Esteban

By Virginiasinfin

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Epílogo de la saga Dulce. Esteban, hermano de Diana Alcázar (Dulce Destino), obtiene una segunda oportunidad. More

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By Virginiasinfin


Oscureció, y sólo cuando el estómago protestó de hambre, Esteban levantó la vista de sus apuntes. Miró por la ventana y vio que ya había oscurecido. ¡Era ya de noche y él aún aquí!

Un aroma llegó hasta él, y el estómago le volvió a gruñir.

Empezó a recogerlo todo. No quería que Paige volviera a invitarlo a cenar, eso ya sería abuso. Pero diablos, olía tan bien... y en la casa sólo lo esperaban un par de rodajas de pan y más mantequilla de maní...

—Hey –lo saludó ella cuando él se asomó a la cocina—. ¿Terminaste por hoy? –él asintió. Salivaba, así que tragó.

—Es hora de irme.

—Vale. Antes, cena.

—No...

—Mira, soy terca como mi padre –sonrió Paige—, así que ya te invité a cenar, y lo mejor para ti es que aceptes.

—Paige, no es justo contigo. Sé lo que vale cada plato de comida, y con éste ya serían dos veces que...

—¿Estás contabilizando mis invitaciones y haciendo cálculos?

—La comida no es gratis—. Ella estiró sus labios.

—Entre amigos está bien invitarse de vez en cuando.

—No me siento cómodo con eso.

—Pues no tienes escapatoria.

—Paige...

—Si me rechazas, me molestaré mucho. No me digas que prefieres lo que sea que tienes en tu casa a la deliciosa cena que preparé hoy –él miró lo que ella había sacado del horno. Fuera lo que fuera, olía y se veía demasiado bien.

Otro gruñido de su impertinente estómago, y esta vez se escuchó alto y claro.

—He ganado esta discusión –canturreó ella tomando la fuente de comida con sus manos envueltas en unos enormes guantes. Él la dejó pasar hacia la mesa, que ya estaba lista para los tres.

Se sentaron a la mesa, y mientras daban gracias, Esteban cerró sus ojos y dio gracias también, por haber podido remplazar un mísero sándwich por este manjar, por estar en esta mesa con estas personas, con Paige, de quien se enamoraba cada vez más.

Era inevitable, ella lo atraía como un imán, no podía evitar mirarla y sonreír por dentro. Pero le estaba robando un trozo de paz al cielo y se sentía como si en cualquier momento se lo fueran a quitar dejándolo de nuevo en el infierno, en la soledad, en el dolor, y eso lo asustaba. Cualquier cosa que le reportara felicidad estaba negada para él, Esteban Alcázar no merecía a Paige Lawson, y aquello no era autoflagelación, ni pesimismo; era la declaración de un hecho. Alguien que había hecho lo que él hizo no merecía siquiera tocar a semejante ángel.

Pero era adictivo. Era robado, pero no podía evitarlo, como un peregrino en el desierto que le tiene que robar a otro su agua para sobrevivir... acercarse a ella ya era casi instintivo. Llevaba mucho tiempo mirándola solamente de lejos.


—¿Vendrás de nuevo mañana? –él se pasó la mano por el cabello. Ella lo acompañaba a la salida, hasta la reja metálica, y él se detuvo antes de abrirla. La miró bajo la pobre luz de una lámpara de mercurio, pero ella estaba preciosa, con su blusa sin mangas porque ya hacía calor, y su cabello suelto y corto—. Si te preocupa el gasto que haré en comida –sonrió ella—, mira, tengo todo un patio que podar.

—¿Quieres que lo haga por ti?

—En realidad, lo harás por Dylan.

—Así que era su tarea –sonrió Esteban, y Paige no se perdió la sonrisa. Su guapura subía a niveles exagerados cuando lo hacía.

—Odia podar el césped –dijo—, pero no voy a pagarle a otro para que lo haga... Bueno, a ti, pero te pagaré con comida.

Él siguió mirándola con aquella misma sonrisa, y Paige no pudo resistir la tentación de acercarse a él y besarlo. Tomó su rostro en sus manos y se tuvo que empinar un poco para alcanzarlo, pero tocó sus labios con los suyos en un beso delicado. Esteban cerró sus ojos y la besó a su vez, y el beso fue perdiendo lo delicado para volverse exigente, hambriento. Él se comportaba como si hiciese muchísimo tiempo que no estaba con una mujer, lo cual debía ser una tontería, pues con lo guapo que era, seguramente las mujeres lo buscaban.

Pero él estaba solo siempre.

En realidad, no sabía nada de él.

Se alejó un poco mirándolo inquisitiva, y él, privado de sus labios, la siguió como sigue el hierro al imán, pero cuando ella ya no respondió a sus deseos, abrió los ojos para mirarla.

—¿Vives muy lejos? –preguntó ella. El corazón de Esteban empezó a latir rápido. ¿Lo invitaría a quedarse? ¿Por eso lo preguntaba? ¿Y si lo invitaba, sería capaz de negarse?

Respiró profundo repetidas veces intentando sosegarse, enfriar su cabeza, pensar claramente.

¿Vivía lejos?, había preguntado ella.

—Eh... sí, un poco. Tengo que caminar hasta la estación más próxima, y luego... —la miró, ella se había cruzado de brazos tomando distancia. No, no lo invitaría a quedarse.

—¿Vives solo?

—Sí –contestó él.

—¿Qué hay de tu familia? ¿Están vivos? –ahora sí, todo el ánimo de Esteban se enfrió. Ella estaba haciendo preguntas personales, lo que era normal. Ninguna mujer veía tres veces seguidas a un hombre, ni lo besaba el mismo número de veces sin luego hacer preguntas.

Pestañeó pensando la respuesta.

—Mis padres... fallecieron ya.

—¿Y no tienes hermanos?

—Una, tengo una hermana, pero ella está casada y... vive en otra ciudad.

—Ah... Entonces estás solo en Nueva York.

—Sí—. Él la miró un poco cauteloso, tal vez ella estaba pensando en más preguntas que hacerle. Pero Paige sonrió y miró hacia el cielo.

—Yo también tengo una hermana –dijo—, pero ella se fue al Canadá hace muchos años. Me encantaría poder ir a verla un día de estos, pero...

—No hay dinero –susurró él.

—Sí. Es lo mismo con tu hermana, ¿verdad? –él asintió cabizbajo—. Mi hermana y yo éramos muy unidas. De vez en cuando me envía un correo, o ponemos la videollamada y hablamos. La echo mucho de menos—. Ella lo miró, y él se dio cuenta de que esperaba que comentara algo.

—Sí, te entiendo.

—¿Eras muy unido con tu hermana? –él sonrió pasándose la mano por los cabellos.

—La verdad... peleábamos todo el tiempo.

—Ah, eso es normal entre hermanos. Y si tú eras el mayor...

—Sí, soy el mayor.

—Entonces me imagino que la sobreprotegías, y ella te armaba la bronca porque no la dejabas salir, o no aprobabas sus amigos... —Esteban cerró sus ojos. Justo ahora, deseó haber nacido pobre. Sus peleas con Diana se habrían reducido a eso, y hoy en día se verían, se llamarían, serían unos hermanos muy normales.

Un amargo sabor le vino del corazón, del alma, y se reflejó en su rostro. Paige lo notó y se acercó a él.

—¿Pasa algo? –él la abrazó. No podía decirle la verdad, no se sentía capaz, pero necesitaba su consuelo.

Pasaron unos minutos en los que él al fin pudo controlar sus sentimientos.

—Nos vemos mañana –dijo él, soltándola—. Tienes una podadora, supongo.

—Sí, la tengo.

—Bien –él la miró, renuente a irse y dejarla, pero debía hacerlo.

Al fin, halló la fortaleza para irse y atravesó la reja. El cuerpo le dolía por el esfuerzo que estaba poniendo en cada paso que daba, alejándose con cada uno, poniendo distancia. Pensar en que si se quedaba de todos modos ella rechazaría sus avances lo hizo acelerar el paso. Ah, qué duro y qué difícil era aquello. Pero era lo mejor, lo mejor para Paige.


Paige despertó con el sonido de unas risas justo en su ventana. Se movió en la cama y se sentó en el borde mirando a través del cristal. Anoche la había entreabierto, pues hacía calor a pesar de la diminuta pijama que se había puesto. Caminó unos pasos y encontró a Esteban desnudo de cintura para arriba y podando el césped con la podadora manual, un poco sudado, con pasto que se había levantado pegado a la piel y bajo el sol.

Paige despertó de un tirón al verlo.

Él tenía una piel naturalmente bronceada, de pecho velludo y delgado. Tal vez un poco demasiado delgado, pero su cintura era estrecha, y tenía tatuajes. En el brazo tenía un tatuaje de púas, y en la ingle un tribal negro que se perdía bajo la pretina de su pantalón.

No imaginó que tuviera tatuajes, o que le gustaran, y eso la sorprendió. ¿Habría estado en la cárcel? ¿Se los haría allí? No distinguía un tatuaje de otro, si era de cárcel o artístico, no tenía modo de saberlo.

Él hizo una curva con la podadora manual y la vio asomada en la ventana. Dylan había estado alborotando alrededor, riendo y saltando, cuando lo que debía estar haciendo era barrer el césped que Esteban cortaba.

Paige se puso ambas manos en la cintura, y eso sólo consiguió tensar la blusa de su pijama, haciendo notar sus senos libres de sostén.

—Viniste temprano –dijo ella, y él bajó la mirada, ocupándose de la podadora.

—Me desperté pronto –contestó él. La verdad era que había dormido poco y mal. Y al despertar tenía exceso de energía, así que se vino de inmediato a hacer un poco de ejercicio físico. Su cuerpo lo estaba agradeciendo, pero verla así, en ese pedacito de tela que ella llamaba pijama, no estaba ayudando mucho.

—Te prepararé una limonada.

—A mí también, mamá.

—Fuiste tú quien debió hacerla –dijo Esteban pegándole suavemente detrás de la cabeza. Dylan no se molestó por eso, sólo se echó a reír. Paige sonrió al verlos bromear y reír. Un hombre adulto era tal vez lo que este niño había estado necesitando. Era difícil criar a un hijo sola, sobre todo, cuando entraban en esta edad en la que eran tan voluntariosos. Y Esteban tenía un don con él, decía las cosas de tal manera que no parecían órdenes, y el chico acataba.

Se puso sostenes y salió a la cocina para preparar la limonada, y además, algo para picar, seguro que llevaba rato trabajando y debía tener hambre. Cuando salió a llevarla, no se perdió la mirada que él le dirigió a su cuerpo, y aunque intentó disimular, ya era un poco tarde.


Durante toda la mañana, esteban estuvo afuera podando el pasto, limpiando, recogiendo las cosas esparcidas y volviendo a dejar el jardín decente. Dylan lo ayudó llevando y trayendo cosas, y hacia el mediodía, incluso armaron una pequeña mesa con sombrilla, adecuada para el exterior.

Fue ideal para almorzar allí, y Paige fue notando más cosas acerca de él. Tenía modales en la mesa, pues se puso su camisa y volvió con ella, privándola de la vista de su pecho desnudo; utilizaba los cubiertos impecablemente, no utilizaba sus manos, su postura era recta y comía masticando despacio.

Se sentía intrigada. Otra cosa más que lo sacaba del contexto en el que se hallaba. Hablaba francés, tenía modales refinados, ¿y cuántas cosas más acerca de él descubriría?

—Toma, date un baño –le dijo ella extendiéndole una toalla limpia. Él la recibió preguntándose si olía tan mal—. No me mires así –sonrió ella—. Luego de todo ese ejercicio físico, y con el sol que ha hecho, debes tener mucho calor—. Sí, mucho, pensó él mirándola a los ojos. Ella sonrió, como adivinando sus pensamientos, y le señaló el baño.

Dentro, Esteban se miró al espejo. Necesitaba un afeitado y un corte urgente. O tal vez debía dejárselo crecer un poco. Se acercó mirándose la ceja izquierda donde antes había llevado un piercing. Hacía tanto tiempo de eso que el orificio se había cerrado. Y también los demás, como en la oreja y la nariz. Ya sólo quedaban unas pequeñas señales.

Se metió a la ducha luego de desnudarse pensando en todo lo que le había hecho a su cuerpo en el pasado. Piercings, drogas, licor, carreras en coches caros que lo exponían a la muerte... y eso era apenas la superficie de todo. Se rodeó de hombres y mujeres que tenían los mismos objetivos y ambiciones que él: comerse el mundo, no importaba por encima de quién hubiese que pasar, pero cuando lo vieron en apuros, esas personas huyeron.

Bueno, eso era el pasado. Estaba construyendo una nueva vida ahora. Desde hoy estaba construyendo a un nuevo Esteban, y éste tenía propósitos muy sencillos, pero saludables. Sólo quería una vida normal, un empleo donde ganara para vivir dignamente, olvidar el pasado...

No, eso último era demasiado ambicioso, pero el día a día le ayudaría. Y hoy empezaba esa nueva vida.

Lo había decidido anoche. Había estado luchando en contra de lo que sentía por Paige, pero no tenía caso; tarde o temprano sucumbiría y prefería tener algo que ofrecerle cuando eso pasara a que lo tomara desprevenido. Ella se merecía, cuando menos, un hombre normal. Construiría a ese hombre normal para ella.

Sintió que alguien entraba al baño. Corrió la cortina y vio a Paige que tomaba su camisa.

—La lavaré –sonrió ella mirándolo. Aunque sólo podía ver su pecho, todo él estaba lleno de espuma por el champú y enseguida tuvo la tentación de pasar sus manos y restregarlo un poco.

—No tienes que hacerlo –contestó él.

—No pasa nada.

—Pero, ¿qué me pondré mientras?

–Ya buscaré algo para ti.

—¿Me darás ropa de tu ex marido? –ella blanqueó sus ojos.

—No conservo nada de Bryan, un día hice una hoguera y lo tiré todo allí—. Esteban sonrió.

—Chica brava.

—No tanto como debería. ¿Necesitas que te ayude a restregar tu espalda? –él sonrió elevando una ceja, y Paige sintió que algo muy cálido bajaba por algún lado de su alma.

—No me tientes –le pidió él. Paige se echó a reír y salió del baño.

Esteban se miró. Alguien había levantado la cabeza con la sugerencia de Paige.

—Para eso sí estás listo, ¿verdad? –le dijo, y abrió la llave del agua fría.


Salió poco después muy fresquito y bajo control. Esteban miró el computador preguntándose si era aconsejable sentarse frente al computador para seguir estudiando, y entonces vio a Paige sentada en el sillón más cercano a la ventana leyendo un libro. Ella tenía las rodillas dobladas y se agarraba los deditos de un pie distraída, sumergida en ese mundo desconocido para él.

Quiso tomarle una fotografía. Antes se le daba bien tomar buenas fotografías, e incluso había comprado cámaras profesionales que poco usó. Ahora habría sido perfecto tener la más sencilla, aunque fuera. Pero entonces, decidió grabarla en su mente. Nunca olvidaría a Paige así, hermosa y ajena a este mundo, ajena sobre todo a él, que se había quedado estático mirándola.

Ella alzó al fin la mirada y le sonrió, y Esteban se sintió lo más ridículamente feliz que jamás recordara. Avanzó unos pasos hacia ella, deseando, deseando mil cosas, deseándola a ella. Cuando estuvo a su lado, se arrodilló frente al sillón, y ella, sin moverse mucho, puso sus manos sobre el cabello mojado de su nuca y lo besó. Esteban le rodeó la cintura con su brazo y respondió a su beso, sintiendo la dulzura de sus labios, la suavidad de su cuerpo.

Ella paseó sus manos por sus hombros y sus brazos, sintiendo cómo la temperatura de él empezaba a subir, a pesar de que aún escurrían unas gotitas de agua. Cuando él metió la mano debajo de su falda y la paseó por su muslo, cerró sus ojos concentrándose en las sensaciones, en la mano de él que se paseaba arriba y abajo, que apretaba suavemente y la volvía a soltar.

—Dylan... —empezó a decir él, pues no quería que el niño entrara y los encontrara en esta pose.

—Se fue al entrenamiento de fútbol –dijo ella en un susurro—. Tarda dos horas.

—Dos horas –dijo él quitándole el libro y enderezándola en el mueble, le abrió los muslos y se ubicó en el centro—. Tendrá que bastar –susurró, volviéndola a besar.

Él fue subiendo ambas manos por sus muslos, dejándolas en sus nalgas y moviéndola en el sillón para ponerla más cerca de él, que seguía de rodillas en el suelo. Paige se abrazó a él, sintiéndolo duro, ansiando lo mismo que él, alegrándose porque por fin esto estaba pasando.

No sabes quién es él aún, dijo una vocecita dentro, pero fue espantada cuando él metió sus dedos dentro de su panti para acariciarla en el lugar justo, con la presión justa, con los movimientos más que justos. Gimió y sintió que hasta el dedito más pequeño del pie se le enroscaba. Esteban besó su cuello, sus clavículas, y fue desabrochando los botones planos de su blusa sin mangas hasta dejar expuestos los senos cubiertos por la tela del sostén. Los bajó un poco y empezó a lamer el pezón de uno con ansia, y hasta con un poco de afán. Paige se sacó la blusa, y también se desabrochó el sostén en su espalda. Cerró sus ojos y se entregó a las sensaciones, olvidando todo lo demás; miedos, precauciones, todo se fue borrando.

—Paige –la llamó él con el pecho agitado.

—Sí, estoy aquí.

—Yo quiero...

—Sexo –sonrió ella—. Lo sé—. Él meneó la cabeza negando, eso hizo que ella lo mirara un tanto confusa.

—No sólo sexo –dijo él—. Quiero hacerte el amor—. Y dentro de sí añadió: por primera vez en mi vida.

Él se puso en pie, alejándose, y haciéndola sentir de repente muy sola, pero él sólo se movió para cerrar las persianas de las ventanas, dejando sólo un resquicio donde entraba la luz necesaria, pues no quería dejar ninguna posibilidad a ser vistos por los vecinos, ni a ser escuchados; volvió a arrodillarse frente a ella y esta vez le sacó los pantis.

Paige lo miró un poco asombrada. Los movimientos de él ahora eran calmados, como los de un felino que ya tiene avistada su presa, la miró a los ojos como enviándole una advertencia. Quédate quieta, parecía decir, y ella se quedó allí, clavada y semidesnuda en el sillón, con las piernas abiertas mostrándole todo a él.

Él miró su centro, pero se concentró en besar su rodilla, el interior de su muslo, y poco a poco se fue acercando. Cuando estuvo a punto de besarla allí, cuando ella ya se estaba preparando para la invasión de su boca, entonces él le dedicó la misma atención a la otra rodilla.

—Eres hermosa –le dijo él—. Llevo mucho tiempo... deseando poder hacer esto.

—Mucho tiempo...

—Llevo enamorado de ti mucho rato.

—¿Enamorado? –preguntó ella casi en un chillido, pero él sólo asintió besando su muslo, acercándose. Hasta que al fin se detuvo allí.

Él abrió delicadamente los pliegues, observando, relamiéndose, y Paige empezó a temblar, llena de anticipación, y cuando por fin él la besó, la lamió y la chupó, tuvo que apretar duro los dientes y los labios, pues un quejido que más parecía un grito pugnaba por salir. Él atacaba con labios, lengua y dedos, y aquello se sentía casi celestial. Qué bien lo hacía, la estaba llevando al límite con muy poco esfuerzo.

Al límite, pensó, sintiéndose en el borde de un acantilado, frente a un vasto abismo, con toda la adrenalina, el placer y la anticipación, hasta que al fin dio el salto, y en toda la caída no hizo sino aferrarse a él, tirar un poco de sus cabellos, morderlo, arañarlo... estaba siendo lo más exquisito que jamás le hicieran.

Y no era la primera vez que alguien lo intentaba, pero nunca con tanto éxito, y tan pronto.

Ella se corrió en su boca, movía su cadera cabalgándolo, aunque no lo estaba montando, restregándose contra él, que no cesaba de chuparla y besarla, y ese orgasmo fue tan largo, o tal vez fueron dos en uno, no supo.

Se derrumbó en el sillón sintiéndose sin fuerzas, pero entonces él la alzó y la llevó a su habitación.

Paige sintió que flotaba, que su piel hormigueaba mientras regresaba del éxtasis a la realidad, y la realidad es que estaba siendo llevada en los brazos de Esteban.

—Segundo round –sonrió él depositándola en la cama.

Oh, sí, quiso decir ella. O tal vez sí lo dijo, pero estaba tan embelesada que no fue consciente de ello.

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