Pottens I: El Secreto de los...

By NMAlonzo

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Todo inició en el momento en el que el corazón del hombre nació la necesidad de sublevar a otro, provocando q... More

Sobre La Portada
Prologo
PARTE I
I (Editado)
II (Editado)
III (Editado)
IV (Editado)
VI (Editado)
VII (Editado)
Pausa

V (Editado)

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By NMAlonzo

A los nueve años supo que no era normal. Aquel día su madre le quería obligar a usar un vestido rosa pastel, con volantes y pomposo. El problema no era el vestido, aquello no le importaba. Habían sido invitadas al cumpleaños de Rafael, el hijo del novio de su madre y aquel niño solamente respiraba para hacerle la vida imposible.

– ¡Mamá, por favor!

– Vamos, Lisa –dijo Helena con exasperación–. ¡Este es un hermoso vestido!

– ¡No me importa el vestido, solo no quiero ir!

– No actúes como una bebé, ya estas muy grande para esto –Lisa se sentó sobre la cama, con los brazos cruzados haciendo un berrinche. Posó su mirada en un cuadro de flores blancas que había colgado en la pared, y se quedo así sin prestarle atención a su madre. Helena se acercó a ella, le tomó por lo brazos y la arrastro fuera de la cama.

– ¡No, mamá! ¡No quiero, por favor! –la niña lloraba con desesperación–. ¡Suéltame!

Ella cerró los ojos con fuerza mientras empezaba a llorar. Sus gritos junto a los de su madre llenaban la habitación, iba en un vaivén de aquí para allá mientras su madre le tomaba de los brazos y ella intentaba zafarse. Entonces de un momento a otro su madre la soltó, abrir a los ojos con rapidez al escuchar como su madre caía al piso mientras sangraba por la frente. Lisa se arrodilló a su lado, preocupada, intentando que su madre entrara en razón.

— ¡Tía! ¡Tía Miriam! –salió al pasillo en busca de su tía.

— ¿Qué sucedes? —dijo entrando a la habitación, observó a Helena tirada en el piso—. ¿Qué ha pasado, Lisa? —preguntó preocupada.

— No lo sé —dijo gimoteando—, no sé qué ha pasado.

Su tía levantó a su madre, la llevó con mucho esfuerzo a su auto. Luego volvió por su bolso y abrigos para ambas, se movía con mucha rapidez y evitaba posar sus ojos en sobre los de Lisa, como si ella supiera lo que había pasado, pero temía que sus sospechas fueran ciertas. Se notaba a leguas que estaba molesta.

— Quédate tranquila, Lisa, volveré pronto —dijo ella cortante—. Helena está bien, solo ha sido un pequeño corto, la llevaré a la clínica le darán algunos puntos y luego estaremos aquí a más tardar en una hora.

— ¿Está segura? —preguntó entre lágrimas.

— Si, muy segura.

Tras esa conversación volvió a su habitación. Se sentó en la silla del escritorio, llevó ambas manos al rostro. Sentía, no sabía porque, que era culpable por lo que le había pasado a su madre. Dentro de si comenzó a moverse algo, algo que no la dejaba tranquila y que daba vueltas y vueltas, que corría por sus venas y llegaba a su corazón, oprimiéndolo, ahogándolo dentro de la oscuridad y el dolor. Levantó la vista al cuadro de flores blanco, pero ya no estaba allí. Se levantó asustada, su pie chocó con algo. Cuando bajó la mirada hacia el suelo, su pie izquierdo estaba sobre un cuadro con flores blancas y una esquina manchada de sangre.

Nadie le dijo que había pasado. Nadie mencionó nada sobre ese extraño momento. A su madre le dieron dos puntos en parte izquierda de su frente, solo fue un pequeño corte producido por el golpe. Sabía que era causante de esa pequeña herida, pero nunca se atrevieron a decirle que había pasado, nunca se mencionó el tema. Las cosas no se habían quedado ahí, cuando estaba muy feliz, muy triste o muy enojada las cosas comenzaban a temblar a su alrededor, no pasaba con mucha frecuencia, pero las pocas veces que sucedieron fueron suficiente para que tuviera miedo de si misma.

Pero aquello no había sido lo peor.

Aquella noche de octubre, esas paredes lilas la envolvían. Pero en aquel momento aquel era un lindo color, y el sofá azul no representaba nada mas que un sofá. Una Lisa de trece años estaba sentada junto a su madre jugando "Scrabble", su tía se encontraba de viaje. Aquel día había sido uno bueno, uno de esos días que pocas veces disfrutaban. De repente la tranquilidad se rompió cuando tocaron la puerta bruscamente.

Aquello dio inicio a la peor noche de su vida.

— ¿Quién será a estas horas? —dijo su madre mientras miraba su reloj, dirigiéndose a la puerta.

Helena abrió la puerta, pero ni siquiera logro ver quien estaba tocando, el tipo se abalanzó sobre ella. La retuvo entre la pared y su gigantesco cuerpo, una de sus manos se dirigió al cuello de su madre la otra mano tomó lugar entre sus caderas. El corazón de Lisa latía con rapidez, se levantó de un salto, pero no sabía qué hacer, no podía simplemente golpear a un tipo que era mucho más grande que ella, no podía hacer mucho contra alguien tan fuerte. Estuvo callada, en estado de estupor hasta que escuchó un grito salir de los labios de su madre.

— ¡Mamá! —gritó.

— ¡Dile a la niña que se vaya a su habitación! –aquel hombre, Fernando, que trabaja junto su tía y era uno de los tantos ex novios de su madre.

— ¡Mamá! —Helena la miró con ojos suplicantes.

— Por favor Lisa, ve a tu habitación.

— ¡Pero, mamá!

— ¡Vete a tu habitación! ¿Qué no entiendes? ¡Muévete, maldición!

— Lisa, por favor, cariño, vete por favor —él apretó más el agarre que tenía sobre ella, golpeó su cara y luego tomó su cabello y tiró de él, su madre comenzó a llorar con desesperación— ¡Lisa!

No podía continuar viendo aquello, pero tampoco podía moverse. Quería hacerle caso a su madre, correr a su habitación y esconderse debajo de la cama, pero no podía siquiera dar un paso. Una parte de ella, la más valiente, sentía que no debía moverse, que debía quedarme para ayudar a su madre como pudiera. La ira comenzó a abrirse paso entre su cuerpo, recorriendo cada centímetro de el como si fuera su sangre. Lo que estaba pasando ante sus ojos era algo completamente injusto, el tipo estaba tratando a su madre como si fuera algo de su propiedad, como si fuera un simple objeto y no una persona.

— ¡No te vas a mover! –Lisa dio un paso atrás con temor, pero aquello no estaba bien. No podía dejar a su madre sola, no en aquellas circunstancias.

— Lisa, no lo hagas, cariño, por favor. No lo mire así, Lisa, por favor no le hagas daño —Lisa no sabía a lo que su madre se refería, por lo visto el hombre tampoco ya que se burló de las palabras de su madre. Era algo incoherente lo que salía de la boca de esta mujer. Como ella, con solo 13 años, le iba a hacer daño a un tipo con ese tamaño y esa fuerza.

— Por favor Helena, crees que esta niña puede hacerme daño –soltó a Helena y se dirigió hacia ella con pasos imponentes y con una sonrisa perversa. Pero por algún motivo el miedo se había ido de su cuerpo, lo único que sentía en su interior era el deseo de golpearlo, de que sufriera por lo que le estaba haciendo a su madre. Que pagara por sus lágrimas, por sus golpes.

Estaba más cerca, pero ella no se me movía, no retrocedió ni un paso. Cuando por fin estaba enfrente de ella, Helena se interpuso en su camino.

— Déjala en paz, es solo una niña.

— ¡Quítate de mi camino! –dijo, mientras la tomaba por los hombros y la lanzaba al piso.

— ¡No le vuelvas a poner una mano encima! —gritó Lisa.

— Ahora te enseño modales —nunca llego a ponerle una mano encima. Cuando lo intentó, fue empujado por una fuerza invisible que lo arrastró de un lado a otro de la casa, golpeándolo con todos los muebles, arrojándolo en todas las paredes. Su deseo era que sintiera el mismo dolor que su madre había sentido, que se golpeara tan fuerte que muriera.

— ¡Lisa! ¡Lisa, ya basta! ¡Lo vas a matar! —su madre estaba sacudiéndola por los hombros, pero ella no volvía en si.

Escuchaba los gritos del hombre, escuchaba como sus huesos y todo su cuerpo chocaba y aquello no le asustaba. Escuchaba en un lugar lejano la voz de su madre, pero estaba muy lejos y no le entendía. ¿Quería que parara o quería que siguiera? Lisa realmente no deseaba hacerle daño, solo no quería darle el poder de hacerle daño a ellas. Escuchaba vidrios rotos, escuchaba la mesa, las sillas, el sofá siendo arrastrados de un lado a otro mientras su mente empezaba a cansarse y cayó inconsciente en el piso.

Poco a poco recuperaba la conciencia, sus oídos tenían un horrible sonido y sus ojos estaban tan cansados que le era difícil abrirlos. Tenia sueño, mucho sueño y la cabeza le dolía. Comenzó a abrir los ojos con lentitud, vio a su madre llorando mientras la tomaba entre sus brazos. Luego detuvo su mirada sobre aquel sofá y fue cuando vio toda la sangre que cubría el lugar.

Afortunadamente el hombre aún estaba vivo. Su madre hizo una llamada y media hora más tarde unos hombres llegaban a su casa para llevarse a Fernando. Las lágrimas surcaban sus ojos, su madre tomó su mano durante toda la noche, consolándola mientras lloraba. Había estado a punto de matar a alguien, había estado a punto de convertirse en una asesina.

Lo último que escuchó esa noche fue que tenían que hablar, pero postergarían la conversación. Necesitaba tranquilizarse, descansar y reponerse. Esa fue la primera noche en la que la habitación se había desordenado por su propia voluntad, durante horas escuchaba como sus cosas iban de un lado a otro de la habitación sin control alguno.

Pasaron un par de días cuando Helena por fin se decidió a contarle lo que pasaba, Lisa estaba acostada en su cama. Su madre se sentó junto a ella, alargó su brazo, con la palma extendida en dirección al escritorio. Lisa observó a su madre por un tiempo, pero luego miró hacia el escritorio. Lentamente el libro que tenía en el escritorio se fue levantando, solo, sin que nadie lo tocara. El libro flotó por toda la habitación hasta que por fin llego hasta donde se encontraban ellas, aterrizando en la palma Helena.

— Esto, Lisa, se llama Telequinesia.

— ¿Telequinesia?

— Si, cariño, el arte de mover las cosas con el poder de tu mente.

— Pero eso es imposible, mamá.

— No es imposible Lisa, no te acuerdas de cómo me hiciste esa cicatriz —dijo mientras señalaba su pequeña cicatriz en su frente—. Seguro que si te acuerdas de lo que le hiciste a Fernando.

— Yo no quería hacerle eso, mami —dijo llorando—. No fue mi intención, no que sé que me paso, lo siento.

— No lo sientas, mi vida. No tienes la culpa, aún no sabe cómo controlarlo.

— Pero tú sí.

— Sí, con el tiempo se aprende —luego la miró con ojos tristes—. Aunque el mío no es tan grande como el tuyo.

— ¿De dónde vienen estos poderes?

— Es algo familiar.

— ¿Tía Miriam puede hacer esto?

— No, ella tiene otro tipo de poder.

— ¿Cuál?

— Visión Remota.

— ¿Qué es eso?

— Ella puede obtener información de un evento, persona, objeto o lugar que se encuentra a grandes distancias —luego su expresión cambió a una nerviosa—. De seguro que sabe todo lo que está pasando aquí. No con exactitud, pero se hace una idea.

— Eso es sorprendente. ¿Todo el mundo puedo hacer eso?

— No mi amor, nosotros somos especiales.

— ¿Nosotros?

— Los Daza.

— ¿Solo somos los Daza?

— No, hay más, pero al igual que nosotros están escondidos.

— ¿Mis abuelos eran especiales?

— Sí —dijo con tristeza.

— ¿Qué poder tenía mi abuelo?

— No podemos hablar de ellos, cariño.

— Miriam no está aquí, mamá —le dije—. No lo sabrá.

— Cállate, Lisa. Recuerda, visión remota.

— ¿Mi padre es especial? —sus ojos se llenaron de lágrimas.

— Cariño, no podemos hablar de eso.

— Quiero aprender a controlarlo.

— Aún no, todavía no estás lista.

— ¿Qué hago mientras espero? ¿Si le hago daño a alguien?

— Solo recuerda algo Lisa, por ningún motivo puedes retener tus sentimientos. Principalmente el enojo, la ira, los sentimientos negativos en general, no lo retengas, puede ser peligroso. Acuérdate de que casi matas a un hombre, si yo no hubiese estado contigo en ese momento ni siquiera quiero imaginar lo que habría pasado. Cuando tengas la edad suficiente volveremos hablar sobre todo esto, mientras es mejor que te olvides de que eres especial.

— Mamá, pero y si...

— No, Lisa escúchame, promete que vas a evitar retener tus sentimientos, por favor, es importante que lo entiendas. No puedes hablar de esto con nadie.

— Te lo prometo.

*

Se desmayó tras el incidente en el gimnasio, cuando abrió los ojos estaba en los brazos de alguien. No lo conocía, nunca lo había visto. Su piel era blanca, sus rasgos eran fuertes y sus ojos grises la miraron risueños cuando notó su mirada puesta en él. Era mayor, unas pocas canas nacían en su cabello. Dijo algo, pero no recordaba que era, el único recuerdo que guardaba era que escuchar su voz era como escuchar la lluvia caer, la suave y tranquila lluvia caer. Alguien se acercaba corriendo hacia ellos, el hombre que la llevaba en brazos posó su mirada en el frente y sonrió, luego la depositó en unos nuevos brazos. Una sensación de seguridad la embargó, cuando subió la mirada hacia la cara de la persona que la cargaba su corazón se sintió tranquilo, confiado. Andrés había llegado, intentó decirle algo, pero lo único que salió de su boca fue un sollozo, el dolor cayó de golpe sobre ella, cerré los ojos y todo fue oscuridad.

La segunda vez que reaccionó se encontraba dentro del auto de su madre acostada en el asiento de atrás, ella hablaba por teléfono con alguien. Le gritaba que todo era culpa de los Ashford. No entendía nada, Diego había mencionado a los Ashford, también había mencionado a los Barton, pero quienes eran ellos. Se giró sobre el asiento, su pecho le dolía muchísimo, gritó del dolor y la angustia, su madre se giró en el asiento y le dijo que todo iba a estar bien, con lágrimas en los ojos le prometió que todo iba a estar bien.

Sin darse cuenta empezó a llorar a mares. Lloró como nunca había llorado. Lloró por todo lo que había retenido en su interior, lo que debía de haber sacado hace mucho tiempo, pero no lo había hecho. Sabía que lo que había hecho la había puesto en peligro, ese expuso ante muchas personas. Pero sobre todo expuso a su familia, no podría hacerles eso a ellas. ¿Cómo pudo hacerle eso a mi madre?

— Lisa —dijo Helena cuando llegaron a la casa—, vamos ayúdame un poco, eres demasiado alta, no podré contigo.

— Me duele mucho —dijo llorando—. Me duele mucho moverme, siento que el pecho se me va a desprender.

— Vamos, cariño —dijo con dulzura—. Necesitamos revisar esos golpes, te ayudare a bañarte y a limpiar ese cabello que está lleno de pintura.

— Mamá, mami, volvió a pasar. Lo siento tanto.

— Lisa, mi amor, tranquila —dijo mientras le acariciaba la espalda y le ayudaba a salir del auto—. Lo que te hicieron no tiene perdón, mi vida.

— Lo siento tanto.

— Tranquila, vamos.

Tenía golpes por todo el cuerpo, su piel estaba llena de moretones y se sentía como un gran hematoma andante. Había dos en especial peores que el resto, el de su costado izquierdo y uno sobre su rodilla derecha. Su madre le ayudó a quitar toda la pintura de su cuerpo, movía sus manos con delicadeza e iba susurrando palabras de aliento, le dijo que no me preocupara que ya había pasado, que nada malo había hecho. Pero en su voz se escuchaba una pequeña duda, la preocupación de lo que pasaría cuando Miriam se enterara de esto. Después de aquel baño le ayudo a acostarse, le preparo un té y le dio algunos analgésicos para el dolor.

— Te advertí que no podrías retener tus sentimientos —dijo Helena mientras se acostaba junto a ella en su cama.

— Lo sé.

— Cuando Miriam se entere.

— ¿Cómo ella pretende que me controle si nunca me dicen nada al respecto? Solo me dicen que espere, que el momento llegara, que cuando tenga edad, pero ese momento nunca llega —guardó silencio unos segundos luego la miró directo a los ojos—. ¿Quiénes son los Ashford? Te he escuchado hablar de ellos. Diego es uno, me lo dijo, me hicieron esto porque dicen que he escogido a un Barton. ¿Quiénes son ellos mamá?

— No podemos hablar de esto aún —dijo preocupada—. No puedes mencionar esos nombres aquí.

— Eso es lo que siempre haces, siempre dices que hablaremos luego, pero nunca llega el momento para hablar —dijo al borde las lágrimas—. ¿Dime, mamá, vamos a hablar de lo que pasa cuando ya sea demasiado tarde?

— Tenemos que hablar —Miriam apareció de un momento a otro, mirando a Lisa con repulsión y enojo—. Vamos, Helena.

— Pero tía —Miriam la detuvo con una mirada cargada de veneno.

— Pero nada, te quedas aquí y no hay más nada que decir.

En este juego se mueven más piezas de las que a simple vista se veían y Lisa se estaba percatando de aquello. Mucha gente estaba involucrada en aquel embrollo. Estaban sus abuelos y su muerte misteriosa. Miriam que se movía de aquí a allá como quien acababa de hacer algo malo, el hombre misterioso que la llevaba en brazos y la persona que la vigilaba. En un momento pensó que estos últimos eran la misma persona, pero descartó la idea, esos ojos risueños no tienen la intensidad, ni la oscuridad que lo que la vigilaban. Luego estaba su padre, algo en su desaparición, algo en la manera en la que nunca se han atrevido hablarle directamente.

El sonido de su celular fue lo que la sacó de sus pensamientos. Lo tomó de la mesa de noche que estaba a su lado.

— Hola.

— Hola, ¿Lisa?

— Si —contestó—. ¿Quién es?

— Andrés —dijo nervioso—. Te he llamado para saber cómo estás.

— Estoy bien —aunque al final su voz se quebró.

— Tranquila, no tienes que fingir conmigo —dijo susurrando—. Sé lo que hiciste.

— ¿De qué hablas? —comenzó a sentir como el pánico se instalaba en su mente.

— Puedo ayudarte a controlarlo.

— No se de lo que estas hablando.

– Lisa, en serio, no debes de fingir. Ellos no saben que fuiste tú.

– ¿Como lo sabes? –un silencio se instaló en la línea–. ¿Andrés?

– Es que eres Ashford, los Ashford no tienen telequinesia. –aquel nombre otra vez. Pero aquella conversación debía de ser mas precisa, no podía perder el tiempo. Miriam regresaría en cualquier momento, confiar o no confiar era una decisión de un minuto, un segundo.

— ¿Tú también puedes hacer esto?

— No, yo soy diferente.

— ¿Diferente? —se escuchó un sonido al otro lado de la línea, supo en ese instante que ya él no estaba solo.

— Te hablo mañana, ahora no puedo hablar.

— Está bien.

— Te voy a ayudar Lisa, confía en mí.

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