Treinta y un formas de morir.
Una mañana extensa y tediosa, tediosa por qué todos los días para mi eran iguales de aburridos y extensa por que las horas para mi eran siglos, me levante haciéndome millones de preguntas de mi vida, las cuales seguro tenían respuestas que yo quería conocer, como cuando te encuentras un acertijo sin responder eso era yo para mí un acertijo viviente.
La primera era porque pensaba tanto en ti, si era obvio que tu no lo hacías recuerdo cuando me pedias algo yo lo hacía era como si me dijeras salta y yo saltaba, literal lo hacía sin temor alguno, confiaba tanto en ti que si me pedias atarme los ojos con pañuelo de seda, hasta que tú me pidieras que me lo retirara, aunque sintiera púas filosas, llamas candentes tanto que me ardieran seguiría con mis ojos tapados por que tú me lo habías pedido.
Es cierto que cada cabeza es un mundo y estaba claro que yo en tu mundo no estaba, recuerdo lo hipócrita que eras cada vez que me decías te amo, te amo era la frase que más se prenunciaba en nuestra relación frase que solo a mí me inspiraba, los sentimientos más lindos esos que un día también me provocaron desaparecer de la faz de la tierra.