Relatos de amores y amores

By Seiren

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Ganador Wattys 2018 en la categoría The heartbreakers. _ Ofelia no sabía que podía sentirse cómoda en una re... More

ÍNDICE
Una noche en cama
Sólo otra cita
No es la edad
Mi lugar en este mundo
La chica de la música
No hay manchas en el techo

El perfume

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By Seiren

No deja de ser un poco bochornoso, no sabe cómo, tal vez de una manera que le hace evocar un recuerdo que en realidad es otra cosa. Algo se abre dentro de ella pero en lugar de aclarar, todo oscurece. No encuentra la salida aunque la tiene enfrente. Es tan absurdamente sencillo todo que no puede evitar preguntarse si no ha caído en la enfermedad del mundo, en la brevedad de la vida que se alarga a segundos hasta que el hastío llega y despiertas en la cama con un hombre al que conoces de toda la vida pero cuya existencia se te escurre entre los dedos.

Sofía bosteza y le da una pequeña sacudida, él gruñe debajo de las sábanas. No hay un desayuno ni una ventana enmarcando un paraje de ensueño. La vida se va en medios y en ese estado se perpetúa. Ella trabaja de gerente en una tienda de ropa para niños; él es auditor en un supermercado. Se levanta de la cama y se mira los dedos, ha perdido algo. No el anillo, ese lo empeñó hace un par de años y ya no lo pudo recuperar. Fernando dejó de usar el suyo para no hacerla sentir mal, pero ella sabe de sobra que se lo bebió, el cuerpo se lo recuerda, llegó a casa y le dejó una cicatriz cerca del hombro derecho. Y aunque no ha vuelto a tocarla Fernando no recuerda las cosas así; se mueve dentro de él ese algo como una evocación pero que es más acuosa y vaga. Sabe quién tiene su anillo pero ahí se quedará. Sofía había empeñado el suyo para pagar los meses atrasados de la electricidad. Él simplemente quiso olvidar la figura de Sofía y ese otro hombre que no conocía pero que a veces le parecía caminaba a su lado. Todo muy anecdótico aunque mucha gracia no tenía. Sofía ya no prepara el desayuno pero él tiene descuento especial en el supermercado.

—No olvides que toca pagar el agua —dice Sofía mientras se acomoda el bolso en el hombro. Es temprano, pero a veces parte antes para no tener que esperar. Fernando suele salir primero pero no comparten línea de transporte. Debería dar igual pero no es así.

—¿Que no la ibas a pagar tú? —pregunta Fernando. Acababa de salir del baño. No tiene un mal cuerpo a pesar de todo. La misma Sofía lo sabe pero a fuerza de costumbre ha dejado de suspirar.

—Yo ayer pagué la electricidad.

—¿Otra vez?

—Es cosa de cada mes, Fernando, así es esto.

Está por partir pero regresa sus pasos. Fernando no se ha movido, en otro tiempo esos pasos la habrían acercado a él. Qué tengas un buen día, amor. Ahora sólo ha olvidado las llaves; estas tintinean al enredarse entre sus dedos.

—No olvides el pago del agua —insiste ella.

—¿No podías pagarlo todo junto? —gruñe él, no es molestia, sólo una pequeña incomodidad.

—Eso iba a hacer pero ya puesta ahí no me ajustó —se excusa. Como si Fernando no pudiera distinguir entre los perfumes que ella usa cada mañana.

—Regreso tarde, hoy toca inventario.

Sofía no responde. Tal vez si pide dinero prestado pueda hacer el mandado ella.

Fernando se queda en la orilla de la cama, sólo nota el desorden. Sofía se ha cambiado de blusa tres veces, dejó tiradas las que no le convencieron. Fernando se levanta y se acerca al cajón de la ropa interior. El de Sofía está abajo. Busca hasta el fondo pero encuentra las mismas piezas desgastadas de siempre. Quizá lo ha imaginado.

No quiero decirte esto, pero es que la otra vez vi a tu mujer ya bastante tarde, iba con un... Ahora la voz suena lejana. Siempre se le hizo un poco falsa pero hay ciertos temas que disfrazan cualquier intención. La tonalidad se quedó atrapada en sus nervios. Una compañera de voz aguda, menor, y aun así se le marcaban las venas en las manos por más polvos se untara en la cara. Sofía no es que fuera más natural, es que no le quedaba tiempo y sin tiempo ni el ridículo puedes hacer.

Llega al trabajo. Agacha la mirada luego de saludarlos a todos. Al entrar en su oficina revisa su apariencia en el reflejo del cristal, su ropa está algo arrugada. ¿Cómo se mirará cuando le salgan canas? ¿Llegaría a ver las canas de Sofía?

Sofía todavía no tiene pero sí tiene la costumbre de teñirse el cabello. Era castaña, ahora le van tonos más rojizos. Le gusta cómo acentúan la blancura de su piel, como si la rejuveneciera. No es eso, por supuesto, pero al menos da una mejor imagen que las empleadas a su cargo.

—Un niño vomitó mientras se medía la ropa y la madre se pregunta si debe pagar o no.

—¿Y tú qué crees?

La hora del almuerzo en un centro comercial es infernal. Se escapa de todo, escoge una mesa de dos y se queda quieta entre el bullicio. No come. Quiere perder peso. Un par de ocasiones intentó llevar merienda, pero Fernando le recriminó no levantarse más temprano para hacerle algo también a él, que salía antes. En todo caso, varios pantalones ya no le tallaban y comenzaba a preocuparse. Pero te veo más pálida, eh. Hay otras formas de hacer dieta pero no le interesan. De todas maneras algunas requieren cierta inversión. No puede darse ese lujo. Todavía tiene que pagar el agua. Debería ir ahora pero no quiere levantarse. Últimamente no está durmiendo muy bien. Y a lo mejor está bien que ella pague todos los gastos del mes, todavía se siente un poco culpable. Fernando se bebe el dinero y ella se siente culpable. Vaya tontería.

Él dice que no es problema. Al menos en el trabajo no ha generado inconvenientes, en casa tampoco salvo por aquella vez... Pero Sofía igual cree que el alcohol no es tan caro de todas formas y que en casa viven dos.

.

No le gusta que lo interrumpan en la oficina a la hora del almuerzo. De todas formas ha perdido la costumbre de comer a tiempo. Ella se empecina en llevarle algo y le da pena negarse o tirarlo así que lo guarda y lo lleva a casa. Ah, ¿hoy también traes algo? Y Sofía sólo cocina algún ligero acompañamiento y así cenan los dos. La mujer de la voz aguda seguro nunca se ha imaginado dónde va a parar su comida. Fernando sabe que los rumores ya han comenzado a correr e intuye en dónde se originaron. Si lo involucran a él no son ciertos, si nunca la ha tocado, y cuando entra a la oficina lo primero que hace es pedirle dejar la puerta abierta para apagar el aire acondicionado con la excusa de ahorrar energía. Su trabajo le parece tranquilo y tiene su par de beneficios, no lo arriesgaría de esa manera por muy molesto que se encuentre.

—¿Algo de beber?

—Tengo agua, muchas gracias.

—Por eso te mantienes en forma, ¿eh? —sonríe ella. Él cae en cuenta que Sofía ha subido un poco de peso y que el vestido que ahora luce la chica de voz ayuda no le entraría ni con vaselina. Antes sí, ahora tal vez en dos tallas más grande. Pero Sofía nunca ha sido buena para inventarse rumores así que está eso.

Cuesta que se retire porque no capta las indirectas. A veces pide ayuda pero no debería ser así. No sabe por qué no deja las cosas claras. Tal vez sea porque la chica nunca se le ha insinuado directamente, un reclamo podría conducir al desastre, y lo que menos quiere es ponerse en evidencia. Retarla sería como aceptarlo, lo veía así.

—Hoy te quedas hasta tarde, ¿no?

—Sí.

—Puedo traerte algo para la cena, si gustas.

—Haremos como siempre —suspira—. No te preocupes.

—Si necesitas algo, ya sabes...

—Claro, gracias.

Fernando mira la pantalla de su celular. Qué hacer con el tiempo.

.

Al salir Sofía se detiene frente a la vitrina de una tienda. Le gusta lo que ve pero los precios son ridículos. No ha comido nada en todo el día y está comenzando a afectarle, entonces deja de ver y se apoya sin desplazar todo el peso hacia el cristal. Sabe que de un momento a otro un empleado saldrá a decirle que se retire pero por ahora puede permitirse un suspiro.

Fernando dijo que llegaría tarde. Ella no tiene muchos ánimos de llegar a una casa vacía. Para colmo, ha olvidado ir a pagar el agua. Tampoco debería beber café tan tarde si sabe que le corta el sueño, pero sujeta su bolso con fuerza y camina sin mucho desearlo. Encuentra un café, se sienta en la mesa más alejada y comienza a contar los minutos.

No ha engañado a Fernando pero así lo siente, porque tuvo la intención. Uno de los auditores externos la invitó a beber algo y ella aceptó sólo por romper la monotonía. No lo creyó una insinuación porque el hombre era más joven que ella y bastante apuesto. Lo supo después cuando se lo propuso. Ella se lo pensó. Sentada dentro del auto, en la orilla de la calle cerca del bar, dejó correr los minutos en silencio, con el celular en la mano y un deseo enorme de ver a Fernando. Cuando lo visualizó en la casa el deseo desapareció. El hombre a su lado no parecía impaciente pero tampoco muy interesado. Miraba los mensajes en su teléfono celular y Sofía supo que no pasaría de una aventura.

Se negó. Llegó a la casa, encontró a Fernando dormido, cogió su almohada y se fue a dormir al sillón de la sala. Un par de días después se compró el perfume caro que siempre había querido. Lo mantiene escondido en una caja de zapatos.

.

Fernando no sabe qué está pasando. Todos se han ido y ella no tendría que haberse quedado. Se siente cálido, está sudando, su cuerpo está demasiado cerca del de ella y le incomoda no estar usando condón. No se detiene. Llegará casi de mañana a su casa, tiene el día libre, dormirá el resto de la tarde. Sofía se irá al trabajo sin dejarle nada de comer y no quiere salir. Ni de casa ni de ella. Seguro ni siquiera ha pagado el agua. Y cómo. Se está gastando el dinero en perfumes caros que no usa para él.

La chica gime y Fernando se molesta. Las cámaras de seguridad las puede manipular él después pero si todavía hay alguien cerca puede escucharlos. Le tapa la boca, le dice que se calle. Ya suficiente sospechas despierta el que se haya quedado cuando en la distribución para ese día ella no listaba.

Cuando se separan no siente culpa. Podría hacerlo una vez más. Quiere hacerlo una vez más pero no debería ser en el trabajo porque le gusta y sería una estupidez perderlo por semejante idiotez.

—No sueles usar perfume, ¿verdad? —le pregunta.

—Es que soy alérgica —contesta. La chica sonríe, está encantada de que lo haya notado. Fernando no cae en cuenta que la chica no lo usa porque es la encargada de recibir los perecederos y que con alergia o no da igual.

—Ya sé que no puedo regalarte entonces —dice como si nada. Sabe que no le hará presentes, es una tontería que ha salido de su boca.

Llega a casa faltando cinco minutos para las cinco. Encuentra a Sofía dormida. Hay un bote de analgésicos en la mesita de noche y un vaso de agua. Hace calor y no está arropada. Duerme de lado. Fernando que sin consideración ha encendido la luz ve la cicatriz en el hombro derecho y la apaga. No va a recordar eso ahora.

Ni siquiera se baña. Se quita la ropa y se acuesta a su lado. Tiene el día libre, qué importa.

.

Medio abre los ojos. Es la claridad. Fernando siente un olor familiar pero el sueño le pesa, está aletargado y ni siquiera puede parpadear. La siente moverse por la habitación. Hace calor pero siente una especie de humedad, de pesadez. Sofía se vuelve hacia él.

—Yo pagaré el agua, descuida —dice, aunque él no escucha muy bien—. Y sé que seguramente no debí, pero vi esta blusa y... ¿te gusta? Pero pagaré el agua igual, no te preocupes.

Sofía continúa arreglándose frente al espejo. Lleva tiempo sin maquillarse y Fernando no entiende por qué, de todos los días, decide retomarlo hoy. Sigue adormilado. Ni siquiera ha conseguido bostezar.

—Como me he levantado temprano te dejé el almuerzo hecho. Sólo limpia un poco la casa, ¿quieres? Hoy me toca inventario a mí.

Se va. A Fernando los ojos todavía le pesan. Sofía ha dejado la habitación algo desordenada. Se incorpora sobre la cama. Tiene hambre. Ve el maquillaje de Sofía sobre el tocador. Son colores aburridos. Entre los botes de perfume casi vacíos resalta uno nuevo. Es ese maldito olor, despierta Fernando. Se levanta de la cama, toma el recipiente y lo queda viendo. Esa mañana no se lo ha puesto, piensa, y Sofía nunca antes ha dejado este perfume entre los otros.

Fernando vuelve a ver el desorden en la habitación. Regrese el perfume a su lugar, se ve en el espejo. No tiene buena pinta. Recuerda lo de anoche. Ve otra vez el desorden de la habitación. Se tira al suelo, esconde la cabeza entre las manos, se jala el cabello.

Como me he levantado temprano te dejé el almuerzo hecho, recuerda. Y él siente culpa porque sabe que volverá a gastarse el dinero en alcohol. 


__

Los comentarios siempre son bienvenidos. Gracias infinitas por leer. Saludos. 

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