tu amiga Sandra no le dijo nada, ¿a que no?

—Porque Sandra se piró antes de clase, si no seguro que hablaba con ambas. Además, tú eres mi amiga, no suya.

—Pero él no lo sabe.

—Tía, piensa lo que te dé la gana, no es mi tema.

Entiende que ha sido un shock para su amiga, la cual está ciega respecto a los hombres desde que Jaime apareció en su vida y solo es capaz de entender las metáforas de los capullos de Tinder a los que conoce específicamente para follar, pero tampoco tiene por qué aguantarle la pataleta de forma gratuita durante mucho rato.

—No vuelvas a hacer tonterías, me queda nada para terminar el curso, preferiría ahorrarme las sorpresitas de última hora.

—Solo te digo que podrías follártelo si quisieras, el tío está muy bueno y siendo tan alto seguro que la tiene grande. 

Mara suelta un bufido, levantándose para ir hacia la nevera. No le dará vueltas al tema, preferirá obviarlo de su mente, son los gajes de tener demasiados escrúpulos. Para Aurora, por ejemplo, lo único que le importa a la hora de acostarse con alguien es que esa persona le resulte atractiva. La altura, el peso, color de ojos... todas esas cosas se le antojan de lo más banales, si alguien le pone bienvenida sea la persona. Mara, en cambio, tiene esa manía terrible y poco práctica de querer conocer, aunque solo sea un poquito, a todos sus ligues. Su selectividad llega a ser molesta, sobre todo cuando los rechaza exclusivamente por cuestiones ideológicas, en lo que es totalmente tajante. Para ella salir con un tipo como su profesor de Mercantil, aunque solo sea para follárselo, es una ofensa hacia sus principios más básicos. Vamos, que se pierde polvos por idiota, básicamente.

—Ana me está insistiendo con quedar esta tarde, dice que enciendas el móvil —comenta Pilar, cambiando radicalmente el tema dela conversación.

—Ya le he dicho que paso, me voy de la ciudad —insiste Aurora.

—Menudo cuento tienes —dice Mara, tirándose sobre el sofá mientras da un trago a la lata.

—¿Qué dices? —Inquiere Aurora, mirándola de reojo— ¿Qué te follarías al de las gabardinas en su despacho?

—Vete a la puta mierda.

Se echa a reír, Mara enfadada es una de las cosas más divertidas del mundo.

—No pienso quedar esta tarde —le insiste a Pilar—, aunque eso suponga comerme una pataleta. Paso de verdad.

—Pues la llamas y se lo dices tú —la actriz le tiende el teléfono—. No me mires así, es tu cumpleaños.

Aurora suelta un sonoro bufido mientras coge el móvil con resignación. Ana seguro que le monta una escenita, es tremendamente melodramática. Mientras se lleva el aparato al oído piensa en la pereza que le da tener que andar excusándose por hacer lo que le sale del coño, pero sobre todo en que todavía son apenas las diez dela mañana, le quedan todavía muchas horas por delante para sufrir.

Cómo detesta su cumpleaños.






—¡Pero si es la cumpleañera!

Aurora da un tremendo respingo al notar dos manos sobre sus hombros. Se voltea, Fran Rocasolano está frente a ella, con esos aires de niño bien castizo que siempre se gasta. Ella se baja un poco sus gafas de sol, preguntándose internamente por qué de todos los sitios ha tenido que toparse a ese memo en el que ha elegido específicamente para ponerse ciega a gintonics mientras huye de todas las personas que conoce en la ciudad.

Afortunadamente Fran va con la Barbie esa que se ha echado de novia, no es que Aurora sea de las que van por ahí criticando tías, ella siempre ha sido más de ver si le entran ganas de echar un polvo con ellas, pero es que el tío está con un personaje de cuidado. Si no recuerda mal se hizo famosa por participar en un programa de citas o algo así, protagonizó el video más viral de la temporada al caerse de bruces contra el suelo por tropezarse con un globo en forma de corazón. Lamentable.

—¡Shhhht! —Exclama, va toda de incógnito, no necesita que nadie la descubra.

Sin pedir permiso, Fran se sienta a su lado, dejando a la novia de pie. Qué caballero más perfecto, de verdad que si no tuviese dinero nadie lo aguantaría más de dos días. En el fondo no le cae mal, todo sea dicho, pero es pesado de cojones cuando le da la gana.

—¿Cómo llevas los veinticinco? —Le da una palmada en el hombro. Dios, qué vulgar resulta cuando se lo propone—. ¿Sintiendo la madurez?

—Cállate la boca —Aurora se enciende un cigarro, se han encontrado en la terraza interior de un carísimo restaurante, en la zona más pija de la ciudad. Aurora ha decidido comer allí sola porque el sitio siempre está lleno de gente importante que paga una buena propina por la discreción. Le ha costado mucho huir de sus amigos, pero lo ha logrado, creyendo encontrar un buen refugio hasta el momento. Su plan era ponerse ciega hasta que llegase la hora de poder ir a otro lugar más nocturno—. ¿Qué coño haces aquí?

—Podría preguntarte lo mismo —alza las cejas. Señala entonces a su acompañante—. Steisy y veníamos a echarnos el gintonic de la sobremesa, esta noche tiene que estar en plató.

—Es la final de 'La gran casa' —asiente ella, toda entusiasmada.

Aurora intenta fingir una media sonrisa, pero no le sale. La vida de quienes se dedican a los realities le interesa tanto como el proceso reproductivo de las cucarachas. 'La gran casa' es el programa de telerrealidad más visto del país, el cierre de temporada siempre es todo un espectáculo con records de audiencia, lo que le recuerda algo que quizás pueda interesarle.

—¿Hay fiesta esta noche en la Roca?

Roca de Dioses, la discoteca de los famosos por excelencia. Todo el que se dedica al mundo de la farándula ha tenido que pasar por ahí, siempre que concluye algún evento televisivo nocturno marchan todos hacia allá. Tiene el monopolio de las figuras de la prensa rosa, no estás verdaderamente metido en el mundillo si no acabas en ese antro de mala muerte. Pero sirven buenos cócteles y ella tiene pase VIP. Como nunca aparece porque detesta a la mayoría de los que frecuentan ese lugar siempre le ofrecen que vaya con suculentas ofertas. Hoy es un día propicio para dejarse caer por ahí.

—Claro, estará a rebosar —asiente la chica, tiene una voz bastante aguda, le resulta molesta—. Dicen que lo mismo se pasan jugadores del Real Madrid.

—Espero que no —comenta la chica por lo bajo, no necesita más futbolistas en su vida.

—Por cierto Aurora, quería hablar contigo —dice Fran, captando su atención—. Le dije a Edu que te comentase de venir a mi última fiesta.

—Sabes que no iba a ir, Fran. Tus amigos son un cáncer con metástasis para la evolución.

El joven suelta una risa nerviosa, siempre se toma a broma lo que Aurora suele decir bastante en serio, quizás esa sea la clave de que nunca hayan discutido.

—En verdad te invité porque quería comentarte un tema —mira entonces a la tal Steisy, que en seguida capta el mensaje.

—Voy a responder algunos whatsapps —anuncia, dándose media vuelta.

Aurora no entiende muy bien lo que está sucediendo, pero de repente Fran baja la voz, adquiriendo un tono muy confidencial.

—Ya sé que todavía quedan algunos meses, pero no sé si nos veremos hasta entonces.

La chica capta en seguida a qué se está refiriendo, la verdad es que lo último que le apetece en un día tan lamentable como el que está viviendo es tener que sacar el tema de Ion. Por un momento tiene ganas de levantarse y desaparecer, pero sabe que si no confronta la situación Fran estará dándole la tabarra durante semanas.

Todos los años los dos y Novillero viajan a Sitges por el cumpleaños de Ion, que es a mediados de junio. Suelen pasar ahí un par de días, haciendo nada, hablando poco. No es una fiesta, ni siquiera salen, simplemente están ahí.

—He encontrado un video —baja todavía más la voz, Aurora siente un escalofrío—. ¿Te acuerdas la última fiesta que hicimos? Tengo que digitalizarlo pero...

—Sí —asiente ella—. Pásamelo cuando nos veamos.

Fran asiente justo antes de levantarse, inclinándose para darle un par de besos. Ya no hay nada más que decir, Aurora también lo agradece. El joven mete sus manos en los bolsillos del pantalón.

—Bueno, disfruta de tu bebida —ahora parece el mismo Fran de siempre, ya no hay atisbo de madurez en sus gestos—. Nena, ¿nos vamos?

La tal Steisy asiente, volteándose de nuevo hacia ellos.

—Felicidades —le dice, a lo que Aurora simplemente asiente.

La chica se alegra bastante de verles marchar, no quiere estar con nadie, ni hablar con nadie. Recuerda el video del que le habla Fran, fue la última vez que estuvieron todos juntos, que ella se sintió como una adolescente, que las cosas parecían más fáciles de lo que verdaderamente eran. Recuerda a Fran grabando con una cámara súper cutre que se había comprado porque tenía la necia impresión de que podía terminar rodando videoclips, menudo infeliz. Pensaba que esa grabación estaba totalmente perdida.

Su mano aprieta la copa, llevándosela a la boca para dar un trago largo. Frunce el ceño.

Sí, realmente quiere el video, pero ahora necesita beber.







Aurora prefiere el mezcal antes que el tequila, tiene un sabor mucho más potente, como a madera. Le recuerda al whisky, no porque realmente tengan algún tipo de similitud, sino por ese regusto áspero que comparten ambas bebidas. Por alguna razón es un sabor que se le antoja melancólico, evoca a otra época. Precisamente ese es el motivo que la ha llevado a ingerir tequilazos como una loca, detesta beber lo que realmente aprecia cuando no está de humor, si se coge un mal ciego esa bebida podría traerle malos recuerdos y ya nunca sería lo mismo. Así que se ha agenciado una de los tequilas más caras del mundo como regalo de cumpleaños y ahí está, pidiendo repetir compulsivamente, sin importarle mucho el estado con el que amanezca dentro de unas horas.

La música retumba en sus oídos, se ha desplazado hasta la discoteca más casposa de la ciudad, esa en la que terminan todas las estrellas de la farándula. El lugar está llena hasta los topes aunque sea martes. Por norma general rehúye los sitios en los que proliferen muñecos puestos de anabolizantes y experimentos a base de bottox, pero entre semana resulta complicado encontrar un lugar abarrotado de gente, así que no le ha quedado otra. Quiere estar sola, pero también pasar desapercibida. Entre tanta potencial portada nadie reparará en ella, todos están demasiado ocupados fotografiando a la nueva ganadora del concurso, la pobre si no se lo monta bien y vende pronto su alma al diablo no durará en primera plana ni dos semanas. Además le están invitando a la mayoría de cosas, es un chollo.

Al fin ha pasado el maldito día de su cumpleaños, tenía unas ganas tremendas de que llegase a su fin. Detesta hacerse vieja, todo el mundo le recuerda que sigue sin hacer nada especialmente relevante con su vida, o que debería comenzar a madurar para no ser eternamente un desastre. Todos saben que es una buena para nada, ella también, pero no hace falta que se pongan tan insistentes a cada año que pasa. Realmente ella nunca ha servido más que para armar escándalo, pero no le va nada mal, tiene ingresos propios después de todo. Eso le recuerda que debería subir pronto algún video a YouTube, lo tiene algo abandonado, por lo menos le dan dinero de la publicidad que hace por Instagram. A ver si la invitan a algún festival, eso estaría bien.

Se lleva otro chupito a la boca, ha pedido un cubata porque necesita despejar un poco el estómago. Algo de ron con Coca—Cola le irá bien para bajar el impacto de lo que está tomando. Todo a su alrededor le resulta de lo más desolador. La gente borracha, las luces de neón, los lásers, esa música de mierda pasadísima de moda. Se siente realmente mareada, empieza a estar borracha. No quiere que nadie le hable, ni siquiera soporta la mirada inquisitiva de la camarera, a la espera de otra posible orden. Resopla, le asquean tantísimo todos, ojalá se muriesen de una puta vez

Al menos es VIP, piensa, así que puede irse a cualquier reservado que le salga de las narices. Los reservados se encuentran en una zona apartada, es un lugar específico para aquellos que tienen renombre, dónde se reúnen periodistas, empresarios y Aurora, a la cual siempre le conceden en placer de tener uno a cambio de que se deje ver por la discoteca. Es quizás uno de los rostros más conocidos de la prensa rosa pero nunca se digna a codearse con la gente del mundillo.

Para llegar a ese lugar ha de atravesar toda la pista de baile, subir por las escaleras que llevan a la sala VIP y, una vez allí, hablar con el tipo de seguridad que se encuentra al lado de los baños. Este abre una pequeña puerta, apenas perceptible debido a la poca luz que hay en el local, que conduce hacia un pasillo estrecho, ligeramente iluminado por algunas lamparillas anaranjadas en el lado derecho de la pared. Aurora no necesita que la acompañen, sabe que su reservado es el tercero. Siempre se lo guardan cuando llega a la discoteca, por si acaso quiere follarse a alguien o simplemente le da un chungo.

Cuando abre la puerta, lo que ve la deja totalmente estupefacta. Hay una pareja follando en el reservado. Ella está encima de él, montándolo con el vestido arremangado y las tetas fuera. El tipo ni siquiera se ha quitado los pantalones. Lejos de escandalizarse, le entran unas ganas terribles de soltar una carcajada. Venga vamos, dos pringados follando en su reservado, la escena no puede ser más kistch. Ella ni siquiera alcanza a ver la cara de la tipa, que se encuentra de espaldas a él. Parece una película porno cutre.

El tipo se voltea de repente y Aurora suelta un gemido de sorpresa.

—¡Me cago en la hostia!

Casi por instinto sale del lugar, cerrando la puerta con fuerza inmediatamente. Sin darse cuenta se ha tapado la boca con las manos, como si fuese una niña pequeña que acaba de hacer una trastada.

De repente empieza a reírse, lo hace casi de forma histérica. No puede parar de carcajear, hasta el punto de perder el equilibrio, cayendo al suelo de culo. Esto le resulta todavía más gracioso, tiene la sensación de que se ahogará como siga así durante los próximos instantes, pero es que no puede soportarlo. La situación le parece tan absurda: se ha bebido como siete u ocho chupitos, va más ciega que una mierda y se acaba de encontrar al capullo de Raúl Álvarez follando con una montaña de silicona en el puto reservado de la discoteca. Lo mejor de todo es que ella apostó hace mucho que el tío era gay y ahora le debe al puto Fran quinientos euros. Pero lo más divertido de todo es que acaba de darse cuenta de que ese no era su reservado, sino el anterior. Lleva un ciego de la hostia y eso también le parece para mofarse encima.

—Ay, ay, qué mal por favor —carcajea, tirándose por el suelo.

Al cabo de varios instantes logra calmarse, quedándose quieta, estática. De repente le asaltan unas ganas enormes de llorar, tiene un nudo tremendo en el estómago. Al principio piensa que son náuseas o algo parecido, pero luego se percata de que en realidad es como una especie de nudo en la garganta, pero no es una sensación física, sino emocional. Abre mucho los ojos, perdiéndose en la negritud de las paredes. Su respiración es acelerada, le encantaría coger esas lamparillas que hay por todo el pasillo y destrozarlas.

El sonido de una puerta abriéndose la sobresalta, devolviéndola a la realidad. Lo único que atina a ver son dos tacones pasando por delante muy rápidamente. Aurora se da cuenta de que debía ser la chica del reservado, sus sentidos se activan de repente. Joder, que era el puto Álvarez, no la puede ver ahí. Se levanta a trompicones, entrando en su reservado, el verdadero.

El corazón le va a mil por hora, como si estuviese en una peli de espías. Vuelve a reír, la pequeña habitación en la que se encuentra tiene un enorme sofá justo al lado de la puerta, que hace un semicírculo, bordeando la pared. El mueble es amplio y cómodo, para que puedan sentarse varias personas. Justo en el centro una mesita dónde hay debidamente colocada la coctelera con champán y varias copas. Al otro lado de la puerta está el minibar.

Aurora se sienta sin dejar de reír, abre la botella de champán como puede, en un par de ocasiones se tropieza. Va fatal de verdad, qué divertido. La espuma sale disparada, poniéndolo todo perdido. Se amorra a la botella para darle un trago justo cuando la puerta del reservado se abre.

Álvarez siempre va impoluto a trabajar. Camisa planchada, americana a juego con los pantalones, zapatos pulcros, pelo bien aseado y los arreglos pertinentes que le hacen en la cara tras pasar por maquillaje. Sin embargo, el hombre al que la chica encuentra dista mucho de ese maníaco obsesivo al que está acostumbrada. No hay rastro de su chaqueta, lleva la camisa medio desabotonada, los pantalones arrugados y el pelo deshecho. Además, se ha afeitado por primera vez en ni se sabe cuánto, así que parece considerablemente más joven.

Aurora no puede evitar soltar una tremenda risotada al verle entrar, señalándolo de forma acusatoria. Intenta decirle algo pero no puede, se tira al sofá, derramando en el proceso media botella.

—Que no puedo, que no pue... —y se echa a reír de nuevo.

El hombre ha cerrado la puerta, la observa desde arriba con los brazos cruzados. No parece nervioso, más bien molesto.

—Menudas tetas tenía la amiga —ríe desproporcionadamente la chica—, dos putos airbags me muero.

—Estás borracha —no es una acusación, sino un comentario casual.

—Hijo de puta, que yo te tomaba por gay, me has hecho perder dinero cabronazo —sigue carcajeando sin parar.

Aurora se voltea para quedarse mirando al techo. No puede detenerse, tentar el humor de Álvarez no es prudente pero de verdad que no puede parar, cada vez que intenta sosegarse le viene la imagen a la cabeza, luego mira al hombre todo desencajado delante de ella, resulta un coctel demasiado bestia.

—Eres una mocosa inmadura—le espeta con cierto desdén.

Eh, eh, eh —se incorpora a duras penas, dejando la botella de champán sobre la mesita. Lo señala acusadoramente—. Que hoy he cumplido veinticinco, tengo un cuarto de siglo ya. Los niños me llaman señora.

—Y las madres te ponen órdenes de alejamiento —responde, irónico—. ¿Cuánto has visto?

Entonces lo entiende, porque va borracha pero no es imbécil. Raúl Álvarez, el rey de la discreción, al que no se le conoce pareja o amante, que guarda con recelo su vida personal como si se tratase del Dorado. El de los mil secretos y un millar de misterios, pillado in fraganti por la reina de los tabloides mientras echaba un polvo con Miss Plástico 2015. Dios santo, vuelve a reír con desesperación, la mera idea le resulta hilarante.

—Estás comenzando a terminar con mi paciencia —le advierte, muy serio.

—Ya lo sé pero... ay, es que no puedo.

Todo lo que está sucediendo hace que le dé vueltas la cabeza, aunque quizás simplemente sea el efecto del tequila. Ahora sí que le falta el aire, sus ojos están llorosos, las lágrimas que nacen entre sus carcajadas se le confunden ahora con otras de llanto histérico. Está llorando de verdad, porque se siente de nuevo muy miserable, como si todo el peso del mundo hubiese caído de pronto sobre ella. Ahora ya no se encuentra dando tumbos en un mar de situaciones rocambolescas, sino que se halla sola, en medio de la absoluta nada, desolada por la extensa latitud que se extiende a su alrededor, dónde no hay nadie más que ella.

Intenta respirar, le está dando un puto ataque de ansiedad. Siente una opresión terrible en el pecho, le falta el aire, ha comenzado a transpirar. Se agarra al cojín del sofá, pero eso no hace que pueda normalizar su respiración nuevamente, es como si se hubiese olvidado repentinamente de cómo hacerlo. Lo peor es el sentimiento de frustración que la invade al no poder controlarse, que solo sirve para empeorar más las cosas. Recuerda las directrices que le dio su terapeuta durante la última crisis, pero sigue sin encontrar un lugar en el que se sienta realmente segura y del que pueda partir para relajarse. Todas esas mierdas no le sirven porque su vida es un puto desastre y así no hay forma de parar un ataque. Lo único que quiere es que le den a esa loquera y sus métodos de mierda para...

Sus pensamientos se paran en seco al quedarse congelados, literalmente. Está totalmente petrificada, no es hasta que siente las gotas de agua helada caer desde su pelo hasta las rodillas descubiertas que comprende realmente lo que ha pasado. Tiene un hielo posado en el hombro, otro se resbala por su brazo. Raúl Álvarez acaba de tirarle la cubitera llena de agua helada por encima.

Las greñas húmedas le caen sobre el rostro, impidiéndole del todo la visión. La chica alza la vista, fulminando con la mirada al hombre, que se encuentra dejando tranquilamente el recipiente sobre la mesilla. El tipo la mira con cierta desgana.

—¿Ya? —Pregunta, enarcando una ceja mientras se sienta justo delante de ella—. Responde a mi pregunta.

—¡Me has chopado, imbécil! —Exclama cuando al fin es capaz de hilar sus pensamientos.

—De nada —contesta él.

Aurora se retira el pelo mojado de la cara, haciéndose una coleta. Tiene todavía la respiración algo acelerada, toma aire con dificultad. El susto ha hecho que, inesperadamente, vuelva de golpe a la realidad, aunque la sensación de desasosiego sigue ahí. Se encuentra terriblemente triste y no sabe por qué.

Saca el paquete de tabaco, dejándolo sobre la mesilla tras coger un cigarrillo, necesita algo de calma. Ya no va tan borracha, el frío le ha bajado la cogorza de un plumazo.

—Supongo que mañana soltarás un bombazo de los tuyos con esto —comenta mientras le da una calada al pitillo.

—No seas tan arrogante —Raúl se ha recostado sobre el respaldo, apoyando también la cabeza. Su nariz apunta al techo y tiene los ojos cerrados. Suspira, parece cansado. En realidad debe ser tarde—. Siempre montas algún espectáculo en tus cumpleaños desde que llegaste a los dieciocho, estos numeritos ya no le interesan a mucha gente.

El hombre se pasa una mano por la cara mientras Aurora lo observa con atención. El comentario ha sido totalmente casual, pero a ella le ha sorprendido genuinamente que se acuerde de ese tipo de cosas. Tal vez los rumores sobre su sexualidad no sean ciertos, pero que es un auténtico maníaco adicto al trabajo seguro que sí.

Raúl inclina la cabeza hacia delante, mirándola.

—¿Qué has visto? —Insiste, su tono ahora es algo más agresivo.

—Nada, qué pesado.

Lo piensa al responder, podría haber sido lista y jugar con él, quizás amenazarle, pero se siente derrotada. No tiene fuerzas ni para hablar, solo quiere enterrar la cabeza bajo la almohada y dormir quizás dos meses enteros. Además, nunca ha querido rebajarse al nivel de buitres como Álvarez, por eso pasa olímpicamente de hacerse la justiciera con Novillero. Su amigo está jugando al juego de ese cabrón, solo con eso ya ha perdido.

—Bueno, nada no —alza las cejas, una leve sonrisa cruza sus labios—. Menudas peras tenía la colega, parecían capaces de partir cocos.

La chica hace un gesto, colocando las manos justo delante de su pecho, girándolas en posición cóncava. Raúl no parece muy divertido, pero a ella sí que le hace gracia.

—La verdad es que yo las prefiero más pequeñas —comenta, terminándose el cigarrillo—. Si no me caben en la mano, paso.

Raúl ha cogido un cigarrillo sin pedir permiso, pero ella no se lo reprocha. En realidad toda la escena le resulta de lo más barroca. Ella mojada tras sufrir su primer ataque de ansiedad en meses, la estancia llena de un incipiente olor a champán reseco, el humo de los cigarrillos invadiéndolo todo y Raúl Álvarez en el sofá, con un aspecto más desastroso que nunca, la camisa desabotonada y el gesto cansado pero relajado de quien acaba de echar un buen polvo. De todas las formas que Aurora se imaginó que llegaría a los veinticinco, esa era sin duda la que menos entraba en sus planes. De hecho, nada en su día a día implica la posibilidad de toparse con la mayor carroña de la televisión nacional en un reservado.

—Es mejor que no salga de aquí —responde él fríamente.

Aurora se enciende otro cigarro, recostándose en el sofá. Quizás si las circunstancias fuesen otras la idea de compartir oxígeno con Raúl Álvarez durante mucho tiempo en un habitáculo tan pequeño le daría náuseas, pero en ese momento su presencia es lo que menos la preocupa. Está tan cansada que solo quiere dormir, cerrar los ojos, marcharse de allí.

Los párpados amenazan con caer para no volver a levantarse.

—Has actuado rápido —comenta, en realidad está pensando en voz alta. Raúl la mira sin entender antes de que ella se lo aclare—. Con lo del agua quiero decir, has tenido la cabeza bastante fría. No es habitual.

—Para la pandilla de críos melodramáticos con la que te juntas desde luego —aunque haya sonado brusco, Aurora no percibe hostilidad en sus palabras. El hombre suelta una bocanada de humo antes de volver a hablar—. Tengo mucha información que no te gustaría ver aireada por ahí, espero que me estés siendo sincera cuando dices que no has visto nada.

—Por favor, Álvarez... —chasquea la lengua—. Cuando te dije que me eres totalmente indiferente hablaba en serio. Envenénate tú solo, yo estoy por encima de esas mierdas.

El hombre suelta una carcajada.

—Querrás ir de moralista y todo a estas alturas, esa sí que es buena.

—No voy de moralista, pero paso de arruinar vidas.

—¿Tus líos amorosos piensan lo mismo?

Aurora se da cuenta de que ha pasado el momento de calma, es imposible respirar el mismo aire que Álvarez sin terminar teniendo un encontronazo con su repulsiva bocaza. La chica no se siente con muchas fuerzas, tampoco cree que esté del todo bien, pero no le costará mucho llamar a un taxi para que venga a por ella. Lo bueno es que no se ha fundido el efectivo, así que podrá pagarlo.

—Eres un puto gilipollas —le espeta sin alzar la voz mientras se levanta del sofá para dirigirse hacia la salida.

Mientras se acomoda la coleta, escucha la voz de Álvarez tras de sí.

—¿Puedo darte un consejo?

Ella se voltea ligeramente, escéptica.

—Deja de buscar gente mentalmente estable o con familias estructuradas para salir, nunca van a darse cuenta de que tirarte un balde de agua a la cabeza siempre será mucho más efectivo que estallar en pánico porque te ha sentado mal la borrachera —entonces ladea una sonrisa de suficiencia—. A ver si sientas la cabeza y me das una exclusiva de verdad, cada vez me pagan menos por tus líos pasajeros.

Aurora chasquea la lengua, asintiendo mientras Álvarez se regodea por la pullita. Sin embargo, ella está lo suficientemente recompuesta como para responderle.

—¿Puedo darte yo uno a ti? —Él parece totalmente dispuesto. Ahora es ella quien sonríe—. Deja de hacer el ridículo intentando averiguar qué le pasó a Ion. Ni Fran, ni Edu, nadie sabe lo que realmente sucedió aquella noche, absolutamente nadie excepto yo. Solo yo, Raúl, y te aseguro que me llevaré el secreto a la tumba. Aprende a pasar página, que ya tienes una edad.

Puede ver con satisfacción cómo se le borra la sonrisa de los labios. Aurora se da media vuelta, abriendo la puerta para marcharse.

—Ah, por cierto —lo mira por última vez—. Haz el favor de subirte la bragueta, estás hecho un asco.

Y le dedica una sonrisa justo antes de salir. Al cerrar la puerta suelta un suspiro, empieza a dolerle la cabeza, también siente cierta molestia en el estómago. Ahora solo sueña con su cama.

Definitivamente detesta sus cumpleaños. 


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