Capítulo segundo: sensaciones
Ella quería uno más. Uno más intenso, otro más suave, uno más dulce, otro más picante...
La manera de besar de él, para ella, era toda una experiencia, un viaje sideral que le hacía olvidarse del mundo por un momento.
Estaban los dos en la cama, de vacaciones en la playa, habían regresado del mar hacía unas horas y, luego de bañarse, se acostaron en la cama para leer unos libros juntos.
La idea había sido de Ken, pues a ella no le apetecía leer en vacaciones, ¡lo tenía que hacer todo el año por sus estudios y, encima, cuando se suponía que tenía que relajarse! Era el colmo, pero él la convenció de buena manera. Eran poemas, una colección de mano de Takeru Takaishi, recién estrenado.
Lo cierto es que aunque Miyako pareció aburrida en un comienzo, cuando oyó a Ken, con su voz suave, leer en voz alta, un cosquilleo alegre se arremolinó dentro de ella y no pudo evitar sonreír. Tampoco pudo evitar verlo a los ojos.
Tampoco pudo evitar besarlo.
Pero era un beso de película, como ella imaginaba: ojos cerrados, brisa de mar, sabores salados y dulces... El champú de menta de Ken se perdía en el aroma de la crema de peinar con fragancia a frutilla de ella. Pronto, el beso se tornó suave, luego fue adquiriendo forma y finalizó muy pasional.
El libro de poemas quedó sobre la mesa de luz. Las ropas de ellos, en el suelo. La ventana estaba entre abierta y las cortinas blancas ondeaban con soltura.
Y ellos seguían sin abrir los ojos, sólo había sensaciones, como los poemas que no hacen falta verlos, sino sentirlos. Esos besos y caricias, en sus pieles desnudas, se sentían y se elevaban a otro plano, como las palabras de esos versos, que volaban con el viento hacia el mar.
Él no necesita ver la belleza de ella; Miyako tampoco precisaba verlo, sólo querían privar su sentido de la visión para reforzar los otros y llegar juntos al más profundo de los sentidos del amor.
Porque el amor no se ve, se siente y se vive...