Por culpa de un instante (Com...

By BiancaMond

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Un malentendido lleva a Brenda a enemistarse con el chico más popular del curso. Pero Lucas no es tan malo co... More

Sinopsis
1. Pulga
2. Lucas Urriaga
4. El que ejecuta el bajo
5. Trato hecho
6. Durazno
7. El Bar Polzoni
8. Por fin un amigo
9. La melodía del amor
10. Esta no es una cita
11. Hubiese preferido alacranes
12. Nada es lo que parece
13. ¿Quién pierde este juego?
14. Memorias de una dulce venganza
15. Sólo resta confesar
16. Por culpa de un instante
17. Esta tampoco es una cita
18. Una aterradora verdad
19. El amor es ciego
20. Veintiuno de julio
21. Mi lugar favorito
22. Ni el héroe ni el villano
23. No podemos
24. Debo sacarla de mi cabeza
25. Sabía que esto pasaría
26. Cálmate, Pulga
27. Yo... ¿De novia?
28. Estaba jugando conmigo
29. Puedo ser un perfecto idiota
30. A veces, la verdad duele
31. Un dúo inesperado
32. Un "te quiero" en sueños
33. No puedo perder
34. No me importa perderme si es con él
35. Me hubiese quedado en la cabaña
36. Una oportunidad
37. Se acabó la farsa
38. Ya acéptalo, Brenda
39. Tu novio falso
40. Los latidos de tu corazón
41. El lugar que se ha ganado
42. No es el momento
43. Esta sí es una cita
44. Una llamada "de rutina"
45. ¡Ya sólo vete!
46. Son los celos...
47. ¿Esto es un maldito juego para ti?
48. Deberías saberlo
49. ¿Dejà vú?
50. Vegvisir
51. La confianza es la base de una relación
52. Lo que le prometí
53. Dejé que me lastimaran
54. Lo arruiné
55. La pareja perfecta
Epílogo
Novedades y agradecimientos
Ese último momento

3. Un infierno para ti

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By BiancaMond

Todos se fijan en nosotros al entrar al curso. Nadie dice nada porque la profesora está a mitad de una explicación.

Lucas se sienta en una de las filas del medio, al lado de un chico al que reconozco como otro integrante de la banda de rock del sábado.

Visualizo un asiento vacío al fondo y me acerco.

—Está ocupada —me dice de mala gana la chica que se encuentra sentada junto a la silla en la que pienso ubicarme. Coloca su mano rápidamente en el respaldo y la aleja de mí.

Busco con la vista alrededor. No hay en toda el aula otro lugar libre.

Genial.

Miro a la profesora, intentando llamar su atención. Interrumpe su monólogo al notarlo.

—¿Pasa algo, señorita? —me pregunta.

—No tengo en dónde sentarme.

Se fija en la silla a mi costado, vacía.

—¿Por qué no se ubica allí?

—Porque está ocupada —le digo.

Levanta una ceja, haciendo que las arrugas de las comisuras de sus ojos se enmarquen aún más.

—¿Ocupada por quién? ¿Por un fantasma?

El curso estalla en carcajadas que, más que surgir por el chistecito de la profesora, parecen burlas hacia mí. Todos me están mirando y, no soy acomplejada, pero podría jurar que cada uno de ellos me mira mal. Muy mal.

Ubico mis cosas en el pupitre y me acomodo en mi nuevo lugar. Ni siquiera le dedico una mirada a la que me dijo que la silla estaba ocupada, pero me aseguro de colocar mi mochila hacia su costado, de manera que le moleste.

La profesora continúa con la lección hasta que suena el timbre.

—No olviden leer el capítulo del libro que les dije para la clase siguiente —recuerda, antes de desaparecer por la puerta principal.

—¿Qué capítulo? —le pregunto a la chica a mi lado.

Probablemente lo explicó al inicio de la clase, cuando yo no estaba.

Mi compañera se levanta e, ignorándome, recoge sus cosas y se va.

Ahora sí empiezo a pensar que el fantasma soy yo.

Tranquila, Brenda. Que, coincidentemente, las dos personas con las que hayas hablado el primer día hayan resultado ser desagradables no quiere decir que el curso entero lo sea. ¿O sí?

Me sigo haciendo la misma pregunta al día siguiente. Pero, parece que está a punto de ser contestada cuando, al culminar la clase de historia, se me aproxima una chica que parece ser muy agradable.

Un brillo cubre sus gruesos labios que ahora muestran una sonrisa. Sus largas pestañas se asemejan a sus cabellos castaños, los cuales caen en ondulaciones naturales bien acomodadas.

—Hola, me llamo Samantha —se presenta—. ¿Y tú?

—Brenda —le contesto alegre.

—Eso es un gatito, ¿puedo ver? —pregunta, apuntando al colgante que suspende de mi celular.

—Sí —le acerco el aparato y ella lo toma entre las manos.

—Gracias, Brenda "la loca" —me lanza una sonrisa vanidosa y, a continuación, da media vuelta y arroja mi celular hacia atrás, a las manos de Urriaga.

—Bien hecho, Sam —la alienta el otro, atrapando el aparato en vuelo.

Mi sonrisa se borra al instante.

—Devuélveme eso —le ordeno a ese estúpido, acercándome a grandes pasos.

—Alcánzalo, pulga —desafía, alzándolo por encima de su cabeza, hacia atrás —. Te dije que voy a hacer de este año un infierno para ti—me recuerda en un murmullo cuando llego hasta donde está.

—Dame mi celular —me muerdo los labios por dentro, con la ira comenzando a inundarme de nuevo por culpa de este tipo.

—Claro...

Comienza a bajar el aparato, pero el brillo en sus ojos delata que no será para entregármelo amablemente. Entonces, antes de que pueda tomarlo, lo arroja de nuevo por encima de mí.

Volteo, asustada, creyendo que acabará destrozado en el suelo, cuando veo que otro compañero lo agarra. Es su amigo de la banda de rock.

Suspiro, para no romperle la cara de engreído a Urriaga, cuando lo escucho reír.

Me acerco a su amigo. Un chico fornido, con tatuajes que sobresalen por debajo de la manga de la camisa y un piercing que adorna un lado de su nariz.

Tengo que admitir que, a pesar de su pinta de chico rudo, es bastante guapo.

—¿Podrías darme mi celular? —le pido amablemente, rezando para que al menos su amigo sí tenga algo de decencia.

Como si eso fuera posible.

—Estás tan buena que te lo daría, nena —declara él, mirándome con cara de pervertido—. Tal vez, si me das un beso.

Le devuelvo una mueca de desagrado.

Definitivamente, los dos están cortados por la misma tijera.

—Ey, Bruno, pásame eso —le dice Lucas—. No confío en ti cuando se trata de chicas. Harías lo que fuera por una falda.

Al oír eso, hago un rápido cambio en mi expresión, fingiendo una mirada inocente y seductora.

—¿Me lo das, por favor? —le susurro a Bruno, acercándome un paso más, sin dejar de ver directamente sus ojos marrones.

No pienso besarlo, pero al menos puedo tratar de usar mis encantos en él.

Se muerde el labio inferior y se acerca también. Cuando parece que está a punto de entregarme mi celular, se lo lanza a su amigo y los dos estallan en carcajadas de nuevo.

Bueno, al menos lo intenté.

Volteo otra vez, aburrida de tanto juego, y me acerco a Lucas, mirándolo con rencor.

—Dos contra uno, qué cobardes —apunto.

Él se pone serio. No parece gustarle que lo llame así.

—No soy cobarde, porque ahora me lo quedo yo —se encoge de hombros y guarda mi celular en uno de los bolsillos de su pantalón.

—Si no me das lo que es mío, me estás robando —lo acuso sin miramientos—. ¿Quieres que la palabra "ladrón" se sume a la lista de adjetivos con los que te describe tu papi?

Sonrío con malicia al ver el enojo asomar a su rostro.

—Te lo devolveré —se defiende—. Cuando me dé la gana —sonríe también, intentando ocultar su rabia.

—Dámelo, ahora —insisto, tomándolo del cuello de la camisa.

—Ey, Allen. No va a volver a tus manos —se suelta de mi agarre—. Sólo tienes dos opciones ahora mismo; o aceptas que me lo quede, o lo arrojo por la ventana. Elije la que quieras, pero no te lo daré a ti —lo dice con tanta seguridad que hace que me aparte de él.

—Mejor te digo yo tus opciones —lo amenazo también, para no quedarme atrás—. Me devuelves mi celular o le daré al director una razón para expulsarte de una maldita vez.

Urriaga es un tonto si cree que puede ganar este juego, luego de que yo haya escuchado que prácticamente tiene un pie afuera del colegio.

Pero él no se asusta. Por el contrario, vuelve a burlarse de mí.

—¿Aparte de loca eres chismosa, Allen? —Se dirige hacia el pasillo, seguido por Bruno y Samantha; a ésta última, a su vez siguen otras dos chicas—. Me da igual lo que hagas.

Todos salen de mi vista y me quedo apretando los puños en medio del salón de clase.

No soy ninguna chismosa y no iré a decir nada.

Ni siquiera lo hago cuando pasan los días sin ver mi teléfono.

Ese idiota no vuelve a molestarme durante el transcurso de la semana. Parece que se siente dueño de una victoria momentánea mientras tiene secuestrado algo mío.

Sin embargo, el curso entero se muestra indiferente conmigo. Nadie me dirige la palabra. No me miran si no es necesario y, si lo hacen, me lanzan miradas recriminatorias.

Se comportan como si todos formaran parte de una especie de pacto silencioso para repudiarme.

Al cuarto día, empiezo a creer que Lucas no mintió cuando dijo que no sabía con quién me estaba metiendo. Todos parecen tenerle tanto cariño que me devuelven el desprecio que yo le dedico a él.

Me doy cuenta de eso muy pronto. En realidad, lo aprecian. Es como si él fuera el pilar que hace que todo el curso sea tan unido.

Claro, alegres y unidos entre ellos, conmigo no.

Mi primera semana de clases termina siendo un verdadero infierno. Y eso que los castigos en la biblioteca todavía ni empezaron.

Me siento tan aliviada cuando llega el fin de semana.

Prefiero no decir nada al respecto en casa y, cuando mamá me pregunta si se arreglaron las cosas con el chico con el que tuve inconvenientes, me veo obligada a decirle que sí.

—Es muy guapo. Tal vez puedan llevarse mejor ahora que el problema está solucionado. No me molestaría verlo por aquí —me guiña el ojo en supuesta complicidad, mientras cenamos el viernes en la noche.

Sonrío para no levantar sospechas de que las cosas siguen mal con él, aunque el sólo hecho de pensar en ese tonto viniendo a casa hace que la pizza se me quede atorada en la garganta.

Luego, Stacy nos cuenta sobre la maravillosa primera semana de clases que tuvo. Ya logró hacer unas cuantas amigas.

Me mantengo en silencio mientras ella da todos los detalles de su semana. Prefiero que su relato acapare la atención de la cena, así no tengo que ponerme a idear algo para tapar lo mal que pasé estos días. Ya tengo suficiente con inventar que mi celular está en reparación y por ello no lo estoy usando últimamente.

No quisiera decirle la verdad a mamá. Prefiero que piense que todo va excelente y que mudarme a un colegio nuevo no es lo peor que me pasó hasta ahora.

El sábado trato de dejar un poco de lado todo lo malo y me voy con Stacy al bar de Eric. Por suerte, toca un grupo diferente al de Urriaga, y tampoco se lo ve por ningún lado.

Veo al borracho de Bennet deambulando por ahí, pero no vuelve a acercarse a mí en ningún momento. Me saluda de lejos, levantando su bebida al aire, cuando ya está más entrada la noche. Lo ignoro, pero verlo me hace recordar el altercado del sábado anterior, a Lucas fingiendo que me conoce para apartarlo y yo, aún más tonta, fijándome en lo bien que se veía sobre el escenario.

Si hubiera sabido que también era un imbécil, con gusto me quedaba aguantando al acosador de Bennet.

Llega el lunes y, con éste, comienza el mes de castigo en la biblioteca.

Me dirijo, después de clases, al gran salón de libros para empezar con las endemoniadas tareas de una vez por todas. Y, hablando del demonio, Lucas llega al mismo tiempo que yo.

Abre la puerta, ingresa y la cierra en mi nariz. Un segundo más y me deja sin ella.

Aprieto los puños y accedo a la biblioteca, aguantando la rabia que ruega por asomarse.

La bibliotecaria, Rosalba, se presenta ante nosotros y nos indica, de muy mala gana, nuestros deberes para el castigo. Deberemos mover cada libro de su estantería, sacarle el polvo y devolverlo a su sitio original, ordenado alfabéticamente dentro de su correspondiente categoría.

Me pongo manos a la obra aprisa. Hay como cincuenta estanterías repletas, así que probablemente nos tome el mes entero hacer el trabajo.

Sonrío y procuro enfrentar el reto de la mejor manera posible.

Pronto, el polvo se cuela por mis fosas nasales más veces de las que me hubiera gustado. No tarda en hacerme estornudar.

Enjuago el trapo a cada rato, pero no mejora. Cada vez que termino de limpiar un libro es lo mismo, más y más estornudos.

Al cabo de al menos una hora, tengo la nariz roja y los ojos llorosos.

Volteo y me fijo en Lucas, para ver si al menos él está sufriendo tanto como yo. Grande es mi sorpresa al encontrarlo recostado contra su estantería, leyendo "Canción de Hielo y Fuego" de G. R. R. Martin.

—¿Qué se supone que haces? —le pregunto sin poder aplacar mi ira.

Mueve la vista del libro y me ve como si le hubiera interrumpido en la mejor parte.

—¿Acaso no ves que estoy leyendo, pulga?

—¡Me refiero a qué haces que no estás trabajando!

—Shhh, no grites. Estamos en una biblioteca —se burla.

No hay nadie alrededor. Ni siquiera Rosalba anda por ahí.

—Entonces, ¿no piensas mover un solo dedo para poder terminar con esto? —le reclamo. Llevo las manos a la cintura, empezando a perder la paciencia.

Él me muestra de nuevo esa sonrisa engreída que estoy empezando a detestar.

—¿Para qué? ¿Para verme tan mal como te ves tú ahora? —apunta—. Con esa nariz tan roja pareces un reno en navidad.

Se ríe solo.

—Eres un idiota —le recalco.

—No, tú eres la tonta. Porque el director dijo que tenemos que cumplir el castigo durante un mes. Así que, aunque terminemos de ordenar todo, no nos libraremos hasta el mes siguiente. Prefiero aprovechar el tiempo leyendo.

Se encoge de hombros.

Su seguridad hace que me suba la rabia al cerebro. No le digo nada y vuelve a girar los ojos hacia su lectura.

Entonces me coloco detrás de la estantería contra la que está recostado y le propino una fuerte patada a la madera, logrando que todos los libros caigan del otro lado, sobre su cabeza.

Con esto me considero resarcida al menos de una pequeña parte de lo que me hizo él hasta ahora.

—¡Demonios! ¡Maldita pulga insoportable!

Lo escucho quejarse debajo de la montaña de libros.

—Al menos ahora sí tendrás que ordenar todo eso y quitarle el polvo —me jacto, antes de alejarme riendo.

Como avancé más rápido, para el momento de salir me encuentro en una estantería más al fondo de la que él está ordenando.

Estoy pensando en mis propios asuntos mientras le paso el trapo a los libros, cuando escucho cerca la voz de Stacy.

—Hola, estoy buscando a mi hermana. Se llama Brenda. ¿La has visto?

Dejo lo que estoy haciendo y me acerco aprisa.

La encuentro parada delante de Lucas, quien la mira con curiosidad. Lleva la vista a mí cuando me siente aproximar.

—Así que ella es tu hermana —me dice y suelta un bufido—. Mejor ni siquiera le respondo o luego dirás que la quise abusar.

Se aleja riendo como para sí mismo y sale de la biblioteca.

—¿Qué fue eso? —me pregunta Stacy.

—Es lo mismo que quiero saber —le reclamo—. ¿Por qué le hablaste como si nada?

Ella inclina la cabeza, sin entender.

—¿A qué te refieres, Brenda?

—¿Cómo que a qué? ¿No dijiste acaso que Lucas Urriaga te maltrató el primer día de clases?

—Sí... —contesta ella.

—¡¿Entonces por qué le hablas como si nada?! —Ya perdí la calma. Me pregunto si se está haciendo la tonta o qué.

—Brenda... —contesta algo asustada por mi reacción—. Ese no es Lucas Urriaga.

¿Qué?

Me quedo perpleja por un segundo.

—Claro que es él —aseguro, pero ella niega, con la mirada confundida—. Los compañeros, los profesores e incluso el director lo han llamado así durante toda la semana —insisto, al ver que no me cree.

Su boca se abre ligeramente y se queda pensando por unos segundos.

—Ese chico que acaba de salir no es el que me amenazó —asevera, apuntando hacia atrás con el dedo.

No es posible. Ahora sí no entiendo nada.

—¿Estás segura? —esto no tiene sentido y me está empezando a punzar la cabeza.

—Sí, claro que estoy segura.

Nos quedamos mirándonos durante un instante en el que todos los acontecimientos de la última semana vuelven a repasar mi mente.

Entonces Lucas tenía razón. Él no hizo llorar a Stacy...

Y yo lo ataqué sin ningún motivo.

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