No me ha cogido el teléfono, así que cuando acabo la última clase atravieso todo el pasillo a la velocidad de la luz para buscarla en el taller de arte. Sin embargo, justo antes de entrar, me detengo en seco al ver una imagen no muy agradable. La emoción que tenía cae en picado hasta estar por los suelos.
Lo describiré brevemente, pero no entraré en detalles absurdos para no vomitar en medio del pasillo: Jude y una guarra a la que no veo la cara están besándose al lado de las taquillas de los de tercero.
Hace unas horas, tras conocer la verdadera identidad de Skyhitter, me he dado cuenta de que lo que siento por Jude es algo distinto. De algún modo u otro siempre me ha gustado Jude, hasta cuando le pusieron el aparato para corregir sus dientes, y saber que era el chico al que había confiado tantas cosas, al igual que él a mí, hacía que el puzle se completara y las piezas por fin encajaran. Por eso ahora mismo nada tiene sentido, ¿qué hace besando a esa chica? Si tiene novia, ¿por qué parece que por internet quiere algo más conmigo? ¿Es que he interpretado mal nuestra relación? De cualquier modo, he sido una ilusa al pensar que este amor platónico podía hacerse realidad. Eso solo pasa en las películas.
De repente, alguien me coge del brazo y me arrastra hacia atrás, metiéndome en una de las clases que ya está vacía.
—¿Qué te crees que haces? —digo a la vez que me suelto de su agarre.
Me echo hacia atrás y veo que se trata de Wade.
—Sé tu secreto —habla, cruzándose de brazos al tiempo que una sonrisa maliciosa aparece en su cara.
—No sé de qué estás hablando.
—De Jude Coleman.
Le miro con desconcierto. ¿De Jude? ¿Qué sabe él de Jude?
Wade cierra la puerta de clase y yo vuelvo a dar otro paso hacia atrás, intentando atar cabos. Es entonces cuando saca de su bolsillo un papel doblado y lo extiende sobre una de las mesas. Me acerco con desconfianza y me asomo para verlo. Es una página de correo impresa.
—¡¿Qué haces tú con esto?! —exclamo al ver que se trata del correo que he mandado a Abby.
Intento quitarle la página, pero la coge con rapidez y se echa hacia atrás.
—Has visto que está con Harper, ¿no? —añade alzando una ceja.
—¿Harper? No, no he visto nada —respondo haciéndome la tonta mientras le agarro del brazo para poder coger el papel que tiene tras él. Es mucho más grande que yo, por desgracia.
—No te hagas la tonta porque te he visto la cara.
Se lo mete en el bolsillo trasero de su pantalón y aprieto los puños con rabia para disimular mi enfado.
—No me importa.
Camino a su lado con la intención de rodearle. Cuando está lo suficientemente cerca, doy un paso rápido y saco el papel del bolsillo. Wade se aparta y se empieza a reír.
—Puedes quedártela, tengo más —añade y me guiña el ojo.
Arrugo con fuerza el papel entre mis manos y lo lanzo a la papelera.
—¿Qué quieres de mí, Wade?
—Eh, tranquila, solo quiero ayudarte —explica, pero su mirada y esa pose arrogante demuestran lo contrario.
—No es que me fie mucho de ti después de lo que has hecho, ¿espiar? ¿Es que no te han enseñado a respetar la intimidad de los demás?
—No cerraste la página. La minimizaste y solo tuve que abrir el mensaje.
—Idiota.
Abro la puerta dispuesta a marcharme, pero me coge del brazo para que me detenga. Quito su mano de una sacudida.
—Espera, ¡tengo un plan!
—No me interesa lo que me vayas a decir —contesto en tono despectivo.
Nada más salir vi a Jude despidiéndose de Harper con otro beso. Después de lo que acaba de pasar con Wade, verles acaramelados no es que me moleste, es que ardo por dentro de la rabia.
Como si todo pasara a gran velocidad, Jude se separa de ella y comienza a caminar hacia donde yo estoy. Me mira y por un segundo siento que se me detiene el corazón cuando me sonríe. Entonces Wade se pone delante de mí, tapándome la maravillosa vista y me planta un beso en los labios en frente de medio instituto y parte del profesorado.
Trato de separarme, pero él me sujeta de la cintura, haciendo que parezca que me está encantando lo que hace, pero no, no me gusta en absoluto, por lo que le muerdo el labio. Cuando se separa, Jude ya no está. Wade me mira con enfado y se lleva la mano a la boca. Me parece que está sangrando, se lo merece.
—Adiós, Wade —digo despacio y pronunciando cada sílaba, aún en shock por lo ocurrido.
Si ese era su plan, menuda mierda de plan.
—Te llamaré esta tarde —insiste casi gritando cuando ya he atravesado parte del pasillo hacia la salida.
No es hasta que salgo del instituto cuando soy capaz de respirar de verdad y me empiezo a reír. Menuda locura.
Busco mi bici y regreso a casa escuchando música de la radio. Como tengo entrenamiento de natación, tengo que comer rápido para que mi monitora no me regañe. Es muy estricta.
—Mariana, ¿cuántas veces te he dicho que recojas tu habitación? —grita mi madre desde el pasillo mientras me acabo la sopa de verduras. Cuando me llama por mi nombre completo sé que está enfadada, pues sabe que no me gusta.
No es que odie mi nombre, pero parece el de una persona de setenta años y esos no son precisamente los que tengo. Me lo puso por una de sus telenovelas favoritas: Dulce tentación. Os podéis hacer una idea de lo que va.
—No hace falta que grites, mañana la recojo —respondo resignada.
—Y mañana me dirás lo mismo. No saldrás hasta que quede limpia.
—¡Tengo natación! —replico, pero para ella la conversación ha acabado.
En ese momento ocurre un milagro. Llaman a la puerta de casa. Salto de alegría, pues seguro que es la madre de Abby. Sin embargo, cuando abre la puerta escucho la voz de un hombre. ¿Será su padre? No me suena esa voz, parece más joven. Aun así, no tengo tiempo que perder. Cojo mi mochila para irme a entrenar y el abrigo, pero cuando bajo me doy cuenta de que conozco bastante bien a esa persona. O al menos le he visto hace poco.
—Marnie, ¿por qué no me dijiste que habías quedado con Wade? —pregunta mi madre con una cara completamente transformada, ya no está enfadada—. ¿Sabías que tu madre y yo íbamos juntas al instituto? —Esta vez le habla a él.
Observo a Wade con confusión, alucinando por verle sentado tan tranquilo. Él me sonríe, mostrándome sus blancos dientes. Le odio.
—Me voy —respondo sin hacer caso a su conversación. Él se levanta automáticamente de la silla.
—Espera, te llevo —habla tras haberme alcanzado justo en la entrada—. Adiós, señora Martínez.
—Llámame Jul —contesta ella.
Vomitivo.
Cierro la puerta de golpe aprovechando su distracción y esta se abre de inmediato, pero le ignoro. Me monto en la bicicleta y empiezo a pedalear con fuerza hasta el centro deportivo.
—Solo he venido para hablar contigo —dice Wade desde su coche avanzando lentamente a mi lado.
—No quiero ser borde, pero tengo prisa —respondo tratando de avanzar más rápido. Aunque para él no es difícil alcanzarme, detiene el coche y consigo perderle de vista.
Para ser sincera, tengo mucha curiosidad por saber qué tiene Wade Campbell que decirme a estas alturas si jamás hemos intercambiado una palabra. ¿Querrá pedirme perdón por lo del beso? ¿O cantarme las cuarenta por el mordisco? Lo cierto es que no lo tiene tan mal, debería haber apretado más fuerte. Tal vez solo quiera pedirme algún trabajo o los apuntes de alguna asignatura. Pues lo lleva claro si es eso porque mi letra solo la entienden los egipcios, parecen verdaderos jeroglíficos. En eso he salido a mi padre. Él era médico.