Cuentos aztecas

By graciasmami

7.3K 24 1

More

Cuentos aztecas

7.3K 24 1
By graciasmami

Cuentos Aztecas Amor, guerra, muerte y gloria en tiempos de los mexicas

Rubén Claver Nevado

A mis padres y mi hermano, por su paciencia y dedicación, a Gary Jennings, por escribir Otoño Azteca, novela que me inspiró y me acercó como nunca al mundo azteca.

INDICE: - Cuento de un amor azteca ----------------------------------- página 1. - La niña de los ojos de jade ---------------------------------- página 7. - Detrás de las sombras ---------------------------------------- página 12. - Cuento del más allá ------------------------------------------- página 18.

Cuento de un amor azteca

¿Te has dado cuenta de que nos conocemos desde que éramos unos mocosos, Itzqiahuitl? Estoy segura de que sientes por mí lo mismo que yo siento. Casémonos, y tengamos hijos que honren a los Dioses. Era aún temprano, en la mañana del décimo tercer día Cempoalli ihuan CeMalinalli, 21 Hierba, del mes el Árbol es Levantado en el año Nueve Conejo cuando el Huey Tlatoani de los mexica, Moctezuma Illuicamina “El Furioso Señor que saetea el Cielo”, convocó al ejército en el cuartel de Moyotlan. Después, con el lejano canto de las primeras aves del Lago, partieron por el camino-puente de Tepeyac, en dirección al sur, y ya en la tierra firme se perdieron entre la niebla. Encabezada por el propio Moctezuma y las tres órdenes de caballeros, Jaguar, Águila y Flecha, el vasto contingente se movió rápido a través de las tierras verdes salpicadas de rocío, bajo las innumerables lanzas,

jabalinas y estandartes de vistoso colorido que imitaban las púas del huitzlaiuachi, hasta llegar por fin a la tierra de sus enemigos irreconciliables, los Texcaltecame. Enfrente, al otro lado de la solitaria colina en la que se habían detenido se levantaba un bosque frondoso y ancho. El Huey Tlatoani envió unos pocos exploradores, y cuando regresaron, al cabo de poco tiempo, uno de ellos dijo: - Mi Señor, no hay rastro del enemigo, al menos en estos llanos y en el comienzo del bosque. Tal vez se lo haya pensado mejor y... Moctezuma apartó la mirada del guerrero y replicó: - Mmm, puede que esos perros sean insolentes, pero jamás oí hablar de un texcalteca cobarde. Ten por seguro, tequiua, que no estarán con los brazos cruzados. Dicho esto ordenó a los Campeones Flecha que se adelantaran cincuenta pasos y se apostaran a un lado del bosque, cerca de donde se abría un angosto sendero. Luego ordenó a los diferentes cuachictin que condujeran a sus tropas a lo largo del llano, casi tan alejados de la colina como los arqueros, y por último movilizó en abanico a los Caballeros Águila y Jaguar para que diesen cobertura a los demás guerreros. Mientras tanto, el cielo se había ido poco a poco cubriendo con un manto de amenazantes nubarrones, y minutos después comenzó a llover. Con un gesto, el Huey Tlatoani indicó a los Campeones Flecha que se preparasen para lanzar una primera batería sobre los árboles. Los guerreros tensaron sus arcos, y apuntaron hacia la bóveda de árboles. A su lado, el pendón de plumas que normalmente les revelaba la dirección hacia la que Ehecatl soplaba su trompeta de viento luchaba ahora por no salir volando bajo la creciente tormenta; y es que era tal la fuerza del viento y del agua que caía de las jarras de los Tlaloque que por un momento los Caballeros temieron que las flechas cayeran abatidas. Pero no fue así, y poco después se perdieron tras la oscura foresta, emitiendo un agudo chillido que luego se tornó en aullido, y no precisamente de coyotin. Los Caballeros lanzaron de nuevo sus flechas y Moctezuma, desde la colina, gritó a los cuachictin: - ¡Prended a los que salgan de la maleza!¡Que no se acerque ninguno! El grueso del ejército avanzó deprisa para interceptar a los primeros texcaltecame que salían a la vista, al tiempo que los Campeones Flecha volvían a lanzar una nueva batería. Arriba, los Tlaloque golpeaban cada vez con mayor fuerza sus jarras de lluvia, tanto que los estruendos reverberaban en todo el paraje, en medio del tempestuoso mar vertical. En el montículo, el Huey Tlatoani creyó oír de pronto pasos que se aproximaban. Preocupado, llamó a unos pocos Campeones y guarniciones que había en la retaguardia del ataque y entonces él y todos los demás

clavaron los ojos en la tenebrosa cortina de agua que rodeaba la colina. Al otro lado de aquélla vieron muchas siluetas que se acercaban con rapidez. De repente se detuvieron, y tanto ellas como Moctezuma y los suyos permanecieron quietos, en silencio. Entonces, con un sonido casi enmudecido por los truenos y el aguacero, muchas saetas surgieron de la penumbra y derribaron a una docena de yaoquizquin y otros guerreros de mayor rango. - ¡Emboscada!- gritó un Caballero Jaguar, y antes de que volvieran a atacar bajaron la colina a toda velocidad. Más tarde también se les unirían los guerreros del bosque, pero después de un rato considerable, pues tuvieron que aventar las jabalinas con sus bastones atlatin más de una vez ya que bastantes texcaltecame corrían despavoridos como si acabasen de ver a la Mujer Llorona Chicociuatl. Lentamente, la tormenta iba apaciguándose y pronto los dulces rayos de Tonatiuh ocuparían su lugar. En la batalla, un joven iyac llamado Itzqiahuitl luchaba con valentía decapitando a diestra y siniestra con certeros golpes de su espada maquahuitl, pero de pronto, sin saber por qué, cayó a la hierba húmeda. Uno de los acuchilladores mexica, creyendo que agonizaba, se le acercó para acabar con su sufrimiento. Pero antes de que llegara el iyac se dio la vuelta hacia él, sin tener conciencia plena de lo que estaba pasando, y con los ojos casi fuera de sus órbitas, murmuró algo: Atl-Ameyatl. Aquello no disuadió al acuchillador, que siguió caminando hacia él; sin embargo nada pudo hacer, porque una flecha perdida fue a parar súbitamente a su pecho, y cayó muerto a escasos metros de Itzqiahuitl. Éste continuó tumbado en el suelo, turbado en su pensamiento, y con el corazón latiéndole violentamente, pero al menos en esa posición se veía libre de las maquahuime y las otras armas texcalteca. Al cabo de un rato, su garganta lanzó un grito que repetía lo mismo que antes, pero apenas fue audible en medio del tumulto de la batalla. Afortunadamente, dos acuchilladores lo advirtieron y acudiendo al lugar de donde venía, vieron al joven iyac aún con vida. Llamaron a un ticitl, y éste ordenó que lo llevaran fuera del combate, a un árbol que había cerca. - No tiene heridas graves, pero está como xolopitli- informó uno de los acuchilladores. El ticitl, Cipactli, observó a Itzqiahuitl durante un momento y luego preguntó: - ¿Cuál es tu nombre y tu rango, joven guerrero? - Ss...soy el iyac Ll...Lluvia de Obsidiana. - ¿Y de dónde eres, Itzqiahuitl? Éste tragó saliva con dificultad y contestó:

- De Iztapfff...Iztapalapan, Señor, soy de Iztapalapan. Hubo un silencio y luego el ticitl prosiguió: - ¿Qué te ha ocurrido?¿Por qué caíste en la pelea? De nuevo silencio. - Porque he recordado algo doloroso que no hace mucho tiempo me pasó, y de tanta tristeza como he sentido mis facultades...no sé, se han nublado. Cipactli y los acuchilladores intercambiaron miradas y luego aquél volvió a preguntar: - ¿Qué clase de recuerdo es ése? Itzqiahuitl le clavó una mirada de hielo. Si se descubría que había sido negligente en la batalla por culpa de una mujer, aunque sólo hubiera sido por el mero hecho de añorarla, estaría perdido. - Mi padre murió ahogado hace cuatro meses en el Lago, al volcar su acali. Sólo ere cazador de aves, pero era honrado y lo amaba. Y ahora ya no está a mi lado. Cipactli asintió ligeramente, sin mostrar recelo ni absoluta credulidad. Uno de los acuchilladores, que se habían mantenido en respetuoso silencio durante el interrogatorio, dijo con timidez: - Disculpa, Cipactli, se nos ha olvidado mencionarte algo. El grito que oímos y que nos condujo hasta él decía “Fuente de no sé qué”. El ticitl le miró con contrariedad y después con ojos inquisidores a Itzqiahuitl y dijo: - Joven iyac, ¿ése era el nombre de tu padre? - Sí, así se llamaba. Beso la tierra para jurarlo, y la besaría mil veces si fuese necesario. - Adelante- convino Cipactli secamente. Itzqiahuitl se inclinó y tocando la hierba con un dedo se llevó éste a los labios. Pero antes de que los tocara, se detuvo, y tras un momento de permanecer inmóvil levantó la cabeza y exclamó: - ¡No, mi padre se llamaba Tototl!¡Tototl! - Entonces, ¿quién es Ameyatl?- inquirió el ticitl con impaciencia. - La joven con la que me iba a casar poco antes de que el Huey Tlatoani anunciara esta nueva campaña. Cipactli no dijo nada al respecto. Se mantuvo en silencio, y luego, después de echar un rápido vistazo al combate, pidió a los acuchilladores que se fueran. Entonces comenzó a hablar: - Sé que esto va a ser duro para ti, pero debes saberlo. El día antes de partir, una esclava llegó a Moyotlan con la nueva de que su señora Ameyatl acababa de morir a causa de un trágico accidente que no quiso revelar. Decía que debía hablar con el prometido de ella, es decir tú, pero no se te quiso informar porque a esa hora los guerreros estabais entrenando. Lo siento de veras. Itzqiahuitl lo miró confundido, tanto que se le olvidó pedirle que hiciera el

gesto tlalqualiztli, y sólo preguntó: - Esa esclava, ¿tenía una pequeña cicatriz en un pómulo? Cipactli se quedó pensativo. - Ss...sí, creo que sí. - Así que es cierto. Y si bien lo sabías, ¡¿por qué tantas preguntas inútiles?!Ahora los ojos del iyac denotaban furia, más que tristeza o dolor. - No lo sabía con seguridad. Esto que te he contado lo oí por casualidad de una conversación entre un cuachic y el Caballero Jaguar que había recibido a la esclava. Aparte, sabes cuántas mujeres en Tenochtitlan pueden tener ese nombre. Itzqiahuitl no dijo nada. Se sentía como si todo aquello no le estuviera ocurriendo a él, pero al mismo tiempo era incapaz de escapar a la evidencia. - Ya nada se puede hacer- murmuró el ticitl- pero si murieses en la batalla, por tu pueblo y tu Huey Tlatoani, tal vez volveríais a veros en el paraíso de Tonatiucan. Tú decides. Hubo un largo silencio, y después Itzqiahuitl se levantó y sin mediar palabra marchó al combate. Para entonces gran parte de los texcaltecame habían sido derrotados, y los que aún quedaban en pie habían sido divididos y aislados, así que con un poco de suerte la contienda acabaría pronto. A pesar de lo que había padecido, Itzqiahuitl luchó con tanto valor como antes, y cercenó tantas cabezas y atravesó tantos pechos como pudo, hasta que la sangre del último adversario fue vertida. Entonces Moctezuma ordenó a los guerreros reagruparse, y emprendieron la marcha. Los guerreros, desde los altos Caballeros hasta el último yaoquizqui, iban entonando salvas a Huitzilopochtli, y más alto que los demás cantaban los amarradores, pues habían capturado muchos futuros xochimique. Sin embargo, Itzqiahuitl no cantaba, pues una gran angustia le roía por dentro: qué le sucedería cuando llegasen a Tenochtitlan. Esto es lo que ocurrió: fue llevado a juicio, y gracias a que había luchado siempre con valor y lealtad no le condenaron a morir, pero sí al exilio. Cipactli recreó la conversación que tuvo con él, y su cuachic y el Caballero Jaguar que había hablado con la esclava corroboraron sus palabras. Así, Itzqiahuitl abandonó las tierras de los mexica, y afortunadamente logró asilo en Tlacopan, como ayudante del Maestro de Artes de Guerra en un Tiachcaub, mintiendo eso sí sobre la razón de su destierro. Sin embargo, abrumado por la tristeza se suicidó a los pocos días. Pero Cipactli el ticitl también había mentido, pues ese mismo día, en el barrio de Tlaquechiucan, una joven llamada Atl-Ameyatl esperaba el regreso de su prometido. Al ver que el ejército ya estaba en la ciudad y él no aparecía, fue a Moyotlan y pidió hablar con el Águila Vieja de Itzqiahuitl. - ¿Eres tú Fuente de Agua?- murmuró confundido el tequiua al que había

preguntado- Mi señora, ¡se dijo en el juicio contra Lluvia de Obsidiana que estabas muerta! Al oír aquello, la muchacha se quedó helada, y dijo casi para sus adentros: - Pocheoa, yo muerta... Cuando se hubo recobrado volvió a hablar: - ¿Un juicio?¿Por qué?, ¿y cuál fue la condena?¿Está Itzqiahuitl muerto?¡Habla! Entonces el tequiua le contó lo de la batalla, el posterior juicio y el destierro de Lluvia de Obsidiana, haciendo hincapié en lo que el ticitl había dicho. Al terminar, dijo: - El método que empleó Cipactli para reavivar el espíritu de Itzqiahuitl fue eficaz, pero a la par sumamente cruel, y por ello lo maldigo; pero por haber mentido y seducido a la mentira a un Caballero Jaguar y al cuachic de un guerrero en la causa contra éste, ¡que Tonantzin, nuestra diosa de la Justicia, lo maldiga a él y a su descendencia! Ameyatl no pronunció palabra. Las lágrimas que comenzaban a aflorarle ya hablaban por ella. - Ven conmigo, mi señora, y démosles a esos hombres lo que merecen. No dijo más. La tomó de un brazo y fueron en busca del tlamatini juez que había llevado el juicio de Lluvia de Obsidiana. El hombre, como antes el propio tequiua, se sorprendió mucho al descubrir que Atl-Ameyatl estaba tan viva como él, después de que Cipactli y sus dos sobornados juraran una y diez veces que había muerto, e inmediatamente los condenó a ser expulsados del ejército y a vivir como macehualtin, plebeyos. A ella le concedieron una pequeña renta para el resto de su vida, como recompensa por haber delatado a aquellos hombres y, sobre todo, por la lealtad y el coraje de su malogrado prometido; pero apenas se había despedido del buen tequiua, se dirigió a la orilla de la isla y allí, lanzándose al agua permaneció sumergida hasta que se ahogó. A veces los Dioses tuercen los tonaltin de las personas para conducirlas a amargos finales.

La niña de los ojos de jade Oc ye nechca, una niña macehuali llamada Flor que vivía con sus padres en la aldea de Acatlan, muy cerca de Chapultepec. Como sus antecesores antes que ellos, se dedicaban al cultivo en chinampa y tenían un pequeño huerto de maíz y frijoles. Pero un año, Tlaloc no envió las lluvias de costumbre, y los campos empezaron a secarse. - Seguro que alguien hizo lo que no debía durante los últimos nemontemtin- murmuró un anciano de la aldea. - No, ha debido ser la fiesta del Árbol es Levantado, que no agradó a Tlaloc- repuso una mujer. Pero fuese como fuera, en aquella parte del Único Mundo ya no quedaba mucha agua, así que las familias de Acatlan tuvieron que dedicarse por entero a las chinampa, que también habían sufrido a causa de la escasez de lluvias. Gracias a esto, pudieron subsistir durante unos meses a base de cilantro, salvia y otras hierbas criadas sobre las chinamitin, y de las últimas mazorcas de maíz y los últimos frijoles, chiltin,..., o lo que tuvieran. Sin embargo, mientras los adultos sufrían, los niños de la aldea, en su inocencia, reían y jugaban como si aquel año fuese como los demás. Y entre ellos, por supuesto, estaba la pequeña Xochitl. Hacía poco que había cumplido los siete años, así que ahora tenía cuatro nombres, el del día de su nacimiento, Chiconahui-Ollin, 9 Movimiento, y el que el tonalpoqui decidió para ella, Chalchiuxochitl, o Flor de Jade, y pronto iría al Telpochtlato. Pero hasta entonces, pasaba los días jugando con otros niños a patolli, en el que casi siempre solía ganar. Después de esos meses difíciles, llegó Ochpanitztli, El Barrido del Camino, durante el cual se rememoraba el nacimiento del dios del maíz Centeotl. Y en esta ocasión más que ninguna otra, las mujeres de Acatlan se esforzaron por satisfacer a los Dioses. Incluso después de la danza de Teteoinan, cuando las arqueras acribillaron a la esclava que sustituía a la bailarina, acertaron en el blanco más veces que de costumbre. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, la sequía persistió, y ni Centeotl ni Chicomecoatl trajeron mejora alguna a los cultivos. Entonces llegaron los días huecos, los nemontemtin. Como si los Dioses lo hubieran ordenado, todo hombre, mujer y niño, ya

fuese de Tlacopan, de Texcoco o de las tierras aztecame, dejaron sus quehaceres a un lado y se dedicaron solamente a esperar, hora tras hora, con cuidado de no hacer nada que pudiese afectar a sus tonaltin o molestar a los Dioses, hasta que al final hubieron pasado.

En Acatlan, a diferencia de otros lugares, no se sintió alivio ni alegría por el comienzo de un nuevo año, porque la gente sólo pensaba en la ceremonia de Tlaloc que ese mismo mes tendría lugar, y en si el dios por fin les enviaría la ansiada lluvia. Cuando llegó el día de la celebración, la mayor parte de los matrimonios con hijos pequeños se presentaron en la tlamanacali de la aldea para ofrecer a sus retoños en sacrificio, y al principio los sacerdotes se mostraron reacios, pues lo normal era sólo ahogar a un niño y una niña, pero viendo el interés de aquella gente por honrar al dios, y conscientes de los tiempos que corrían, acabaron por aceptar. Así, esa noche muchos niños, algunos amigos de la pequeña Xochitl, murieron en la pila sagrada, mientras el público profería su lamento ceremonial con más ímpetu que nunca y los niños pájaro y las niñas flor y fruto que se encontraban entre los árboles de alrededor de la pirámide representaban sus papeles también como nunca antes lo habían hecho. Esa misma noche, después de la ceremonia, los padres de Xochitl tuvieron una larga conversación. Aunque ella se encontraba en la habitación contigua, no entendió nada, pues estaba agotada después de haber hecho de flor en la representación de los árboles, y pronto se durmió. En medio de la noche se despertó sobresaltada. Había soñado cosas extrañas, y se asustó. Mientras recuperaba el aliento apoyada en la pared de adobe miró la entrada de la casa. Había un vampiro, varios centímetros para adentro. Aunque parecía somnoliento, la niña temió que pudiera despertar a la codorniz que descansaba en una jaula al otro lado de la estancia, así que cogió un fragmento de una vasija rota que había detrás de ella y se lo lanzó al animal, que huyó volando tan silenciosamente como había llegado. Luego se volvió a tumbar y observó el techo hasta que de nuevo el sueño la venció. Al día siguiente se levantó tarde. Se aseó, comió una tlaxcali y unas cuantas semillas de amaranto que le había dado su madre y fue a jugar a patolli con otros niños. A la hora de comer, volvió a casa y encontró a sus padres a la entrada del patio. Su madre le dijo que se quedara junto al altar de Chicomecoatl, pues más tarde su padre pasaría a buscarla para hacer un recado. El patio era un pequeño espacio sin techo rodeado de paredes blancas,

como el resto de la casa, con dos altares de piedra al fondo y varias tinajas agrietadas en una esquina. El suelo, de polvorienta tierra, tenía bajo la luz del sol un color bronce dorado. Normalmente la niña solía entrar allí cuando sus padres consagraban copali a Chicomecoatl o a Chantico, la diosa del hogar, o cuando ayudaba a su padre a llevar los aperos de labranza a los campos o de éstos a la casa; pero ninguna vez antes para nada, sólo esperar. Cuando creía que habían pasado horas, su padre por fin apareció. Mediante gestos, le pidió que se levantara y le siguiera. Salieron de la casa y se encaminaron hacia una de las salidas del pueblo, la que miraba justamente hacia la Colina de los Saltamontes. Intrigada, Xochitl preguntó: - Tata, ¿a dónde vamos? - A la ciudad. Verás qué bonita es. Pero a ella no le gustaba Tenochtitlan. Por lo poco que sabía de ella, la encontraba demasiado grande y compleja, y a su gente muy presuntuosa. En la colina, la arboleda que rodeaba el parque de Moctezuma el Joven se agitaba lenta y sincrónicamente como siguiendo las órdenes de las efigies de los Venerados Oradores que había esculpidas en la roca. Minutos después subieron a una de las acaltin que había al otro lado del bosque y se dirigieron a la isla. Al fondo, el Gran Templo piramidal de Tlaloc y Huitzilopochtli se alzaba desafiante. Mientras caminaba por las largas y anchas calles de la ciudad, Xochitl observó tímidamente cuanto había a su alrededor: las maatime acechando en las esquinas como ocelotin, nobles en sus sillas de mano, seguidos por algunos tlacotin, guerreros patrullando...; y las casas de diferentes alturas, las de los pipiltin de vivos colores e incluso con columnas en la base, muy diferentes a las de los humildes, pero tanto aquéllas como éstas con coloridos pendones en las azoteas, que indicaban qué dios era el patrón de la casa, o qué familia, en caso de los nobles, vivía en ella. Ante su asombro, el viaje acabó a las puertas del recinto sagrado. Uno de los guardias les informó: - Si quieren pasar dentro, tendrán que decirme el motivo. El padre de Xochitl se acercó al hombre y le habló en voz baja, casi susurrando. Cuando terminó, el hombre asintió ligeramente y les dejó entrar. In Cem-Anahuac Yoyotli era una majestuosa plaza salpicada de templos y recintos sagrados que iban desde las poco sofisticadas canchas de tlachtli hasta las pirámides más grandes o más pequeñas que guardaban los altares de los Dioses. Y en la parte central, a un lado del muro de calaveras Tzompantli, se

erigían el pintoresco embudo del templo de Quetzalcoatl-Ehecatl y la Icpac Tlamanacali, de donde partían los cuatro puntos cardinales.

- Aguarda aquí, hija mía, mientras voy a la Casa de Canto- le indicó su padre, y se marchó. Apoyada en la Piedra de la Batalla que el difunto Venerado Orador Tizoc mandara levantar, la niña se puso a observar cada detalle de aquel lugar: a lo lejos vio el Muro de la Serpiente, el Coatlpantli, que rodeaba el recinto, y el Tzompantli, formado con los cráneos de los más insignes xochimique; más cerca, frente a ella, estaba el pedestal de la Piedra del Sol, y en una esquina, junto a la Gran Pirámide, el templo y pirámide dedicados al Señor del Espejo Humeante, Tezcatlipoca. Habrían pasado poco más de veinte minutos cuando dos tlamacazque se le acercaron. - ¿Eres Chalchiuxochitl?- inquirió uno de ellos. Al principio, ella receló, pero luego pensó que tal vez su padre los había enviado para llevarla con él. - Sí. ¿Han visto a mi tata? - Claro. Ven, te llevaremos donde está. Ella sonrió ligeramente y cogiéndoles las sucias manos echaron a andar. Sin embargo, al ver que no iban a la Casa de Canto, sino a la Gran Pirámide, intentó soltarse, gritando: - ¡No, ahí no, a la Casa de Canto!¡Me lo dijo él, suéltenme! Y como no logró ni escapar ni que dieran la vuelta, volvió a intentarlo una y otra vez, hasta que llegaron a la cima de la pirámide. Allí, vio con horror cómo la conducían a la piedra de sacrificios, e instantes después esos dos sacerdotes y otros dos más que acababan de surgir del templo de Tlaloc la sujetaron por los brazos y las piernas. Una vez más se colmó en esfuerzos por zafarse de las mugrientas manos que la atenazaban, y también una vez más todo fue en vano; y en su desesperación vio la hoja del cuchillo ceremonial volar lentamente hacia su pecho y hundirse en él, primero como un témpano de hielo, y a continuación como la más abrasadora de las llamas. El dolor hizo que su cuerpo se convulsionara, con tal fuerza que al tlamacazqui ejecutor le costó trabajo extraer el corazón, y cuando lo hizo un nuevo grito, más terrible que los anteriores, inundó la terraza. El padre de Xochitl, que durante todo el tiempo había estado en el templo, salió fuera y le pidió al sacerdote que le concediera el honor de depositar el corazón en el cuenco del Chac Mool que franqueaba la entrada, mientras a pocos metros por detrás el cuerpo aún vivo de su única hija era arrastrado hasta el borde de la plataforma y lanzado escaleras abajo. En un último halo de vida, la niña notó cómo se le clavaban los filos de los

escalones a medida que se precipitaba hacia la escultura de Coyolxauhqui. Tras ella, un reguero de sangre teñía la escalinata. Después ya no sintió nada. Y sólo vio oscuridad.

Detrás de las sombras Un año, en Occidente se encendieron fuegos de guerra, y el grito Venerado Orador Axayacatl empujó a sus legiones a guerrear con Purepe. El blanco de Quetzalcoatl pronto se tiñó de rojo sangre, y Pescadores hicieron retroceder con su cobre la feroz obsidiana de del los los los

azteca. Sin embargo, el Colibrí de la Siniestra continuó sobrevolando el Michoacan, y por muchas veces los Dioses bebieron la sangre de los enemigos. Al final de una de esas acometidas que resultaron victoriosas, como en las demás, muchos cautivos fueron conducidos a Tenochtitlan para ser ofrecidos en sacrificio, y tanto Axayacatl, como Huitzilopochtli en su morada del sur, sonrieron de gozo. También los guerreros rieron, mientras comían y bebían como príncipes en los salones del Cuicacalco, celebrando el triunfo en la batalla. Y cuando terminaron, la mayoría se retiró a las habitaciones para yacer con las auyanime, que sólo ellos podían tocar. Coatl, un Campeón Águila que había participado activamente en la conquista de varias aldeas Purempecha, optó por quedarse en su asiento y seguir disfrutando del octli, la bebida embriagadora derivada del metl. Al cabo de una hora, se levantó y se dirigió hacia una de las salidas; pero en uno de los oscuros pasillos, bajo la tenue luz de las antorchas, oyó que alguien susurraba, y se escondió. La voz, afectada por el paso de los años, decía: - ¿Cuándo lo haremos? Y luego otra persona respondió: - Mañana. Todos están listos ya. - Bien. Nos veremos entonces. Ximopanolti. La segunda voz repitió el saludo y después el pasillo quedó en silencio. Intrigado, Coatl volvió al salón donde había cenado y viendo que había un guerrero, aunque ligeramente dormido, se acercó y dijo: - Chimalli, he oído a dos guerreros hablar sobre algo que harán mañana, quizás algo importante, y al parecer en compañía de unos cuantos más. ¿Sabes tú algo? Pero el hombre sólo gruñó, indicando que le dejara en paz. Algo desilusionado, Coatl se dispuso a marcharse, pero en ese momento vio a otro guerrero pasar tambaleándose ante la puerta. Corrió tras él y le preguntó lo mismo que al ebrio durmiente. - Dos o tres palabras he oído- dijo el guerrero- Es todo sobre la Mujer Serpiente...hip!, quiero decir, la Serpiente Tlacaelel,...¡xoquiui!, ya sabes a quién me refiero. Algunos altos oficiales están descontentos con su insistente propo...hip!, proposición de retirar a los guerreros demasiado viejos, y tal vez se hayan asociado para...para evitarlo. Bueno, ya te he dicho lo que querías saber, ahora déjame. Pero Coatl volvió a preguntar: - ¿Sabes el nombre de algún conspirador? Al menos uno..., pero si conoces más... - ¿Te crees que he andado...hip!...por ahí espiando? A mí no me interesa ninguna conspiración, yo sólo quiero pelear y emborracharme después, y

de vez en cuando...hip!, agarrar a una auyanimi y arggg, je je je! - Ssss, no hagas tanto ruido que estas paredes oyen. Entonces, ¿me vas a responder si o no? Haciendo esfuerzos por contener la risa, el guerrero dijo: - Sólo sé de un cuachic, Aquali-Yoyotli. Tal vez no lo conozcas, pero ha estado...hip!...en el mismo salón que nosotros, antes de marchar a las habitaciones. - Bien, ¿nada más? - Bastante he hecho ya, me voy. Ximopanolti. Cuando se hubo quedado solo, Coatl pensó en el cuachic Corazón Malvado; tal vez hubiera tratado con él en el cuartel de Moyotlan, o en el campo de batalla, pero no podía recordarlo. De pronto, la imagen de una de las aldeas purepe que había ayudado a doblegar acudió a su mente, y también algunos sonidos del combate. En ese pensamiento oyó voces de compañeros, ruido de armas y los gritos que proferían algunos guerreros enemigos o civiles; y en medio de la borrosa escena, oyó que alguien decía “los Purempecha están a punto de tomar la colina, ¡haz algo, AqualiYoyotli!”. Entonces la imagen del cuachic apareció en su mente, y supo quién era. A continuación recordó otra escena, mucho más reciente que la anterior: él y otros muchos guerreros reían y bromeaban mientras varias esclavas rellenaban sus vasos con delicioso octli. A un lado de la estancia, ese hombre, Aquali-Yoyotli, se puso de pie y bastante borracho anunció que estaría en una habitación cercana, por si lo necesitaban. Luego dio un último trago a su vaso y se marchó. Sin perder tiempo, Coatl corrió a las habitaciones y aguardó a que las voces que jadeaban en ellas le revelasen en cuál estaba el cuachic. Al cabo de un rato, creyendo haber oído algo, entró en la que tenía a la derecha. Al fondo, entre sombras, pudo ver a un hombre afectado por el paso de los años, tumbado boca abajo sobre un jergón de piel de cervatillo mientras la auyanimi le daba un masaje en la espalda. Al ver a Coatl, la mujer se tapó lo más rápido que pudo y gritó: - ¡Iyya, un mirón!¡Échalo, Corazón Malvado! Mientras se daba la vuelta e intentaba ponerse de pie, el Caballero Águila dejó a la mujer inconsciente de una bofetada y luego agarrándole a él por el cuello susurró: - Cuéntame que pensáis hacer mañana tú y tus camaradas contra la Serpiente Mujer. - ¿Y echar a perder el plan?, vete a Mictlan, maldito tlahuele. Y de un empujón, se zafó de sus manos y le propinó un puñetazo. - Si tanto amas al Ciuacoatl, por Xiuhtecutli, nuestro Señor del Fuego, que te reunirás con él en el oscuro país del norte. - Antes morir leal a nuestros gobernantes y morar por siempre en Mictlan

que vivir en este mundo como un traidor. - ¿¡Traidor!?- bufó el cuachic, y se abalanzó sobre él. Durante unos instantes llenos de tensión, los dos guerreros rodaron por el suelo con violencia, soltando de vez en cuando una palabrota o una amenaza. Pero Coatl era más joven y tenaz, y al final logró doblegarlo. - ¡Habla!¿Cómo pensáis asesinarlo? Y a cada palabra que decía, le apretaba el cuello con mayor fuerza. - Hazme to...todo el daño que quieras, que no dd...diré nada. - Hablarás. Beso la tierra para jurarlo. Pasaron los segundos, y ni Coatl ni el otro pronunciaron palabra, hasta que el cuachic imploró que no apretara más. - Cuando se ponga el sol, remplazaremos a los centinelas que...que ronden por las cercanías del templo de Xipe Totec, y luego sus sustitutos irán al palacio, aprovechando que Axa...yacatl estará en Texcoco, y le informarán de que se ha de...declarado un incendio en ese templo, y tres sacerdotes han muerto ya. - Y luego, cuando estén en la parte que han dejado desprotegida, le atacarán por la espalda como cobardes y la conspiración se habrá consumado,.....¿no es así? - Sí, así lo planeamos. ¿Crees que podrás evitarlo?- se río de buena ganaDe ingenuos como tú está el Mictlan lleno. - Ingenuo o no verteré hasta la última gota de mi sangre para desbaratar esta traición. - ¿Y conmigo qué harás?, ¿matarme acaso?, ¡no creas que eres más fuerte que yo, es sólo que antes tuviste suerte! - Cállate- murmuró Coatl, y le dio tal golpe que salió volando y cayó en el jergón. Mientras enrollaba éste para ocultarlo, se dio cuenta de que la auyanimi estaba despertando. Esperó a que estuviese totalmente lúcida y entonces le dijo: - Sé que vosotras, auyanime, no tenéis demasiado honor, y que por tanto vuestra palabra es tan válida como la de un perro techichi, pero besa la tierra para jurar que no hablarás con nadie de lo que ha ocurrido. La mujer, lejos de obedecerle, se levantó y comenzó a vestirse. - ¡Hazlo!- vociferó Coatl, mientras le agarraba de la muñeca. - ¡Suéltame o grito! - ¡Grita y te mato!- y de un empujón le puso de rodillas. - Está bien, lo haré- refunfuñó la mujer. Resoplando de rabia, tocó ligeramente el suelo con la punta de un dedo y se lo llevó a la boca. Coatl no dijo nada. Se echó el jergón al hombro y cruzando una última mirada con ella se marchó. Desde allí, fue directamente al palacio de Axayacatl; a pesar de quién era, los guardias de la entrada recelaron un tanto al ver el fardo, pero le dejaron pasar, y poco después Tlacaeleltzin lo

recibió. Entonces desenrolló el jergón, y dándole el nombre del guerrero que iba dentro, habló de la conspiración. - Si hablas con verdad, Caballero Águila- repuso el Ciuacoatl- tú mismo me traerás al líder. Ahora vete. A la tarde siguiente, poco antes de que Tonatiuh desapareciera tras las montañas, Coatl acudió al templo de Xipe Totec, Nuestro Señor el Desollado, y oculto en las sombras aguardó. Al cabo de un rato vio a un guerrero aparecer por su derecha, e instantes después a otro más, lejos al fondo, y así sucesivamente, hasta que ya no apareció ninguno más; en total once. Silenciosos como serpientes, fueron acercándose a los guardias, mientras no muy lejos, otra serpiente los observaba. Poco antes de que alcanzasen sus objetivos, Coatl salió de su escondite y dio la alarma, pero su grito fue turbado por otro más fuerte que dijo ¡disparad!. Como si las hubieran vomitado los mismos templos, muchísimas flechas atravesaron el aire en dirección a los conspiradores, de los que tan sólo cuatro lograron escapar. Coatl los persiguió, y en una calle de la ciudad consiguió darles alcance; entonces lucharon. El temor acudió al corazón del caballero, y su mano tembló al asestar los primeros golpes con su maquahuitl, pero luego pudieron más la sed de justicia y su espíritu guerrero, y poco a poco fue equilibrando la balanza. Al cabo de un rato derrotó al primero, cortándole la cabeza. Los otros tres rugieron de furia y atacaron con más fuerza, y Coatl no se defendió peor, aunque le traicionara su mente con pensamientos de derrota. Un certero golpe en el pecho dejó a otro guerrero fuera de combate, y esta vez los corazones de sus compañeros ardieron con la cólera de Huitzilopochtli. Coatl fue herido en un costado, y de la herida manó mucha sangre; nuevamente sintió temor, y nuevamente su mano y su corazón temblaron, pero eso no impidió que a poco de haber recibido el golpe venciese al tercero. Después, atacó al que quedaba, y derribándolo, puso la maquahuitl a la altura de su gaznate y preguntó: - ¿¡Quién es vuestro líder?!¡Contesta! El hombre titubeó un instante, y dijo: - Jura que no me matarás después de decírtelo. - Soy yo quien da las órdenes. Limítate a responder. Hubo un silencio. - El...el Caballero Flecha Ixtelolotl. Fue él quién nos propuso elaborar un plan. Coatl se quedó helado al oír aquel nombre, y un sentimiento de amargura envenenó su espíritu. El guerrero que debía llevar ante Tlacaeleltzin era su antiguo mentor. - Levántate- le indicó al otro con sequedad, y poniéndose detrás de él, lo condujo hasta el palacio. Después marchó a Moyotlan, donde halló a Ixtelolotl.

- ¿Vienes a detenerme, joven Coatl?- murmuró el Campeón, viendo el odio en sus ojos- ¿Pero por qué, por querer hacer lo correcto? - ¿Lo correcto? Dime, viejo maestro, ¿cuándo perdiste tu honor? - ¡Cómo te atreves a hablarme así!¡Yo te he enseñado casi todo lo que sabes!¡He sido como un padre para ti! - ¿¡Y por qué me has fallado!? - ¿¡Yo?!- bufó Ixtelolotl de indignación- ¡El verdadero traidor está en el palacio de Axayacatl, tú lo conoces, se llama Tlacaelel! - ¡Basta!¡Vendrás conmigo, vivo o muerto! - O no iré- replicó, cogiendo una lanza de punta de obsidiana que había a su lado. No dijo más y se lanzó al ataque, y durante mucho rato lucharon; maestro y discípulo de antaño, ahora enemigos irreconciliables. Luego a Ixtelolotl se le unieron los demás conspiradores, y entre todos avasallaron al Campeón Águila, antes de darle el golpe mortal. Pero éste no vino, porque poco después llegaron los arqueros que habían estado en el recinto sagrado. Cuando se hubo recuperado, Coatl le arrancó a Ixtelolotl las dos flechas que tenía clavadas y cargando con él lo llevó ante Tlacaeleltzin. Éste examinó al hombre y luego dijo: - Has servido bien, Caballero Águila. ¿Cuál es tu nombre? - Serpiente, mi Señor. - Bien. Te agradezco todo lo que has hecho, Coatl. Pensó que seguiría hablando, pero en vez de eso Tlacaeleltzin le miró extrañado y murmuró: - ¿Qué haces ahí parado? Puedes irte.

Cuento del más allá Astuta, la serpiente aguardó el momento oportuno para atacar, y entonces clavó sus poderosos dientes en el escudo que humeaba, pero no falló, porque éste era su enemigo. Corría el año Uno Pedernal, para los cristianos el año del Señor de mil cuatrocientos veintiocho, cuando el Huey Tlatoani Chimalpopoca fue asesinado por el futuro gobernante Itzcoatl y enviado al valle de los muertos donde, como otros tantos aztecame, tendría que afrontar un largo y peligroso viaje de cuatro años hasta la morada de Mictlantecutli y Mictlanciuatl, los Señores del Inframundo. Despertó Escudo Humeante en una nación negra, que un río de aguas también oscuras cruzaba sinuoso. Y en aquel paraje de sombras todo era silencio, y tuvo miedo. Se acercó a la orilla, y apenas distinguía qué era tierra y qué agua, porque sólo había sombra, y el único color que había allí lo daba su propio atuendo, la máscara y el manto de Huitzilopochtli que todo Venerado Orador se llevaba a la tumba. De pronto oyó un ladrido, y vio que era el perro que debía ayudarle a alcanzar la otra orilla. Así que cogió la correa y el animal se echó al agua, y lo llevó a través de su negrura, oliendo la tierra del otro lado, hasta que la hubieron alcanzado. Entonces Chimalpopoca se despidió de él y partió hacia unas montañas que se levantaban cerca. Pero aunque no eran muy altas ni abruptas, le costó mucho tiempo y esfuerzo atravesarlas, ya que se extendían y contraían

como si tuviesen vida propia. Así acabó el primer año. El siguiente obstáculo hacia el país del norte era otra montaña, casi tan alta y tan ancha como cada una de las otras, pero con una diferencia: no estaba hecha de tierra, sino de afilados pedacitos de obsidiana. Si antes había sufrido su corazón, enloquecido por seguir aquel peligroso sendero que continuamente aparecía y desaparecía como el viento, aquí lo hicieron sus manos y sus pies, y Chimalpopoca regó la montaña con sangre. Pasó algún tiempo lamentándose, y después continuó hasta una región donde los vientos eran poderosos y gélidos; allí permaneció mucho tiempo, no pudiendo avanzar cada día más que unas decenas de metros, hasta que arribó a una colina desde la que se divisaba un extraño bosque. Así el segundo año llegó a su fin. Bajó la colina y se internó en la foresta, si así podía llamársele, pues no eran árboles ni maleza lo que había allí, sino banderas flotantes. Avanzó lentamente, mientras éstas se contraían sobre él una y otra vez para cegarlo, y aunque siguió el sendero lo mejor que podía, abriéndose paso casi todo el tiempo con su espada maquahuitl, no paró de perderse. Un día, topó con un espacio que casualmente los estandartes no llenaban del todo, y haciendo una hoguera se puso a descansar. Cuando estuvo mejor, siguió el sendero por el que había llegado e intentó andar con más precaución. Así, se perdió muchas menos veces que antes y al cabo de poco tiempo logró salir a campo abierto. La siguiente trampa no la vio, porque no era una trampa en sí misma, sino un peligro inherente a la tierra que pisaba; era una vasta llanura, tan colmada de oscuridad como los demás parajes que había visitado, pero esta tenía una característica particular, y era que estaba habitada. En sus aguas enormes cocodrilos nadaban sigilosos, serpientes casi invisibles siseaban por doquier en la tierra y, dondequiera que hubiese un peñasco o una montaña baja, allí se oían rugidos de jaguares. Pero Chimalpopoca vio también otros aztecame, todos hombres, que venían detrás de él por el sendero. Y juntos recorrieron la región, enfrentándose a todas las bestias que los acechaban, hambrientas de sus corazones. Ocurrió que en un pequeño cañón, donde la senda era más angosta y la visibilidad menor, cinco ocelotin los acorralaron. Aterrados, algunos de ellos abrieron la boca, y entonces el pedazo de jade que llevaban para pagar a Mictlantecutli y Mictlanciuatl la entrada en uno de los paraísos se perdió en la oscuridad. Los hombres huyeron desconsolados, y Chimalpopoca y el resto se quedaron solos. Uno de los animales mordió en un brazo al difunto Huey Tlatoani, y aunque llevaba diecisiete mantos debajo del de Huitzilopochtli, el mordisco le produjo muchísimo dolor, tanto que no pudo evitar lanzar un grito. Lleno de furia, saltó sobre el ocelotl y le clavó la maquahuitl en el lomo, y

el animal rugió y se revolvió hasta que hubo muerto. Entonces se echó al suelo y palpó desesperado donde creía que había caído el jade, y así estuvo durante largo rato, mientras los otros acababan con los últimos jaguares. Al final logró encontrarlo, pero antes de poder cogerlo uno de los hombres le dio con el pie sin saberlo y cayó a un barranco. A pesar de la congoja que le produjo aquella visión, hizo de tripas corazón y empezó a descender por la abrupta pendiente. Por fortuna la fosa no era demasiado profunda, así que pronto estuvo en el fondo; entonces buscó con tiento para que nada nefasto volviese a ocurrir y cuando lo tuvo en la mano, sintió más alivio que nunca antes en su vida. Con esto terminó el tercer año. Como ya se ha dicho, las aguas de aquella región estaban infestadas de cocodrilos y de unas cuantas especies de serpientes, y era casi más peligroso andar por los vados que las atravesaban que por la tierra firme de los ocelotin y las serpientes terrestres. En uno de esos pasos, los cocodrilos cazaron a los viajeros a placer, pues cegados por la oscuridad no percibían el ligero movimiento de las aguas a su alrededor; sólo Chimalpopoca y otro hombre consiguieron escapar de las terroríficas fauces y llegar a la siguiente región. La particularidad de ésta era la lluvia: un torrente de agua que caía sin cesar día tras día y cuyas gotas no sólo martilleaban, sino que también cortaban como cuchillas. Chimalpopoca y su acompañante atravesaron la región rápidamente, pues aunque la lluvia era dolorosa y abrumadora, no impedía que pudiesen moverse con facilidad, y tiempo después tuvieron ante sí el último obstáculo antes de entrar en el país del norte: una pared muy alta y escabrosa. Empezaron a subir, y al cabo de poco el otro hombre se resbaló y cayó a la oscuridad. Chimalpopoca se lamentó mucho, pero pronto dejó a un lado la tristeza y continuó su ascenso hasta que llegó arriba del todo. Exhausto, caminó lentamente hacia las negras puertas de Mictlan y cuando estuvo dentro se presentó ante sus Amos. Éstos le pidieron que les entregara el jade, y luego Mictlantecutli le dijo: - Tu vida ha sido honrosa, Escudo Humeante, y por ello mereces la gloria de Tonatiucan. Pero en el Sexto Infierno dejaste caer el jade de tu boca, y aunque lo recuperaste, eso ya es una ofensa para nosotros. Así que te decimos esto: como por tus actos no puedes ser condenado, sólo entrarás en Tonatiucan si vences a setenta y seis arañas, el número de pasos que diste desde que el jade se te cayó hasta encontrarlo. Chimalpopoca no dijo nada; tan sólo asintió y aguardó a que trajesen todas las arañas. Entonces entabló feroz combate con ellas, y a cada golpe que daba con la maquahuitl su corazón golpeaba en el pecho con fuerza, temeroso de caer tan cerca del final. Pero obtuvo la victoria, y recibiendo el perdón de Mictlantecutli y Mictlanciuatl, fue transportado hasta Tonatiucan

donde vivió feliz para siempre.

Continue Reading

You'll Also Like

423K 33K 81
Las tragedias pueden marcarte para toda la vida. Las marcas pueden cambiarte la vida. La vida puede ser una verdadera tragedia. Fiorella Leblanc es u...
54.3K 7.7K 45
Dos almas heridas y destinadas a amarse se volverΓ‘n a encontrar, que lastimosamente en una vida anterior no lograron ser felices. El destino puede se...
44.1K 2.3K 20
Holis les habla Wendy!. Tristemente perdΓ­ mi anterior cuenta asΓ­ que estarΓ© continuando con esta historia desde esta cuenta. Espero y le den el mismo...
159K 6K 61
Chiara lleva tiempo sin ver a Violeta. Se vuelven a encontrar y todo sigue en el mismo punto que habΓ­a quedado justo antes de que todo se desvanecier...