Medicate

By RachelBarker07

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Long-fic Hermione Granger lleva recluida 6 meses en San Mungo, el asesinato de sus padres la ha dejado en un... More

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By RachelBarker07

~Draco~

Durante el regreso a San Mungo desmaye a Hermione, era más fácil dejarla así que oír sus pedimentos para que me quedara a su lado. Si seguía así era seguro que me convencería y eso me llevaría a cometer más de una locura.

Al dejarla sobre la cama, pude oír el murmullo de los cuidadores y sanadores empezando su jornada, alguien podría entrar en cualquier momento, aún así me quedé todo el tiempo posible.

Siendo realistas, Granger era una mujer de hermosura común. Su cabello castaño y rizado era extraño y por eso me cautivaba. ¿Como era posible que esas ondas rebeldes decorarán su pequeña cabeza? Su piel blanca y seca por la falta de sol al estar internada era acompañada por grandes ojeras debajo de cada ojo que la hacían ver demacrada, agregándole sus labios resecos y partidos que me supieron a gloria cuando por fin pude sentirlos con mi lengua.

No podía dejar de mirarla, buscando sus rasgos más hermosos con marcada obsesión. Su delgada nariz semi respingada, ese tenue color de vida que tenía en los pomulos, sus enormes pestañas y su rostro salpicado de pecas decoloradas que había besado hacía dos noches creyendo que jamás podría despegarme de ella. La bata de San Mungo no la favorecía, pero cuando le apareci el vestido dorado la primera noche, me dejó ver sus pálidas piernas, su pecho que se movía con emoción ante lo nuevo. Esa mujer de complexión exquisita me embrutecía, era común comparándola con la belleza estándar, pero a quien diablos le importaba lo demás cuando ella era perfecta para mis brazos, embrujante para mis sentidos.

Joder, estaba perdido por ella, la sangre sucia, la mujer más hermosa y perfecta del maldito universo.

—Te voy a extrañar, Granger. —confesé. Me acerque a ella y con la inquietud en mi pecho solo me atreví a darle un beso en la frente, aspirando el olor a vainilla de su cabello por última vez en un largo tiempo.

Debía alejarme antes de que no pudiera controlarme. Le había confesado mis sentimientos en un ataque de sinceridad y ella lo tomó con demasiada calma, como si no supiera que estaba mal de mi cabeza y que ese beso significaba mucho más que una muestra de afecto, su sabor ahora era una droga que necesitaría más y más hasta que no pudiera separarme de ella. Hasta que no fuera completamente mía.

Era tan capaz de encerrarla en el sótano de mi mansión con tal de saberla mía, y eso solo era una parte de mi locura. Por eso decidí no volver en un tiempo. Le prometí ir al mirador pero eso debía esperar, ahora tenía que concentrarme en mantenerme cuerdo y conseguir todo el dinero que me fuera posible, porque en cuanto mi padre se enterará de mis sentimientos por la hija de muggles era seguro que me desheredaría, me desconocería.

Entré en la oficina de mi padre después de lo mucho que me costó dejarla. Él soltaba un gran bostezo mientras bebía café en busca de despertar.

—¿¡Donde demonios te metiste Draco!? —gritó furibundo, azotando su puño tan fuerte que derramó la bebida en su impoluto escritorio.

—¿Importa? —respondí encogiéndome de hombros y sentándome frente a él con indiferencia.

—¡Sabes que no debes salir sin supervisión, pero al parecer te las arreglas para hacerlo y de paso pones en riesgo nuestra reputación!

—¿Supervisión? ¿Crees que un simple elfo domestico podra detenerme de matar a alguien?  —había adquirido el hábito de burlarme de él cada que me era posible y sabia que la sola mención de un asesinato lo ponía mal.

—Tienes razón. —respondió regresando a la calma. —es muy probable que mates a alguien y termines suicidándote después, y así acabes con mis preocupaciones muchacho inútil. — sonrió satisfecho.

Tenía que admitir que me dolían sus palabras, pero en el fondo sabía que mentía. Él había hecho lo posible por ocultar lo que me pasaba, cuidando de mi durante mis ataques psicóticos. Tal vez lo hacía por el miedo a quedarse solo en la mansión, por el miedo a que terminara el apellido Malfoy. Yo era muy necesario para él.

—Estuve con Rolf. — dije, ignorando sus duras palabras. Él confiaba demasiado en Scamander y dejaría pasar mi escapada nocturna.

—Bien, como sea... estos son los papeles que necesitas llevar al ministerio para comenzar la reserva, no creo necesario decirte que no debes fallar en absolutamente nada o dejaras de formar parte de las reuniones. —extendió frente a mí un sobre rojo.

—De acuerdo.

—Apoyate en Scamander y en Zabinni si lo necesitas.

—Ok.

Con ese encargo podría ganarme la confianza de mi padre de nuevo y estaba seguro que la necesitaba, ya fuera que Granger decidiera escapar conmigo o no, y si ocurría lo segundo vendería mi alma al mejor postor con tal de tenerla a mi lado para siempre.

"Lo siento Granger pero ya no puedo dejarte ir, ahora eres parte de mi locura"

~Harry~

Llegue a la madriguera cuando el sol comenzaba a salir, entre en silencio esperando encontrarme a Molly en la cocina, pero la planta baja estaba vacía. En la mesa había tazas de té medio vacias que olían a alcohol, seguramente el señor Weasley bebió para calmarse.

Yo también lo necesitaba, pero se habían terminado la botella de ron añejo. Me senté en la mesedora de la sala y cerré los ojos, el efecto del Gas pánic había pasado y la tristeza me invadía de nuevo. Hubiera podido esconderme por días con el tío, pero a mi edad ya no era una opción, debía afrontar las cosas lo más rápido posible.

—¿Harry? —la voz de Ron me sacó de mis pensamientos.

—Hola, Ron. — respondí tranquilo, sin abrir los ojos. —¿dónde están todos?

—Hace un par de horas se fueron a dormir... ¿Hermano, estás bien?

—No.

—Lamento haberte gritando anoche... Me sentí desesperado, se que no tienes la culpa, ni Ginny, pero no sé porqué la vida se sigue encargando de hacernos sufrir. Ya pasamos por mucho y nuestra mala suerte no se detiene, no logro entender que hacemos mal. —Ron se oía cansado, lo sentí sentarse frente a mí.

No tenía idea como le diría que había visto a Hermione en la casa de los locos y para eso tenía que explicar mi presencia ahí.

Nadie sabía que frecuentaba el lugar. La primera vez fue la curiosidad, Sirius me habló sobre la casa en el corto tiempo que convivimos, decía que era un magnífico sitio para sanar heridas. Tuvo razón. Después de Voldemort sentí que podía darme el lujo de estar en paz conmigo mismo, pero no era fácil. Visitar la casa de los locos me hacía sentir en contacto con mi padrino. Estar en un lugar que le gustaba me hacía creer que lo podía encontrar ahí, bebiendo o bailando, vivo, feliz.

Era mejor de lo que hubiera imaginado. Nadie notaba mi presencia, no me recibieron con aplausos y agradecimientos como en todos los lugares a los que iba. La primera vez una de las elfinas que se desempeñaban como meseras me ofreció un trago, cortesía de la casa. Una bebida agria y espumosa de color morado que me dijo le daban a los recién llegados en busca de aflojarlos un poco. Lo siguiente que supe era que no podía dejar de ir diario.

Una noche, me paré frente a la pista para ver bailar a las personas del lugar, bebí todo lo que ofrecía la copa en turno, el famoso poison rabbit, no era mi favorito, pero no estaba mal para pasar la noche.

—¿Bailas?  —una chica de aspecto triste que no reconocí al principio se acercó a mí. Sutilmente se paró junto a dónde estaba, meneando el líquido verde en su copa.

Podía sentir sus ojos inquietos observarme, pero no me gire. Para ese entonces ya se me hacía normal que las mujeres se me acercarán a diario, todas convencidas de que en cuanto derroté a Voldemort me había vuelto muy atractivo e interesante.

—Muy poco, solo se lo que me enseñaron en el colegio.

—Oh, veo. Aunque dicen que en sus tiempos dorados Mcgonagall era una bailarina diestra.

Le dí un asentimiento con desinterés. Resultaba ser un bebedor silencioso, mis relaciones en la casa de los locos eran limitadas en el mejor de los casos, ya recibía en el ministerio la suficiente atención para asfixiarme.

—¿Te gustaría recordar tu actuación en cuarto año? Ya sabes, siempre soñé con bailar con Harry Potter. su voz anhelante me lleno de ternura.

En el poco tiempo de los reflectores sobre mi había dos clases de personas que se acercaban, las interesadas en mi nombre y las interesadas en mi cuerpo, ni una, ni otra me causaron ternura.

Solté la copa y le extendí la mano, su tacto tibio me hizo sentir cosquillas en la palma. Su piel era suave y delicada.

—En cuanto sientas que te piso dejará de ser un sueño. — le murmuré, llevándola a la pista.

No la pisé. No me costó trabajo bailar con ella, era pequeña y delgada, sus movimientos bien trazados me facilitaron todo. Al darle la segunda vuelta y ver mejor su rostro bajo las luces neo la reconocí. Era tan similar a... , pero...

—¿Diane Carter? —pregunte con duda, era ella, pero al mismo tiempo no.

—Sí... — aminoro sus movimientos, cómo si mi descubrimiento la condenara.

Diane era una Slytherin. Ella y yo nos habíamos enfrentado en duelo luego de que me desafío en nuestros años de colegio. Apenas y lo podía creer, estaba bailando con una Slytherin que antes de eso me había dicho que me odiaba por ser un santo mestizo, cómo gritaba por todo el castillo Draco Malfoy. Ahora años después la encontraba en un bar clandestino y decía que su sueño era bailar conmigo. Me sentí en un mundo alterno.

—No te detengas, Diane. —pedí, dándole un tercera vuelta. Embelesado por esa frágilidad que me parecía encantadora.

Que vueltas daba la vida, bailando con una sangre pura, una hija de mortífagos, una mujer con un nuevo rostro.

Está demás decir que tuvimos una aventura, como todo lo que hay en la casa de los locos, pero nada ahí era más real que el amor que le tuve. Mis sentimientos por ella crecieron a la par de los de Ginny, la pelirroja se escabullia cada madrugada a mi habitación, sin importarle donde pasaba mis noches, sin preguntas de la vida que llevaba fuera de la madriguera.

Todo transcurría como engranes. Mis días los pasaba en el ministerio, las noches con Diane y las madrugadas con Ginny. Pronto ya no pude más con mi doble vida, debía tomar una decisión entre ambas mujeres.

La vergüenza ganó.

Diane sabía toda mi vida y yo la de ella, hasta mis secretos más profundos se los confíe en susurros, sin embargo, no era suficiente. No podía romperle el corazon a Ginny, no quería recibir el odio de Ron, al que consideraba como un hermano. No quería sentir el desprecio de todos los Weasley que eran mi familia desde que entre a Hogwarts y que ahora me permitían vivir en una de las habitaciones de su casa. Me imaginaba los titulares del profeta con la leyenda: "Harry Potter, el salvador del mundo mágico enamorado de una hija de mortífagos"

La vergüenza y el miedo a la pérdida pudo más en mi y preferí desechar el amor que sentía por Diane.

Ella sufrió más que yo. La seguí viendo por las noches en la casa de los locos, siempre del brazo de un acompañante diferente, pero con el rostro inexpresivo. Con el paso de los días se volvió imposible tolerarlo, me aleje de ahí, mis visitas al lugar fueron menos frecuentes hasta que se terminaron. El día que Hermione viajó por sus padres decidí volver, pregunte por ella, pero nadie me me pudo razón. Hasta que el tío me lo dijo.

—Hace unas semanas encontraron el cuerpo de la señorita Carter con un frasco vacío de Aconito y el Profeta.

Yo era el responsable. Sabía lo que había visto en el periódico, yo mismo pedí que me tomaran una foto junto a Ginny después de su triunfo en las Arpías.

"Harry Potter se compromete con la jugadora de Quidditch y hermana de su mejor amigo, Ginevra Weasley."

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