Anástasis

By deardary

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Samuel lleva demasiado tiempo estando muerto por dentro, y de alguna forma, Abigail está muy viva. Cuando la... More

Nota de Autora y Reparto
Prefacio
I
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
Epílogo
Extras y Curiosidades
Para Sam

II

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By deardary

Le dijo que la llamara Abi. Al parecer sólo su padre le decía Abigail, porque entonces estaba bien, porque cuando él la llamaba así tenía cierto dulce paternal que ella atesoraba mucho, y que sentía que se "profanaba" de alguna manera cuando alguien más le decía así.

Abi era, por lejos, la persona más parlanchina del mundo.

Él le dijo que se llamaba Samuel, casi por compromiso, y a ella le pareció que su nombre tenía mucho sentido, a pesar de que no le aclaró por qué.

Los letreros de neón brillaban a su alrededor, adquiriendo fuerza. Era una tarde de sol distante que ya casi había desaparecido, pero dejando estelas de luz que aún no se iban por completo. Cruzaban la calle, cuando ella volvió a hablar.

— ¿Vives aquí? — le preguntó. Samuel frunció el entrecejo.

—¿Aquí? —

—Sí, aquí, en la ciudad—

Ella miraba a su alrededor con una sonrisa de entusiasmo que no disimulaba, y que a lo mejor, tampoco podía físicamente disimular.

Sam hizo una mueca. Abi era, por lejos, la persona más irritablemente entusiasta del mundo.

—Sí—.

—Nunca había estado por aquí—.

—¿No? — Ella negó con la cabeza, aún sonriente.

—¿Conoces la Academia Madame Noëlla Pontois ? —

—No —

—Es un internado de ballet —

—Ah —

—Estuve allí por varios meses, está del otro lado del centro, pero nunca salí como para ver más allá de un par de calles—.

Él la observó de reojo, sorprendiéndole su falta de autoprotección, el hecho de que prácticamente no tuviera recato alguno en contar detalles de su vida abierta y sinceramente.

Podría haberle dicho que era peligroso, que no debería confiar tanto. Pero no lo hizo, porque no le incumbía, y porque ni siquiera quería hacerlo.

La energía de esa chica era demasiada, tanta que lo estresaba, y sólo habían pasado como veinte minutos. Sin embargo, en todo ese lapso, lo que más le sorprendió de ella fue que jamás se dio cuenta de sus respuestas monosilábicas, ni siquiera en la falta de calidez de su expresión. Y si lo hizo, le importó bastante poco.

Abi continuó un poco más, hablándole de los escasos tiempos libres que tuvo en el internado, y que había estado ansiando un momento como ese, el salir y explorar un poco. Los letreros se reflejaban en sus pupilas cada vez que levantaba la mirada y los observaba con esa alegría que parecía no abandonarla nunca.

Le comentó también que el semestre había terminado.

—¿Vuelves a casa? — le preguntó él, esforzándose por agregar al menos dos palabras más a su pobre diálogo. Las comisuras de la muchacha se curvaron aún más hacia arriba.

—¿No es lo mejor sentirse en casa? —

***

La esperó con las manos en los bolsillos, con el hombro recargado en un pilar junto a los asientos de espera. El sonido metálico de un tren arribando repercutió en el espacio de techo muy alto y vidrios de cara al cielo pintado de atardecer. Ella caminó hacia él en cuanto abandonó la ventanilla de la boletería, aferrada a la tira de su bolso. Samuel se irguió y la miró inquisitivo, manteniendo las manos en los bolsillos.

— No habrá trenes disponibles hacia allá durante todo el fin de semana — anunció Abi. Levantó las cejas, sorprendido.

—¿Por qué? — La muchacha se encogió de hombros, haciendo una pequeña mueca.

— No lo sé. Algo sucedió con las vías de camino al pueblo, o algo así, y mañana comienza el feriado largo, así que no creo que lo solucionen pronto—.

Una sonrisa tomó posesión de sus labios, una que él nunca esperó venir.

—Supongo que ahora sí podré conocer la ciudad —

Ella se había reído un poco, y sonrió.

Sonrió, como si no fuera un problema realmente, el encontrarse prácticamente sola en un lugar en el que nunca antes había estado, como si la solución la estuviera esperando en la siguiente esquina.

Lo desconcertó por completo, y probablemente aún más cuando ella le extendió la mano para que él se la estrechara, con expresión agradecida.

—Muchas gracias por traerme hasta aquí. Fuiste muy amable, espero que seas bendecido por esto—.

La miró fijamente, ignorando el gesto.

—¿Tienes donde quedarte? —

—No, pero conseguiré algo. Tengo un poco de dinero—.

La chica era como una presa fácil, en todo sentido que en ese momento podía imaginarse. Ella simplemente no lo entendía, no lo sabía o elegía no darse cuenta, y no estaba seguro de qué era peor.

Permaneció mirándola, como si no fuera capaz de distinguir si estaba desquiciada, pero en su lugar, sonrisa, serenidad. Sólo eso avistó en ella, nada más.

—Muchas gracias, de nuevo. Espero que termines bien tu noche— la muchacha asintió en su dirección, guardando su mano extendida, e hizo ademán de dirigirse hacia la salida.

Debía haber perdido la cabeza. Debía haberla perdido.

Él, no ella. Es decir, lo de ella estaba claro, no tenía idea de la vida, tenía algún desfase de la realidad. Pero él tenía que ser estúpido si quería seguir ayudándola.

Pero simplemente fue como si algo lo tirara directamente hacia ella, una fuerza externa, y no consiguiera evitarlo de ninguna manera. Quizás porque veía algo en ella que le recordaba a alguna parte, a algún lugar. Quizás porque estaba siendo todo lo caritativo que no fue nunca en su jodida vida. Así que antes de que se moviera, la sostuvo del brazo.

—Espera — dijo, con la expresión más ecuánime que tenía, soltándola enseguida — Conozco un lugar.

—¿Cómo? — Abi lo miró sorprendida. Él estuvo a punto de bufar.

—Conozco un lugar donde puedes ir — aclaró —. No es gran cosa, pero es barato. Yo vivo ahí.

—Gracias por preocuparte pero, no creo que sea correcto y, ¿no te molesté mucho ya?—

—Sólo te llevaré hasta ahí y ya —

La muchacha lo miró con curiosidad, por un segundo. La duda se asomó a su rostro, y dudó por un minuto, hasta que, como si hubiera recordado algo que la tranquilizara, su rostro adoptó una expresión suave, de comisuras levemente curvadas hacia arriba.

—De verdad, muchas gracias—.

—No, no hace falta—.

Subió el cuello de su chaqueta y metió las manos en los bolsillos. El smog, las luces, y sin embargo, necesitó de una mirada vaga hacia el cielo para tener la certeza de que no había nubes y ni una sola estrella.
Caminaron por la parte más transitada de la ciudad, con el ruido incesante de conversaciones en voz alta, estéreos distantes, y bocinazos de ocho de la tarde. No había dicho nada durante varias calles, no desde que abandonaron la estación y ella se dedicó a andar a su lado, como en la ida, pero prácticamente sin abrir la boca.
La detuvo por el brazo en un cruce, cuando estuvo a punto de avanzar sin notar una motocicleta rezagada que pasó por su lado a una velocidad absurda. Se volteó a verlo, y le sonrió. Sam le echó un vistazo, ligeramente, a su mirada navegante, observando en todas direcciones con fascinación, con su caminar curioso, demasiado estilizado, de pisadas inaudibles, como si no dejara caer su peso o apoyarse siquiera lo suficiente en cada paso que daba. Pensó sarcásticamente en lo descolocada que se veía, entre la ropa oscura y la brusquedad en el aire. Torció la boca y se volvió completamente hacia el frente. Recordó la sonrisa de hacia un instante y entendió que probablemente ella no había vuelto a hablar para no forzarlo a mantener una conversación que había notado que él no quería tener.
Había sido muy brusco con ella, desde el mismo segundo en que soltó la primera frase. Lo sabía, pero sencillamente no podía hacer nada al respecto.
Debería sentirse aliviado de no tener que abrir la boca.
No le gustaban las relaciones sociales, no sabía mantenerlas. Distinguía la falsedad o el egoísmo con demasiada facilidad como para que le interesara fingir que los pasaba por alto. Y aunque remotamente ella no tuviera nada de eso, ¿para qué intentar entablar algo? Definitivamente no se veía como el tipo de chica que se llevaría a la cama. Demasiado entusiasta, demasiado sensible, demasiado de todo.
Giraron en algún momento hacia la izquierda en un pasaje, entonces Abigail se detuvo de improviso y miró hacia arriba. Y fue extraño, pero Sam supo lo que estaba pensando, tuvo esa certeza, porque hacía mucho, cuando él vio por primera vez los rascacielos, deteniéndose en el mismo punto, se hizo la misma pregunta: ¿Cómo se sentiría vivir rozando el cielo?
No mucho, si estás muerto por dentro. Y hacía mucho tiempo que él estaba muerto.

"Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." Juan 8:12

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¡Hola de nuevo! Espero que su semana esté siendo bendecida. 💕

Van a tener que tener paciencia con Samuel. Él es un personaje muy complicado y con mucho por aprender. 

¡Háganme saber si les está gustando! :) Nos vemos en la siguiente parte. 

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