Una vida para encontrarte (Co...

By cathbrook

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A Karen Carmona le han roto el corazón tantas veces, que está considerando seriamente la posibilidad de meter... More

Sinopsis
capítulo 1.
capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6.
Capítulo 7
capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11

Capítulo 4

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By cathbrook

-Ese título no es más que una cortesía, Marisa- respondió él exasperado, y con fuerza, alzó la tapa de la maleta obligándola a quitar las manos- tú mejor que nadie debes saberlo. No te incumbe porque fui a las Vegas ni que hice allá. Es mi vida y no tengo porque compartirla contigo-terminó de meter las cosas que faltaban en la valija y la cerró- Adiós.

-¡Alonzo! ¡Alonzo! -gritó la mujer persiguiéndolo por todo el pasillo- No te puedes ir así. Me exasperas cuando te pones así ¿Todavía te preguntas porque esto no funcionó? ¡Es todo tu maldita culpa!

El hombre se paró en seco y giró sobre sus talones. Una mirada tan helada que pudo haber congelado el infierno le advirtió a la mujer que se había pasado de la raya, y por instinto, esta dio un paso hacia atrás.

-No más, Marisa, no más. Sabes tan bien como yo que esto no funcionó porque ambos no estamos hechos el uno para el otro. Pensamos diferente, tenemos una forma diferente de ver la vida, y somos incapaces de respetar la posición del otro. Esto no funcionó, Marisa, porque desde el principio debimos darnos cuenta de que sería así. No pienso tolerar que me eches la culpa de todo. No aguantaré más tus acusaciones sin fundamento. Puse todo mi empeño para arreglar algo que en realidad, estaba roto. Me doy por vencido.

Y mientras la mujer sopesaba sus palabras, él se marchó.

Alonzo cerró la puerta de su departamento de un portazo y se dejó caer en el sofá sintiendo como sus músculos pedían a gritos descanso, a pesar de que el sol estaba en ese momento en su punto más alto por rondar las doce del mediodía. La discusión con Marisa lo había dejado agotado. Últimamente todas sus discusiones lo dejaban así. Sin duda, tanto esfuerzo y tormento mental no debía de ser bueno para la salud, y él sentía que si seguían así, ambos, no solo él, terminaría muy mal. Ojala ella comprendiera eso y firmara los malditos papeles de una vez por todas en lugar de alargar ese suplicio. Todavía faltaban unos meses para el día en que se les había asignado el juicio. De no firmar los papeles ahora, tendrían que llegar a las consecuencias extremas, lo que sin duda sería algo más tedioso.

Pero Marisa no lo comprendía, o quizás sí, pero no quería perder la batalla. No era el amor que lo que impulsaba a su esposa a querer mantener ese matrimonio, sino lo que podía ganar si seguía poniendo tensión en el asunto. Ella quería mucho por firmar esos papeles, más de lo que Alonzo quería ceder y más de lo que le correspondía. Cuando sus amigos le sugirieron que la hiciera firmar un acuerdo de separación de bienes para evitarse precisamente ese tipo de problemas, él se había negado porque lo consideraba una falta de confianza hacia la que creía, sería su compañera para toda la vida. Que iluso. Resultó que los amigos servían para algo más que tomar y hablar tonterías. Ahora, sus abogados vivían en una pelea constante para que la mujer no se quedara con más de la mitad de los bienes, que era por derecho lo que le pertenecía. Los bienes que él había construido solo o heredado de sus padres. Una empresa publicitaria, algunas propiedades, y varios miles de dólares ahora estaban en juego por unos miserables papeles que los declaraban esposos ante la ley.

Agotado, Alonzo se dijo que no le importaría incluso empezar de cero con el fin obtener por fin la ansiada libertad, y sobre todo, paz mental. Sin poder evitarlo, y a pesar de saber que no venía al caso, comparó a Karen con Marisa. Dos personas tan diferentes...una tan jovial, risueña, optimista...y la otra...sinceramente ya no sabía como describir a Marisa. Al principio de su relación, puede que le hubiera adjudicado características similares, pero con el tiempo descubrió que no eran más que fachada, y que solo estar medio atontado por ella impidió que lo viera. Karen en cambio, parecía ser original, o al menos, ahora con más experiencia, le costaba ver sus actitudes como fingidas, sobre todo si consideramos que se pasó toda la noche hablando con ella cuando tenía algunas copas extras. Como ella misma lo afirmó: si te agrada una persona en su estado de ebriedad es bueno, porque la estás conociendo realmente.

Por primera vez en todo el día, sonrió y volvió a acariciar la tarjeta que estaba bien guardada en su saco. La tentación de marcarle fue fuerte, muy fuerte, pero la resistió. No era el momento, y puede que cuando lo fuera, ya hubiera pasado demasiado tiempo para que eso sirviera. Volvió a sentirse decepcionado y un poco triste. Aquel dicho que decía "antes que te cases, mira lo que haces" no podía ser más cierto. Se debía mirar con especial minuciosidad a la persona que llevabas al altar, y procurar que en verdad fuera la que deseas tener a tu lado el resto de tu vida; aunque, esa frase en específico siempre era un poco exagerada, en realidad, dependía de la definición que cada quién tenía de "felices para siempre" La de él en ese momento, eran los dos felices sin el otro, por lo que también podía variar.

Suspirando con resignación, decidió irse a dormir para aligerar tensiones. Su cerebro no funcionaba bien cuando había pasado más de casi cuarenta y ocho horas sin pegar los ojos. Puede que en unas horas tuviera más claro que hacer para mejorar su desastrosa vida.

Karen salió del trabajo al la hora habitual para ir a almorzar. Eran las doce y cuarto del mediodía y ella podía afirmar no haber adelantado ni una cuarta parte de trabajo pendiente en toda la mañana, todo por culpa de aquel desconocido que mantenía sus dedos pegados al teléfono en espera de una llamada que deseaba por algún motivo desconocido. Sí, desconocido, pues aunque fuera difícil de creer, no recordaba haber deseado tanto que el hombre de una noche la llamara al día siguiente, mejor dicho, no recordaba haber dejado su número a ninguno de los pocos amoríos que la llevaron al éxtasis entre copas. A quien engañaba, ni siquiera recordaba haber tenido más amoríos de una noche a parte de Carlo, y ese amorío de una noche distaba bastante del tenido con el más o menos desconocido. En conclusión, el hombre y el alcohol debieron haberla golpeado bastante fuerte para haber accedido a pasar una noche con él, y además, ahora no poder sacárselo de la cabeza. Debería dejar de tomar en exceso. Debería.

Como el restaurante chino en donde solía comprar comida cuando le daba mucha flojera prepararse la propia y llevársela solo quedaba a dos cuadras, Karen caminó hasta ahí. Tampoco es que pudiera hacer otra cosa. Su carro estaba en el taller desde hace un mes en espera de una repuesto que debería llegar en los días próximos; así que mientras, le tocaba sobrevivir a pie, taxis, y transportes públicos. Este último solo en casos extremos.

Tan distraída andaba pensado en Alonzo que no se percató de la persona que venía en dirección contraria hasta que casi choca con el. Por instinto, iba a murmurar una disculpa, pero las palabras murieron en sus labios cuando reconoció el rostro del moreno enfrente suyo. La respiración se detuvo por una milésima de segundo, y dio un paso atrás como si quisiera estar lo más lejos posibles de él.

El hombre de cabellos oscuros, que siempre destilaba seguridad en si mismo por cada poro, tampoco parecía determinar cual sería la reacción adecuada. Y es que después de que Karen saliera de su departamento indignada, rechazada, y lo dejara con su amante de turno, habían tenido la fortuna de no volver a cruzarse. Claro que había sido demasiado esperar que la suerte extendiera esa tregua indeterminadamente. Ella no había nacido muy afortunada que digamos en aspectos de buena fortuna. Solo aquella noche en las Vegas había terminado bien, y no precisamente porque hubiera ganado algo.

-Hola -saludó con voz algo tímida, nada propia de él, cuyo tono siempre tenía un deje seductor que atraía al sexo contrario.

-Hola-respondió Karen de igual forma.

Era ese tipo de momentos en el que se deseaba que sucediera algo que los salvara de la situación. Karen se preguntó si no sería mejor irse y dejar la incomodidad a un lado. Eso de preservar la educación con un saludo era bastante ridículo cuando ambos solo querían huir. O al menos, ella deseaba serlo. Verlo de nuevo había significado abrir la herida que recién hacía amago de cicatrizar. Verlo otra vez era recordarle a su corazón sus sentimientos, aquellos que jamás serían retribuidos. Era reprocharse por haberse enamorado del equivocado, por haber caído en el encanto de esos cabellos negros y ojos ámbar de depredado. Por haber pensado que sería la persona destinada a regenerarlo, cuando sus tres años de psicología debieron enseñarle que en realidad no era tan sencillo, no cuando esa persona no quería regenerarse.

Se miraron a los ojos. Las palabras se negaban a salir, pero los pies también a moverse. Él abrió la boca, y Karen esperó. Esa pequeña parte del ser humano que siempre se niega a dejar ir la esperanza esperó a que dijera algo que pudiera sacarlos de ese mar de incomodidad en el que estaban, o que quizás los ahogara más, pero que al final pudieran salir a flote. Esperó y esperó. En vano. No dijo nada y volvió a cerrar la boca. Pasó por su lado ignorando las más comunes reglas de educación y la dejó ahí, parada, y pensativa.

Por varios segundos, Karen no hizo más que quedarse mirando un punto fijo enfrente, asimilando lo poco y mucho que había pasado en esos dos minutos. Luego, se dio cuenta de que a pesar de que algo de sí seguía retorciéndose por dentro debida a su actitud, tampoco estaba al borde del llanto como hace varios días. Quizás fuera porque Carlo acababa de confírmale lo que ya venía mentalizándose desde hace tiempo: que no valía la pena y debía olvidar todo, aunque costara más de lo imaginado.

Sin ser del todo consciente de lo que hacía o del porqué, sacó su teléfono de su bolso y prendió la pantalla, en un ruego silencioso, pidió que entrara la llamada de un número desconocido. Era el momento justo, exacto, pero nada pasó. A estas alturas, Karen dudaba que Alonzo la llamara. Al parecer, era ese tipo de mujeres destinadas a ser ignoradas o usadas por el sexo masculino. Mientras seguía caminando, consideró seriamente si tendría vocación de monja.


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