Una vida para encontrarte (Co...

Od cathbrook

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A Karen Carmona le han roto el corazón tantas veces, que está considerando seriamente la posibilidad de meter... Více

Sinopsis
capítulo 1.
capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6.
Capítulo 7
capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11

Capítulo 5

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Od cathbrook

Lo siento, se me olvidó (para quienes no  lo saben esta es mi frase favorita, jeje)

Karen nunca llegaría a comprender como es que en una sola familia, los genes se las hubieran ingeniado para dar una apostura extraordinaria a todos y cada uno de sus miembros, pero fuera cual fuera la razón, debía ser un verdadero pecado que los cinco hermanos Saldivia (solo cuatro presentes ese día) fueran tan condenadamente guapos y a la vez tan irritables. Karen admitía que hubo un tiempo en que babeó por más de uno de los hermanos de su mejor amiga, pero ya con años suficientes para saber que era todos unos imbéciles, agradeció estar curada de ese mal. Ahora mientras la cena con la familia de Alondra transcurría en una constante tira de puntas entre los casados en proceso no oficial de divorcio pero cuya familia de la novia creía enamorados por motivos bastante complejos, ella solo podía acariciar su teléfono deseando inconscientemente una llamada, pues mientras la mamá de Alondra se dedicaba a preguntar por las no productivas vidas amorosas de sus otros hijos, ella recordaba la suya.

De pronto, la Señora Renata giró su cabeza hacia ella, y antes de que pudiera formular la pregunta que ya se sabía, Karen respondió:

—Yo me meteré a un convento—la veracidad con que lo dijo dejó a todos con cara de incredulidad. Si Ángel, el otro hermano Saldivia hubiera decidido asistir, probablemente la reprendería por tomar a juego cosas sagradas— siento que el amor no es para mí, y...—en ese momento, su teléfono sonó. Ella vio que se trataba de un número desconocido y casi chilló de alegría. No comprendía porque parecía una niña a la que le acababan de regalar un dulce— No, esperen, no me meteré a un convento. No todavía. Creo que me daré otra oportunidad.

Todos exclamaron un "¡Ay Karen!" pero ella se limitó a sonreírles e ir a contestar la llamada.

Cuando estuvo lejos de oídos indiscretos, atendió el teléfono y dijo con fingida ignorancia de quién llamaba.

—¿Hola?

—¿Karen? —preguntó la voz detrás del teléfono. La misma voz ronca, varonil y con un deje de seducción que recordaba a la perfección.

—Si...

—Habla Alonzo Ibarra ¿cómo estás?

Hasta su nombre sonaba sexi, se dijo mordiéndose el labio.

—Sobria —respondió y lo escuchó soltar una pequeña risa al otro lado.

—Sigues pareciéndome simpática.

—Si solo he dicho una palabra. Eres fácil de complacer.

—O tú eres de ese tipo de personas fácil de agradar.

—Um...admito que ya me lo han dicho. Pero ya, poniéndonos serios. Estoy bien ¿y tú?

—Perfectamente. Eh...yo me preguntaba si tal vez podría invitarte un café mañana.

Karen concluyó que debía de gustarle mucho el café. Genial, porque ella era adicta.

—Salgo a almorzar a las doce y cuarto.

—¿No es mejor en la mañana?

—Cualquier hora es buena para tomar un café.

—Doce y quince, entonces ¿Dónde trabajas?

—Altamirano's ¿Sabes donde queda?

—Sí. Me queda relativamente cerca, de hecho. Te espero afuera.

—Está bien. No vemos.

—Nos vemos.

Pasaron varios segundos antes de que uno de los dos se animara a cortar. Al final, lo hizo él y Karen regresó a la cena con una sonrisa.

Alonzo por su parte, maldijo por tercera vez el instinto que lo había llevado a realizar esa llamada, y acostado en su cama, arrugó la tarjeta que había representado su tentación. En su situación actual, lo que menos le convenía, no solo a nivel judicial sino a nivel emocional, era pactar una cita con otra persona. Primero, porque estaría engañando a esa otra persona, y segundo, porque su ya deteriorado órgano vital debería necesitaba un tiempo de duelo antes de volver a entregarse del todo, y es que dos golpes fuertes y seguidos bien podían llevarlo sino a la muerte, a la desilusión absoluta por el género femenino. Lo más sensato hubiera sido resolver todos sus asuntos, descansar un poco, y luego, si así lo quería el destino, reconstruir su vida. Era lo más sano. No llamar a la mujer que conoció una noche de locura y proponerle una cita. Pero no lo pudo evitar. Simplemente no pudo.

No podía explicar con exactitud los motivos que lo llevaron a marcar su número, y a concertar una cita, pero le fue casi inevitable no hacerlo. Era como si Karen representara un respiro ante todo lo que estaba volviéndolo loco. Recordaba su actitud jovial (que no cambiaba nada así estuviera sobria) su extraña forma de ver la vida, y su buena manera de sacar conversación, le parecía un calmante para una mente adolorida, y aunque eso podía catalogarse como una de las razones más egoístas para llamar a alguien, no pensaba cambiar de opinión. Al fin y al cabo, las cosas no podrían estar peor de lo que estaban.

Karen nunca había sido tan puntual en su vida. A los doce y quince de la tarde estaba parada frente a Altamirano's esperando ver aquel rostro que la cautivó desde que se presentó ante ella por primera vez. Parecía una niña pequeña que esperaba el regalo prometido, y se reprendió a si misma por tanta impaciencia. ¿Qué pasó con lo de llevar las cosas con calma? ¿Con lo de no buscarse novio todavía? ¿Con lo de vivir el duelo por lo de Carlo? Si el hombre no era como ella esperaba, su corazón terminaría tan mal que ni Dios podría reconstruirlo. Vete despacio, Karen, le recomendaba el sentido común, pero si había algún humano que le hiciera caso a sentido común cada vez que este recomendaba algo, ella deseaba conocerlo para que le diera el tip. Eso de andar equivocándose por imprudente era muy estresante.

No pasó mucho tiempo hasta que una cuatro por cuatro negra se paro justo frente a ella, y un vidrio bajó para dejar al descubierto ese rostro que sin el efecto del alcohol encima de ella, parecía incluso más apuesto de lo que su nublada mente recordaba. Debería ser ilegal que alguien fuera tan guapo, no era justo para los otros pobres mortales cuyos genes no habían hecho tan buen trabajo.

Karen sonrió y se acercó al otro lado del auto para montarse, pero el hombre le hizo un gesto para que esperara. Se bajó del auto, y, para sorpresa de ella, le abrió la otra puerta. Karen estuvo a punto de comentar algo cómico, pero se cayó con temor de arruinar el momento. Ese tipo de hombre que aún te abría una puerta, te dejaba pasar primero, o te sacaba la silla, era tan escaso que Karen casi llegó a creer que todo fue una ilusión, por eso, era mejor preservarla.

—¿Cómo estás? —preguntó volviendo a tomar su lugar en el asiento del conductor— además de sobria—bromeó.

—Perfectamente bien ¿y tú? Es un gusto volver a verte.

—Lo mismo digo ¿A dónde quieres ir? ¿Prefieres café o almuerzo?

—¿Por qué no las dos? Admito que no quiero regresar al trabajo solo con un café en el estómago. Y pido disculpas si peco de abusadora porque te estoy coaccionando a que me invites la dos.

Él rio.

—Creo que mi bolsillo podrá aguantarlo.

—Genial, porque el mío se quedó bastante resentido después de aquel domingo de puras pérdidas. Casi puedo decir que me salvaste de quedar en bancarrota. Me has salvado, estoy agradecida—dijo imitando la voz de los marcianos de Toy Story.

El volvió a reír, esta vez con una sonora carcajada que provocó que su cuerpo temblara.

—¿Quieres provocar que choque? —preguntó entre espasmos de risa.

—Aún no he desarrollado instintos suicidas, así que no.

Él hizo un esfuerzo magnánimo por concentrarse en la carretera y se limitó a sonreír.

—¿Y tú mejor amiga? ¿Se molestó mucho?

—Bueno, eh...digamos que pasó la noche también ocupada. Pero...ella no te está agradecida. No debí haberla dejado sola.

—Recuerdo que te encontré sola. Me exonero de culpa.

—Pero yo la hubiese buscado si tú no hubieses aparecido...no, ¿A quién engaño? No lo hubiera hecho.

Él soltó otra sonora carcajada y apenas fue capaz de esquivar el carro que se le había atravesado. Lanzó una mirada de fingido reproche a Karen, y esta sonrió con inocencia. Alonzo se percató de que adoptaba con frecuencia la actitud de una niña traviesa y luego sonreía para ser exonerada de culpa. Descubrió que lo más sensato para preservar su vida, era no sacarle más conversación el resto del camino, así que se mantuvieron en silencio hasta que él estacionó el carro en un centro comercial. Nuevamente, se adelantó y le abrió la puerta del carro, confirmándole a Karen que lo otro no había sido producto de su mente fantasiosa. Entraron al centro comercial, y subieron al último piso donde se encontraba la feria de comida.

—¿Café o almuerzo primero?

—Almuerzo—se decidió observando cada uno de los locales que prometían exquisiteces para un estómago hambriento. Desde sándwiches, pizzas, comida china, comida árabe, sushi, comida mexicana, comida italiana, helados, cafés, postres...el paraíso en un solo lugar, según Karen— pero te concedo que decidas tú el lugar.

—Vaya ¿debería sentirme halagado? —preguntó con burla.

Ella se encogió ligeramente de hombros.

—Muchos hombres lo harían ¿No se quejan del poco poder de decisión que les deja una mujer?

Él sonrió y le sugirió almorzar sushi. Si en verdad después se tomaban el café, sería una extraña combinación.

—Y...¿Qué te motivó a cambiarte de carrera? Además de que serías una pésima psicóloga, por supuesto—preguntó él para iniciar una conversación, mientras esperaban la comida.

—Me di cuenta de que no puedes vivir para complacer a los demás. A la larga, terminas siendo infeliz tu mismo, y la infelicidad es algo que todos deberíamos evitar.

—¿Se puede evitar? Creí que venía incluido en el paquete de la vida. Hay situaciones que se escapan de nuestras manos y nos hacen infelices.

—Bueno, evitar mientras puedas hacerlo. En realidad, pienso que siempre se puede hacerlo, solo hay que tomar la decisión correcta. Tal vez no la puedas evitar por momentos, pero si acabar con ella cuando decides que ya basta.

Él la observó por unos segundos sin responder, como si intentara determinar si el ser que tenía adelante era real.

—Me gustaría tener tu optimismo.

—No es constante, te lo aseguro. Pero siempre lo prefiero al pesimismo, después de todo, no es que gane mucho adoptando uno u el otro, pero siempre es mejor quedarse con lo positivo. O eso dice la psicología ¿No lo crees?

—Creo que hay ocasiones en las que es difícil.

—Lo sé. Ese tipo de días en el que Dios decide tomarte como burla, y es casi imposible verle el lado bueno a algo, cuando algo te marca...es difícil que nuestra naturaleza no reaccione de forma negativa ante una mala situación, no al menos en el momento exacto, cuando el ardor todavía está reciente. A veces debe esperarse que la mente se enfríe un poco para verle el lado bueno a las cosas.

—¿Conseguiste un lado bueno al romance que tuviste con el hombre casado?

Alonzo sabía que pecaba de impertinente, y no le hubiera sorprendido que ella se hubiera molestado o respondido con tono cortante. En realidad, no debió haberlo preguntado, pero la curiosidad ganó.

Para su sorpresa, ella no mostró ningún signo de molestia.

—Digamos que preferí no atormentarme más con ello.

"Al menos no con frecuencia" se dijo Karen, sintiendo como la espina que aún quedaba del asunto se retorcía en un intento de abrir la herida. Algo en ella debió delatar el mínimo atisbo de dolor que la recorrió, porque él dijo:

—Lo siento, no debí preguntar.

—Tranquilo. Pienso que si vuelves un tema doloroso tabú, nunca llegarás a superarlo del todo porque solo fingirías que no existió, y así la herida nunca sanará. Claro que eso no significa que tenga ganas con frecuencia de hablar de mi mala fortuna en amores o de hombres casados que desconocen el significado de fidelidad.

Alonzo calló sabiendo que si decía lo que pensaba, incursionarían en un tema peligroso. Lo mejor era desviar la conversación a terreno seguro, pero bueno, de cuando acá el sentido común vencía al impulso.

—¿Él era infeliz en su matrimonio? A veces, es fácil juzgar los errores cometidos cuando no se saben las verdaderas circunstancias.

La cara de ella le dejó claro que su comentario no le había agradado de todo.

—Infeliz o no, no te da derecho a engañar a tu esposa. Si inventaron el divorcio es por algo. Existe algo que se llama respeto. De todas formas, nunca ha dicho que ha sido todo culpa suya. Fui yo la que me metí con el sabiendo las verdaderas circunstancias, fui yo la que me enamoré de él. También pequé y creo que en mi caso fue peor. Si él no podía actuar bien, la otra parte debía hacerlo no ¿No?

—Si la otra parte estaba que se caía de borracha, dudo mucho que pudieras pensar bien. ¿No te enseñaron en una de tus clases que no es bueno vivir sintiéndose culpable de situaciones que ya no puedes cambiar, y que en su momento no pudiste manejar?

—Sí. Pero no dije que siguiera al pie de la letra todo lo que aprendí. En fin, respondiendo a tu pregunta anterior, n era infeliz. Al menos, su esposa no estaba loca o le hacía la vida imposible. Simplemente era su naturaleza. Nunca logré entender del todo a Carlo, sinceramente. Tampoco lo he analizado a profundidad aunque tengo varias teorías, sin embargo, ninguna llega a justificarlo del todo. Nada justifica una infidelidad ¿No lo crees?

Alonzo calló un momento. Sabía que la respuesta que diera, determinaría si la mujer le volvía a hablar o no. Por supuesto, él había sido de los que pensaba que nada justificaba un acto de infidelidad, y cuando se casó, jamás esa idea pasó por su mente. No obstante, a veces la vida, con sus actos, hacía que cambiaras bruscamente de perspectiva, y es que estar llevar meses intentando deshacerte de la soga que te amarraba sin éxito podía cambiar mucho tu visión de las cosas ¿Era acaso justo, privarte del placer de amar, de salir con alguien, o disfrutar solo porque otra persona actuaba con egoísmo? El proceso podía durar años si no se ponían de acuerdo, y el tiempo era algo que no se recuperaba.

Sabiendo que no era el momento para dar su extensa opinión del tema, pues causaría sospecha y curiosidad en ella, él respondió lo que hubiera respondido hace apenas un año.

—No, nada lo justifica.

Su respuesta calmó a Karen, cuya impresión de él amenazó con desmoronarse en caso de que la respuesta fuera afirmativa.

En ese momento, trajeron el sushi y empezaron a comer. La conversación se desvió a temas más seguros y menos intensos, que derivaban en los gustos del otro. Karen descubrió que efectivamente, la persona que tenía frente a sí era un amante del café, al igual que ella, y que era de ese tipo de personas a las que no les gustan los excesos. Dedicado al trabajo, serio pero sin ser amargado, parecía también bastante refinado y con pocas probabilidades de perder la compostura. Normalmente ese tipo de hombre no solían llamarle mucho la atención a Karen, pero Alonzo le caía bien. Sabía como llevar la conversación y no tenía la prepotencia que caracterizaba a los hombres con su forma de ser. Quizás fuera ella, con sur personalidad extrovertida, la que no le había terminado de cuadrar a él, aunque no se negó a invitarle el café prometido, ni tampoco dio algún signo de que Karen lo empezaba a fastidiar.

—Nunca me dijiste porque estabas en las Vegas.

A Karen le dio la impresión de que sus hombros se tensaron con la pregunta, pero fue tan rápido, que no pudo asegurarlo. Él tomó su taza de café y le dio un sorbo, parecía estar tomándose su tiempo para responder.

—Para distraerme un rato, como todos.

—¿No estabas ahogando penas amorosas? —indagó con curiosidad. Hasta ahora, no había mencionado nada de su vida sentimental. Ella dudaba que estuviera comprometido con alguien, de ser así, no la hubiera llamado ¿no? Bien, había casos de casos y la moral no era algo que abundara en los hombres. Pero ella prefería pensar en positivo.

—No todas las penas son amorosas. Simplemente sentí que necesitaba un respiro del trabajo, las presiones, y las Vegas se pinto como buena opción.

Lo decía con seguridad y Karen no sabía porque no lo terminaba de creer. Quizás tantas desilusiones la habían vuelto desconfiada. Debía controlarse.

—¿Nunca te ha parecido irónico las situaciones inverosímiles en las que algunas personas se pueden conocer? No lo sé, parecen solo casualidades, pero pienso que...No, sabes que, olvídalo, estoy divagando.

—¿Piensas que? —insistió pero ella hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto.

—Nada. No importa—se tomó lo que quedaba de su café y sonrió—yo pago el café—dijo sacando de su bolsillo unos billetes y dejándolo en la mesa. Antes de que el pudiera decir más, se dirigió al auto.

Alonzo negó con la cabeza para aclara su mente de la extraña escena y la siguió. Cuando la dejó nuevamente el trabajo, Karen ya iba quince minutos tarde y no pudo impórtale menos.

—Fue una linda tarde. Gracias por todo. Quizás...podríamos vernos de nuevo—sugirió ella intentando insertar en su voz un tono despreocupado.

Él no respondió de inmediato, lo que le hizo pensar por un segundo que quizás la compañía de ella no le fue tan grata como la de él a ella. Casi se esperó un "yo te aviso" que era la forma menos grosera de mandar a alguien al carajo, pero él nuevamente la sorprendió.

—Te paso buscando mañana a la misma hora, y vemos que hacemos.

Karen sonrió y se despidió de él con un beso en la mejilla. Por unos segundos, sus miradas se quedaron fijas en las del otro, ese tipo de momentos donde una surge con conexión con esa persona y sus ojos miran al otro con reconocimiento. No sabes con exactitud cuanto dura, ni que sucede en realidad, pero el tiempo parece detenerse y el cerebro tarda más de lo debido en recordar lo que ibas a hacer a continuación. En el caso de Karen, tardó al menos medio minuto en recordarle que iba tarde al trabajo.

Saliendo del hechizo, salió del carro apresurada y no fue consciente de la sonrisa que dibujaba su cara. Solo podía pensar en que ojala cupido no estuviera jugando de nuevo con ella.

Alonzo por su parte, la vio entrar a la empresa, y suspiró. Estaba metiéndose en un gran, gran problema.

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