Temores | Lapidot

By AvelineHazelnut

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Para Lapis Lazuli las cosas no están bien, nada en su vida parece estarlo. Una noche al escapar de casa en un... More

Antes de empezar.
Prólogo.
Capítulo 1: En el lago.
Capítulo 2: Ojos esmeralda; la chica agradable.
Capítulo 4: Curiosidad.
Capítulo 5: Como una hoja en blanco; dolor y necesidad.
Capítulo 6: Algo para seguir.
Capítulo 7: Cariño.
Capítulo 8: Diversión.
Capítulo 9: Jasper Jones; algo de valor.
Capítulo 10: Ser amado en verdad.
Capítulo 11: Feliz cumpleaños.
Capítulo 12: La felicidad que no siento.
Capítulo 13: Al límite
Capítulo 14: Recuerdos de una niña rubia.
Capítulo 15: Futuro.
Capítulo 16: Hablando del amor.
Capítulo 17: Yo te quiero.
Capítulo 18: Extraña felicidad.
Capítulo 19: Quiero estar contigo.
Capítulo 20: Siempre estaré.
Epílogo
Curiosidades y otras cosas.

Capítulo 3: La vida en la escuela, la vida en la casa.

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By AvelineHazelnut

    —¡Feliz primer fin de semana en tu trabajo! —la joven alta y blanca llegó a la mesa donde la rubia y la pelinegra estaban sentadas.

    —¿Gracias? —rió.

    —Ey, ¿por qué tan feliz, Perla? —la pelinegra bebió de su refresco.

    —No tiene que pasar algo en específico para estar feliz —sonrió.

    Lapis alzó una ceja.

    —Tienes razón en eso, Perla —Peridot la apoyó.

    —Déjame adivinar, por fin entraste a esa academia de baile, ¿no?

    —¡Sí!—sonrió—. Logré reunir el dinero necesario, y eso me hace muy feliz.

    Lapis sonrió ligeramente —Me alegro por ti, de verdad querías eso.

    —Sí, desde hace mucho tiempo —se notaba muy contenta—. Bueno, ya me voy, que el descanso termina en dos minutos —y con toda la alegría del mundo se retiró.

    —Comí muy bien —comentó Peridot recargándose en su silla.

    —Es lo bueno de este empleo, siempre comes algo rico en tu descanso —suspiró.

    —Pues para ser mi primer empleo me está gustando, aunque debo admitir que ha sido algo pesado...

    —¿Crees que este fin de semana fue pesado? —rió—. Ah, deberías ver los días festivos, es un desastre.

    —Oh... Mmm, ¿Lapis?

    —¿Sí?

    —¿Por qué trabajas aquí? Algunas veces pienso que esto no te gusta, no mucho.

    —Es algo simple —miró el plato con comida ya casi inexistente—. Gano dinero suficiente como para comprarme toda la comida que quiera en la preparatoria y además... estando aquí los fines de semana veo menos tiempo a mis papás, convivo menos con ellos —se detuvo, como pensando—. Creo que así es mejor.

    —¿Mejor?

    —Sí —asintió, nunca volteó a verla—. Sí, lo es —y se puso de pie para retirarse junto con los trastes que estaban frente a ella.




                      🔸 🔸 🔸




    El segundo semestre de la preparatoria no la estaba tratando ni tan bien ni tan mal.

    Algunos de sus compañeros eran agradables, otros no, y ella simplemente trataba de acostumbrarse, aún tenía que aguantarlos otros cuantos meses.

    Estaba caminando por los pasillos de aquel lugar con cansancio, la noche anterior a esa había hecho muchas tareas y gracias a que había trabajado el fin de semana su tiempo se había reducido; pero no podía quejarse del todo, había ganado muy buen dinero. Pero las ojeras que cargaba no se las podría quitar y esperaba que el sueño no la atacara cuando estuviera en las clases.

    Ese día tenía clases con el maestro de artes, la maestra de inglés y el maestra de matemáticas, y todos, sin excepción, querían toda la atención de cada alumno.

    Así que por eso se había tomado una taza de café en la mañana, aún sabiendo que no debía hacer eso por dos razones.

    Uno: tomar café le provocaba dolor en el estómago. Y dos: tenía ansiedad, la cafeína no era nada recomendada para ella.

    Ah, lo que hacía por la escuela.

    Cuando llegó a su edificio vio a algunos de sus compañeros afuera del aula hablando con estudiantes de otros grupos. Ella se acercó y le dedicó una pequeña sonrisa a todo aquel que la vio antes de pasar la puerta, porque bueno, tampoco era tan apática.

    Se fue hasta la última fila y se sentó en el tercer pupitre, ahí era donde le gustaba sentarse, junto a la ventana. Tenía su vista dirigida hacia el campo donde entrenaban los de americano, justo estaba a lado de ese edificio.

    A ella no le llamaban la atención esos jugadores, para nada, pero el área donde solían estar era grande y muy verde, con árboles alrededor. Ver eso la hacía sentir tranquila de ratos.

    De un momento a otro se preguntó el porqué Perla no estaba ya en el aula, pero recordó que faltaría por un problema familiar.

    —Oye —volteó rápidamente al oír ese golpe en su pupitre y la voz de un chico.

    —¿Qué?

    Se trataba de un chico tonto, un junior. Lo sabía muy bien, todos en ese grupo ya lo conocían bastante a pesar de llevar sólo un poco más de un mes cursando ese semestre.

    —¿Qué?

    —Di que eres una idiota —la chica de cabello oscuro y piel pálida junto a él le pidió eso.

    Lapis miró aburrida a los dos y luego al otro alto que empezó a grabar con su teléfono.

    —Soy una idiota.

    —Ay, así no funciona —se quejó y rodó los ojos—. De verdad que eres muy aburrida, Lappy.

    —Por favor no me digas así —tomó asiento.

    —Aburrida —le dio un pequeño golpe en la frente.

    —¿Qué te pasa? —Lapis se hizo para adelante y tomó el cuello de la camisa del chico.

    —No lo toques, idiota —la chica jaló una de sus mangas.

    —Tú no lo defiendas, ¿o acaso es una nena?

    —Ya, ya, perdón —dijo en un tono burlón.

    —Ya deja de estarme molestando —lo soltó bruscamente y se hizo para atrás.

    —Vámonos —habló el alto—. Hay otros que pueden caer en las bromas.

Los otros asintieron y se fueron a otra fila.

    —Parece que tienen diez años.

    —¿Ah? —miró a la chica morena y de cabellos cortos y oscuros que estaba detrás de ella—. Rutile... pues sí, parece que no maduran ni un poco.

    —A veces son insoportables —rió.

    —Ya sé, espero que este semestre acabe rápido —se cruzó de brazos.

    —No, no, no quiero que la preparatoria se vaya tan rápido. La juventud, Lapis.

    —Ah, sí, la juventud —sonrió y rodó los ojos.

    Cuando la pelinegra dirigió su vista a la puerta del aula el profesor de artes iba llegando, con su característica sonrisa, portafolio y botella de coca-cola.

    —Buenas tardes, muchachos.

    Y un "buenas tardes" se oyó por parte de la mayoría.

    —Vamos a ir rápido, hoy sólo tenemos una hora clase —tomó asiento—. ¿Quién pasa a decir el poema que se encargó la semana pasada?

    Y como casi nunca pasaba en aquel lugar, todos se habían quedado en silencio.

    —¿Nadie lo hizo? —el señor de edad algo avanzada empezó a sonar enojado—. Vamos a checar la lista...

    Todos se alertaron y comenzaron a voltear buscando a un héroe sin capa que quisiera empezar.

    —¡Lapis! ¡Ella quiere pasar!

    —¿Qué? —aún con sorpresa trató de murmurar aquello.

    —¿Lapis? —miró al chico aquel canoso profesor.

    —Sí, Lapis Lazuli —sonrió con satisfacción—. La chica de allá, en la última fila.

    La pelinegra suspiró y levantó la mano —Soy yo.

    —Ah bueno, pase entonces —sonrió el profesor.

    Lapis se puso de pie y miró al chico, Michael, y le dedicó una mirada con enojo; ya no soportaba a ese joven. Y detestaba pasar y hablar frente los demás.

    «Odio mi vida»


                       🔸🔸🔸


    En todo el día escolar no pudo olvidar el momento en el que pasó al frente y se trabó cuando estaba leyendo su poema, de no ser porque éste no era un completo desastre, el profesor no le habría dado puntos.

    Cuando iba saliendo de la preparatoria se despidió de las gemelas Rutile; ese era su apellido, pero sabía que sus nombres eran Carolina y Karina, la primera era su compañera.

    A veces se iba caminando con Perla, aunque terminaban separándose muy rápido debido a que no vivían tan cerca. Pero como ese día ella no había asistido se iba a ir sola todo el camino, que tal vez serían unos veinte minutos.

    Volvió a acomodar su mochila y dio vuelta en una calle, no pasaron muchos segundos para notar a una chica de cabellos rubios caminando frente a ella. 

    Rápidamente pensó en Peridot, ¿sería ella? Así que los siguientes segundos se la pasó debatiéndose entre acercarse un poco más o no. Ese día —a pesar de no haber sido muy bueno— se sentía se humor para platicar con alguien un rato.

    Así que apresuró sus pasos y estando ya algo cerca la vio mejor, estaba casi segura de que era ella.

    —Peridot.

    La chica volteó al instante y una sonrisa de se dibujó en su rostro, deteniéndose en ese momento.

    —Lapis —notó que también traía una mochila—. ¿También estudias en esa preparatoria?

    —Sí —sonrió—. Vaya, nunca te había visto en el lugar.

    —Ah —continuó caminando, la pelinegra la siguió—. Te aseguro que sí, sólo que como no me conocías nunca me pusiste atención.

    —Eso tiene sentido...

    —Creo —rió—. ¿En qué semestre vas?

    —Segundo.

    —Yo también —se mostró algo emocionada—. ¿Sabes? Ahora que lo pienso también tengo la impresión de haberte visto alguna vez...

    Lapis se encogió de hombros.

    —Bueno, ahora que sabemos que estudiamos en el mismo lugar, ¿te gustaría que nos viéramos en los recesos?

    —¿De verdad? ¿No tienes más amigos? Creo que me daría pena...

    —Oh, mis amigas son Ruby y Sapphire, pero son muy empalagosas y me gustaría dejar que estén solas —rió—. ¿Entonces?

    —Pues sí, estaría bien —sonrió—. Tal vez Perla de repente esté con nosotras, si no es que se ocupa ayudando a los maestros.

    —No hay problema, me gusta hacer más amigos.


                        🔸🔸🔸


    Después de haber platicado un rato con aquella rubia risueña tomó un camino poco distinto al de ella.

    La sonrisa se borró de su rostro al recordar que su madre estaría en casa cuando llegara, su padre tal vez llegaría tarde.

    No es que Lapis Lazuli los odiara, no, sólo estaba dejando de quererlos, dejando de confiar en ellos.

    Cuando llegó a su casa caminó por el jardín y se acercó a la puerta, y como no queriendo tocó tres veces. Se preguntó si sería su abuelo o su madre quien abriría, terminó siendo la mujer que le dio la vida.

    Ni siquiera recibió un saludo de su parte, sólo se retiró después de darle las llaves para que cerrara después de entrar, y eso hizo. Dejó su mochila en el suelo y se sentó en el sofá más pequeño, rápidamente se había tallado los ojos.

    —Lapis.

    —¿Qué?

    —Mande, se dice mande.

    Lapis se imaginó rodando los ojos, pero no lo hizo.

    —Mande.

    —¿Por qué no hiciste nada en la mañana? No recogiste, ni siquiera tendiste tu cama —la mujer de cabellos oscuros se puso frente a ella.

    —De verdad no tuve tiempo, estuve haciendo tarea en la noche y continué en la mañana —suspiró—. Era mucha.

    —Tuviste todo un fin de semana.

    —Sí, lo sé —bajó su mirada—. No acomodé bien mi tiempo, con el trabajo, el cansancio...

    —Nadie te dijo que consiguieras un trabajo.

    —Pero si te la pasas quejando de..

    —¿De qué? —la vio fruncir el ceño, lo mejor sería parar ahí las cosas.

    —De nada, ya voy a limpiar —se levantó.

    —No, ¿ya para qué? Llegué del trabajo, muy cansada por cierto, y luego tuve que recoger y además hacer la cena.

    —Perdón —se agachó y tomó su mochila para colgársela, ya estaba caminando hacia las escaleras.

    —¿A dónde vas?

    —A mi cuarto.

    —¿No vas a cenar?

    —Ya no tengo hambre —mentira, gran mentira.

    —No, no, ahora vas a comer, no hice eso para que se quedara, vas rápido a dejar tu mochila y bajas a cenar.

    —¿Ahora qué pelean? —el abuelo apareció, parecía venir de la cocina.

    —Nada, pa, ésta niña con sus cosas de nuevo —puso su mano sobre su frente—. No sé por qué es tan floja.

    «¿Floja?»

    Lapis gruñó y dando pasos marcados subió las escaleras hasta su cuarto, en donde apenas entró cerró con seguro y aventó su mochila cerca de su cama.

    Sentía la cabeza caliente, y las lágrimas rodar por sus mejillas.

    No recordaba cuándo es que cualquier cosita podía hacerla llorar, los últimos meses había estado más sensible.

    Y bueno, haber entrado a la preparatoria había sido un gran cambio y una gran presión, las cosas no estaban estables. Ella ya no era nada estable. Y como siempre, como casi todos los días, esos comentarios que podían parecer tan simples la herían, la lastimaban mucho. ¿Es que acaso ellos no veían su esfuerzo? Parecía que nada valía la pena.

    —¿Por qué? —murmuró y gruñó, yendo rápidamente a su clóset, sacando poco después una pequeña caja.

    La llevó hasta su cama, donde se sentó y comenzó a mover los papeles y stickers dentro, no tardó en encontrar aquel pedazo de vidrio. Siempre que lo veía recordaba cómo lo había conseguido.

    Cierto día un par de meses antes había estado lavando trastes y uno de los vasos se le había caído, siendo de vidrio se quebró en muchos pedazos; cuando los estaba recogiendo sintió ganas de quedarse con uno, sabía bien por qué quería hacerlo.

    Más lágrimas salieron de sus ojos y dejó de retener aire, sacó el pequeño objeto y cerró la caja.





🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸

No olviden comentar, eso me anima a seguir escribiendo c:

Espero que les esté gustando ❤


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