MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS E...

By JL_Salazar

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Las reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la... More

REGLAS DEL JUEGO
PRELUDIO
PRIMERA PARTE
1. EL COMIENZO
2. ENTRÉGOME A TI
3. EL BESO DEL ESPÍRITU
4. DESPERTAR
5. TU VOZ ENTRE LAS SOMBRAS
6. LA IDENTIDAD DEL ESPÍRITU NEGRO
7. LA MIRADA DEL ÁNGEL
8. PADRE MORT
9. SENTIMIENTOS EN BATALLA
10. INVOCACIÓN
11. PRINCESA DE LA MUERTE
SEGUNDA PARTE
12. EN LA CASONA BASTERRICA
13. INCONVENIENTES
14. CASTIGADOS
15. LA SANTA INQUISICIÓN
17. MELODÍA NOCTURNA
18. ANANZIEL
19. EN LA FIESTA DE GRADUACIÓN
20. LA APARICIÓN DEL ÁNGEL
21. NUEVOS ESTRATAGEMAS
22. ARTILUGIOS
23. EN EL BORDE DE LA TORRE
24. DELIRIOS
25. RECUERDOS PERDIDOS
26. BESOS DE SANGRE
27. VENENO, DOLOR Y PARTIDA
28. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ETERNA
TERCERA PARTE
29. ENTRE LAS LLAMAS Y LA MELANCOLÍA
30. ESPÍRITUS GUERREROS
31. GRIGORI
32. LA HERMANDAD DEL MORTUSERMO
33. EN EL EXPIATORIO
34. EL LAMENTO DEL ÁNGEL
35. NUEVO COMIENZO
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS

16. DÉJAME ENTRAR

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By JL_Salazar

— Por Dios, Ric, detén tu auto! —exclamé airada cuando éste me llevaba a bordo de Sebastián a una velocidad que se podría juzgar como aterradora—. ¡El padre Mireles me pidió que lo esperara en la Casa Pastoral, debo de obedecerle!

—El padre Mireles podrá decir misa —respondió el interpelado, aferrando el volante con severidad. Luego reflexionó—; Obvio dice misa, es sacerdote, lo que quiero decir es que puede decir lo que se le pegue su beata gana, mas soy yo quien salvaguarda tu seguridad y no él, por tanto he juzgado conveniente traerte conmigo.

—¡Pero Ric, no me puedes hacer esto, debo y quiero ir a mi casa!

—He dicho que vendrás a la mía —determinó de nuevo, con el ceño fruncido y una tonalidad que se me antojó inapelable.

—¡Prácticamente me estás secuestrando! —reclamé, con lágrimas en los ojos.

No podía imaginar lo que ocurriría si no llegaba a mi casa. Aunque mi padre aún estaba ausente, sabía que al día siguiente podría llegar en cualquier momento.

—¿Sabes cuántas morirían porque Ricardo Montoya las secuestrara, Sof? —me preguntó sintiéndose ofendido. Un relámpago que se extendió sobre el cielo hizo brillar la bóveda celeste, las pequeñas casas que pasaban a nuestros costados y las calles solitarias.

—¡Yo moriré pero a manos de mi padre si no llego a casa a dormir! ¿Eso quieres?

—Es más probable que un espíritu del inframundo te mate a que tu padre lo haga —sentenció—. En lo que concierne a él, todo está resuelto. Jamás debes de dudar de la efectividad de Estrella Basterrica. Confío en que justificará tu ausencia convincentemente.

¿Era posible? ¿Cuál sería su artimaña esta vez?

—Ric, no me hagas esto, por favor —imploré, tratando de encajar mis ojos en sus afiladas mejillas. Pero él no me miraba.

—¿Hacerte? Vamos, nena, aún no te he hecho nada. —Vi un deje de picardía en su maliciosa sonrisa—. Al menos no por el momento —me desafió.

El aspecto de esa noche era terrible: caía una tormenta eléctrica. Todos los confines estaban siendo atacados por los rayos bravíos que, para mi pesar, hicieron que la energía eléctrica colapsara en toda la ciudad. Los faroles dejaron de estar encendidos, y todas las casas quedaron en la completa oscuridad.

Además, no podía quitarme de la cabeza la imagen del hombre encarnado atacando al desdichado seminarista Joaquín Rentería. ¿Estaría bien? ¡Pobre muchacho!

—¿Cómo justificarás mi presencia en tu casa? —intenté persuadir a Ric de nuevo. Mis dedos se enredaban entre los cabellos de mi cola de caballo mientras el corazón me cimbraba pesaroso.

—Ya te dije que Severo Montoya está de viaje. Y bueno, Mauri estará con su novia. Por la servidumbre ni qué decir; como soy un patrón benigno les he dado la noche libre.

—¿Qué quieres decir con eso? —me urgí a preguntar tan pronto me vi perdida.

—Que esta noche en la mansión Montoya estaremos solos tú y yo, Sofía Cadavid.

Me fue difícil distinguir la mansión Montoya entre tanta neblina. Mis piernas estaban congeladas y ese detalle me recordaba que eran precisamente durante las temporadas de frío cuando más odiaba usar faldas. Pero mi padre insistía en que una señorita decente jamás debía de utilizar pantalón...

A los cinco segundos posteriores de que Ric saliera del auto yo lo hice también.

—Se supone que debías de esperar a que yo te abriera la puerta, Sof —me regañó. Desvié mi vista hacia un sitio donde no tuviera que encontrarme con su perfecto rostro, queriéndole dejar con el ademán un claro mensaje de que estaba allí pero en calidad de protesta.

—¿Eres de la clase de hombres que piensa que las chicas somos estúpidas e incapaces de abrir la puerta del auto por nosotras mismas? —gruñí.

—Esperé que fueras todo, Sof, pero jamás feminista —me acusó, y vi en sus ojos verdes un matiz de desilusión. Cerró la puerta de mi lado y se ajustó su larga gabardina.

—No soy feminista, soy autosuficiente. Soy una mujer empoderada, así que no me tildes de idiota —respondí.

—Si abrir la puerta del auto de una chica te parece un acto machista, pues permíteme decirte que yo seré machista por siempre, y no; no es por creer que la mujer es débil e inferior, sino porque es una forma de enaltecer su belleza, dignidad y empoderamiento.

—¡No me digas!

—¿Es allí donde la chica tierna que tanto admiro y respeto se convierte en la viva imagen de Estrella Basterrica? No Sof, dime que tú eres mejor que ella.

—Ric ¿no lo entiendes? Me ignoraste durante todos estos días por... por no sé qué motivo. —No iba a delatar los argumentos que Estrella me había dado respecto a su teoría del porqué me había retirado la palabra—. Y ahora de pronto me hablas y me secuestras. ¿Te parece eso digno y ético de un Guardián?

Aunque había esperado que al menos le causara gracia mi comentario, vi que, por el contrario, arqueaba una de sus cejas mientras fruncía sus gruesos labios, siéndome inevitable permitir que mi vientre se contrajera. Esa mirada lo hacía ver tan... exquisito.

—Quiero decir que no debías de traerme contra mi voluntad —volví a excusarme.

—Sof, no sé por qué tanto escándalo. No te estoy robando tu virginidad, únicamente te estoy protegiendo. Si no te gusta que lo haga pídele al Mortusermo que te busque otro Guardián. —resoplé —. Y disculpa si te sentiste ignorada por mí durante los últimos días, te aseguro que no me di cuenta de ello. Pero como siempre estabas con Estrella deduje que mi ausencia te era irrelevante y mi presencia ínfima: yo también tengo más amigos, Sof y, a decir verdad, no soy muy devoto a las fatuas conversaciones de las chicas. Y aunque te hubiera ignorado apropósito Sof, eso no tendría por qué haber sido motivo de alteración en tus emociones.

Me obligué a no discrepar porque sabía que en ese aspecto él tenía razón.

Cuando entramos a la mansión Montoya caímos en cuenta de que la electricidad también allí se había visto afectada. Por consiguiente, las sombras que nos conferían los altos muros y los anchos pilares que sostenían las bóvedas tomaban formas espectrales a medida que el haz de los relámpagos de afuera penetraba en el interior por los vitrales.

—No te preocupes —me dijo, tomándome de la mano—, en la chimenea debería de haber algunos cerillos. Ven, Sof, siéntate en la sala de estar mientras aprovecho para hacer arder los carboncillos.

Y así pasó. Cuando Ric terminó su labor de prender la chimenea tomó una vela y se dispuso a encender todas las demás que estaban sostenidas por los candelabros del vestíbulo. Después se apareció con una charola y una botella que colocó en la redonda mesita de madera que yacía en el centro de la sala.

Al retirar la redonda cubierta de la charola me encontré con un apetitoso pollo bañado en salsa transparente decorado con pimientos y ensalada, cuyo aroma era tan exquisito como apetecible. Pronto deduje que Ric había planeado mi secuestro con suma anticipación, tan era así que había mandado preparar una cena para mí.

—¿Cuáles son tus sueños y aspiraciones? —me preguntó mientras comíamos.

—Graduarme como contadora y ayudar a mis padres económicamente —dije, mientras mordisqueaba una pierna de pollo.

Ric sonrió un momento, bebiendo un poco de vino, y me dijo:

—No, yo dije tus sueños, no los que tus padres quieren que tengas. No es lo mismo.

Bebí un poco de vino y reflexioné sobre lo que me decía.

—Viajar —musité, bebiendo de mi copa.

—¿Te gusta la playa? —quiso saber, mientras desollaba uno de los pimientos—. Seguro sabes que las mejores playas del mundo están en Acapulco y Cancún, ¿qué tal te parece la Riviera Maya? ¿Verdad que es fabulosa?

—No conozco el mar —contesté dando otro mordisco a la pierna.

—¿Bromeas? —me preguntó enarcando una ceja.

—No bromeo, Ric. La verdad es que lo más lejos que he ido es a las piedras del Sochule.

—¡No puede ser cierto! ¡Yo hace dos meses acabo de llegar de Miami!

Admito que me dio un poco de envidia.

—Es que tu padre no es un cortador de aguacates ni tu madre costurera. Apuesto a que un día de sueldo de tus padres es lo que ganan mis papás en todo un año. O quizá lo que ganarían en cinco, no sé, depende.

Ric se puso serio por un rato, bebió más vino y me contestó un tanto pesaroso:

—Bueno, tal vez no lo sepas, pero yo no tengo mamá.

Tragué saliva e hice como si se me hubiera atorado un pequeño huesito en la garganta. Observé como si nada a Ric, y me reprendí en silencio por haber sido tan imprudente. Claro, todo el mundo sabía que no tenía madre.

—Lo siento... Bueno, decía que es extremadamente fácil viajar para ti —murmuré forzando una sonrisa.

—No exageres, Sof —sonrió de nuevo, recobrando el brío—. Mejor dime, ¿a dónde te gustaría viajar?

Lo pensé por un momento.

—Mi sueño es ir a la capital, a la ciudad de México. No sé, visitar el Palacio de Bellas Artes, el Palacio de Minería, el Palacio Postal. Me gustaría ir al Castillo de Chapultepec y al final terminar en la cima del ángel de la independencia, con mis brazos desplegados cual si fuesen las alas de un ángel. —En ese momento me acordé de Zaius y se me hizo un nudo la garganta—. Bueno, también me gustaría ir a Guanajuato, dice mamá que tenemos descendencia de ahí, de la familia Altamirano de Mendoza y Montero. Y ¿qué te digo? Viajar por toda América, desde Alaska hasta la Patagonia, y bueno, de Europa los únicos países que me gustan son Reino Unido y España. Sí, me imagino terminando mi tour en la gran vía de Madrid.

Ric me miraba muy interesado, luego, sin preverlo, acarició una de mis mejillas. Su tacto en mi piel me puso colorada, generando, a la vez, que un escalofrío me recorriera la espalda. No estaba acostumbrada a esta clase de contactos. Mucho menos que el responsable fuera el chico más guapo de la localidad.

—Un día te llevaré a conocer todos esos lugares —me contestó con un esbozo de promesa, y por poco me atraganto. Respiré mucho tiempo para serenarme y tratar de sonreír.

—¿Por qué no has querido hablar sobre lo que te dije en relación de la Santa Inquisición? —me atreví a preguntarle más tarde, cuando terminamos de cenar. Él estaba sentado con la pierna cruzada frente a mí.

—Yo ya lo sabía.

—¿Qué dices?

—Esta mansión que ves no siempre fue una mansión, a mediados del siglo XVI fue un tribunal de la Santa Inquisición, por eso hay un calabozo y decenas de celdas debajo.

Mis pensamientos trabajaban vertiginosamente, no podía creer lo que oía.

—Si algo se ha querido suprimir de la historia universal es sin duda la existencia de la Inquisición, Sof. Es el más grande tabú de la iglesia, su talón de Aquiles, lo que los vulnera. La iglesia no quiere ser recordada como alguien que mató y despedazó a miles de personas aún cuando ahora promueven el respeto hacia la vida digna.

—Perdón que te interrumpa —inquirí, temiendo ser reprendida—, pero te recuerdo que «Inquisición» proviene de «inquirir», cuyo significado es «inquirir» o «investigar». Lo que significa que la Inquisición no era la que castigaba, sino la que investigaba a los presuntos culpables de algún delito. Quien los juzgaba y condenaba era el estado, la autoridad civil, no la santa Inquisición.

—Para el caso viene siendo lo mismo, Sof. La iglesia estaba inmiscuida en el estado, ¿recuerdas tus clases de historia? Y, por favor, no la llames santa, que la brutalidad con que torturaban a los presos durante el juicio para obligarlos a declararse culpables aunque no lo fueran (para robar sus tierras o impedir el evolucionismo) eran horribles.

Me quedé callada, sintiéndome tan extraña como si Ric me hubiese abofeteado.

—Pero se supone que la sant... es decir, la Inquisición fue erradicada.

—Si bien, fue abolida a principios del siglo de XIX, a mediados del siglo XX volvió a resurgir cuando brotó en el mundo un inusual número de sectas satánicas con el propósito de derribar la supremacía de la iglesia. Además de los masones y los illuminati, también surgieron sociedades secretas cuyo objetivo principal es tomar las riendas del mundo con el llamado nuevo orden mundial. Existen sectas satánicas de verdad, las cuales realmente se desempeñan convocando legiones de demonios para recibir favores en sus fines maquiavélicos. Estas nuevas sectas no sólo buscan la extinción de las religiones cristianas, sino el dominio del mundo entero por medio del poder que les otorga el demonio. La nueva organización de la "santa" Inquisición piensa que estamos viviendo en los últimos tiempos.

"La nueva Inquisición no está tratando de impedir que las profecías del apocalipsis se cumplan, sino que éstas se retrasen hasta que hayan nuevos días donde la humanidad sea perfecta y así el rigor de Dios sea menor. ¿Y cómo harán esto? Exterminando a la humanidad imperfecta: a los corrutos, asesinos, asaltantes, maliciosos, y bla bla bla. Del mismo modo, depurando de la faz de la tierra a los demonios que andan sueltos por ahí, así como a las sectas malditas responsables de convocarlos y traerlos a nuestro mundo a través de sus portales.

"Desde hace tres meses, solo aquí en México, la nueva Inquisición asesinó a veinticuatro chicos que fueron denunciados en secreto por jugar a la ouija, crédulos de que éstos jóvenes al jugarla estaban abriendo portales que las legiones del infierno podrían utilizar para escapar. ¿Ahora lo entiendes, Sof? ¿Te imaginas lo que ellos nos harían si descubriesen nuestra relación con el Mortusermo?

—¡Dios mío, Ric! —chillé, imaginándome siendo desmembrada por un verdugo, o mi cabeza seccionada de mi cuello—. ¿Crees que estamos en peligro?

—No si nos mantenemos lejos de la Inquisición —me aseguró—, por eso te saqué de ese sitio, allí estabas demasiado cerca de ellos. Realmente aquí no tenemos mucho peligro, puesto que apenas existe un reducido grupo de Inquisidores en la localidad que más bien son agentes de la Inquisición que viven en secreto buscando indicios de magia oscura. El problema sería si los agentes tuviesen sospechas de que energías malignas rondan en la ciudad, porque entonces lo reportarían al Tribunal de la capital y enviarían aquí a una comitiva mayor de Inquisidores para exterminar dicho mal. Entre sus filas existen muchos ministerios cuyos adeptos tienen poderes sobrenaturales inimaginables.

—¿Qué clase de poderes tienen? —quise saber, temblando de miedo.

—Dice mi padre que hay adeptos con la capacidad de hablar en lenguas y recitar conjuros, como lo hacen Rigo y Estrella. Otros tienen el don de profecía, de sanación, e incluso el horrible don de matar con la mirada. Hay un ministerio especial llamado «reclutador», cuyos integrantes se trasladan en el mundo en busca de personas dotadas de dones para obligarlas a pertenecer a la Inquisición. Para ellos los poseedores de dones como los nuestros representan las armas más poderosas y letales que tienen en la orden. Por ejemplo, tú tienes el don de la visión de espíritus, Sof, y a su vez eres un portal de la misma muerte; si un miembro reclutador con la facultad de percibir dones mirara tus ojos...

—Descubriría mi don y me obligaría a pertenecer a la Inquisición —adiviné— pero ¿qué si me negara a pertenecer a ella?

—Te matarían —respondió tajantemente—, los reclutadores también consideran a los poseedores de dones como un peligro para la humanidad, puesto que podrían utilizarlos para hacer el mal. Los Inquisidores no se andan con rodeos, o sirves a la Inquisición o te destruyen. Mi don y los dones de Estrella y Rigo también nos ponen en riego a nosotros.

Me estremecí pensando en tal posibilidad.

—¿Por qué tú y tu padre saben todo esto?

—Porque, como te digo, esta mansión fue el tribunal de la antigua Inquisición. Así que cuando la nueva institución resurgió, una comitiva de Inquisidores vino con Enrique Montoya, (el dueño de aquél entonces) para exigirle que le cediera los calabozos de la construcción para ocuparlos cuando fuera necesario. Por fortuna no se han usado en mucho tiempo. Como ves, obviamente la comitiva de Inquisidores tuvo que explicarle a Enrique Montoya quiénes eran ellos y para qué querían los calabozos. Desde entonces, cada primogénito de las nuevas generaciones de los Montoya sabemos el secreto.

Mi Guardián no había terminado de hablar cuando una pesadez cayó sobre mí, ya fuera por la impresión de su relato o por... algo más.

—Sof ¿te sientes bien? —me preguntó Ric al notar mi repentino desfallecimiento.

—De repente me sentí muy mareada —confesé— y con ganas de vomitar. Todo me da vueltas. ¿Qué me ocurre, Ric? ¿Me estás susurrando? Escucho susurros.

Toda mi vista se nubló, y el brote de nuevos susurros, que al parecer sólo yo podía percibir, me previno de una posible infestación de espíritus malignos.

—Esto no está bien, Sof. Vamos, guapa, sujétame del cuello —me pidió, reclinándose para que mis brazos lo rodearan—. Ya te tengo, te llevaré cargando a una habitación.

Ric me cargó entre sus brazos y me llevó hasta el segundo piso, en cuyos muros había retratos antiguos, según mi pobre vista me consintió mirar. Puesto que mis velados ojos apenas podían apreciar con claridad cosa alguna, apenas si noté que me recostó en una amplia cama, cuyo colchón parecía ser de plumas a juzgar por su suavidad.

—Estás muy pálida, Sof —se preocupó Ric, tocándome las mejillas—. Te prepararé una infusión de manzanilla.

Cuando quise decirle que no me dejara sola, ya era demasiado tarde. Él se había ido. Al paso de los minutos me di cuenta de que aquellos susurros no decían nada, era como si en lugar de susurros éstos fuesen lamentos, como los que había oído en el expiatorio. Una sensación de pánico me embargó de inmediato. Los espíritus que el Mortusermo había liberado del expiatorio me estaban tratando de atormentar con un evidente empeño de enloquecerme.

Entonces me senté sobre la cama y coloqué uno de los grandes almohadones en mi espalda para poder permanecer reincorporada. La lluvia caía con torrentes borbotones y las ventiscas eran tan fuertes que el sonido de los árboles al colisionarse producían fuertísimos estruendos. Cuando dirigí mi vista hacia el gran ventanal triangular situado a mi izquierda, vi a un niño que me observaba fijamente desde el otro lado del cristal. Tal vez estaba flotando, porque no había otro modo para que él estuviera allí de pie si era el segundo piso.

—Está lloviendo, déjame entrar —lloró el niño.

—¿Q-ué haces ahí...? —traté de preguntar, tartamudeando.

—Te busco a ti, Excimiente —clamó—. Mi padre me mató hace setenta y cinco años. Nos quemó a mi madre, a mis hermanos y a mí porque no pudimos trabajar ese día para darle de beber. No he podido ir a ningún lado desde entonces. Déjame entrar, necesito descansar, tú puedes darme el descanso eterno, ¡tú eres el portal del expiatorio!

Su voz tenía eco, cual si proviniera del fondo de un profundo pozo con agua. La palidez en su rostro lo hacía ver casi transparente, siendo su pelo grasiento y sus ojos negros los único que le daban vida a su lúgubre figura.

—¡Ric! —grité, mirando hacia la puerta abierta de la recámara.

—¿Sof? ¿Qué ocurre, amor? —gritó desde la lejanía.

—Un... espíritu, del otro lado de la venta —farfullé. Seguía inmóvil, mirando los ojos negros de aquél espectro en forma de niño cuyas pupilas parecían brillar cual lo hiciese un gato en la oscuridad. Sus colmillos sobresalían de una boca ancha de labios hinchados y morados—. ¡Ric, está raspando la ventana! —chillé presa del terror— ¡Me habla, me habla!

Y cuando Ric ya estaba pronto a entrar a la recámara la puerta se cerró de golpe, y el espíritu maligno se carcajeó diabólicamente, mientras me hacía horrorosos gestos que, de tan espeluznantes, me son imposibles de describir.

—Déjame entrar... necesito el descanso eterno, te lo ordeno, Excimiente.

—¡Atrás... atrás, espíritu inmundo! —exclamé, haciéndome la señal de la cruz sobre la frente—. ¡Padre nuestro que estás en el cie...!

—¡Deja de rezar, maldita, y déjame entrar! —insistió, golpeando la ventana.

Ante mi negativa el espíritu gruñó, y en el siguiente relámpago, vi cómo sus ojos se expandían y comenzaban a llorar sangre mientras reemplazaba los golpes en la ventana por rasguños. Si lograba reventarla entonces estaría perdida. Para males no podía moverme del miedo, sentía que debajo de la cama habían más espíritus y que si depositaba mis pies en el suelo éstos sacarían sus manos y me arrastrarían hasta lo más hondo del infierno.

—¡Ric, Ric, él... quiere entrar, quiere romper la ventana! —grité como una histérica, interrumpiendo mis oraciones y oyendo cómo mi Guardián golpeaba la puerta desde el otro lado al mismo tiempo que el espectro gorgoteaba y golpeaba el cristal.

—¡Ayúdame a abrir la puerta, Sof! —me exigió Ric dando golpes más fuertes.

Finalmente me armé de valor y salté de mi cama y corrí hasta la puerta, justo cuando el inmundo espíritu me gritaba:

—¡Pichardo te mandó un mensaje desde el expiatorio; vas a morirte!

Y la puerta se abrió. Ric penetró dentro de la habitación y de inmediato se echó sobre mí, abrazándome, mientras yo me abandonaba al llanto más amargo.

—Ya, ya, mi niña, estoy aquí —me dijo, acariciando mi espalda. Sentí cómo reclinaba su cabeza tratando de interceptar a mi asaltante, pero era evidente que el espíritu se había marchado.

—¡Quédate conmigo, por favor! —le imploré cuando me acompañó a la cama—. ¡Él va a volver, quiere matarme, Ric, tengo miedo!

—Tranquila, niña hermosa, estaré aquí... ahora duerme, que yo velaré tus sueños.

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estas son diferentes tipos de frases así que espero que algunas te gusten.