Forbidden [HANK x CONNOR]

Od Daikiraichan

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Hank Anderson, teniente de policía de Detroit, vive su apacible y tranquila vida junto a su esposa Katherine... Více

Capítulo 2: Promises I can't keep
Capítulo 3: Not just a Machine
Capítulo 4: Lullaby of Cain
Capítulo 5: Hate me, please
Capítulo 6: Unfaithful
Capítulo 7: Falling away with you
Capítulo 8: This feeling
Capítulo 9: I think I love you...
Capítulo 10: El corazón quiere lo que quiere
Capítulo 11: Gasoline
Capítulo 12: The Letter
Capítulo 13: Nothing's gonna change my love for you (FINAL)

Capítulo 1: Fuerza magnética

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Od Daikiraichan


NOTAS DEL AUTOR

Bienvenidos y bienvenidas una vez más a una de mis historias... ¡loca loquísima! 

Yo soy Daikiraichan y estoy muy feliz de tenerles aquí otra vez, leyéndome. Antes de empezar, aclaro: 

-Esto es un universo alternativo, he modificado eventos que ocurrieron realmente en el juego y he creado una realidad "paralela" donde Hank ha sido el más afectado. Espero que os sorprenda a lo largo de la lectura. 

- Habrá contenido sexual, no en este capítulo, pero sí más adelante. Cuidado al leerlo, ¡no estar cerca de personas con problemas del corazón! 

- Ilustración: no es mía (ojalá) y no conozco al autor/autora, tiene la firma en el trabajo pero no consigo leerla. Si alguien lo sabe, por favor, que me lo deje en los comentarios para darle sus correspondientes créditos. 

- Portada: ¿Os gusta? ¡La he hecho yo! Para ello he utilizado una plantilla de KevsitaaJonas (DevianArt)

Agradezco de antemano todo el amor que me deis, como siempre, estaré contestando vuestros comentarios <3 ¡Ahora sí, a leer!


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La tarde había caído ya sobre el frío Detroit cuando el teniente Anderson pulsaba el mando a distancia de la puerta de su garaje. La puerta hizo un chirriante ruido mientras se abría lentamente, dejándole paso para aparcar su viejo Mustang del 68, al que tenía tanto cariño.

Había tenido un día duro de trabajo, archivando casos antiguos de los que no había pistas nuevas y clasificando documentación. Odiaba el trabajo burocrático del departamento de policía de Detroit. Hank siempre había sido un hombre de acción, de atrapar a los malos en la calle.

Lo único que le consolaba era saber que Katherine le esperaba en casa, con la comida preparada y con una sonrisa en su rostro. Aquella sonrisa que curaba todas sus heridas.

Bajó del coche y cerró la puerta del garaje, poniendo rumbo hacia su casa. Echó un vistazo a su barrio. Era una zona residencial de clase media, donde diferentes casitas de tejados adornados con tejas, eran habitadas por buenos ciudadanos de la ciudad, que se escabullían del bullicio de sus vidas en el centro una vez caía la noche.

Justo en frente de su casa, donde habían vivido los Evans durante tantos años, el cartel de "Se vende" había sido modificado con una pegatina de "Vendida". Se preguntó cuándo llegaría el nuevo inquilino y se permitió la idea de fantasear que fuera fan de los "Detroit Gears". Echaba de menos compartir un partido con otro hincha como él.

Sacó las llaves de casa y al meterlas en la cerradura, escuchó el estruendo que Sumo hacía por el pasillo, solo para recibirle a él en la puerta. Al abrirla, el gran San Bernardo le saludó con un ladrido de alegría y se puso a dos patas, para abrazarlo y besarlo. Hank le correspondió el cariño mientras escuchaba otra voz dándole la cálida bienvenida.

- ¡Papá, ya has vuelto! –Gritó el niño pequeño desde el salón, corriendo a saludar a su padre, que vestía su característico uniforme de teniente.

Ya había llegado a casa. Aquella vocecilla llena de admiración y cariño era lo que él llamaba su hogar.

Abrazó fuertemente al niño y pronunció su nombre con especial delicadeza.

"Cole".

- Hola, cariño, qué temprano has vuelto, no te esperábamos hasta dentro de unas horas –su mujer apareció por la puerta de la cocina. Tal y como él había imaginado, se encontraba preparándole una copiosa cena.

- Hoy en el departamento no había tanto trabajo, pero ya sabes, odio la burocracia así que se me ha hecho muy cuesta arriba.

La pareja se dio un pico en los labios, como de costumbre. El niño arrugó el gesto al verlos, poniendo cara de asco. Era demasiado pequeño para entender los gestos de cariño de los mayores.

- ¿Qué es eso que huele tan bien? Estoy hambriento –dijo mientras se acercaba a los fogones al fuego, aspirando el aroma de la salsa de tomate para unos deliciosos spaghettis. Su comida favorita.

- No seas glotón, todavía no está listo –la mujer lo apartó suavemente, coqueteando con su pelo y el caer de sus pestañas-. Anda, vete a darte una ducha mientras terminamos aquí tu hijo y yo.

- ¡Sí, papi, hoy he estado ayudando a mamá a cocinar! – el niño se subió a una tarima para llegar al poyo de la cocina, donde se suponía que había estado colaborando en la cena.

- Vaya, no serás tú el mejor chef del barrio, ¿no? –preguntó divertido Hank, revolviendo el pelo del niño y marchándose al baño para darse aquella merecida ducha.

- ¡El postre lo he hecho yo solo! Pero es sorpresa, no te diré nada –el niño gritó por el pasillo mientras sonreía inocentemente y miraba como su padre entraba al baño.

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- ¿Sabías que ya vendieron la casa de los Evans? –comentó Hank distraídamente, mientras observaba a su mujer en el tocador cepillarse el pelo, tras los cristales de sus gafas de lectura.

- Ah, ¿sí? No tenía ni idea, hasta ayer mismo todavía buscaban comprador –la mujer estaba concentrada en cepillar su larga melena castaña, mirándose en el espejo-. La última vez que hablé con Dolly por teléfono estaba desesperada, ya sabes que con la crisis de los androides las ventas en Detroit se han desplomado.

- No me lo recuerdes... -Hank ojeaba una nueva novela que había comenzado a leer, con el ceño fruncido por la mención de los androides. No quería recordar el tremendo quebradero de cabeza que había resultado investigar los asesinatos perpetuados por los divergentes ni la guerra que habían dado para conseguir la ansiada libertad.

La mujer envuelta en una suave bata de satén dorado, se acercó a la cama para recostarse junto a su marido. Su perfume lo embriagó nada más sentarse a su lado. La suave luz de la mesita de noche iluminaba el rostro de la mujer, que miraba distraídamente a su rincón donde guardaba sus pendientes y anillos.

- ¿Crees que Cole estará dormido? –preguntó Hank, sonriendo malévolamente, dejando el libro a un lado y alzando una mano para acariciar el cabello de su esposa.

- No lo sé, cariño... -Katherine sonrió, coqueta-, pero no deberíamos despertarlo.

- Te prometo que no haré ni el más mínimo ruido...-Hank se acercó a los labios de su esposa, para robarle un suave beso.

- ¿Y si me niego...? –la mujer sonrió en el beso, empezando el juego de caricias, sintiendo  poco a poco el peso del hombre sobre su cuerpo-. ¿me harás gritar?

- Haré todo lo que sea necesario para tenerte... -susurró, lujurioso, antes de profundizar en su boca con un beso apasionado.

La mujer comenzó a desvestir a su marido, mientras acariciaba su sedoso cabello canoso, enredando sus dedos entre ellos. Sentía el cosquilleo de su barba recién arreglada sobre sus labios.

Hank disfrutaba de sus caricias mientras bajaba sus besos por el suave cuello de su esposa, aquella mujer que le había robado el corazón hacía tantos años.

No se imaginaba una vida sin ella.

Hasta que él llegó.

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Por fin había llegado el ansiado fin de semana. Era sábado y el calor del sol abrasaba el asfalto frente a su casa. Los vecinos se encontraban disfrutando del descanso semanal, en familia; algunos incluso en sus piscinas privadas situadas en el patio trasero.

En el caso de Hank Anderson, no tenía descanso. El pequeño Cole estaba empeñado en jugar a baseball en el jardín delantero, por lo que Hank se encontraba vestido con el equipo profesional que se habían comprado para entrenarse con su pequeño y hacía las veces de Pitcher.

- ¡Papá, voy a hacer un home run, ya verás! – gritaba entusiasmado Cole, oscilando el bate en espera de que su padre le lanzara la bola.

- Ten cuidado, chico, no vayas a romper una ventana... -advirtió el teniente con una sonrisa, lanzando la bola con un poco de efecto.

Cole falló el golpe.

Con cara decepcionada, el niño dejó el bate en el suelo y fue a buscar la pelota, que había caído al jardín del vecino.

- ¡No te desanimes, chico, los mejores siempre empiezan fallando sus primeras bateadas! –gritó Hank, viendo como su hijo se adentraba en el jardín de los Hussman.

De pronto le llamó la atención un coche desconocido en la carretera. Era un coche robótico, auto asistido. Odiaba ese tipo de vehículos. No entendía cómo alguien podía renunciar al placer de conducir un buen coche; coches como el que él tenía ya no quedaban muchos... Pensando en eso se fijó en que el vehículo estacionaba suavemente en el jardín de la casa recién vendida de la acera de enfrente.

Lo observó entonces con mayor interés.

Del interior, bajó un joven bien vestido, con chaqueta y vaqueros. No debía tener más de 25 años. Llevaba el cabello castaño peinado hacia atrás, con unos mechones cayéndole sobre la frente.

Hank se descubrió a sí mismo clavándole la mirada al joven y analizando su porte.

El chico, ajeno a su mirada, se acercó al maletero del coche y sacó unas cuantas cajas de cartón que parecían de mudanza.

No cabía duda, debía ser el nuevo inquilino.

El mayor lo seguía con la mirada, viendo cómo sujetaba fuertemente las dos cajas con los brazos y se acercaba al rellano de la puerta. Estaba deseando poder ver su rostro, que se había mantenido oculto entre sus gestos. Entrecerró los ojos, concentrándose. Sus pupilas taladraron la nuca del joven, y pudo notar que éste se estaba dando la vuelta lentamente, como si su insistencia lo hubiera llamado a observar a lo que le estaba dando la espalda.

Su mirada avellana se cruzó con la azul mirada de Hank.

El contacto visual duró lo que pareció una eternidad. El tiempo parecía haberse detenido en ese mismo instante. Ambos hombres se mantuvieron la mirada, como un silencioso duelo. Intenso y que te deja exhausto al terminar. Aquellos ojos avellanas le querían decir algo, Hank lo sabía. Lo había sentido en el estómago, como un nudo marinero, muy apretado y duro.

- ¡Papá! –el chico llevaba rato llamando a su padre, que parecía ensimismado, así que le tiró la pelota encima, dándole un golpe en el pecho al teniente.

- ¡Cole!, ¿¡qué haces?! –espetó de pronto Hank, despertando del trance y llevándose las manos al pecho donde le había golpeado la pelota de baseball-. ¿Quieres matar a tu padre tan pronto?

- ¡Es que no me hacías ni caso! –el niño hizo un mohín.

La voz de Katherine sonó desde la puerta de la casa, anunciando que ya estaba la merienda servida en la mesa.

- ¡Ya voy, mami! –gritó el niño entusiasmado, olvidándose por completo de su padre, que estaba inmóvil en el césped, aguantándose el esternón golpeado.

Cuando el niño hubo desaparecido por la puerta, dirigió su mirada ansiosa hacia la casa del vecino.

Pero allí ya no había nadie para sostenerle la mirada.

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Durante toda la tarde, Hank estuvo distraído.

Se sentía desconcertado, pero no podía parar de pensar en el misterioso joven de la casa de enfrente. Mientras veía la tele, echado en el sillón junto a su esposa y su hijo, no podía concentrarse en la película que estaban viendo. Su mente viajaba al rellano de la puerta, donde habían estado aquellos ojos color avellana que le había retado a un duelo de miradas.

¿Habría ganado o perdido?

Hank se lo preguntaba seriamente, sin saber por qué le importaba ser el campeón de aquella batalla imaginaria.

- Cariño... -comenzó a decir, incontrolablemente. No tenía intención de hablar en aquel momento, pero su boca se había independizado de su cerebro-. Ya tenemos vecino nuevo.

Lo había dicho. No entendía por qué sacaba aquel tema de conversación, pero algo en su interior se liberó y alivió. Era como si aquel nudo marinero se hubiera desenredado, dejándole libre el estómago.

- ¿Lo has visto? –preguntó Katherine, entusiasmada de pronto. Cole los mandó a callar con un suave "Shhh"-. ¿Lo has visto? –susurró de nuevo la mujer, interesada por el nuevo cotilleo-. ¿Cómo es?

- No sé... -Hank no apartaba la vista de la televisión, y poco a poco llevaba una cerveza a sus labios-. No lo pude ver bien, lo vi de refilón...

Mentiras saliendo de su boca...

¿Por qué?

- ¿Y está casado o tiene hijos? –su mujer volvía a susurrar al segundo, dándole vueltas al asunto para comentarlo con sus amigas del barrio-. Sería genial tener una nueva vecina.

-Creo que no... -dijo Hank, sintiéndose totalmente distraído-. Estaba solo, y no tenía casi pertenencias, apenas dos cajas. Me pareció muy raro.

- Vaya... -la mujer lo miró, y le dio un golpe en la mano-. Y eso que solo lo habías visto de refilón –y le dio otro golpe en la mano, riéndose. Hank también se rio, pero en su fuero interno se encontraba tenso, no se reía en absoluto.

- ¿Se van a callar para dejarme ver la película? –protestó Cole, haciendo un puchero. Sus padres estaban muy rebeldes aquella tarde y él se estaba perdiendo la mejor parte por sus murmuros.

- Perdoooón –dijeron al unísono el matrimonio, y siguieron viendo la tele en silencio.

Cuando ya era entrada la noche, el matrimonio Anderson se encontraba en la cama, cómodamente acostados, cada uno con sus gafas de lectura y un libro en la mano. Las luces de ambas mesas de noches estaban encendidas y gracias al frío, ambos se encontraban abrigados hasta mitad del torso. El silencio entre ellos era sepulcral, concentrados en sus pensamientos.

De pronto Katherine rompió el hielo.

- ¿Y si organizamos mañana una barbacoa? – preguntó de pronto. Hank sacó la nariz del libro y la miró por encima de las gafas-. Mañana es domingo, tienes todo el día libre...

- No es mala idea...-murmuró.

- Podrías salir temprano a comprar carne para la parrilla mientras yo preparo algunas ensaladas y voy invitando a los vecinos. ¿Qué te parece? –sus ojos verdes se clavaron con ilusión en la mirada distraída de su marido.

Hank pareció pensar la idea un poco, aunque realmente ya lo tenía decidido y entonces pronunció las palabras que estaba deseando decir desde que había sacado la conversación:

- Así podemos darle la bienvenida al barrio a nuestro nuevo vecino... -dejó caer, como si aquello hubiera sido un pensamiento al azar.

-¡Claro, mi amor, sería una muy buena idea! –y abrazó a Hank, para darle un beso en la mejilla y luego seguir leyendo.

Hank se quedó en silencio, con la sombra de una sonrisa congelada en el rostro. Se preguntaba por qué sentía aquella extraña sensación dentro de su estómago. Sólo era un nuevo inquilino. Un desconocido, al fin y al cabo. Llevaba viendo jóvenes como aquel todos los días en el departamento de policía, entre sus propios compañeros, entre las víctimas e, incluso, entre los delincuentes.

Cerró los ojos, cansado, mientras dejaba el libro y las gafitas de lectura en la mesilla y apagaba la luz. Le dio un beso de buenas noches a su mujer, y se cubrió con la colcha, cerrando los ojos. Enseguida su mujer lo imitó y el cuarto quedó a oscuras.

En el silencio de la habitación, abrió los ojos, enfocando algún punto borroso de la habitación y se volvió a preguntar, que qué tenía de especial el joven de enfrente.

"Nada, absolutamente nada". Se repitió mentalmente.

Tal vez estaba aburrido de su anodino y tranquilo barrio. Hacía tiempo que no veía una nueva cara por su jardín. La esperanza de una nueva amistad, ¿tal vez?

Sí, seguro que de eso se trataba.

Pero la soga del nudo de marinero parecía enredarse de nuevo alrededor de su estómago.

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Ahí estaba. Delante de aquella puerta marrón que tantas veces había golpeado cuando sus amigos, la familia Evans, vivía en aquella casa.

Se encontraba delante, en silencio, no sabía exactamente qué hacía ahí. Era como si una fuerza magnética lo arrastrara, pero ya había decidido acabar con todas aquellas sensaciones que le habían embargado durante la tarde de ayer. Había salido de su hogar bastante temprano. Cole se encontraba todavía en pijama, jugando a videojuegos en su cuarto, mientras su mujer hacía todos los preparativos para la barbacoa de aquella tarde. Él se suponía que iba directo al mercado de la ciudad, a comprar carne de primera para asar unas estupendas hamburguesas, pero algo lo había desviado de su trayectoria planeada y había aparcado justo delante de la casa del desconocido.

No había tocado aún la puerta, tenía la oportunidad de retirarse y cuando estaba dispuesto a irse, bajando el primer escalón del rellano, la puerta se abrió lentamente, dejando entrever a un joven en el interior.

- ¿Hola? –preguntó el chico, con una voz grave y un tono entre amistoso y confuso-. ¿Qué desea?

Hank maldijo todos los infiernos.

Mordiéndose la lengua, se giró para ver al joven en la puerta, que lo miraba con una expresión de sorpresa, esperando una explicación a su presencia en la casa.

- Disculpa, yo sólo...-Hank sintió que sus manos sudaban. ¿Qué le pasaba? Estaba nervioso y avergonzado por su actitud extraña-. Soy Hank Anderson, vivo justo enfrente. Somos vecinos –aquello último lo dijo con una sonrisa.

Al ver que el joven sonreía, le ofreció la mano para estrechársela. El chico la aceptó y la estrechó firmemente.

"Buena apretón, chico", pensó para sus adentros al sentir la fuerza de la mano alrededor de la suya. Nadie diría que aquel joven enclenque tuviera tanta fuerza.

- ¡Encantado! Yo soy Connor –se presentó el joven, alegremente-. Ya va siendo hora de que vaya conociendo el barrio, ¿no?

- Sí, bueno, yo quería invitarte a pasar la tarde con nosotros –señaló su casa, sintiéndose de inmediato un imbécil porque ya le había aclarado que vivía justo enfrente-. Mi mujer y yo vamos a organizar una barbacoa y estamos invitando a los vecinos, sería una buena oportunidad para...-Hank se cortó de pronto porque creyó visualizar una luz amarilla en la sien del joven.

No pudo evitar la cara de sorpresa al observar el LED que llevaba incorporado el joven a su cabeza.

No era humano.

Era un androide.

Connor pareció sentirse cohibido y se llevó una mano a la frente, tapando el dispositivo con algo de vergüenza. Había apreciado la sorpresa del hombre sin dificultad, ya que su cara era un libro abierto.

- ¡Oh, vaya! –Hank intentó reaccionar, entre la incomodidad de la situación, sacudiendo las manos, como quitándole importancia-. No sabía que tú... bueno, está bien que...

- Me encantará asistir a vuestra barbacoa –contestó el joven, manteniendo la sonrisa a pesar de las circunstancias-. Será un placer conocer al resto de la vecindad. Es muy difícil hacer nuevos amigos cuando eres el nuevo y...-señaló su LED, levantando sus hombros-, y seguramente el único androide a kilómetros a la redonda.

- ¡Perfecto! – dijo sin más el teniente de policía, sintiendo unas ganas irrefrenables de alejarse de la casa-. Te esperamos esta tarde, entonces. Un placer.

Se volvieron a estrechar las manos con una sonrisa congelada en el rostro y Hank salió casi disparado de su rellano, entrando en su coche de marchas, pisando el acelerador al meter la primera y saliendo rapidamente hacia el mercado.

Connor lo observaba marcharse desde la puerta con una leve sonrisa en su rostro.

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Había actuado como un completo idiota.

Era lo único que podía repetirse una y otra vez mientras recorría la autopista camino de la ciudad. No sabía cómo reaccionar ante situaciones tan incómodas como la que acababa de vivir, pero lo que más le sorprendía era el hecho de que, aquel chico, su nuevo vecino, fuera un maldito androide. Si no hubiera sido por el LED brillando en su sien, jamás lo habría supuesto.

Y no sabía qué le sorprendía tanto, ya que la revolución por los derechos de los androides había triunfado, aquellos seres eran considerados una nueva forma de vida y estaban intentando crear leyes para incluirlos en la sociedad. Sin embargo, él nunca había sido muy amante de la tecnología y aunque no estaba en contra de su liberación, interactuar con androides se le hacía... incómodo y complicado. Además, no se le escapaba el hecho de que aquel androide no era un androide común. Debía ser uno de esos a los que todos llamaban "divergente", un androide que se había rebelado contra el sistema y que había despertado sentimientos muy parecidos a los humanos en su interior.

Es que parecía tan real... ¿Pero era real o no? ¿A qué se refería con real? ¿A un humano de verdad...?

Pero no era humano. Era un androide. Por lo tanto... ¡no podía comer! Decidió que debía avisar a su esposa de lo sucedido, para que no reviviera la misma situación que él si decidía invitarlo a la barbacoa. Tenía que sonar convencido de que aquello había sido fortuito y no un acto casi planeado desde la noche anterior ya que ella había quedado en que se encargaría de las invitaciones a los vecinos... No entendía por qué actuaba así, él nunca le había mentido a su mujer, y menos por aquellas chorradas. Pero algo en su interior le decía que era mejor así.

Marcó el número de teléfono en su móvil un tanto desfasado y puso el manos libres para escuchar el tono hasta que Kathy cogió el teléfono.

- ¡Hola, cariño! ¿Ya compraste todo lo que te apunté? –preguntó a través del teléfono con voz risueña.

- No, mi amor, esto... estoy llegando –cerró los ojos, arrepentido de haber iniciado aquella llamada, pero ya no había escapatoria-. Mira, tengo que contarte algo. Nuestro vecino misterioso es un androide –hizo una pausa dramática para saber cómo se lo tomaba ella.

- ¡Oh, qué maravilla y qué interesante! –se rio escandalosamente, parecía hacerle incluso ilusión-. Nunca he conocido a un androide que no fuera el androide doméstico de los Hussman. ¿Y cómo lo has sabido? –la temible pregunta había llegado.

- Pues, verás, él estaba saliendo de su casa y pensé que tal vez luego no lo pillarías, así que lo abordé y le invité. Pero me di cuenta demasiado tarde de que era un androide... -no sabía si debía pedir perdón o no, pero cerró un ojo fuertemente mientras que con el otro miraba a la carretera y esperaba alguna reprimenda.

- ¡Pero, claro! –dijo en cambio, como descubriendo algo-. Los androides no pueden comer, el pobre... se va a desconsolar, aquí no hay nada para él –se hizo un silencio mientras pensaba-. Trae también algo para que él pueda tomar, hagamos que se sienta bienvenido al barrio.

- ¿Que qué? –Hank no salía de su asombro, él no tenía ni idea de qué era lo que podían tomar o no los androides-. Pero si yo no sé ni configurar los ajustes de mi móvil, ¿cómo voy a saber qué puede tomar o no ese tipo?

-No seas bruto, Hank Anderson, no podemos invitar al chico a casa y no ofrecerle ni un mísero vaso de agua mientras todos nos hartamos a su alrededor. Trae de esa cosa azul que ellos toman, ya sabes, de eso que venden en las tiendas especializadas.

- Está bien... lo intentaré...-susurró resignado. Había sido mala idea avisarla, ahora tendría que partirse la cabeza buscando dónde venderían alimento adaptado para androides.

Se despidió de ella con unas palabras de cariño y siguió conduciendo, masticando su frustración. Cuando llegó al mercado, paseó por sus puestos de confianza y entre cháchara y cháchara, consiguió llenar la cesta de todo lo necesario. Solo necesitaba algo para... ¿Cómo había dicho que se llamaba?

"Connor"

Su mente le había respondido alto y claro, a una velocidad impresionante.

Connor.

Hizo un gesto indescifrable para sí mismo, mientras buscaba con la mirada a alguien a quien poder preguntarle dónde conseguir lo que buscaba.

Era un buen nombre.

Al final, lo que buscaba recibía el nombre de Thirium, y era sangre azul, técnicamente. La vendían en botellas y en toda clase de tamaños. Compró algunas de sobra, por si el joven quería empacharse de ese líquido que, por lo visto, refrigeraba y reconstituía su sistema. Cosas de androides que él no entendía, ni tampoco quería entender. Con todo aquello en la cesta, se dispuso a volver a su hogar, para pasar el mediodía cocinando para sus vecinos.

No era un gran plan de domingo, al fin y al cabo.

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El calor le hacía sudar la camiseta, que tenía impregnada a olor a brasa. La carne se hacía jugosamente en la parrilla mientras en el patio de su casa bullía de voces y de sonrisas de sus vecinos. Su mujer, una grandísima anfitriona, se había encargado de los preparativos y estaba atendiendo las necesidades de cada uno de los asistentes mientras él se encargaba de alimentarlos. Cole también aportaba su granito de arena a la reunión vecinal, llevando una pequeña bandeja con tentempiés como en las fiestas de lujo, pero a su manera, con rollitos de jamón y queso que había hecho él mismo con sus manitas. Sumo lo perseguía, en busca de algo que se cayera accidentalmente de la bandeja.

Se había acercado Bob y Nelson a preguntarle por el trabajo, pero no tenía muchas ganas de contarles sus acostumbradas anécdotas y batallitas, en cambio Bob, que había sido bombero, sí tenía muchas en la recámara para momentos de reunión como aquellos.

Mientras escuchaba la estruendosa voz de Bob, contando por enésima vez aquella vez que saltó de una ventana en un edificio en llamas, no paraba de mirar la puerta de la cocina, por donde entraba y salía Katherine.

No quería admitirlo.

No podía admitirlo.

Pero lo estaba esperando.

¿Qué le pasaba? Era algo que no comprendía. Pero no podía sacarse a ese joven –androide- de la cabeza. Había un aura de misterio que lo envolvía y debía ser su olfato de detective lo que no le permitía desvanecer su rostro de sus pensamientos.

- Ey, Hank, se te queman las hamburguesas, amigo –le dijo Bob con una cerveza en la mano y toda la tranquilidad del mundo, incluso divertido.

- ¡Me cago en la puta! –dijo Hank, viendo el desastre de las hamburguesas negras por uno de sus lados. Intentó arreglarlo rápidamente.

- ¡En qué estaría pensando, el semental! –rio Nelson, chocando la botella de cerveza con Bob.

- Seguramente en Margaret, mira lo espléndida que ha venido... como siempre –comentó el bombero, mirando lascivamente a una joven mujer vestida de amarillo.

- Para qué pensar en Margaret estando casado con Katherine, el viejo Hank nunca ha sido bobo –siguió el juego Nelson, dando codazos a Hank, que tenía la cabeza en otras cuestiones, y ninguna llevaba falda.

- Vaya mierda, estas hamburguesas están insalvables –comentó Hank, ajeno al debate.

Los hombres se rieron por lo bajo y levantaron la vista cuando la nombrada Katherine apareció por la puerta de la cocina acompañada de un joven apuesto.

- Damas y caballeros –dijo la mujer con voz cristalina, alzándola sobre los demás para que la atendieran. Consiguió atraer la atención de su público sin dificultad. Hank, que se encontraba ensimismado en la parrilla, levantó la mirada y se quedó petrificado.

Allí estaba.

Connor.

Su mujer lo tenía sujeto de los hombros, como a un adolescente. En sus manos llevaba una botella de vino blanco, como obsequio seguramente por la invitación. Y miraba a los vecinos con una sonrisa perfecta en su rostro. Se mostraba amigable y amable.

- Gracias por su atención –dijo Kathy, dando unas palmaditas en los hombros del joven que venía vestido con una chaqueta que parecía hecha a medida-. Os presento a Connor, nuestro nuevo vecino. Ha comprado la casa de los Evans –presentó, allanando el camino del joven.

- Encantado de conocerles a todos –sonrió, casi con timidez, y le agradeció a Katherine la presentación, dándole la botella de vino. La mujer la cogió con una sonrisa radiante y la colocó en la mesa de bebidas, donde la descorchó.

El chico se quedó entonces solo, ante las miradas de los vecinos. Muchos sonreían incómodos ya que se habían dado cuenta de su LED, que empezaba a parpadear en amarillo intermitentemente.

Hank lo observaba atentamente, sus amigos estaban murmurando sobre el androide, sorprendidos de que uno de ellos hubiera podido comprar una casa. Hank chasqueó la lengua, no conforme con aquellos comentarios. Le hizo un gesto al joven, que distraídamente se había deshecho de la chaqueta y la había dejado en sillón de mimbre que tenía en la terraza. Connor se percató de que Hank le estaba llamando, así que acudió a su llamada dando pasitos rápidos.

- ¡Hola de nuevo! –dijo al verlo. Parecía contento de encontrárselo.

- ¿Haciendo nuevos amigos? –preguntó de vuelta Hank, refiriéndose al momento incómodo que acababa de vivir-. Te presento a mis colegas –Bob y Nelson se revolvieron en el sitio, tenían unas sonrisas congeladas en sus caras. No se esperaban aquella presentación tan repentina-. Este es Bob –señaló a Bob con la espátula de la parrilla- y este es Nelson –y terminó señalando a Nelson con la misma-. Son viejos carcamales como yo, con muchas batallitas que contar. Seguro que te interesa escuchar alguna.

- Sí, por supuesto, sería un placer –dijo cortésmente el androide. Miró de reojo a Hank, que seguía concentrado en sus hamburguesas ahora que había conseguido que el chico se integrara y Connor no pudo evitar agradecerle telepáticamente la oportunidad.

Bob y Nelson aprovecharon a aquel paciente androide que escuchaba entusiasmado todas sus historias y sin rechistar para conseguir toda la atención que necesitaban. Mientras tanto, Hank se sentía ahora muchísimo más relajado y tranquilo, como si aquella extraña sensación de confusión y constante constricción interna hubiera desaparecido. Siguió cocinando y hablando con el resto de vecinos, mientras bebía algunas cervezas frías que iba sacando del congelador portátil que tenía justo detrás.

Connor se había sorprendido gratamente por el detalle de ofrecerle de beber Thirium; Katherine había aparecido al rescate del joven con una copa llena de aquel líquido azul y aprovechó para desembarazar al androide de aquellos dos, que observaron con pena cómo su mejor pupilo se escabullía al otro lado del patio, donde conocería a otra pareja encantadora que morían por hablar con él.

Hank observaba la escena concurrida en su patio, aun a pesar de estar agotado ya de tanto cocinar, había valido la pena organizar aquella barbacoa. Le encantaba compartir con sus vecinos y afianzar lazos con el vecindario. Su mujer era una excelente animadora, había organizado juegos para los niños e incluso para los adultos, pero él se había quedado al margen, sentado en el sofá mientras dejaba que la brisa de la tarde le despeinara el cabello cano.

Connor en un momento que no esperaba, se sentó a su lado, también abrumado por tantas preguntas y tan buen recibimiento. Al percatarse el mayor de que estaba a su lado, sintió tensarse un poco el cuerpo, pero se obligó a mostrarse relajado e impasible.

- ¿Te lo estás pasando bien, Connor? – preguntó para romper el hielo, mientras se acariciaba la perilla mirando hacia su hijo, que jugaba con otros niños en un Tipi montado para ellos.

- Sí, señor, quería agradecerle la invitación y la hospitalidad –sonaba muy formal pero cercano-. Y también por haberme facilitado la integración con sus amigos, ha sido muy divertido –sonrió directamente hacia Hank.

- Este es un buen barrio, un barrio familiar y cercano. Un lugar perfecto para empezar una familia –se cortó de pronto, dándose cuenta de que hablaba con un androide, no con un joven que pudiera iniciar una familia. La siguiente pregunta que tenía en la punta de la lengua no correspondía. Sin embargo, Connor pareció adivinarla.

- Yo no tengo familia...-pareció sonar nostálgico, su mirada se paseó por entre las caras de las personas que allí estaban-. Pero creo que no me equivoqué al elegir este lugar para vivir –y le dedicó una mirada de reojo. Sus pestañas eran largas y extrañamente femeninas.

Se hizo un pequeño silencio, tal vez incómodo, pero fue roto de nuevo por la voz del joven.

-He de irme ya... -dijo aquello levantándose del sillón en el que estaban ambos sentados-. Muchísimas gracias de nuevo, señor Anderson, despídase de mi parte con su esposa, ha sido muy agradable conmigo –y se despidió con un gesto de la mano, sin darle tiempo a réplica al teniente.

Hank tenía la boca media abierta, porque tenía toda la intención de decirle un "quédate un rato más" o un "todavía es temprano, disfruta de la fiesta". Sentía la necesidad de seguir hablando con él, y poder averiguar a qué se dedicaba. Quería averiguar qué era lo que hacía que estuviera pensando en él de forma magnética. Pero no pudo articular palabra, el joven salió con prisas, sin que nadie le acompañara hasta la puerta.

El teniente se hundió en el sillón y dejó caer la cabeza en el respaldo, sintiendo de pronto un olor extraño, que no identificaba como familiar. Alzó la mano hacia la parte trasera de su cabeza, donde estaba apoyado y descubrió que se había recostado sobre la chaqueta que el joven se había quitado nada más llegar a la casa de Hank.

La cogió con ambas manos y la observó, era una chaqueta muy peculiar y estaba impregnada de un olor amacerado. Se levantó del sillón y, aunque sabía que era imposible, se adentró a la cocina y salió al pasillo, la casa estaba a oscuras porque todo el movimiento se encontraba fuera, y cuando abrió la puerta de entrada de la casa, Connor ya no se encontraba ni en su jardín delantero ni cruzando la calle, ya había desaparecido.

En su mano tenía la chaqueta, que agarraba con cuidado para no arrugarla. Ahora ya no le quedaba más remedio... tendría que devolvérsela.

¿Qué había sido eso? ¿Una sonrisa?

Borró de inmediato esa estúpida sonrisa de su cara y frunció el ceño, agarrando la chaqueta fuertemente.

-¡Cariño! ¿Dónde estás? ¡Todos claman por tu presencia! –gritó su mujer desde el patio interior.

- ¡Ya voy, cariño! –dijo, no muy convencido, en voz alta para que le escuchara. Miró una última vez a la chaqueta y la dejó en el salón.

Un pensamiento rondaba en su cabeza:

Había sonreído al pensar en volverlo a ver. 


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¿Os ha gustado? ¡Espero que sí! Sé que no es El primer verano de Connor, pero os tengo muchas sorpresas preparadas con este fanfic. ¡Dadle una oportunidad! 

Para ir abriendo boca os dejo una de las canciones que más me va a inspirar a escribir este fanfic. ¡Disfrutad de esta preciosa canción!

El bailarín del vídeo es el increíble Sergei Polunin, un amor platónico que tengo. Se da un aire a Bryan Dechart (Connor) que me pone muy feliz. 

Pokračovat ve čtení

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