Maldición Willburn © ✔️ (M #1)

By ZelaBrambille

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En las calles se cuenta una leyenda: Rowdy Willburn no sabe querer porque ya no tiene corazón, es una maldici... More

Maldición Willburn
Prefacio
🎲 TOMO I | La caída 🎲
Capítulo 01
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06 (pt 1)
Capítulo 06 (pt2)
Capítulo 07
Capítulo 08 (pt1)
Capítulo 08 (pt2)
Capítulo 09
Capítulo 10 (pt1)
Capítulo 10 (pt2)
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14 (pt1)
Capítulo 14 (pt2)
Capítulo 15
Capítulo 16
Extra | Regina y Tyler
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Extra | Rowdy y Giselle
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
🎲 TOMO II | El ascenso 🎲
Capítulo 29
Capítulo 30
Extra | Kealsey y Omar
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48 (pt1)
Capítulo 48 (pt2)
Capítulo 49 (pt1)
Capítulo 49 (pt2)
Capítulo 50 final
Epílogo I
Epílogo II
| P L A Y L I S T |

Capítulo 02

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By ZelaBrambille


Amo los sábados, si tuviera que vivir una y otra vez el mismo día, sin duda los elegiría, sin pensarlo.

No siempre fue así, cuando vivía en el cementerio era horrible, los familiares visitaban las tumbas y yo tenía que esconderme en un mausoleo abandonado, escuchaba los lamentos de las personas, quienes iban a visitar a sus familiares. Recuerdo que tapaba mis oídos con las palmas y cerraba los párpados porque me daba miedo estar ahí adentro, y hacía frío, había polvo, pisos quebrados y solo una rendija de luz. Me repetía que todo estaría bien, pero estar ahí me hacía recordar cosas peores, me hacía revivir.

No quiero recordar eso porque duele, lo guardo en alguna parte de mi mente antes de que las escenas sigan torturándome. Esconder el dolor es más fácil que enfrentarlo.

Soy normal, ya pasó lo malo, ya estoy bien y tengo una familia.

Lo repito, lo repito, lo repito.

Nadie puede saberlo, ni siquiera yo misma.

Aparto los recuerdos parpadeando y me levanto justo como cada sábado. Me visto con unos jeans y una blusa de algodón con el logotipo de Bridgeton en el pecho. Las letras son de colores: rojo, azul, amarillo, morado y verde. Dentro de la panza de la «g» hay una carita feliz. Amarro mi cabello en una coleta alta y me calzo unas zapatillas blancas para correr. Y estoy lista.

Salgo de mi habitación y bajo las escaleras trotando. Me dirijo hacia la cocina, antes de entrar escucho la risa de mamá, sonrío casi de inmediato.

Hay cosas que me hacen feliz, ellos hacen que mis sombras se vayan, espantan los demonios que habitan en mi alma.

—Buenos días —saludo.

Está sentada en una de las sillas de la barra, observa a papá, quien tiene un gracioso delantal amarrado a la cintura. Seguro está haciendo uno de sus malos chistes, al final son tan malos que terminan siendo divertidos.

—Cariño, buenos días —saluda papá, mientras voltea un panqueque—. ¿Cómo amaneciste? Espero que tengas hambre.

Voy y me siento junto a mamá, pasa su brazo alrededor de mis hombros y me da un apretón rápido.

Es una mujer muy guapa, se ve más joven de lo que en verdad es. Por lo que sé, mi padre se enamoró de ella desde la primera vez que la vio, pero era un amor secreto, no se atrevía a decirle porque temía que ella pensara que se estaba aprovechando.

¿Por qué decidió dar el paso entonces? Simple, fue idea de la santa Lilibeth. Mi padre era oncólogo de mi hermana muerta y veía a Romina casi todos los días. La niña lo animó y ¡claro!, convenció a mi madre para que saliera con él porque a ella le daba vergüenza y miedo aceptar una cita después de lo que ocurrió con su primer esposo, el padre de Tess y Lili. Ella ha marcado todo, su fantasma está por todos los rincones, es como si me obligara a recordar que todo lo que me rodea le pertenece y que si ella estuviera viva yo no estaría en este lugar.

—Ya quiero desayunar —digo, al tiempo que suelto un suspiro soñador.

Papá cocina y mi madre deja que lo haga, prepara platillos deliciosos, cocinar es su pasatiempo favorito. No siempre puede hacerlo, es un hombre muy ocupado, uno de los oncólogos más cotizados del estado, y seguramente del país. A veces tiene que viajar, da congresos y es benefactor en una asociación que apoya a los niños con cáncer. Mamá va muy seguido a ese lugar, a pasear y a convivir con los pequeños, no puedo evitar pensar que es muy masoquista, es como si yo paseara todos los días por el cementerio, o tal vez nos parezcamos más de lo que creo y por eso voy a la casa hogar.

Mi padre me da una sonrisita cuando me tiende mi plato, hay un omelette con jamón y queso, y una tortita. Diez minutos después los tres estamos sentados en la mesa, nunca empezamos a comer si falta uno de nosotros, excepto cuando papá no puede venir a casa a mediodía.

—Mamá. —Ella alza la cabeza y me observa con una sonrisa—. Quería preguntarte si puedo llevar uno de los botes para las colectas de Bridgeton a tu tienda.

Mi madre tiene una tienda donde vende la ropa que diseña, antes era costurera y trabajaba para gente adinerada de Hartford, ella empezó a trabajar en la casa de moda de la suegra de Tess y ahorró dinero para un día abrir su negocio. Es un sitio muy lindo, francamente amo sus diseños. Cuando era más pequeña me volvía loca probándome todas las prendas. Ahora no visto otra cosa que no sea diseñada por mamá.

Todos los años llevo un bote y lo ponemos en la entrada. Mamá resopla, el cabello de su flequillo se eleva.

—Claro que sí, cariño, no tienes por qué preguntarme si es nuestra tienda. —Hace énfasis en la palabra «nuestra». Le doy una sonrisa y agacho la cabeza, avergonzada.

Sé que me aman, yo también los amo, pero a pesar de los años y de lo que hemos compartido, no se siente como si lo suyo fuera mío porque sé que no lo es y no debo olvidarlo. La gente me abandona con facilidad, se cansa de estar conmigo, se olvidan de mí. No quiero volver a ser esa niña con miedo. Siempre fui yo contra el mundo, no voy a confiarme.

—También puedes llevar al hospital, cielo —dice papá, al tiempo que unta mermelada en un pan tostado—. Y haremos la donación como cada año, dime cuánto y para cuándo lo necesitas, ¿de acuerdo?

Robert es una de las personas más nobles que conozco, y tuve la suerte de que quisiera ser mi padre. Sí... fue un milagro.

Tuve tanta suerte, el problema es que no a todos les toca un camino como el mío, por lo regular ocurre todo lo contrario. Esos chicos que andan vagando con hambre y frío por las calles tienen que aprender a sobrevivir, y a veces no de la forma correcta. Los niños huérfanos, abandonados y solos son corrompidos por el mundo, por uno que se olvida de nosotros conforme pasa el tiempo. Tenemos que llorar en silencio porque nadie escucha y, si lo hacen, te piden que guardes silencio. A la gente le gusta decir que apoya la vida, pero lo cierto es que, cuando creces, a nadie le importa.

—De acuerdo, yo les aviso —respondo, verdaderamente agradecida, con el sentimiento presionando mi pecho. Me aclaro la garganta para no perder la cordura.

Después de desayunar me despido de ellos y salgo de la casa, mi auto me espera. Bridgeton no es muy lejos, llego en minutos, hay un portón blanco que no deja ver nada hacia el interior, lo hacen por la seguridad de los chicos, a su edad es muy fácil perder el rumbo. Toco el timbre, segundos después se abre una ventanita pequeña que es parte de la reja de metal.

Tim sonríe de oreja a oreja cuando me ve.

—Elle, ¡qué bueno que llegaste! —Lo pierdo de vista, el portón se abre para dejarme pasar, él cierra tan pronto entro.

Tim Mallen es un buen chico, es delgado y alto, sus cabellos oscuros parecen los picos de un puercoespín. Me agrada tenerlo alrededor porque es parlanchín, con él no hay esos silencios incómodos, siempre sabe cómo salvarte el pellejo. Es bastante normalito, pero su cara es como la de un bebé, uno muy lindo. Viene a liberar sus horas de prácticas, como yo, aunque tengo otra razón más profunda, pero él viene de una universidad privada.

—¿Qué tal anda todo por aquí? —pregunto. Tim se inclina y me saluda con un beso en la mejilla, luego caminamos hacia el interior del edificio.

—Normal, los gemelos no dejan de molestar a las chicas y Henry está de malas... ¡Oh! Demetria no quiere salir de su cuarto, tiene problemas de chicas.

Bridgeton tiene un patio enorme en medio de tres edificios, divididos también por mallas de metal que impiden que los pequeños crucen, cuando son niños no hay muchos inconvenientes, pero los cambios de la adolescencia son duros y deben separarlos. Los bebés están en el edificio central, cuando cumplen cinco años pasan a uno de los dos edificios que están en los costados. Del lado izquierdo están los chicos, el derecho lo ocupan las chicas.

Todos van a la misma escuela, la cual se encuentra dentro del recinto, y comen en el comedor de Bridgeton. Los fines de semana pueden convivir, los chicos pasan las tardes en el lado derecho y luego van a dormir a su edificio. Hicieron esto pues muchos tienen hermanos, Bridgeton se preocupa en serio por el bienestar de todos sus niños, nada parecido a lo que me tocó vivir.

Hay pequeños jugando por todas partes, las cuidadoras y cuidadores vigilan que no haya peleas y que los noviecitos no se escondan por los rincones. Ellos son demasiado inteligentes, y siempre encuentran la manera de burlar la vigilancia. Algunos son inocentes y traviesos, otros no tanto.

Una vez adentro, coloco mi nombre en el cuadernillo de prácticas para que sepan que vine, después salimos de nuevo y vamos a la cancha.

—¡¡Ya llegó, Mérida!! —grita alguien.

Suelto una carcajada cuando veo al tumulto de niños corriendo hacia mí. Todos me llaman así desde el primer día, Henry les dijo que me molestaran comparándome con el personaje de Valiente, querían que me marchara y no volviera, ocurrió todo lo contrario y ellos terminaron aceptándome.

La estampida me rodea, unos cuantos bracitos me abrazan. Miro hacia abajo.

—Creí que no vendrías. —Sallie hace un puchero, sus brazos alrededor de mi cadera se aprietan más. Tiene doce años y su cabello negro es como el carbón, es muy aprehensiva y nerviosa, sus padres murieron cuando era pequeña y no había más familia que pudiera hacerse cargo de ella, ha vivido aquí desde siempre. Esta es su vida, su mundo se reduce a Bridgeton.

—Y yo creí que no me abrazarías. —Ella suelta una risita.

Los gemelos deciden llamar mi atención, uno de cada lado, jalan mis brazos y me mueven de un lado a otro, por un momento me siento como esos osos de felpa que se rompen en dos por una pelea de niños. No me lastiman, solo quieren que los vea.

—¡Mérida, me saqué una estrella en matemáticas! —exclama uno de ellos, Corey.

—¿Ah, sí? ¡Pues yo saqué dos en Ética! —grita Colin, jalándome hacia su lado.

—¡Yo lavé toda mi ropa esta semana!

—¡No le creas, Mérida! La cuidadora lavó sus calzoncillos.

—¡Es mentira! —grita Corey, su rostro se tiñe de rojo.

Y eso se convierte en un debate para ver quién hizo y ganó más cosas que el otro. Los gemelos son traviesos y viven discutiendo, pero cuando se unen son una amenaza. Están en Bridgeton porque nadie ha querido adoptar a dos niños al mismo tiempo, uno de los lemas de la organización es no separar a la familia. Si los pequeños ya se enfrentan a un gran sufrimiento, separarlos solo lograría afectarlos aun más. Quizá este no es un hogar tradicional, pero los cuidan y les dan todo lo que necesitan. A mí me hubiera gustado llegar a un lugar así.

—Ustedes ya son todos unos hombrecitos —les digo, eso logra calmar la euforia. Dejan de jalarme y me dan un abrazo rápido, antes de correr y regresar a su lugar junto a Henry.

Él no se acerca demasiado, nunca lo hace. Se queda a un metro de distancia, supervisando a los niños, a Sallie, quien sigue aferrada a mí.

—¿Y tú no vas a saludarme? —le pregunto, alzando la ceja.

Henry hace una mueca como si detestara escuchar mi voz. Muchos de verdad creen en esa barrera de indiferencia, creen que es malcriado y un mal chico, la realidad es que solo quiere ocultarse. Es el más grande de todos, por lo tanto, se encarga de cuidarlos junto a Demetria. Los pequeños los ven como líderes y los siguen a todas partes. Sé cómo se siente, me puedo ver en él. Las personas que no dicen nada son las que llevan una tormenta en el interior.

Su vida fue dura, no necesita decirlo, puedo ver el dolor y la desconfianza en sus ojos.

—Sallie iba a llorar, no vuelvas a tardar —dice él con las cejas entornadas. Sus cabellos con forma de espiral parecen un matorral, lo serían si no fueran pardos. Parece enojado, probablemente lo esté, pero sé que no es contra mí.

Él se da la vuelta cuando entiende que comprendí sus palabras, me está pidiendo que no demore porque son vulnerables, porque Sallie teme que la abandonen. Los gemelos suspiran al mismo tiempo y lo siguen, algunos también se van tras él, entre ellos están Caitlin y Victoria, las mejores amigas de Demetria, a quien no debo olvidar, debo buscarla para saludarla.

Henry los protege, esto no es muy diferente a la ley de la calle, el más fuerte es el que manda y los demás confían en su líder.

Algunos me cuentan cómo fue su semana, Tim se queda en silencio observándolo todo, Sallie no me suelta, Henry y los demás se quedan cerca. Después jugamos fútbol, los que se mantenían alejados se unen y formamos dos grandes equipos. Al final creo que Henry termina relajándose y se divierte, incluso alcanzo a escuchar una carcajada.

—No sé cómo lo haces, ellos no me quieren —dice Tim mientras guardamos los balones en un cuarto que hace de almacén. También ordenamos el desastre, me subo a una escalera y acomodo los productos tóxicos en una gaveta empotrada a la pared.

—No todos pueden amar con facilidad —explico, esperando que lo entienda.

—Yo llegué primero y tú te los ganaste antes.

Tim es un buen chico y seguramente es frustrante dar y no recibir, pero ellos no son objetos que puedan ganarse, cuando no has tenido a nadie en quien confiar, ¿cómo podrías entregarle la confianza a alguien que no conoces? No sé si se deba a que compartimos muchas similitudes, tal vez ellos lo saben o lo presienten. Cuando hablo con ellos lo hago pensando en la niña que fui, la que tenía miedo y estaba enojada, y no quería responder preguntas.

No se lo digo a Tim porque nunca hablo de mi pasado con nadie más que con mis padres y mi psicóloga, a veces sigo siendo esa niña.

—Gracias por venir, los niños te quieren mucho. —Busco a la causante de esa voz familiar, la señora Sara aparece a mi lado y mira lo mismo que yo miraba hace unos segundos. Los chicos están reunidos en el comedor, cenando—. Y gracias por todo el apoyo que nos das.

—Gracias a ustedes por recibirme —respondo. Ella me da un apretón en el hombro y va a socorrer a Sallie, los gemelos le lanzan trozos de zanahoria.

Me sorprende ver a Demetria sola en una mesa, ella nunca se separa de sus amigos. Se le queda mirando al plato como si quisiera fundirlo y no ha probado bocado. Su cabello miel es muy largo, liso y abundante, siempre lo deja suelto, pero hoy ha decidido hacerse una coleta. Camino hacia su mesa y tomo asiento junto a ella.

—Quiero estar sola —dice entre dientes sin mirarme.

—Nadie quiere estar solo en el mundo.

—Pues yo sí. —Alzo las palmas y hago el amago de levantarme, Demetria levanta la cabeza y niega—. No te vayas.

Vuelvo a sentarme y le doy tiempo para que decida si quiere contarme lo que sucede.

—Es muy raro que tú estés de malas y que Henry esté de mal humor —murmuro. Me mira desde debajo de sus pestañas, ahí pasó algo, los problemas de chicas solo eran un pretexto para no salir al patio.

Demetria lanza un suspiro y se echa hacia atrás, cruza los brazos frente a su pecho.

—Es un imbécil.

Mis párpados se abren por la sorpresa.

—¿En serio?

—Me dijo que soy una niña.

—¿Por qué te dijo eso? —pregunto.

Apoyo el codo en la mesa y la barbilla en el puño. Se queda en silencio, revuelve las verduras del arroz con un tenedor.

—Le conté que me gustaba un chico y me respondió eso, luego le pidió a Caitlin que fuera su novia.

—¿Y él es ese chico?

—Sí, se lo dije. —Gruñe—. Caitlin tiene mi edad, si no le gusto me lo hubiera dicho en lugar de ser un cobarde mentiroso.

Ella tiene apenas catorce y él diecisiete, son uña y carne, si Henry quiere a alguien en este lugar es a Demetria. No me extraña saber sus sentimientos, me extraña que él no se sienta de la misma manera, pues todos pensaban que tenían algo a escondidas. Es común que los adolescentes en Bridgeton se relacionen con otros.

—Tal vez te quiere demasiado y teme hacerte daño.

Demetria chasquea la lengua.

—Me voy, no tengo hambre. —Ella se levanta y sale del comedor.

Siento la necesidad de perseguirla y no dejarla sola, pero sé que la plática ha terminado y que si se me ocurre insistir me mandará a la mierda.

Más tarde, las cuidadoras y cuidadores dan el aviso de que los chicos deben regresar a su lado. Me preparo para volver a casa, pues he terminado todas mis labores. Marco mi salida y me doy la vuelta, salto hacia atrás del susto cuando me encuentro a Henry detrás de mí con el ceño tenso.

—Me asustaste.

Suelto un suspiro, él sonríe un poco, pero se recompone en segundos.

—Claro, porque soy un monstruo —suelta, sarcástico, cruzándose de brazos. Es una manera de mantener la distancia, me deja afuera de su cueva, se protege para que nadie traspase la barrera.

—Tus palabras, no mías.

Pese a todo pronóstico, sonríe.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Depende —respondo, ahora es mi turno de cruzar los brazos.

—¿Qué te dijo Demetria?

Así que nos estaba observando... Una de mis comisuras sube, él desvía la vista y se oculta, demasiado tarde, ya vi todo lo que necesitaba.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Ella es mi mejor amiga y me preocupa. —Sus ojos regresan a los míos, Henry se encoje de hombros—. No quise lastimarla.

—¿No?

Su entrecejo se frunce todavía más, casi pareciendo molesto.

—Por supuesto que no —escupe—. Ella cree eso, ¿verdad? Solo... no sé cómo hacer para que entienda que merece algo mejor.

Con eso se gira y se va, dejándome con la boca abierta y la mente en blanco. Lo miro alejarse junto a los gemelos hasta que lo pierdo de vista. Hago una nota mental para preguntarle más la próxima vez que los vea.

Estos chicos me van a sacar canas de colores con todos sus misterios.



El lunes a la hora del descanso, salgo del aula con el estómago crujiendo por el hambre, obtengo el paquete de galletas que guardo en mi bolso, el cual desaparece de mis manos en cuanto llega Avril y me lo arrebata. Tengo una historia con las galletas con chispas de chocolate: la mejor amiga de mi hermana Tess, Margaret, fue la que se dio cuenta de mi existencia cuando se percató de que robaba las galletas que le dejaba a su hermano muerto en el cementerio. Yo no podía entender por qué colocaba eso ahí y se marchaba si él no podría comerlas, después de pensarlo durante días, decidí robarlas. Así me encontraron, así me crucé en el camino de estas buenas personas, quienes no dudaron en acogerme en su familia.

Mi mejor amiga se sienta a mi lado y come en silencio, ofreciéndome galletas a pesar de que son mías. Medio divertida la observo de reojo, pero ella no me está prestando atención, tiene la mirada clavada en alguna parte.

Mis ojos se desvían, buscando qué la tiene tan entretenida. Mi corazón da un vuelco violento, empieza a golpear fuerte dentro de mi pecho, tanto que creo que posiblemente se pueden escuchar los estruendos de los latidos. Trago saliva, pues de pronto mi garganta se seca.

Dos chicos se aproximan por el camino con un andar lento y pausado, como si fueran los dueños del lugar y estuvieras obligado a ser consciente de sus movimientos.

Hay muchos rumores, como el que asegura que pertenecen a una banda de mafiosos, también he escuchado por ahí que rompen las leyes por dinero. Y sí, seguro que lo hacen, pero hay mucho detrás. No son mafiosos, pertenecen a un grupo de maleantes que se dedica a asuntos ilegales como robos, venta de objetos robados, apuestas, peleas clandestinas, entre otras cosas.

No causan miedo por las cadenas metálicas que cuelgan en los bolsillos de sus pantalones de mezclilla ni porque sus cuerpos lucen amenazantes por la altura y porque parecen lobos dispuestos a atacar con la mínima provocación y despellejarte, mucho menos porque es evidente que llevan armas en alguna parte. El terror es causado porque son integrantes de la pandilla Blacked.

Jamás debes acercarte, ni se te ocurra notarlos o estarás en su radar, no te metas en sus asuntos, es mejor pasar desapercibido. Nunca les hables mal, no si quieres seguir vivo, no si te gusta tu cabeza. No son reglas que han impuesto, han sido los mismos estudiantes los que se han aferrado a ese lema e, incluso, los maestros y directivos. Cambia de acera si te cruzas a Willburn y a Aldridge.

Por lo que sé, en la universidad no han hecho nada malo, a excepción de lo que vi el otro día, algo que no debería saber. Por esta razón no los han expulsado ni les han negado la oportunidad de estudiar, han sido decentes. De todas formas, a nadie se le olvida quiénes son ni de dónde vienen. Ellos se encargan de que el mundo lo recuerde, siempre distantes, siempre callados, siempre observando.

Es gente peligrosa.

Le doy un jalón a Avril para que deje de actuar tan sorprendida y los ignore, es mejor no llamar su atención. Ella reacciona y se sienta a mi lado, tambaleándose, mirando el suelo y retorciendo sus dedos con nerviosismo.

—O alguien está detrás de nosotros o ellos vienen hacia acá.

Me tenso por sus palabras, les doy una mirada por debajo de mis pestañas y tuerzo los labios.

—Solo ignóralos. —Me encojo de hombros como si no me importara, sin despegar la vista de esas dos personalidades.

Los dos tienen la misma altura, uno de cabello miel y el otro es apuesto con su piel chocolate. Músculos que se ven como un montón de problemas y miradas frías que hielan la sangre, movimientos que te dejan sin aliento. No nos están mirando, ni siquiera creo que se hayan dado cuenta de que estamos en medio de su camino, pasarán por aquí y seguiremos con nuestras rutinas. De todas formas, intimidan, imponen.

Alzo la mirada justo cuando pasan frente a nosotras, me arrepiento de haberlo hecho. Siento una punzada en el pecho, un escalofrío recorre mi espalda, me quedo atónita al ver unos ojos celestes fijos en mí, nunca había visto que una mirada tan clara hiciera promesas oscuras. Entonces sé que es el infierno, a pesar de que sus ojos son un cielo.

Respiro profundo para calmarme pues Willburn, en una fracción de segundo, estudia mi rostro con tanta rapidez que me asusta, luego aparta la mirada haciendo una mueca de desagrado.

Mi entrecejo se tensa, ¿cuál es su problema?

¡Que los viste robando, tonta! ¡Ese es su problema!

—Tal vez está planeando cómo asesinarte para robarte el auto, ahora tendrás que cuidar tus espaldas —dice Avril, se frota los brazos como si tuviera frío—. ¿Viste esa mirada? Creí que te congelaría, el otro día escuché que acuchillaron a un tipo detrás de una iglesia para sacarle un reloj de plata. ¡Detrás de una iglesia! ¿Puedes creerlo? Aunque bueno, si se me acercaran yo le daría todos mis relojes de plata, están buenísimos.

—Estás loca. —Giro los ojos.

—Ya, hablando en serio, ten cuidado —dice, preocupada. Estira la mano y me da un apretón en el antebrazo.

—Tranquila, sé cómo cuidarme.

Me da una mirada con los párpados entrecerrados, ni Avril ni Ushio saben de mi pasado, no conocen los detalles escabrosos. Si los supieran, quizá Av no temería por mi bienestar o tal vez me tendría miedo. Le doy una sonrisa que logra calmarla, la convenzo con facilidad, a veces me pregunto si realmente somos amigas o si solo es un espejismo. ¿Ellas se quedarían conmigo si me conocieran? No lo creo, a las personas les gusta el lado bonito, no indagar en las profundidades de otro que, muchas veces, pueden ser oscuras y tenebrosas.

El tema de conversación cambia drásticamente cuando Ushio llega y nos cuenta sobre la cita que tendrá el fin de semana. Asiento, aunque mi mente está repasando lo que sucedió hace unos minutos.

Willburn es fuego, uno que te convierte las venas en hielo.


* * *






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