Llámalo infierno © |COMPLETA|

By EleSimo20

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En cuanto Eduardo ya no es capaz de distinguir los comportamientos normales de los dañinos, está en peligro d... More

ANTES DE LEER
SINOPSIS
¡IMPORTANTE!
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
NOTA AUTORA&CRÉDITOS

Capítulo 22

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By EleSimo20

Capítulo 22

Narra Daniela

Me aparto con brusquedad y volteo aun con más rapidez, pues Eduardo y yo no hemos terminado de hablar. Él no puede pedirme el divorcio, menos por la zorra esa que volvió a meterse en su vida. Maldita la hora en la que se encontraron.

Me percato de que él ya no está en el pasillo.

— ¡No! —reacciona Viviana, sujetando mi brazo e impidiendo que vaya a buscarlo

—Déjame. Si me quieres ayudar, no te metas en esto. Ya, suéltame.

—Te voy a ayudar a entender que tienes que dejarlo ir.

Debe ser una broma... Volteo a verla pero su cara sólo me demuestra que está hablando en serio. ¿¡Qué le pasa!? Trato de zafarme de su agarre pero fallo y eso sólo aumenta mi coraje.

— ¡Eduardo! —grito su nombre— ¡Tenemos que hablar! ¡¡¡Eduardo, ven acá!!!

—Por favor... —interviene mi amiga

— ¡Tú cállate! Y si a esto le llamas ayuda, mejor te largas.

— ¡Le estás haciendo daño! Si aún queda un poco de amor en tu corazón, hazle un bien y déjalo ir. Además es lo que quiere, no seas egoísta...

— ¿Tú qué sabes acerca de lo que él quiere?

En realidad no me interesa lo que ella tenga que decirme al respecto, sólo quiero que me suelte. Noté que la puerta de nuestro dormitorio está abierta, ahí debe estar... Ojalá no esté haciendo lo que imagino. No, no, no... Tengo que impedirlo.

Con esta idea en mente, uso todas mis fuerzas para librarme aun cuando para conseguirlo necesite empujarla. Me suelta al mismo tiempo que pierde el equilibrio. Enseguida la veo caer al suelo pero no hago nada al respecto, sino que me doy la vuelta y voy corriendo rumbo al cuarto. Me topo con una imagen que confirma mi sospecha. Eduardo, empacando sus cosas.

—Detente.

Se paraliza al instante. La ropa se cae de sus manos, llegando en el piso.

—Por favor dame otra oportunidad. Te juro que no volveré a estar con nadie más... no volveré a traicionarte.

Su pecho sube y baja con lentitud, su boca entreabierta parece tratar de formular una respuesta. Espero que sea lo que quiero oír.

—Ese no es el único motivo por el que debemos terminar. Hace meses que esto ya no funciona. Entiende que no aguanto más. No sé quién lleva la culpa pero ¡no aguanto más!

—Las cosas van a cambiar... ¡Para bien!

— ¡Llevo meses esperando ese maldito cambio!

Me quedo callada. Me tomo un momento para estudiar su tono y para contemplarlo. Odio lo que veo. ¿Tan herido está? ¿Tanto desea librarse de mí? ¿Tan mala persona he sido?

Recuerdo lo que ha sido nuestra vida juntos desde que lo engañé y desde que mencionó por primera vez el divorcio. Todo indica que la separación es buena idea. Pero tal sólo imaginarlo hace que mi corazón se estruje. Él es mi vida, mi todo. Jamás he sentido por alguien lo que siento por él. Con razón estamos casados.

Viviana vuelve a interrumpirnos. Entra al cuarto como si esta fuera su casa y queda parada delante de mí. Otra vez quiere impedirme... Su actitud me hace chasquear la lengua.

—Viniste en un muy mal momento... Por favor, vete.

Ni se inmuta. Mientras, Eduardo decide seguir empacando. Con cada prenda que llega en esa maldita maleta, la desesperación y la impotencia se van agudizando en mi interior. Estoy temblando, estoy buscando una solución, alguna manera de convencerlo y no se me ocurre nada.

Cuando noto que termina y que se prepara para abandonar tanto el cuarto como la casa, siento que estoy a punto de explotar. Mi cuerpo entero duele.

—Espera. Te tengo una propuesta. Estoy de acuerdo a que no vivamos en el mismo lugar... si tú no me pides el divorcio.

—Amiga —empieza decir pero alzo la mano para enseñarle que no quiero que se entrometa, mientras a Eduardo no le quito la mirada de encima.

—Está bien. —acepta él casi de inmediato

Ahora tengo que aferrarme a esos papeles que nos atan. Y tengo que confiar en que no lo dice sólo para calmarme. Igual no voy a firmar nada. Jamás. Y tarde o más temprano voy a conseguir que regrese aquí.

—Al menos dime dónde vas a vivir.

—No. Cuídate.

. . .

Miro aturdida como Viviana salió del cuarto sólo para volver con una maleta en sus manos. Hace media hora que mi esposo se fue y durante todo ese tiempo ella estuvo conmigo, así que no entiendo de dónde la sacó... Igual no le hubiera alcanzado media hora para ir a su casa y regresar con sus cosas empacadas en una maleta... ¿Entonces la tuvo desde un principio? ¿¡Iba a mudarse aquí!?

—Oye... —le llamo la atención— Perdón la interrupción pero ¿qué haces?

Mi sarcasmo la deja sin cuidado. Pone lo que trajo al lado del sillón, luego se encamina hacia la cama y se sienta en la orilla.

—No quería dejarte sola. —explica, mirándome

— ¿Cómo sabías que él iba a dejarme?

—Antes de regresar, Eduardo pasó por mí y me explicó lo que iba a hacer. Te preguntarás por qué... Pues porque estás loca y no ibas a dejarlo. Lo de loca no lo dijo él. Lo digo yo, por lo que presencié hace unos ratos... El pobre supo que iba a necesitar la ayuda de alguien. Por desgracia no se equivocó. Déjame decirte que fuiste muy inmadura al caer de rodillas y al tratar de chantajearlo para que no se fuera.

—No pues si te la pasaras regañándome, no te quiero aquí.

—Aquí me quedo. —sentencia

No protesto. En realidad me agrada la idea.

—Perdón por empujarte —murmuro poco después, cuando el recuerdo de ello me atormenta—. De verdad lo siento.

—No te preocupes. Pero tienes que admitir que tienes un problema y que no sabes manejar la ira.

—Quizá... —agacho la cabeza y me fijo en mis uñas— Espero que eso de ir a terapia me ayude...

De hecho se me ocurre llamar a la señora Alcazar para adelantar la siguiente cita. Todo se está derrumbando y es muy probable de que sea mi única esperanza...

. . .

— ¿Podemos hablar de la tarea?

—No la hice —admito, enseñándole las hojas que me dio la otra vez—. Mire... No escribí nada. Como ya le dije hace un rato, mi marido dejó la casa y me siento peor que nunca. No tuve cabeza para nada...

—Entiendo. Sabes, la terapia cognitivo-conductual se desarrolla tanto dentro como fuera de este consultorio. No somos capaces de hacerlo todo en una hora por semana y tampoco pretendemos eso. Porque nuestro objetivo es que te lleves contigo lo que vayas a aprender aquí. Que sigas siendo tu propio terapeuta cuando el número de sesiones acabe.

—No sabía.

—Y nunca te quedes callada si no entiendes la tarea.

—OK.

— ¿Te parece si nos encargamos ahora de lo que te pedí que hicieras en casa?

—De acuerdo. —le contesto

—Dado que transcurrieron unos días y ya no es tan reciente, vamos a intentar lo siguiente: visualizar. Para que te resulte fácil recordar. ¿OK? ¿Puedes imaginar que estás en tu casa, justo en el momento cuando tú y tu esposo empezaron pelear?

¿¡Qué si puedo!? Dudo que se me olvide, sobre todo lo del divorcio...

—Estaba-

— «Estoy» —me corrige

—Estoy mirando la tele pero no estoy prestando mucha atención. Porque estoy esperándolo y no llega. Pasan unos minutos, o eso creo, y por fin oigo la puerta. Dejo al instante el sofá y me dirijo hacia la salida de la sala. Enseguida le pregunto de dónde viene...

— ¿Quieres la verdad? —inquiere, deteniéndose enfrente de mí—Firmé un contrato para un nuevo proyecto. Al salir, me topé con Jacqueline y fui a platicar con ella.

—Y me lo dices así... Lo disfrutas, supongo. Estás intentando vengarte.

— ¿Eso es lo que piensas? —pregunta la psicóloga— ¿Qué está intentando vengarse?

—Sí. Viéndola a ella...

— ¿La idea sigue presente en tu mente o es pasajera?

—La verdad, no sé...

— ¿Qué es lo primero que cruza por tu cabeza cuando te dice que se encontraron?

—Que esa mujer no tiene que estar en su vida. Me lo va a quitar.

— ¿Y qué sientes al pensar eso?

—Rabia y celos. Y miedo.

— ¿Y cómo actúas?

—Le pido explicaciones, otra vez peleamos... hasta que el me interrumpe y me dice que se quiere divorciar.

— ¿Lo que más me molesta es que haya visto a su amiga? ¿El creer que se está vengando? ¿O que se quiera divorciar?

—Lo último. ¡Obvio! La amiga lo convenció divorciarse de mí.

—Entonces piensas que se quiere divorciar de ti porque ella lo convenció. ¿Qué tan segura estás de ello?

— ¡Absolutamente segura! No me cabe ni la menor duda y odio que ella haya vuelto en su vida. Porque Eduardo había renunciado a la idea de separarse y de pronto...

— ¿Y cómo te sientes al pensar que lo convenció divorciarse?

—Siento mucha rabia hacia esa mujer... La odio.

— ¿Y cómo actúas al sentir eso?

—No puedo hacer gran cosa... No depende de mí.

—Digamos que, hipotéticamente, ella no tiene nada que ver con el divorcio. ¿Cómo te tomas la idea de separarte?

—Mal. Yo no quiero separarme. No puedo vivir sin él.

— ¿Y cómo te sientes?

—No podría explicarlo. Estoy atravesando el peor periodo de mi vida. Eduardo me quiere dejar y yo quiero seguir a su lado. Siento miedo, dolor, impotencia. Todo lo negativo que se puede sentir. ¡No puedo vivir sin él!

No quiero llorar. Recuesto los codos sobre su escritorio y hundo la cara entre mis manos mientras trato de controlarme. Las lágrimas me queman los ojos. Por dentro estoy hecha un desastre... Y esta mujer me hace revivir uno de los peores momentos de mi vida. ¿¡Para qué!? ¿A dónde quiere llegar?

— ¿Cómo actúas después de oír que se quiere divorciar, de pensar que no puedes vivir sin él y sentir todas esas cosas?

No cambio de posición pero por suerte tiene la paciencia de esperar. Al fin levanto la cabeza pero fijo mi mirada en los papeles que tenemos en frente.

—Acudo a lo único que me queda. Suplicarlo de rodillas. Sin mucho éxito.

—Bueno, gracias. Ahora volvamos al presente. He identificado un par de pensamientos automáticos, quiero que los evaluemos. Si estás de acuerdo.

Asiento. Ella empieza leer:

— «Estás intentando vengarte.» ¿Aún piensas eso? ¿Qué tan convencida estás de ello?

—Si yo le fui infiel, a veces pienso que me hará lo mismo. De hecho siempre temí que me engañaría. Pero el punto es que creí que la vio para vengarte. Pero no estoy segura.

—OK. Continuemos... «La amiga lo convenció divorciarse de mí.» ¿Sigues pensando eso? ¿Qué tan segura estás? ¿Podrías decirme un porcentaje?

—80%. Porque él había renunciado a la idea y justo después de verla, me lo dijo.

—Bueno. Lo siguiente... «Esa mujer no tiene que estar en su vida. Me lo va a quitar.» ¿Eso piensas? ¿Un porcentaje?

—100%. De hecho esa mujer fue un problema durante mucho tiempo...

—Bien... «No puedo vivir sin él.»

—Sí, eso nunca va a cambiar —reacciono antes de que alcance añadir algo—. La simple idea de imaginarme sin él me... Es horrible.

— ¿Qué hiciste cuando oíste que se quería divorciar? Tomando en cuenta lo que esa idea te hizo pensar y sentir.

—Llegamos a un acuerdo. Acepté que dejara la casa y él aceptó renunciar a la idea de divorciarse. Pero la primera vez lo amenacé con quitarme la vida.

Le confieso lo último, aprovechando que no me puede juzgar. Y no lo hace. Sólo anota un par de cosas más, mientras que disimula muy bien, pues no sé qué piensa de mi confesión.

—Entonces, el divorcio fue evitado.

—Sí. Y quiero hacer todo lo posible para sacárselo de la cabeza. Quiero demostrarle que podemos superarlo. Por eso estoy aquí.

—Uno de tus objetivos es que él cambie de opinión. —constata

—Sí. Y no tiene que decirme que usted no puede intervenir y cambiarlo a él. Ya me lo dijo. Pero espero que pueda ayudarme cambiar a mí.

Se limita a sonreír levemente.

—Como te dije la semana pasada y al principio de esta sesión, hoy te ayudaré a ver si tus pensamientos son realistas o no. ¿De acuerdo? —asiento— Así que ahora vamos a intentar un ejercicio. Aquí tengo una lista de preguntas y enseguida verás cómo la usaremos. Para hacer el ejercicio, elegiremos unos de los pensamientos que pasaron por tu mente: «Esa mujer (...) me lo va a quitar.»

—Y yo soy la que debería contestar. ¿No?

—Cierto. ¿Empezamos? —cuestiona y asiento— ¿Qué pruebas apoyan la idea de que la amiga de tu esposo quiere quitártelo?

— ¿¡Qué más podría querer!? Las amistades entre las mujeres y los hombres no existen. Lo digo por experiencia. La única vez que tuve un amigo, terminé acostándome con él. Además Eduardo es actor, uno muy guapo y muy rico. Ninguna mujer podría resistirle.

— ¿Algo más?

—No creo.

—Bueno. ¿Hay alguna evidencia de que tal vez ella no te lo quiere quitar?

—Lo dudo mucho —respondo de inmediato—. O bueno... Que aún no hizo nada.

—OK. Vamos a ver. Por un lado tenemos las cualidades de tu esposo y la idea de que nadie puede resistirle. También las dudas de que las mujeres y los hombres pueden ser amigos. Por otro lado, ella no hizo absolutamente nada para confirmar tus sospechas. ¿De acuerdo?

—Sí...

— ¿Qué otra explicación puede haber por la presencia de esa mujer en la vida de tu marido?

—Ninguna.

—No te apures. Piensa un poco en ello. —me anima, guardando la calma

—A ver, ¿por qué insiste? Mejor ya no hagamos ningún ejercicio.

—Lo que intentaba mostrar es que cada vez que una idea aparece en nuestra cabeza, sería bueno analizarla antes de creerla. Porque no todo lo que pensamos refleja la realidad.

—Bueno pero en este caso no hay nada que analizar. Ya le dije ¿qué más podría querer esa tipa? Quiere llegar en su cama.

—Bien, intentemos otro ejercicio.

—No, vamos a dejarlo parala próxima. Ya me alteré. ¡Hasta luego!    

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