Giro de guion

lachinaski

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Aurora es un caos, su vida consiste en recordar con quién se acostó la noche anterior, intentar no pasarse co... Еще

¿Qué pasó con Ion Garrochotegui?
Hoy no me puedo levantar
Soy un desastre
Sufre, mamón
Teatro de la oscuridad
Adiós papá
Rey del Glam
Falsas costumbres
Queridos camaradas
Ellos dicen mierda, nosotros amén
La mala reputación
Ay qué pesado
Me cuesta tanto olvidarte
El blues del esclavo
Me colé en una fiesta
Flojos de pantalón
Lluvia del porvenir
Cumpleaños feliz
Cruz de navajas
Mundo indómito
Qué hace una chica como tú en un sitio como este
Enamorado de la moda juvenil
Naturaleza muerta
Escuela de calor
No controles
Feo, fuerte y formal
Veneno en la piel
Veteranos
Manos vacías
Terror en el hipermercado
Segunda Parte: El nudo gordiano

Calle melancolía

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lachinaski




Calle melancolía


Se lleva la botella de agua a la boca, desde las siete de la mañana en el estudio de televisión, con apenas cinco minutos para descansar entre repaso de guion, maquillaje y minutos de publicidad. Nunca se ha preguntado cómo aguanta, todavía le queda el especial nocturno, no saldrá de allí hasta las tres de la madrugada. Si no fuese por los doscientos kilos de maquillaje que le ponen a diario, sus ojeras le llegarían hasta los pies. Pero siempre ha sido así, uno tiene que renunciar a ciertas cosas para tener lo que desea. Por ejemplo, si te pilla un subnormal con tu amante y quiere amenazarte, aunque noquees al susodicho debes dejar esa relación. No deben existir fisuras, resquicios dónde pueda meterse alguna mano malintencionada dispuesta a hundirte la vida. Todos son potenciales enemigos si es que no se han manifestado todavía, por eso hay que tener ojos en todas partes.

Le preguntan, a veces, si no le jode tomar determinadas decisiones. Pues claro que le jode, pero uno no puede dejarse llevar por los sentimentalismos baratos. Mujeres hay muchas, personas con la vida que siempre han deseado pocas. Lo de Irene, además, era un error. Pensó que siendo ella casada se cubriría las espaldas con mayor facilidad, y así fue, pero en cuanto se confió perdió la partida. Raúl aprendió desde muy joven que uno debe tenerlo todo controlado, siempre, si quiere que las cosas salgan como lo había previsto. El orden es una parte fundamental del control, por eso necesita la armonía a su alrededor.

Se mira a sí mismo, a veces le cuesta reconocerse, pero la persona que tiene ante el espejo se asemeja mucho a la que siempre proyectó. Alguien elegante, con porte, cualquiera que lo viese sin conocerle pensaría que se trata de una persona importante. Eso es lo que cuenta. Lo demás, meros complementos innecesarios.

Termina la botella, levantándose, la noche se presenta algo difícil. Antes de abandonar el camerino, se asegura de que todas las cosas estén en su sitio. Ni siquiera soporta ver los cuadros decorativos minimamente torcidos, cualquier atisbo de caos logra sacarle de quicio. Acomoda su corbata y sale al pasillo, ya deben estar todos reunidos en plató. Respira profundamente, tiene unas ganas impresionantes de que llegue el fin de semana. Solo unas pocas horas más y tendrá dos días libres.

—Contigo quería yo hablar.

Raúl no sale de su sorpresa, aunque no sabe si es por encontrarse a Eduardo de la Vega en el lugar que juró no volver a pisar, porque esté dirigiendo a él o por lo mucho que ha cambiado aquel chiquillo flacucho que se escondía tras las faldas de su madre mientras esta vendía los trapos sucios del famoso torero con el que alguna vez se casó. Eduardo sigue teniendo una complexión fina, pero ahora mide casi dos metros. Raúl hace una mueca cuando se percata de que debe alzar el rostro ligeramente para mirarle a la cara.

Abre la boca para decir algo, pero antes de que pueda articular palabra, el hijo mayor del Capilla ya lo ha tomado por el cuello de la camisa, estampándolo contra la pared. La primera reacción que tiene el hombre es la de atinarle una patada en el estómago, pero se controla. No puede ponerse violento. Cierra los ojos con fuerza, repitiéndose a sí mismo que no reaccione. Demasiada gente, Raúl, no conviene. Respira hondo, lo último que le hacía falta es la pataleta de un puñetero niñato. Aprieta las mandíbulas, hace tiempo que aprendió a autocontrolarse, pero en momentos así le resulta realmente complicado.

—¿Quién coño te dijo lo de mi hermano?

Por supuesto, de eso va todo. Eduardo lo zarandea,  Raúl ha de respirar varias veces para no dejarle la cara hecha un mapa. Si no hubiese tantos posibles testigos, ni estuviesen los pasillos llenos de cámaras, ya le habría dejado sin dientes.

Abre los ojos, tiene el rostro del joven realmente cerca, su mirada desprende una rabia que va más allá de un mero problema con el benjamín de la familia. Eduardo de la Vega le odia, desde hace muchos años, nunca le ha perdonado que destapase lo de su verdadera sexualidad.

Coloca sus manos sobre las muñecas del joven, agarrándolas con fuerza.

—Yo de ti no me excedería, chaval —responde, entre dientes—, no querrás hacer algo que ocupe las portadas de los próximos dos meses.

Pero De la Vega, al igual que su padre, es un hueso duro de roer. Por más que se detesten, ambos han sacado el mismo orgullo. Cuando creen llevar la razón en algo siempre llegan hasta las últimas. Lástima, piensa Raúl, las cosas van a ponerse bastante feas.

—Alguien te está pasando información, ¿verdad? —Lo zarandea con más fuerza, golpeando sus espalda contra la pared—. Contesta de una puta vez, rata de mierda.

Raúl ladea una sonrisa socarrona.

—Si continúas halagándome tanto no me dejarás más opción que rendirme ante tus encantos y darte un besito —se chotea—, ahora se lleva lo del sadomaso.

—No me hagas vomitar —le espeta, observándole con desprecio—. Tú le dijiste a Gabriele dónde estaba Aurora, ¿no? Por eso tenías la exclusiva al día siguiente, ¡dímelo!

Lo empuja hacia un lado, haciendo que Raúl casi se tropiece, aunque logra mantener el equilibrio. Se acomoda la chaqueta, el chaval es un tirillas pero tiene fuerza.

—¿Quién mierdas te pasa la información sobre nosotros? —Se acerca a él, dándole un empujón.

Raúl comienza a cansarse, está evitando por todos los medios ponerse violento, no quiere verse involucrado en ningún espectáculo que pueda perjudicarle. Sin embargo, cuando Eduardo se acerca de nuevo para empujarle, lo para al instante. Los reflejos felinos del colaborador dejan al muchacho pasmado. Raúl, comidiéndose todo lo posible, le agarra del brazo para hacerle a un lado, no sin antes apretarle lo suficiente y de la forma precisa para demostrarle al joven que, si le diese la gana, podría rompérselo.

Eduardo lo mira con una mezcla entre sorpresa, odio y miedo. Algo en Raúl le ha puesto alerta, es el instinto de  supervivencia. El hombre se recoloca la corbata, retomando la compostura. Lo observa, ahora serio. El puto crío de los huevos le ha tocado los cojones pero bien.

Se acerca hacia él, logrando que retroceda. Ahora las tornas están cambiadas y es Eduardo quien se encuentra contra la pared. Raúl mete las manos en los bolsillos, mirándolo con una expresión fría, inerte, esa que siempre logra helar la sangre de los incautos. Sin embargo, el hijo de torero, orgulloso y prepotente, se resiste a mostrarse intimidado, aunque por dentro esté deseando hacerse pis encima.

—Voy a decirte algo y espero que te quede muy clarito —comienza. Su voz suena lacónica, sin emoción alguna—, si no hubiesen cámaras ahora mismo estarías rezando para que alguien te llevase derechito al hospital. No me busques, Eduardo de la Vega, porque si me encuentras en algún sitio oscuro te aseguro que lo que te puedo meter yo por el culo será de todo menos placentero. De dónde saco mi información no es asunto tuyo, en lugar de ponerte así por hacer mi trabajo podrías decirle a tu hermano que se hiciese la vasectomía o a la borracha de tu amiga que no retransmitiese cada uno de los chupitos que se toma cuando sale de fiesta. No me culpes a mí por la pandilla de inútiles con la que te juntas. Y ahora, si me disculpas, tengo que ir a trabajar. Ya sé que tú y tus amiguitos no sabéis lo que es eso, pero va de esforzarse para ganar dinero en lugar de pedírselo a papá.

Puede ver el enfado de Eduardo en su mirada, la expresión de su rostro le da a entender que, si no estuviese paralizado por la situación, seguramente intentaría pegarle. Ha visto a muchos chicos como él a lo largo de su vida, son valientes hasta que se les planta cara, se creen gigantes porque no saben ver que son meros enanos.

Raúl chasquea la lengua, no tiene tiempo para esa pataleta.

—Pienso averiguar de dónde has sacado lo de Alonso —insiste. No es una advertencia, sino una amenaza en toda regla—. Y algo me dice que eso me llevará a lo de Aurora. No te tengo miedo, Álvarez. No vas a seguir metiéndote con los míos.

El hombre suelta una tremenda risotada, lo que irrita enormemente al muchacho, que se le acerca rabioso. Sin embargo, Raúl siempre tiene la jugada ganadora. Lo observa de hito en hito con condescendencia.

—No, no lo harás.

Ante la confusión del joven, añade la estocada final:

—Creo que a cierto futbolista no le gustaría para nada ver aireadas sus intimidades en todas las revistas del corazón de este país —el rostro de Eduardo palidece de repente. Se ha quedado como un témpano, totalmente estático. Sus ojos, enormemente abiertos, ya no tienen rabia, sino absoluta estupefacción—. Ah claro, que era un secreto. Se me olvidaba.

Raúl pone una mano sobre su hombro, en un gesto totalmente paternalista.

—Sería una pena, ¿verdad? —le da un par de palmaditas—. Por eso te vas a quedar quietecito, sé lo mucho que detestas que aquellos a quienes quieres se vean perjudicados. Sé que sabrás guardar silencio.

Raúl decide que ya es hora de ir hacia el plató, ha perdido mucho tiempo con tanta tontería. Se separa del muchacho, dispuesto a irse, pero la voz de este le retiene durante unos instantes.

—Si tuvieses pruebas ya lo habrías sacado a la luz —la voz del chico suena trémulo, es el intento desesperado de quienes están condenados a muerte por intentar cambiar la suerte, pero como siempre resultará en vano—. Si no lo has hecho es porque no puedes probar nada.

El hombre ladea una sonrisa.

—Las mejores bombas hay que guardarlas para el final de la guerra —responde, chulesco—. No me hagas lanzar las nucleares, Eduardo. Si me obligas a hacerlo, todo lo que suceda a partir de ahí será culpa tuya.

Se da media vuelta, no quería sacar la artillería pesada pero el niñato tampoco le ha dejado otra opción. Suspira, necesita un cigarro pero no tiene tiempo, a ver si en la pausa publicitaria puede apurar uno.

—Eh, Álvarez.

El hombre se detiene, poniendo los ojos en blanco. Se voltea, a la espera de lo que sea que pueda decirle el muchacho. Este ya no muestra miedo, ni sorpresa. Pero tampoco odio. Ya no hay emoción en su rostro, lo que resulta bastante extraño en alguien tan temperamental.

—Haz lo que te dé la gana —le espeta—. ¿Por qué sabes qué? Por más que nos sigas, por mucho que nos expongas, por años que pases intentando joder a los demás nunca podrás huir de la verdad. Nunca sabrás lo que le pasó a Ion, pero eso da igual, tú lo mataste y tendrás que vivir con ello toda tu vida. 

El joven se marcha en ese instante, dejando a Raúl clavado en el suelo, observándolo alejarse sin decir nada. Mientras ve cómo se difumina en la lejanía del pasillo, solo hay una cosa que se le pasa por la cabeza.

Puto crío de mierda.





Cris deja la revista sobre la mesa, han quedado en un bar fuera del centro para eludir a la prensa. Por supuesto, que Aurora salga con una persona anónima no crea ni la mitad de expectación que el caso de Gabriele, así que a no ser que la haya seguido algún paparazzi, no tiene constancia de que tengan periodistas a su alrededor. Sin embargo, los titulares son como poco insultantes, como mucho una sarta de frases amarillistas con un trasfondo homófobo que debería ser hasta denunciable.

"Aurora Coch planta al italiano de moda por su nueva amiga"

Por descontado, Gabriele fue sospechoso de tener algún vínculo romántico con ella desde el primer momento, pero a no ser que formalice oficialmente algo, Cris continuará siendo su "amiga" por los restos. Le gustaría decir que siente odio hacia Martina o que está cabreada, pero ya ha suplido su cuota de rencor en lo que lleva de mes, no le apetece calentarse por algo que le va a perseguir durante toda su vida.

—Entiendo que no te haga ni puta gracia —se apresura a aclarar—, mi madre es así, no tiene respeto por nadie. En realidad ha sido una suerte que lo averiguase ella primero, Álvarez no acostumbra a ser tan compasivo.

Cris alza la vista, enarcando una ceja. Coge la revista por el borde, como si le diese asco.

—¿A esto le llamas compasivo? —Inquiere, sarcástica—. Saben hasta dónde estudio.

Aurora suspira, sabe que para una persona ajena al mundo de los focos hay cosas incomprensibles, pero no miente cuando asegura que Martina, por venenosa que pueda llegar a ser, no exuda ni un ápice de maldad en comparación con lo que pueden llegar a hacer otros tertulianos de poca monta. Álvarez, sin ir más lejos, es letal. No tiene miramientos, tampoco parecen importarle demasiado las denuncias por difamación que pueda recibir, así que siempre va a por todas. De haber sido él quien consiguiese las fotos probablemente la exclusiva hubiese sido una auténtica carnicería.

—Lo siento —suspira Aurora, de verdad que le sabe mal—. Debí advertirte lo que sería esto, para mí es lo normal. A veces se me olvida que para otros no.

Cris aprieta los labios, pensativa. Aurora de verdad se lo pasa bien con ella, pero tampoco piensa presionarla para que continúen si no se siente cómoda con la relación. Es más, tampoco tienen algo serio, no es como si hubiese compromisos o algo así.

—Bueno, ya se les pasará —resuelve finalmente, mirando a Aurora con una media sonrisa—. Tampoco podemos dejar que las cámaras condicionen nuestras vidas, ¿no?

Aurora se muestra bastante sorprendida por esa respuesta.

—¿En serio? ¿Te da igual?

—No, no me da igual —agita los hombros—, pero tía, si la Policía Nacional no me dice lo que tengo que hacer con dos órdenes judiciales en la mano no será una revistucha de mierda la que lo haga.

Aurora sonríe por inercia, siempre le ha gustado la gente decidida, sin miedo, que le echan huevos a las cosas. Ella nunca se ha considerado alguien muy valiente, tampoco es que las cosas le importen nunca lo suficiente como para jugarse por ellas, quizás es una de las razones por las que le gusta relacionarse con gente que sea distinta en ese aspecto.

Se acerca a ella, dándole un cálido beso, discreto, casi cariñoso. Aunque Aurora piensa, muy para sí, que a ella eso de dar cariño nunca le ha salido bien. Cris le acaricia la cara, hace tiempo que no se sentía tan a gusto con nadie. En realidad son súper diferentes, pero Cris no la juzga, tampoco le dice lo que tiene que hacer o la presiona para ser de una forma diferente. Tiene la sensación de que la acepta, pese a ser una loca de cojones.

—Me alegra escuchar eso —sonríe Aurora, tras separarse de la chica—. Pero igualmente, si podemos pasar desapercibidas mejor. No quiero que hagan un circo de esto, ando con una temporada terrible.

—¿Es por el tema del futbolista?

Aurora se enciende un cigarrillo mientras asiente.

—El puto cerdo de Álvarez, por eso te digo que mi madre es bastante suave. Suele mostrarse condescendiente cuando se trata de mí.

—Tiene una forma bastante cuestionable de demostrarlo.

La chica expulsa el humo.

—Martina no sabe ser madre, nunca ha sido uno de sus fuertes —la mira—. Es algo con lo que se debe aprender a convivir.

Cris no dice nada, el tema de Martina siempre suele ser algo delicado de hablar para todas las personas con las que tiene algo más que dos polvos a las prisas. Nadie sabe nunca qué decirle, porque a ver cómo abordan algo así. La mala relación entre madre e hija no es un secreto para nadie, ambas son figuras públicas y han tenido sus problemas a la vista de todos. Además, que Martina y Joaquim se lleven como el perro y el gato tampoco ha sido nunca de mucha ayuda.

Aurora decide no torturar más a la chica, cambiando de tema radicalmente.

—Bueno, ¿cómo estaba eso del concierto que me comentaste?

Los ojos de la muchacha se iluminan de repente, en parte por la emoción que supone ver a Aurora interesarse por ello, pero sobre todo porque ha logrado salir del apuro.

—¿Vendrás al final?

Aurora asiente, dejando la colilla desgastada sobre el cenicero.

—Caía fin de semana, ¿no?

—Sí —asiente—. Podré presentarte a algunos amigos, ya verás cómo os lleváis bien.

—Guay, siempre he querido estar metida entre una multitud de punkis sudorosos que se golpean los unos a los otros como si fuesen esquizofrénicos en pleno ataque psicótico.

Ambas empiezan a reír de buena gana, hasta que Aurora acalla la risa de Cris con un beso que se intensifica conforme pasan los segundos.

Sí, la verdad es que hacía mucho tiempo que no se sentía de esa forma.






—Ay nena, el sitio es ideal.

Ana lo sabe, porque vamos no se ha machacado medio Madrid para encontrar la sala. No una sala. La sala. Ese lugar que hará historia entre los ecos de la juventud, que se convertirá en un referente al que superar si alguien quiere organizar un evento que se precie. El lugar idóneo para su fiesta de inauguración.

Por supuesto, para darle el visto bueno no podía ir con ninguna de sus amigas. O sea las adora, porque son maravillosas, pero hasta un mono ciego que estuviese puesto de anfetaminas tendría mejor gusto que ellas. Mara siempre quiere convertirlo todo en una especie de película de cine quinqui y a Aurora solo le interesa el alcohol. Luego está Pili, que sin criticar no es feliz, así que para cosas que estén destinadas al éxito la chica tiene otros núcleos de consulta muchísimo más eficaces.

—Tenemos que contratar a las travestis del Rita, un espectáculo con La Rachelle imprescindibilísimo para que esto sea súper total.

Hugo es su gurú, un guía espiritual. Hay gente que se busca chamanes, ella no lo necesita porque ya lo tiene a él, a sus abrigos de imitación de visón —porque él está súper enc ontra del maltrato animal, todos en su círculo son cruelty free totales— y a esas uñas tan maravillosas que sabe hacerse, porque es un artista de la manicura, debería cobrar más por los encargos que hace.

Se pasea subido a unas plataformas del tamaño de su cabeza, moviéndose con lentitud mientras lo observa todo de arriba abajo. Ana no estaba segura de que pudiese apreciar bien el lugar escondido tras esas gafas de sol con cristales rosas, pero tiene un ojo privilegiado para ese tipo de temas, así que no pasa nada.

—Y quiero esas estanterías fuera —hace un gesto con la mano—. Terribles, no tienen energía, dan malas vibraciones.

—Nada totales.

—Muy poco cósmico —la mira, bajándose ligeramente las gafas—. ¿Cuánta gente viene?

Ana hace una especie de recuento mental, en realidad ha invitado a medio Madrid, así que van a ser un poco como ciento y la madre.

—No sé, pero influencers mogollón —responde—, también vienen amigos míos.

—Ay, los pijis esos —Hugo suelta un suspiro. Ahora le ha dado por llevar pendientes de aros súper enormes, hace poco se rapó el pelo, tiñéndoselo de amarillo canario. Es un contraste que a Ana le parece brutalísimo—. ¿Alguno es de la banderita, cari?

—No seas malo —le responde—, son amigos de la urbanización, y algunos también de mi ex. Buena gente.

—Lo que tú digas —chasquea la lengua con desdén—. Arriba está la terraza, ¿no?

Ana asiente, ha decidido alquilar un local con dos plantas. Es época de lluvias en Madrid y nunca se sabe cuándo podría caerles el chaparrón encima. Con una terraza se asegura que, de hacer buen tiempo, la gente pueda salir a tomar el aire, fumar o simplemente despejarse. Si, por el contrario, la noche les sale un poco torcida o hace demasiado frío siempre tienen el interior. Hay que estar en todo.

—Tenemos que convertir esto en el evento de la década, cari. Quiero a todo Madrid hablando de esto cuando te empiecen a salir patas de gallo.

—Dirás que nos empiecen a salir.

Hugo la mira de hito en hito.

—No cariño, yo soy fiel al bottox.

Ana pone los ojos en blanco, sacando su Tablet para apuntar las cosas que ambos van decidiendo. Uno de sus pasatiempos favoritos siempre ha sido el de organizar eventos, le encanta tener una excusa para montar alguna fiesta. Pero no solo invitar a gente y ya, es todo un ritual hacer que las cosas salgan a la perfección, encontrar el lugar indicado, la decoración, el catering... Es una pena que sus amigas suelan ser bastante rancias para el tema de los cumpleaños, porque siempre se ha quedado con las ganas de hacer algún evento contundente. Quizás pueda convencer a Aurora o Mara, ambas cumplirán veinticinco este año y el cuarto de siglo es una fecha demasiado importante para montar cualquier cosa cutre.

—¿Cómo ves el tema de los DJ?

—Bastante claro —Hugo detiene su paseo—. Es más, se me está ocurriendo una cosa súper cósmica.

La chica lo mira, entre curiosa y expectante. Él le sonríe, tiene un plan entre manos.

—¿Por qué no pones algunas entradas a la venta para que venga gente de fuera?

—¿Gente de fuera?

—Claro, cari —para él parece toda una obviedad—. Como lo que hizo Solaris hace unos meses, lo del mercadillo chic.

Solaris es una influencer bastante potente dentro del panorama español, tiene un par de millones de seguidores en YouTube y casi el millón en Instagram. Se dedica a la moda y los maquillajes, hace unos meses organizó un evento de dos días. Acondicionó un solar a las afueras de Madrid para montar todo tipo de casetas dónde diseñadores exponían sus propias piezas, luego ella misma aprovechó para inaugurar su propia línea de moda. Contrató DJs y a las personalidades más conocidas de la farándula juvenil del país, con algunos invitados de América Latina. Las entradas eran limitadas y muy exclusivas, la gente se dio de leches en internet por ellas.

Ana aprieta los labios, no se había parado a pensar en algo así, su idea era invitar a gente conocida que le hiciese publicidad, sin más, pero la idea de Hugo le parece muchísimo mejor.

—O sea, me encanta —exclama, apuntándolo corriendo en la Tablet—. Podemos vender algo así como veinte entradas, para que la gente acuda y vea lo que se cuece. Seguro que hay un montón de fans interesados.

—Claro, además tampoco las pongas muy caras, en plan algo medianamente asequible —añade—. Puedes pedirle a los invitados que hagan publi en sus redes sociales, estará todo Cristo hablando de la revista antes de que salga oficialmente.

—¡Ay, menos mal que te tengo a ti! —Ana se acerca a Hugo, dándole un abrazo—. En la vida se me habría pasado por la cabeza.

El joven le guiña un ojo.

—Para algo voy a ser tu personal asistant, nena. Es parte de mi trabajo.

Ana le devuelve la sonrisa. Después de un rato puntualizando los últimos detalles para la organización del evento deciden marcharse. Ella tiene que ponerse manos a la obra con todo y Hugo, por lo que le ha dicho, ha quedado con un Tavi Climent, uno de los diseñadores jóvenes más prometedores del país. Está en boca de todos, y por supuesto lo tendrán en la fiesta. No puede faltar ninguna de las personalidades que la rompen últimamente en redes.

El frío rasca en la calle, pasan de las tres del mediodía pero los últimos días han sido los más helados en lo que va del año. A la chica le da pena tener que aguantar un clima tan duro sin tener por lo menos algo de nieve, con la estampa blanca todo se le haría más llevadero. Ninguno de los dos habitúa a tomar el metro, Ana vive a las afueras de la ciudad y Hugo por el centro, así que ella normalmente opta por el coche y él por volver andando a casa, sin embargo ambos bajan las escaleras en Plaza España, por primera vez en siglos se dignarán a coger el transporte público.

—Toma, sujétame esto.

Ana le tiende el teléfono y la Tablet a su amigo, dejando el bolso en el suelo, a un lado, para sacar el billete. Antes de que pueda seleccionar el destino, escucha la voz alarmada de Hugo.

—¡Eh, tú!

La muchacha apenas se da cuenta en ese momento de que un chaval, de más o menos veinte años, acaba de cogerle el bolso y saltar las barreras del metro para marcharse corriendo. Ana se queda totalmente petrificada, sin dar crédito a lo que está sucediendo. Solo cuando Hugo la zarandea logra reaccionar.

—¡Nena que se va, corre! ¡Guardias, guardias!

Pero no hay nadie en la caseta de atención al cliente. Ana, todavía sin ser muy consciente de lo que está sucediendo, deja atrás a su amigo y salta también las barreras, persiguiendo al ladrón, que se abre paso entre la gente, empujándola sin miramientos.

—¡Paradle, paradle, que me ha robado el bolso! —Grita, pero él se le ha adelantado demasiado y cuando la gente reacciona ante los gritos de la chica, ya es demasiado tarde.

Ana no deja de correr, de repente le invade un sentimiento de ira repentino, tras el shock toda la rabia emerge, ayudándola a correr a más velocidad. Nota como le falta el aire, ese hijo de puta tiene buenas piernas.

—¡Párate imbécil, devuélveme mi bolso! —Grita, haciendo uso de toda la capacidad que tienen sus pulmones en un momento como ese—. ¡Párate te he dicho!

Pero el tipo, obviamente, ni caso le hace. Con la misma agilidad que ha demostrado saltando antes, vuelve a hacer lo mismo, esta vez para salir por la otra puerta. Ana ve, deteniéndose ante la barrera, vencida y sin aliento, como ese maleante se marcha con su bolso a zancadas, subiendo las escaleras. Es inútil que lo persiga ahora, ya no lo cogerá.

Está jadeando, le falta la respiración. Afuera el termómetro apenas marca siete grados pero ella no para de sudar por todos lados. En su carrera ha perdido la bufanda y el gorro, que Héctor trae consigo al cabo de algunos minutos, acompañado por un par de guardias de seguridad que también llegan corriendo.

—¿Qué ha pasado? —Pregunta el joven, alarmado.

—Se ha llevado el bolso, no le podido pillarle —responde la chica como puede, siente tanta rabia que quiere llorar. Nunca le había pasado algo semejante.

—Señorita, ¿ha visto cómo era? —Le pregunta uno de los guardias—. Bueno, de todas formas podemos revisar las cámaras de seguridad, ¿quiere hacer la denuncia?

—Nena, tengo tu Tablet y el móvil, no te alarmes.

—¡Pero se ha llevado mi cartera! —Exclama, fuera de sí—. Tengo ahí todas mis tarjetas, el DNI y llevaba más de cincuenta pavos. ¡Joder!

—Tranquilízate nena —es Hugo quien mira a los guardias—. Ahora cuando se calme denuncia, ¿qué tenemos que hacer?

Los dos hombres se miran entre ellos con gesto de circunstancias antes de dirigirse hacia los jóvenes.

—Acompáñenos.

Ana hace un mohín, todavía no le cabe en la cabeza cómo puede haber sido tan tonta, en la vida había visto algo semejante. Mira a Hugo con los ojos vidriosos, lo que prometía ser un día fantástico acaba de volverse una auténtica pesadilla. 




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