Amor De Cristal

By Temoltzinmaria1

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En edición Helena Hamilton es una chica tierna e inteligente. Sin embargo odia la vida social a la que esta s... More

Nota De Autor
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
capitulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 40
Capítulo final
Epílogo
Aclaración

Capítulo 39

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By Temoltzinmaria1

Se envió un ultimátum a todo el reino, estábamos en guerra por lo que era necesario la presencia de hombres jóvenes al frente de batalla que el ejército de cromenia ya había predispuesto en una región llamada Hofburg.

Después de recibir la autorización de los médicos reales, no dudo en reunir en su despacho a los generales y ministros de guerra que encabezarían la defensa. Debido a su herida debia abstenerse de pisar el campo de batalla, aun no se encontraba del todo bien como para arriesgarse, pero sabia que era solo cuestión de tiempo para que él se uniera a sus tropas.

Para el envio de información, se usaron cientos de mensajeros para que William estuviera al tanto de todo lo que acontecia, pero despues de la primera semana comenzaron a llegar los primeros heridos en batalla y también los primeros cuerpos que desgraciadamente habían perdido la vida gracias a unos cañones de alto impacto que fueron lanzados a las primeras líneas defensivas.

Mientras tanto, logre apoyar llevando materiales de curación a los hospitales donde se atendían a los heridos. Todas las personas que me recibieron se veían lamentables, no por su apariencia si no por el brillo de sus ojos, la guerra ya les habia quitado una parte de si y sospeche que solo era cuestión de tiempo y muertes para que todo el reino luciera de la misma forma.

Sabia que muchos hombres estaban muriendo sin piedad a manos del enemigo, muchos hombres que partieron con la frente en alto y con las esperanzas de defender no solo a su pueblo si no a sus propias familias, sabia que muchos de esos hombres ya no volverían tal cual partieron, sino que regresarian en cajones de madera sin poder terminar con esa absurda masacre sin sentido.

A menudo me estremecia al pensar en el futuro de esta guerra ¿Que ganaria cromenia cometiendo con todo esto? ¿Cuál era el propósito del zar?

William meditaba cada decisión, sabia que cualquier movimiento en falso podia ser un error fatal en batalla, muchas vidas podian perderse y lo que él pretendia era evitar a toda costa que se derramara mas sangre de la necesaria. En cuanto a la política, poco despues de que comenzó la guerra supimos que muchos que decian ser leales al rey, abandonaron inmediatamente sus puestos y huyeron hacías las regiones más alejadas de la capital, se decía que no confíaban en la capacidad del rey o de los ministros de guerra para enfrentar el terrible ejercito de Cromenia.

William se empeño en resguardarme en el palacio y en mis habitaciones porque los consejeros temian que los rebeldes lograran atacarme en obras de caridad o en mis visitas a los heridos. Mi unica tarea era observar por la ventana y escuchar los informes que la Condesa me ofrecia sobre la guerra y la ciudad, sobre cómo su familia o conocidos afrontaban la situación. Sus primeros informes confirmaban que los miembros de la corte que deseaban huir se les estaba negando marcharse con sus riquezas por orden de Willian, porque si deseaban huir antes debian dejar atrás sus riquezas y sus más valiosas posiciones, pues en la guerra lo que más se necesitaba era financiamiento.

El palacio y el Parlamento, eran por poco pueblos fantasmas, el personal se redujo a la mitad por el miedo que generaba la guerra, habían bastantes rumores sobre el avance del enemigo y aunque la mayoría de ellos eran falsos, la gente, en su ignorancia creyó en lo que quería creer y también se marcharon a casas de familiares en el campo. El campo parecía ser una mejor opción que las grandes ciudades.

—¿Majestad?—pregunto la condesa un tanto dudosa.

—¿Si?—respondi soltando un suspiro. Me había sumido tanto en mi propia meditación que había olvidado que la Condesa continuaba con su informe habitual.

—Ya debe estar demasiado estresada sobre lo que ocurre en el reino, debemos tomar un descanso.

—Eso parece ser una buena idea, si tan solo el rey pudiera tomar un descanso de todo esto.

—Es una pena...

Un par de golpes provenientes de la puerta interrumpieron a la Condesa. Me miró un tanto extrañada y se dirigió hacia la puerta.

—Disculpe condesa, pero dos caballeros desean hablar con usted— dijo una voz femenina. La Condesa miro por encima del hombro de aquella mujer y se le noto disgustada. Cerro nuevamente la puerta y se aproximo.

—Disculpe majestad, dos caballeros solicitan mi presencia en este preciso momento...

—No es necesario que me solicite permiso, ahora que estamos en guerra deberíamos tener una relación menos formal.

—Disculpe majestad, no puedo hacer lo que me pide ¿Que sería de nosotros sin el protocolo y la formalidad de la realeza? Sólo seriamos simples mujeres hablando en una habitación bien decorada.

La guerra cambiaba a la gente y una prueba de ello era el extraño sentido del humor de la condesa, me hacia reír a menudo y eso era algo de extrañarse en una mujer que apreciaba el protocolo y las reglas fundamentales de la buena educación de etiqueta.

La Condesa hizo una reverencia y se marchó. Tal vez pasó media hora o quizás más pero el tiempo que pase sola no me pareció tan largo, reflexionaba bastante pues cada pensamiento me dirigía siempre a los finales probables que tendría está guerra y cada uno era peor que el anterior. No me di cuenta cuando la Condesa regreso, pero en su rostro expresaba una clara preocupación.

—¿Sucedió algo Condesa?— dije al instante en que note la palidez que había en su rostro. Había tomado una posición tan rígida y sería que tuve la terrible sensación de que estaba a punto de decirme algo terrible.

—Majestad—pronunció mirando hacia el piso—el Conde de Cavour y el señor Gonnier, uno de los ministros de guerra solicitan una conferencia con usted majestad ¿Que debo anunciarles?

—¿Esos hombres hablaron con usted?— cuestione inmediatamente al ver la seriedad con la que se dirigía a mi.

—Asi es majestad, han hablado conmigo para saber si pueden solicitar apoyo de su parte

—¿Porque le ha conmocionado su petición?

—Majestad, tal vez no soy la persona correcta para explicarle lo que ocurre. ¿Desea que le permita el paso a los caballeros que aguardan por usted?

Confundida y más curiosa que nada asentí preparándome para cualquier solicitud que desearan aquellos hombres, reflexionando si estaba en mis posibilidades ayudar o negarme.

Entonces la condesa se apresuró a la puerta y al abrir les permitió el paso. El Conde de Cavour a quien ya había conocido, no parecía ser el mismo hombre coqueto y parlanchin de antes, está vez sostenía una expresión severa en el rostro al igual que su acompañante. Ambos hicieron una reverencia ante mi y el Conde dio un paso al frente.

—Majestad, tal vez está no es la manera de expresarle nuestros deseos. pero debido a la actual situación me he atrevido a venir  para solicitarle un gran favor, pero antes que nada, temo informarle que que aproximadamente cinco mil hombres del ejército real han desertado del frente de batalla y se prevé que otros más lo hagan—explico directamente dando a entender que miles de hombres huían de la batalla contra el ejército de cromenia.

—¿Que?—lo que acababan de informarme era sumamente alarmante—¿Porque? 

—El temible ejército cromeniano ha aterrorizado las filas de los soldados que conforman parte de la defensiva de nuestro ejército, sobre todo la presencia del zar al frente de su ejército.

—Lo que solicitamos es la presencia del rey al frente de sus tropas—se apresuró el ministro de guerra—el ejército necesita que el rey tome el mando de sus tropas.

—No— pronuncie casi en un grito— el rey aún está débil y no puede ir a ese lugar.

—Si el rey no alienta a sus tropas, perderemos está guerra.

—Lo que pretenden hacer es enviar al rey a morir

—Majestad con el más debido respeto que merece, todos moriremos si el ejército pierde la fe, si nuestros soldados pierden la fe en lo que protegen.

—¿Como pueden sentirse de esta manera cuando apenas comenzó la batalla?— grite ahogando un nudo en la garganta.

—Es difícil de explicar majestad, usted no ha pisado y no pisará el campo de batalla mientras el rey viva y se haga cargo de ello, pero es difícil para los hombres que luchan por el bien común de nuestro Reino, ver morir a cientos de soldados destrozados por bombardeos en cuestión de segundos.

Contuve el aliento mientras pensaba que hacer o que decirles. Di media vuelta y volví a ver el paisaje por la ventana.

—Majestad, los demás ministros se han negado a pedirle al rey que haga acto de presencia, sabemos que es un riesgo para su salud, pero será aún peor que perdamos la guerra tan pronto. Lo que solicitamos de usted es que esté presente cuando se le anuncie al rey está terrible noticia y que sea usted quien le solicite que deba ir al frente por el bien del rumbo de esta guerra.

—¿Porque me piden que envíe a mi esposo a la muerte?—dije entre lágrimas

—Porque si no lo hace usted, nadie se atreverá a hacerlo y el reino se perderá.

No tenía el corazón para hacer lo que me pedían, pero en ese instante en el que esos dos hombres parecian representar a miles de soldados que suplicaban la presencia de su líder,solo pude darles una respuesta positiva porque en el único en quien pensaba era en William. Si perdíamos está guerra, lo perdería a él, porque antes de amarme a mi, él amo a su reino y lucho tanto para que esté país no cayera y si no peleaba, su esfuerzo sería en vano, pero también me acechaba otro pensamiento que me horrorizaba y me estremecía por completo. El pensar en que William llegara a morir me consumía el alma, no podría soportar el dolor de perderlo, no obstante, tampoco podría soportar el peso de una derrota inminente, miles de vidas perdidas en vano. Trataba de encontrar la mejor manera de expresarle mis temores y los deseos de sus súbditos a William, pero cuando estaba a punto de hacerlo mi voz desaparecía y sólo se creaba un nudo de extremo dolor en el interior de mi garganta.

De alguna manera y gracias a los generales que lo rodeaba la mayor parte del día, ni siquiera notó cuando se me escapó una lágrima a la hora de la comida, pero sabía que en cualquier momento tenía que hablar y hacerlo conocedor de las peticiones o más bien exigencias de su ejército, pero mientras ese momento no llegara le pedí a la Condesa de Yhules que me dejara sola durante un buen tiempo, lo necesitaba y quería alejarme de todo. La condesa comprendió que tal vez no era un buen momento para reproches, pues mi corazón estaba tan atemorizado y tan abrumado por lo que el Conde y el ministro me habían solicitado.

Se fue inmediatamente y durante la tarde nadie más entró a mi habitación, en ese tiempo no pensé más que en mi propio dolor. Era tan egoísta, porque realmente al único al que quería y debía proteger era a William, pero era tan cobarde que no podía hacerlo. Yo no tenía la fuerza, el valor o elos recurso para hacerlo. ¿Porque si era la reina me sentía tan pequeña y tan inutil?

Observé el atardecer desde la puerta del balcón, era tan hermoso y la ciudad parecía más silenciosa que nunca, ese pequeño instante en que el sol se despedía y le daba la bienvenida a la tranquilidad de la noche, me recordo a mi más anhelado campo. Deseaba que está guerra terminara pronto para así algún día poder llevar a William y mostrarle lo más bello de la naturaleza, oraba para que así fuera.

Pocos minutos después de que el sol se oculto, se me ocurrio ir a un lugar más íntimo, la antigua sala del trono.

Era tan desalentador notar como la servidumbre y las personas que siempre deambulaban por los pasillos se habían reducido a unos cuantos por temor a la guerra, temia del dia en que él me pidiera abandonar tambien el palacio, sabia que me enviaría tan lejos de él solo para mantenerme a salvo.

En cuanto llegue a la antigua sala del trono, me senté sobre el banquillo del piano.

—¿Helena?—la voz de William hizo eco en la gran habitación provocando que me levantara rígidamente esperando ver su silueta entre la oscuridad—¿Que haces aquí?

—Necesitaba pensar—admiti aproximandome a él—¿Me buscabas?

—En realidad no tenía idea de que estabas aquí—admitió en un tono sincero—quería un momento de tranquilidad para poder pensar, pero dime ¿Sucede algo?

—sólo estoy preocupada por ti.

William sonrio pero en realidad era una sonrisa afligida.

—No hay necesidad, mi querida helena— expreso en un tono dulce. Se aproximo hacia la silueta oscura del piano y de un momento a otro hubo una pequeña luz que nos iluminó. Habia encendido una pequeña vela, el candil necesitaba una vela nueva, estaba tan distraída que no me di cuentaque estaba ahi.

—¿Realmente te encuentras bien?

Tal vez yo era la única persona en el reino que comprendía su sufrimiento, su vida estaba ligada a miles de personas que ni siquiera conocía y todos y cada uno de ellos esperaban que William venciera en esta guerra. Todos clamaban su nombre y gritaban por su ayuda.

Los segundos pasaron y el permaneció con la mirada sobre la luz que producía la vela. Luego suspiró, un suspiro largo y profundamente doloroso.

—Tal vez no— respondió girándose hacia mi—no creo que este haciendo un buen trabajo encerrado en este lugar. Cientos de hombres están muriendo ahora mismo y es una estupidez que yo permanezca aquí disfrutando de lo que tal vez ellos no podrán tener.

—Eres el rey— dije con el proposito de animarlo, pero sabia que era imposible, él se martirizaba por no sufrir lo mismo que ellos.

—Pero no por ello debo gozar de privilegios cuando estamos en guerra— refutó acercándose peligrosamente a mi—ni siquiera meresco uno solo de tus besos.

Extendió su mano llevándola hacia mi mejilla, el roce de sus dedos estremeció mi cuerpo. Entonces estos bajaron hacia mis labios acariciando cada milímetro de ellos, tocando tal vez lo que ansiaba con tal diligencia.

Nos miramos detenidamente, sus hermosos ojos azules tenían un extraño brillo. Mi corazón latía desenfrenado y tenía la terrible necesidad de besarlo, sin embargo, comencé a llorar, estaba llorando porque debia decirle algo importante.

—Debo ir— murmuró, pero su voz se fue apagando— debor ir al frente, pero tampoco quiero dejarte ¿Que debo hacer?

Mis lágrimas no dejaban de escurrir por mi rostro y William trataba de limpiarlas conforme bajaban.

—Tu y yo sabemos que no puedes quedarte aquí— dije tratando de formar una sonrisa sincera— ellos te necesitan.

Bajé la vista y trate de limpiar las lágrimas, pero repentinamente me tomo con ambas manos, se acerco hasta sus labios tocaron los mios.

—Regresare, prometo que lo haré—dijo un segundo despues de que se alejara de mis labios.

Sus manos se movieron delicadamente por mi cuerpo, me acorraló contra un muro para volver a besarme como si no hubiera un mañana, sus labios se movían sobre los míos con un ritmo desenfrenado, era un beso lleno de ansias, de tantos sentimientos juntos que sentí mi pecho expandirse. 

Su lengua se unio a la mía formando una danza rítmica, moviéndose juntas al compás, explorando cada uno de los espacios que las conformaban fundiendo nuestros labios hasta quedarnos sin aliento. Y así, sus manos viajaron a través de mi vestido hasta encontrar un pequeño nudo oculto de mi corset. Entré besos desenfrenados y el calor que emanaban nuestros cuerpos encontró la manera de arrebatarme las prendas que vestía y en aquel momento no importaba la guerra, los soldados o el zar de cromenia, sólo éramos William y yo.

Contuve el aliento cuando impregnó besos sobre la piel de mi cuello, acariciando cada parte de mi débil y delgado cuerpo mientras arrojaba sus vestiduras hacia el vacío oscuro de la habitación. Los jadeos de nuestra respiración hacían eco en la antigua sala del trono.

Con cautela y silenciosamente acomodo mi cuerpo sobre la anchura de la falda de mi vestido que yacía en el suelo polvoso, colocándose entre mis piernas, puso su masculinidad en mi entrada mientras me miraba a los ojos.

Poco a poco fue en undiéndose en mi, un gemido de placer escapó de mis labios cuando sentí que me lleno por completo, era extraño sentirlo asi, fundido en mi, pero al mismo tiempo era algo que cada parte de mi cuerpo deseaba. Su masculinidad me llenaba por completo mientras que yo lo arropaba y lo abrazaba con mis músculos vaginales apretando y soltando mis paredes para ofrecerle un placer mas grande. Su cara se transformaba haciendo muecas de placer su ceño fruncido, sus ojos cerrados, lo miraba fijamente queriendo grabar cada parte de su rostro a fuego en mi memoria. Sus embestidas fueron aumentando cada vez más, entraba y salía de mi cada vez más rápido y fuerte haciendome soltar múltiples gemidos que llenaban la sala, sus movimientos de caderas más bruscos a cada segundo arrastrandome a un orgasmo seguro. Estremecida, me aferraba a su espalda sudorosa y empolvada.

—Te quiero— le escuche decir.

Y entonces sus besos fueron más sutiles y delicados, sus labios eran tan suaves pero firmez.

—Y yo a ti— respondi con dificultad cuando sus movimientos fueron lentos pero más profundos.

Si habrán sido minutos u horas, no lo sé pero deseaba que ese momento no terminara, que fuera eterno. Mi cuerpo se paralizó al llegar al éxtasis, y un temblor me recorrió todo el cuerpo, apreté con fuerza mis paredes vaginales al rededor de su masculinidad logrando que aumentara la brusquedad de sus embestidas. El pecho de William se movía tan rápido como su respiración y su piel brillaba con la luz de la vela. Se dejó caer a un lado mío una vez alcanzado su clímax y enseguida me abrazo.

Nos mantuvimos en total silencio tratando de controlar la adrenalina que no dejaba de correr por nuestras venas.

—¡Dios!— dijo cortando el silencio— en verdad agradezco a Dios haberte tomado como mi esposa.

Sonrei enternecida, yo también le agradecía a Dios el destino al que me había llevado.

—Doy gracias el haberte conocido— dije besándolo y aferrándome a su cuerpo desnudo.

William envolvió nuestros cuerpos en la tela de la falda del vestido y yo me acomodé sobre su pecho. Y entonces note que su corazón apenas comenzaba a encontrar un poco de tranquilidad después del esfuerzo.

—Helena, mi amor, gracias por comprender que tengo deberes que debo cumplir.

—No tienes nada que agradecer, soy una mujer egoísta.

—¿Porque dices esas cosas?— cuestióno inmediatamente sorprendido.

—Porque en realidad no quiero que vayas, pero yo sé que es tu deber y me soltaron que yo te hiciera la petición de ir al campo de batalla—admiti con culpabilidad.

William beso mi frente y levanto mi rostro con sus dedos desde mi mentó hasta lograr que mi ojos se cruzarán con los suyos.

—Aunque te duele dejarme ir lo hiciste y eso requiere valor y agradezco que tú, mi esposa, sea quien gobierne aquí mientras yo esté en el campo de batalla.

—¿Porque eres tan dulce conmigo? ¿Porque desde que me conociste me has tratado con tanto amor?

Volvió a besarme y sonrió

—Porque el día en que te conocí me enamoré de ti—reveló con tal seguridad que no podía creerlo-Nadie me miro y nunca nadie me sonrió como tú lo hiciste. En ese momento quería saber todo de ti, pero lo único que pude hacer fue invitarte a bailar. Soy yo quien deberia preguntar. ¿Porque me has tratado con tanto amor, con tanta dulzura? ¿Porque?

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