Por culpa de un instante (Com...

By BiancaMond

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Un malentendido lleva a Brenda a enemistarse con el chico más popular del curso. Pero Lucas no es tan malo co... More

Sinopsis
1. Pulga
3. Un infierno para ti
4. El que ejecuta el bajo
5. Trato hecho
6. Durazno
7. El Bar Polzoni
8. Por fin un amigo
9. La melodía del amor
10. Esta no es una cita
11. Hubiese preferido alacranes
12. Nada es lo que parece
13. ¿Quién pierde este juego?
14. Memorias de una dulce venganza
15. Sólo resta confesar
16. Por culpa de un instante
17. Esta tampoco es una cita
18. Una aterradora verdad
19. El amor es ciego
20. Veintiuno de julio
21. Mi lugar favorito
22. Ni el héroe ni el villano
23. No podemos
24. Debo sacarla de mi cabeza
25. Sabía que esto pasaría
26. Cálmate, Pulga
27. Yo... ¿De novia?
28. Estaba jugando conmigo
29. Puedo ser un perfecto idiota
30. A veces, la verdad duele
31. Un dúo inesperado
32. Un "te quiero" en sueños
33. No puedo perder
34. No me importa perderme si es con él
35. Me hubiese quedado en la cabaña
36. Una oportunidad
37. Se acabó la farsa
38. Ya acéptalo, Brenda
39. Tu novio falso
40. Los latidos de tu corazón
41. El lugar que se ha ganado
42. No es el momento
43. Esta sí es una cita
44. Una llamada "de rutina"
45. ¡Ya sólo vete!
46. Son los celos...
47. ¿Esto es un maldito juego para ti?
48. Deberías saberlo
49. ¿Dejà vú?
50. Vegvisir
51. La confianza es la base de una relación
52. Lo que le prometí
53. Dejé que me lastimaran
54. Lo arruiné
55. La pareja perfecta
Epílogo
Novedades y agradecimientos
Ese último momento

2. Lucas Urriaga

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By BiancaMond

—¿Cuál es su apellido? —le pregunto a Stacy, apretando los dientes.

—U-Urriaga —soba por la nariz.

Le limpio los ojos con los dedos. Sin decir nada más, me dirijo hacia la entrada dando grandes pasos.

Me acerco a dos chicas que se habían detenido a conversar al inicio del pasillo y tomo a una de ellas por el hombro.

—Lucas Urriaga —suelto en voz alta—. ¿Quién es?

Ellas me miran algo confundidas, probablemente por el hecho de que no me conocen y ni siquiera las he saludado.

—Urriaga —repito, demandante.

Se lanzan una mirada entre sí y, luego, una de ellas levanta la mano derecha y señala a un grupo de chicos a lo lejos, cruzando el pasillo. La rabia que siento no me permite articular las gracias.

Me acerco, casi corriendo, al grupo. Los chicos que están de frente dirigen sus ojos hacia mí cuando me cuelo en el centro del círculo.

— ¿Es la chica nueva? —pregunta uno de ellos—. Hola, ¿cómo te llamas?

Lo ignoro. Hago un rápido recorrido con la mirada y reconozco entre ellos al chico del sábado, el vocalista de la banda de rock.

¿Qué hace él aquí? Espero que no sea amigo del cretino de Lucas.

—¿Quién de ustedes es Lucas Urriaga? —pregunto de mala gana.

—Soy yo —contesta él, para mi sorpresa—. Y tú eres la pequeña pulga del bar.

Una sonrisa comienza a formarse en sus labios, pero la interrumpo, abalanzándome contra él.

—¡Eres un idiota! —mis gritos inundan el pasillo, atrayendo la mirada de todos mientras mis puños golpean su pecho con rabia.

Él se cubre, en una primera reacción, pero al ver que no pienso parar, me empuja hacia atrás por los hombros.

—¿Qué diablos te pasa? —pregunta, mientras sus amigos se miran entre ellos, sorprendidos.

—Imbécil, no vuelvas a acercarte a ella —amenazo, aproximándome de nuevo y devolviendo el empujón.

Me toma de las muñecas, para detenerme, logrando sólo que me ponga aún más nerviosa.

—¡No me toques! —alzo la voz de nuevo, me zafo de su agarre y le golpeo el hombro.

Ya no me importa que me haya defendido el sábado. Hizo llorar a Stacy y eso no se lo voy a perdonar.

—No sé de qué estás hablando —asegura con fingida inocencia.

Sí, es obvio para mí que esa cara de sorpresa es una mentira.

—Vuelves a lastimar a mi hermana y te voy a matar —insisto, en caso de que no le haya quedado claro a qué me refiero.

Su expresión de incomprensión me pone aún más nerviosa. Vuelvo a golpearlo, esta vez en el brazo y veo por fin la ira asomarse a su rostro.

—Estás loca —me aparta de un manotazo y se dispone a voltear como para alejarse de mí.

Oh, no. A mí nadie me ignora, Lucas Urriaga.

—¡Te estoy hablando en serio! —me acerco a su espalda e intento hacer que vuelva a mirarme.

Él voltea de nuevo y, con un movimiento del pie, mueve los míos, llevándome al suelo.

Me llegan las risas de la gente alrededor, que observa curiosa la escena.

—Urriaga, ¿acabas de echar a tu compañera al suelo? —pregunta, asombrada, una voz.

Una profesora acaba de ingresar por el pasillo, pero mi vista está clavada en Lucas, quien se queda de piedra al verla llegar.

—Esa loca me atacó —se defiende al recuperar la compostura.

—¡Me las vas a pagar! —grito de nuevo, me duele el trasero de la maldita caída.

Me pongo de pie de un salto, dispuesta a lanzarme otra vez sobre él, cuando la profesora se mete entre ambos.

—Señorita, compórtese —me ordena.

—¡Es su culpa! —lo apunto con el dedo.

—Tú me atacaste sin motivo —replica el otro.

—¡Ya es suficiente! —La mujer habla por encima de nuestros gritos—. No quiero oír ni una sola palabra más.

Nos callamos al instante, encontrando nuestras miradas rabiosas.

—Bien —vuelve a hablar ella—. Quiero a los dos en la oficina del director, ahora mismo.

Perfecto, primer día y me gané una visita a la sala de castigos.

Mamá me va a matar.

Comienzo a seguir a Lucas por el pasillo. Ambos caminamos sin decir nada, mientras los demás compañeros se disponen a ingresar al salón de clases. Se oye el mar de murmullos comentando lo ocurrido.

No sé bien en dónde queda la dirección, así que me limito a acompañar los pasos de él.

Sus ojos se mantienen al frente durante todo el camino, como si yo no estuviera allí. Pasamos por la secretaría de dirección, donde la secretaria se está limando las uñas frente a una moderna computadora. Es una chica joven, de unos veintitantos, con lentes gruesos y el cabello negro recogido en un rodete.

—Luquitas —pronuncia al vernos, involuntariamente se suelta el cabello con un solo movimiento—. ¿Qué tal estuvieron tus vacaciones de verano?

—Bien —él le da una sonrisa ladina—. Pero me hiciste falta, linda —le guiña el ojo.

¿De verdad acabo de presenciar ese patético coqueteo?

—¿Qué es lo que hiciste esta vez? —le pregunta ella, mordiendo un bolígrafo en un vano intento de parecer sexy.

Ruedo los ojos. Esto es más de lo que puedo soportar.

—Necesitamos ver al director —interrumpo colocando una mano en el escritorio.

Ella me mira con mala cara y me recorre de arriba abajo.

—Claro, pasen —apunta, con la cabeza, la puerta al otro lado de la sala.

—Gracias, preciosa —le responde Lucas y se dirige hacia allí.

Se detiene delante de la entrada de madera a la que adorna una placa plateada que dice "Dirección General". Suelta un suspiro y le da dos golpecitos, antes de esperar atentamente.

—Adelante —escucho la voz severa de un hombre.

Él abre e ingresa, conmigo detrás.

—Urriaga, espero que esté aquí porque me extrañó durante las vacaciones —expresa irónico el director, un hombre medio calvo y bien vestido.

Lucas se queda sin responder, lleva las manos a los bolsillos e inclina la cabeza de costado hacia mí, logrando que el hombre se fije en mi presencia.

—Señorita... Allen, ¿no? —pregunta con voz gruesa y entrelazando los dedos sobre el escritorio. Asiento con la cabeza—. Usted es la alumna nueva de último año, si no me equivoco.

Lucas se muestra sorprendido cuando oye al director decir eso.

Para mí es obvio que es mi compañero de curso, porque no parece tener una edad menor. Pero creo que él no se lo esperaba o tal vez su cerebro de maní no se puso a pensar en eso.

—Así es —llevo la mirada hacia abajo.

En el colegio anterior nunca antes me habían regañado por mal comportamiento.

—Entonces... —se cruza de brazos el hombre— ¿Qué los trae aquí?

Los dos nos miramos de reojo, esperando que el otro empiece a hablar.

—¡Urriaga! —la repentina exclamación del director me hace estremecer y logra que lo miremos de nuevo—. No me diga que en el primer día ya tiene un romance con la chica nueva... ¿Los encontraron en una situación comprometedora?

—¡¿Qué dijo?! —pregunto ofendida.

No puedo creer que esté insinuando que éste aparato y yo tenemos algo.

—¡Claro que no! —exclama Lucas, algo asqueado—. Esta loca me atacó de repente.

—¡No me vuelvas a llamar loca! —grito como... bueno, como una loca.

—Ya basta —nos detiene el hombre—. No se agradan, ya lo entendí. ¿Entonces estaban peleando?

Su simple pregunta hace que arranque de nuevo una tanda de griteríos en la que yo culpo a Lucas, él me culpa a mí y el hombre se agarra los pocos cabellos que le quedan en la cabeza.

—¡Por turno! —grita el director con tanto esfuerzo que su voz suena a una corneta agujereada. Parece darse cuenta porque se aclara la garganta y veo a Lucas apretar los labios para contener la risa—. Usted primero, señorita.

El hombre me mira, esperando que empiece mi relato con tranquilidad. Pero la calma no es algo que me caracterice, así que me pongo a relatar todo de forma rápida y sin pausas.

"Eso es mentira" suelta el tonto de Lucas cada dos frases que salen de mi boca, a lo que yo le digo, repito e insisto que se calle de una vez. Entonces el director nos detiene, habiendo perdido totalmente la serenidad de antes.

—¡Es el primer día de clases! —los dos lo vemos como si no nos estuviera dando una noticia nueva—. Urriaga —lleva una mirada rígida hacia él—, le recuerdo que está con condicional desde el año pasado. Cualquier movimiento en falso hará que termine la preparatoria en otro colegio.

Veo a Lucas abrir los ojos con algo de sorpresa por la amenaza y luego agachar ligeramente la cabeza.

—Lo sé... —responde algo arrepentido.

—Entonces —continúa el hombre—, le recomiendo que se comporte y dejen de discutir de una vez. Vamos a hacer esto muy sencillo para mí —se acomoda en el asiento, sin dejar de llevar la mirada desde Lucas a mí y luego de nuevo a éste—. Van a esperar en la secretaría mientras llamo a sus padres.

—¡No! —Lucas replica tan repentinamente que me da un susto—. No puede llamarlo.

El hombre toma el teléfono, ignorándolo, y aprieta el interno.

—Señorita Luzbell, comuníqueme con los tutores de Urriaga y Allen, cuanto antes.

—Señor, por favor —Lucas no espera a que corte la llamada, se inclina sobre el escritorio, suplicante—. No hable con mi padre. Póngame el castigo que quiera, pero no lo llame.

Me sorprende verlo tan desesperado. Un chico como él, con toda la pinta de creerse la gran cosa, con miedo de que su papi venga a retarlo. Me alegro por dentro.

El director baja el teléfono.

—Esto le enseñará a no causarme este año tantos problemas, como lo hizo el anterior.

Lucas agacha la cabeza sobre el escritorio.

—Maldita seas, Allen... —susurra, haciéndome enojar de nuevo.

—¿Por qué no te vas al demonio? —lo reto.

Él se aparta de un solo movimiento y se dirige a grandes zancadas hacia la puerta de salida, pero las palabras del director lo hacen detenerse en la entrada.

—Así que no piensan hacer las paces... —hace una mueca frunciendo los labios—. Entonces no me dejan otra opción que ponerles un castigo.

Piensa durante unos segundos en los que siento el sudor correr por mi cuello, hasta que vuelve a hablar.

—Los dos se quedarán después de clases, dos veces por semana, ayudando a la señorita Rosalba a arreglar la biblioteca... durante un mes —sentencia.

Mi boca se abre sin poder acreditarlo.

—Tal vez así aprendan a convivir en armonía —agrega.

Escucho la puerta abrirse y cerrarse con fuerza detrás de mí, cuando Lucas se retira con molestia.

—Usted también puede esperar en la secretaría, señorita Allen —el director me invita a retirarme y lo hago sin chistar.

Encuentro a Lucas sentado, con cara de pocos amigos, mientras la secretaria teclea algo en la computadora, nerviosa. Él ni siquiera me mira cuando me siento en la única silla que hay, al lado de la suya. A decir verdad, tampoco quiero mirar a ese idiota, así que me entretengo con mi celular durante al menos media hora más, preguntándome si mamá se iría a enojar conmigo cuando llegara.

La voz de Lucas me devuelve a la realidad.

—Lucy, tengo la garganta seca. ¿Me traerías un poco de agua? —le pide a la secretaria.

—Claro —le contesta ella.

Veo que él le sonríe, pero hay algo en su mirada que no logro descifrar. Parece un temor escondido, que se mezcla con alivio al mismo instante en que ella deja la recepción. Sigue mirando la puerta cuando ella se va. O tal vez no mira la puerta, tal vez mira el ventanal que da al pasillo, en el que se ve a un hombre, vestido de traje, acercarse con el ceño fruncido y dando grandes pasos.

La puerta se abre de golpe y él ingresa con la furia palpitándole en la sien.

—Tuve que salir de la oficina para estar aquí —se queja con rabia.

—Lo sé... —Lucas lleva la vista un poco hacia abajo.

—¿Y sabes lo vergonzoso que es que me llamen porque mi hijo es un incivilizado? —la manera en que alza la voz me hace sucumbir a mí también—. ¡Te peleaste con una chica!

Lucas abre la boca, aparentemente para replicar, pero el otro no le deja hablar porque sigue retándole.

—¡Estoy cansado de tu inmadurez!

Su padre comienza a caminar en círculos por el salón, hecho una furia.

—No sé qué voy a hacer contigo —se lamenta, sin contener su rabia—. Sólo eres una molestia insistente y problemática.

Ouch. Eso me dolió incluso a mí.

Lucas lo mira en momentos y, en otros, baja la cabeza; mientras el otro se deshace en lamentos sobre la deshonra que su hijo significa.

—Debería llevarte a un internado —continúa—. Debería dejarte ahí hasta que te conviertas en alguien de bien. No un pobre bueno para nada que lo único que hace es dedicarse a esa bandita de rock de cuarta.

Estoy tan callada que ni mi respiración se escucha. Estoy segura.

—Eres un inútil. Un parásito de la sociedad. ¡Y ahora también un golpeador de chicas!

—No la golpeé —se defiende por primera vez. Pero su padre no lo escucha, sigue maldiciendo.

—Ya sé lo que voy a hacer —se detiene en medio de la habitación—. Voy a sacarte esa estúpida guitarra y la voy a tirar a la basura.

—¡No! —replica Lucas.

—¿Qué dijiste? —pregunta su padre en tono amenazador.

Pero su hijo no se deja intimidar esta vez. Aparentemente, para él, esa guitarra vale un enfrentamiento con su padre.

—¡Que no me puedes hacer eso! —se impone.

O, al menos, intenta imponerse. Porque su padre se acerca de golpe, con rabia, perdiendo por completo la cordura y le encaja una bofetada tan fuerte que me deja con la boca abierta.

La habitación se queda en silencio y, al cabo de unos treinta segundos, abro los ojos con cuidado.

El padre de Lucas mira su mano, con cargo de conciencia. Y luego, la mejilla de su hijo. No alcanzo a verla desde este ángulo, pero es seguro que está enrojecida.

Si este idiota no hubiera hecho llorar a mi hermana, hasta habría sentido pena por él.

Se muere de vergüenza de que yo esté presenciando todo, se nota en su expresión.

Estoy tan enfocada en ambos que no me fijo en mamá hasta que abre la puerta de vidrio e ingresa.

—Buenos días —dice, interrumpiendo el amargo silencio.

El hombre se compone al verla.

—Buenos días. Usted debe ser la Sra. Allen —la saluda, él.

—En realidad, mi nombre es Margareth Garza —se presenta mamá—. Allen es el padre de Brenda.

—Tengo que pedirle mil disculpas por el hecho de que mi hijo haya atacado salvajemente a su hija —le dice, avergonzado.

Por un segundo, me veo tentada en decir que no me "atacó salvajemente", pero es tanta la rabia que le tengo a este chico, que me quedo callada.

Mamá se acerca algo preocupada.

—¿Estás bien? —se agacha junto a mí para mirarme a los ojos.

—Sí. Lamento que tengas que venir hasta aquí.

—No te preocupes —ella acaricia mi cabello. Su reacción es tan distinta a la del padre de Lucas, que lo veo voltear la mirada hacia nosotras con la boca ligeramente abierta. Luego agacha la cabeza de nuevo y se lleva una mano a la mejilla izquierda, que había sido golpeada.

Sé que mamá está decepcionada de que la hayan citado por mal comportamiento. Siempre fui inquieta, pero no hasta el punto de que me pongan un castigo.

Hay algo de culpa en su mirada. Estoy segura de que piensa que todo esto se debe a una especie de rebeldía por el cambio de ciudad.

Luego de que el señor y Lucas se retiran, mamá me da una pequeña charla sobre que Eric está pagando este colegio para nosotras y que debemos valorar ese esfuerzo y corresponderlo, con un buen comportamiento y calificaciones altas. Al terminar, me da un beso.

—Ahora ve a clases —susurra con afecto.

Asiento y salimos juntas. Ella se despide y se retira por la salida.

Me dispongo a cruzar el pasillo en dirección a las aulas cuando, al doblar en una esquina, me toman desde atrás, por los hombros, y me aprietan contra la pared.

—No tienes idea de con quién te estás metiendo, Allen —su voz se escucha en mi oído.

—Suéltame, idiota —le ordeno como puedo.

Mi mejilla siente el contacto con la fría pared, mientras él sujeta mis brazos desde atrás y apoya su cuerpo contra el mío para inmovilizarme.

—Voy a hacer que lamentes lo que me hiciste hoy.

—Oye, no tengo la culpa de que tu padre sea un imbécil —contesto con rabia— Al menos ya sé a quién saliste —suelto un bufido.

Él afloja su agarre lo suficiente como para dejar de hacerme daño, pero no tanto como para que pueda zafarme.

—Este va a ser el peor año de tu vida —declara—. Te doy mi palabra, pulga.

La forma en que pronuncia el mote que me puso, con una mezcla de rabia y asco, tan distinto a la cordialidad con la que me lo dijo el sábado en el bar, me confirman que está hablando en serio.

Lucas me suelta, pero se mantiene a mis espaldas. No me muevo por unos instantes, sintiendo su respiración tras de mí. Estiro mis brazos a los costados y volteo sobre mí misma, encontrándolo cara a cara.

Sus ojos azules escudriñan los míos con atención. Levanto una mano a la altura de su rostro y finjo un temblor.

—Me estoy muriendo de miedo, Urriaga —enarco los labios al costado y él frunce más el ceño al notar mi burla.

—Ya lo harás —promete, antes de retirarse e ingresar al salón.

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