MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS E...

By JL_Salazar

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Las reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la... More

REGLAS DEL JUEGO
PRELUDIO
PRIMERA PARTE
1. EL COMIENZO
3. EL BESO DEL ESPÍRITU
4. DESPERTAR
5. TU VOZ ENTRE LAS SOMBRAS
6. LA IDENTIDAD DEL ESPÍRITU NEGRO
7. LA MIRADA DEL ÁNGEL
8. PADRE MORT
9. SENTIMIENTOS EN BATALLA
10. INVOCACIÓN
11. PRINCESA DE LA MUERTE
SEGUNDA PARTE
12. EN LA CASONA BASTERRICA
13. INCONVENIENTES
14. CASTIGADOS
15. LA SANTA INQUISICIÓN
16. DÉJAME ENTRAR
17. MELODÍA NOCTURNA
18. ANANZIEL
19. EN LA FIESTA DE GRADUACIÓN
20. LA APARICIÓN DEL ÁNGEL
21. NUEVOS ESTRATAGEMAS
22. ARTILUGIOS
23. EN EL BORDE DE LA TORRE
24. DELIRIOS
25. RECUERDOS PERDIDOS
26. BESOS DE SANGRE
27. VENENO, DOLOR Y PARTIDA
28. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ETERNA
TERCERA PARTE
29. ENTRE LAS LLAMAS Y LA MELANCOLÍA
30. ESPÍRITUS GUERREROS
31. GRIGORI
32. LA HERMANDAD DEL MORTUSERMO
33. EN EL EXPIATORIO
34. EL LAMENTO DEL ÁNGEL
35. NUEVO COMIENZO
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS

2. ENTRÉGOME A TI

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By JL_Salazar

—Parece que ya está volviendo en sí —oí decir a una voz grave y distante que se me figuró a la del muchacho rudo de ojos negros llamado Rigo.

—Ya era hora. —Pude identificar el peculiar tono chillón de Estrella Basterrica—. Esta niña parece estar empeñada en llamar la atención. ¿Seguros que no quieren que la abofetee para que despierte más rápido?

—Haznos a todos un favor y arrójate al vacío —le dijo Rigo a la rubia—. Hace un rato no parabas de lloriquear por las navajadas que recibiste en tu piel, y ahora te sientes muy avalentonada, ¿no? Entonces mejor no hables sobre gente «empeñada en llamar la atención» y arrójate al vacío.

—¡Arrójate tú, cholito estúpido y enlamado!

—¿Por qué mejor no se arrojan los dos de una maldita vez? —brotó la áspera voz de Ric—. Así tendré un verdadero motivo para salvar espíritus del inframundo y, aún así, dado lo poco que me simpatizan, dudo mucho que lo hiciera.

Mis ojos estaban muy pesados, como si alguien los hubiese sellado con un estrato de cemento; en mis sienes un calambre se hospedaba dispensándome un punzante dolor.

—No sé qué se inventó primero —dijo la rubia, dirigiéndose a Ricardo Montoya—, si tú o la amargura. Siempre me pareciste un tipo elocuente, sensato y juicioso, incluso cuando fuiste mi novio; pero ahora me resultas irreflexivo, canalla y enajenado. De ser una colmena de miel terminaste destilando hiel.

Cuando el olor a tierra suelta penetró en los poros de mi nariz y mi capacidad del tacto volvió, descubrí que estaba tendida en el suelo.

—¡Que alguien calle a esta rubia loca, que conforme más habla, más rápido mueren sus neuronas! —contestó Rigoberto en un tono cómico (que resultaba curioso estando en la horrible situación en la que estábamos).

—¡Cierra el pico, naco igualado!

—¡Cierren el maldito pico los dos! —estalló Ric con el volumen más alto que le había oído nunca—. ¡No sé de dónde mierdas he agarrado fuerzas para resistir las ansias que tengo de despedazarlos a los dos y hacer figuritas de carne humana con ustedes!

Yo no pude ser más oportuna al despertar; así que para evitar que Ric cumpliera su homicida amenaza, en ese momento abrí los ojos y me incorporé. Aunque al principio me costó trabajo adaptarme a la escueta luminiscencia que me proveía la vida, conseguí distinguir las indiscretas miradas que Ric, Rigo y Estrella me concedían.

—¿En verdad esta debilucha sin gracia va a rescatar a un espíritu del inframundo cuando apenas si puede sostenerse así misma? —ironizó la Basterrica torciendo un gesto.

—Puede que te rescate a ti si decido matarte ahora —la amenazó Ric en un tono sumamente sombrío, ofertando de nuevo su promoción de asesinato—, además, Basterrica, te recuerdo que ella no lo rescatará sola.

—Lo siento... lo siento —musité frotándome las sienes.

La curiosidad que expresaba Ric desde sus bellísimos ojos verdes se hincó encima de mí. Me observaba como si pudiese ver más allá de mi alma. Luego, Rigo comentó, riendo:

—¿Desde cuándo las personas se disculpan por desmayarse?

Poco a poco el chico rudo dejaba de parecerme rudo: entendí que no era tan temible como lo aparentaba, aunque sí me resultaba fuerte y protector.

—¿No les digo, pues, que esta niñita es pariente de la idiotez? —dijo Estrella al tiempo que los dos muchachos le exhibían sus peores rostros de villanos—. Ya entendí, ya. Mejor ya no digo nada.

Mis agudos mareos, como estragos de mi reciente desvanecimiento, se disiparon en cuanto clavé mi tímida mirada en el tétrico libro, que seguía en el centro de la cueva.

—¿Entonces estás lista? —me preguntó Ric con una apacible modulación que desentonó con su petulante semblante.

—¿Lista para qué? —me hice la desentendida.

—Para ir al inframundo...

—¡Oh, sí, claro, la chica ya esta lista con todo y maletas! —ironizó Estrella frunciendo el entrecejo. Se levantó del suelo y comenzó a caminar—. ¡Como es algo normal viajar al inframundo para ir a visitar a los muertos seguro que está lista! Solamente tengo una duda, ¿va a venir por ella el ferrocarril, o el Mortusermo le dará un pasaje de avión?

—¡Con una jodida chingada, Estrella! ¡Cá-lla-te! —le gritoneó Ric—. ¿Hacen falta tus bromitas idiotas para evadir la realidad de lo que estamos pasando?

—¡Estoy asustada, imbécil! —contestó ella con los ojos encharcados—. ¿Cómo quieres que reaccione sino? ¿Cómo quieres que esté? ¿Quieres que me ponga a bailar la macarena cuando sabes bien que un jodido libro nos tiene amenazados de muerte? ¡No sé si estoy soñando o si esto es real, pero por lo pronto me estoy muriendo de terror!

—Pues más rápido te vas a morir si esta cosa te vuelve a castigar si nos sigues distrayendo en lugar de continuar con la nueva orden que nos dio.

Tragué saliva, me incorporé aún más e hice un esfuerzo magnánimo para conservar la compostura. Aunque no era necesario simular una sonrisa, no se me ocurrió otra manera de desvanecer de mi cara la expresión lívida y curtida que creí adquirir.

—¿Y por qué ella tiene que ir allá... al... inframundo...? —quiso saber Estrella confundida, mientras deambulaba nuevamente por la cueva.

—Si quieres te cedemos el lugar —contestó Rigo con sarcasmo—. Yo pongo las galletas y el café para tu velorio.

—¡Y ahí vas otra vez, cholito igualado! A ti te pagan por decir estupideces, ¿verdad?

—A la que seguro le pagan es a ti —respondió él—, por eso eres millonaria.

—Voy porque soy la Excimiente —intervine de inmediato, sin dar tregua a que prolongaran su pelea—. No sé que tenga que ver eso, pero... he sido yo la seleccionada. Mejor dale gracias a Dios, Estrella, de que tú estás libre de tan desagradable misión. —Estrella me observó en silencio por unos instantes y luego asintió.

—Bueno, bonita —me instó Rigo con una sonrisa sincera—, como decía mi padre, al mal paso darle prisa. No tengas miedo, estaremos contigo.

¡Claro, como ellos no iban a ir al inframundo...!

Cuando al fin fui consciente del alcance de lo que estábamos a punto de hacer no pude evitar sentirme contrariada. ¿Y si algo salía mal? ¿Realmente sería capaz de entrar al inframundo y volver? Siempre fui respetuosa de todo lo desconocido...

—¿Cómo te sientes? —me preguntó Ric al cabo de mil suspiros.

«Normal, como alguien que se prepara para descender al inframundo».

—Bien —dije con una entonación árida que distaba mucho de concordar con lo que decía—. O al menos intento estarlo.

—¿Estás preparada?

«No. ¡Quiero correr!»

—S-sí —volví a flaquear.

—Perfecto, ahora... circulemos el libro —comenzó el ojiverde—. Voy abrirlo, ¿va? Y a partir de ese momento ya no podremos retroceder... ¿preparados?

Todos asentimos con la cabeza aunque muy en el fondo supiésemos que no lo estábamos. Cuando nos sentamos alrededor del Mortusermo, Ric abrió el libro por mitad, y como la última vez, su aroma a cedro nos cautivó por escasos segundos, luego nos tensó.

Esta vez la página derecha tenía figurado un tablero de juego, y la página izquierda estaba en blanco, a espera de que se escribieran por sí solas las reglas de la nueva contienda. Una estrella negra de cinco picos estaba grabada en todo el centro del tablero, hundida al menos un milímetro del resto de la superficie. En el centro de la estrella estaba dibujado un ojo rojo, tan fijo y expresivo que creí que me miraba con intensidad, y alrededor de la estrella, se figuraban una serie de casillas triangulares con diversos dibujos cada una.

Lo que más nos extrañó fue que al costado del libro estuviese una llave negra y cuatro figuras de madera del tamaño y forma de las piezas de ajedrez, (que no habíamos visto antes) mismas que nos repartimos entre los cuatro al comprender que cada una de ellas tenía la forma de nuestros tatuajes: un águila dorada, un hombre alado, un león leonado y un toro café. Adiviné que eran los emblemas físicos con los que deberíamos de jugar a partir de entonces durante las contiendas.

—Supongo que debemos de colocar nuestros emblemas en el pico de la estrella correspondiente —nos dijo Ric—: mira, Sof, ese pico es el tuyo, tiene pintado un águila dorada como tu emblema y tu tatuaje, encaja tu pieza allí. —Pasé por alto la emoción que tuve cuando me llamó «Sof», y dejé que continuara—: Allá está el toro café, Estrella, encájalo. Por este lado yace el león, Rigo, el tuyo ahí va. Y bueno, mi emblema de hombre alado va por acá.

Cada cual encajamos nuestros emblemas en el pico que nos correspondía y permanecimos en silencio a la espera de nuevas instrucciones. Entonces el dolor de nuestros hombros indicó lo que ya era sabido: el Mortusermo nos estaba dejando un mensaje en la página de instrucciones con letras escritas con nuestra propia sangre.

«Me dirijo al Excimiente», decían las primeras frases.

Mis acompañantes me observaron consternados y yo simplemente atiné a leer el resto del mensaje como una autómata, temiendo que si no lo hacía, el Mortusermo me castigaría como ya lo había hecho con Rigo y con Estrella en el pasado:

—"Excimiente, las reglas del juego, y en particular las de esta contienda, son muy sencillas: recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la estrella que está en el centro del tablero, introducirás la llave negra en la puerta del averno, y por último, viajarás al Expiatorio e invocarás la presencia de un espíritu del inframundo.

"Si un espíritu te besa, habrás quedado sellada y elegida para rescatarlo del más allá sujeta a las pruebas que el mismo juego te dictará. A partir de ese momento tú te convertirás en la Excimiente, y él en el Liberante. Hay castigos crueles a los que el juego te someterá, a ti y tus contendientes, por cada misión fracasada.

Tomé aire y entrecerré los ojos antes de continuar:

—Una última advertencia: por tu bien procura no enamorarte de tu Liberante, las cosas siempre suelen complicarse...

Permanecí estática, con el corazón inflamado por el pavor. Continué:

"El Guardián se responsabilizará de tu integridad física y espiritual durante el tiempo que duren las contiendas, y para ello será dotado de dones especiales que él mismo tendrá que descubrir". —Ricardo Montoya puso atención a mi voz cuando me referí a él... —"También se encargará de hacer retornar a los espíritus impíos que escapen del Expiatorio sin el consentimiento del Mortusermo, y para ello, se deberá de apoyar del Intercesor de defensa —se refería a Rigo—, y del Intercesor de Ataque" —ahora se dirigía a Estrella—. "Éstos últimos serán dotados con el don de lenguas con el que forjarán conjuros de ataque o de defensa de su invención, según sea el caso, y así, evitar que el Guardián y el Excimiente sean atacados por el mal. Si aceptan mis condiciones, digan entonces «Entrégome a ti».

Sin demorarnos en cumplir su pedimento, los cuatro respondimos al unísono:

—«¡Entrégome a ti!».

Como respuesta, el Mortusermo dijo al final:

—"Témanme, y témanme mucho, porque donde yo soy poder, ustedes son miedo".

Y así comenzó todo, de forma incoherente y disparatada. Hicimos desde el principio todo lo que el Mortusermo nos ordenó, quizá por miedo... quizá por elección, quizá porque, como un día leí en un libro referente a la filosofía del espíritu humano, nosotros ya estábamos predestinados a esto desde siglos anteriores.

No recuerdo bien lo que pasó después de haber leído las instrucciones de la segunda contienda, pero entiendo que debimos de haber hecho al pie de la letra todo aquello que nos mandó el Mortusermo. Lo único que sí tengo presente, fue que al encajar la llave negra sobre la puerta del averno del tablero de juego, algo verdaderamente aterrador sucedió: fui arrastrada por unas manos invisibles hasta lo más hondo del inframundo.

Tenía que ir a buscar un espíritu en el expiatorio... y hacer que me besara para poder salvarlo. 

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