Pottens I: El Secreto de los...

By NMAlonzo

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Todo inició en el momento en el que el corazón del hombre nació la necesidad de sublevar a otro, provocando q... More

Sobre La Portada
Prologo
PARTE I
I (Editado)
II (Editado)
IV (Editado)
V (Editado)
VI (Editado)
VII (Editado)
Pausa

III (Editado)

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By NMAlonzo

"Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad"

—Guy de Maupassant

Tras escuchar la respuesta afirmativa de Casey lo primero que pensó fue en cuestionarla sobre la importancia de que ella supiera aquello, quería preguntarle que tan grave era ser como ellos eran y porque era un secreto. Pero luego el enojo la invadió, sintió tanta rabia consigo misma por aceptar ese trato como bueno, como válido. Desde luego Casey no era la culpable, Diego tampoco e incluso Miriam debía de estar libre de culpa. Ella misma había aceptado ser tratada como menos, ella misma se había dejado gobernar de todos y había aceptado ser lo que los demás querían que ella fuera.

Lisa dio media vuelta mientras corría hacia ninguna parte en concreto, solo quería salir de allí, correr lo más rápido posible y alejarse de la escuela. No quería llegar a casa tampoco, no deseaba estar encerrada en aquellas paredes lilas de su habitación y mucho menos estar cerca de aquel sofá azul, no le era necesario en aquel momento donde sus sentimientos estaban tan a flor de piel. Ella sabía que podía ser peligroso, ya había hecho daños irreparables y no quería repetir la historia.

Cuando se hubo calmado, tomó su celular para mandar un mensaje a su madre y luego emprendió su camino a casa. Mientras caminaba pensó en esa conversación con Diego. Muchas de las cosas que decía eran ciertas. Ella también pensaba que Andrés Soler no era exactamente normal, pero ella tampoco lo era así que no podía juzgarle. Se preguntó porque no estaba con ellos. ¿Acaso había muchas más personas como ella? ¿Donde estaban? ¿Por qué le mantenía todo en secreto?

"Esconde algo"

Las palabras de Diego no salían de su cabeza. Andrés Soler era un misterio, lo peor era que no estaba asustada, no provocaba que ella quisiera alejarse. Era como un imán, había encontrado a alguien como ella, era la oportunidad perfecta. Con su familia y con los muchachos de la escuela era imposible hablar, más quizás Andrés podría descubrir algo. No, no, Lisa. ¿En qué estás pensando? Era una total y completa estupidez, estaría violando todos los puntos de la promesa con querer investigar, con querer acercarse a ese muchacho.

Llegó a casa tras caminar durante aproximadamente una hora. Su intranquilidad era tal que no sabía cómo podría fingir delante de Miriam que las cosas estaban normales. Entró a la cocina, buscó un vaso y lo llenó con agua. Tomó asiento a la mesa y observó al frente donde se encontraba el refrigerador. Había post-it que Miriam solía utilizar todos los días para recordarle a Helena lo que debía hacer, había un dibujo que Lisa había hecho de su madre y una foto en la que Lisa debía de tener unos siete años, su madre la llevaba en brazos y Miriam estaba junto a ellas, seria con brazos cruzados frente a su pecho. Ellas tres vivían en una comunidad de clase media, en una casa muy bonita que pertenece a su tía, Miriam. Su madre y ella estaban allí desde siempre. Simplemente era así. Helena, su madre, y Miriam siempre había estado unidas. Sus padres habían muerto hacía muchos años, por causas que le eran desconocidas, el tema de las muertes de sus abuelos era un punto que no se hablaba, estaba prohibido tocarse. Con tristeza desvío la mirada. Su familia estaba llena de secretos, con muchos temas que no se debían tocar. Sus anormalidades, sus abuelos, el porque de su relación con Diego Robles y, lo más doloroso, quién era su padre. Ella no tenía idea de quién era, no sabía si estaba vivo o si estaba muerto. No hablaban de él, a Miriam no le gustaba y a su madre le atemorizaba hablar del asunto. Helena era del tipo de persona que vivía sin voluntad, siempre hacía o dejaba de hacer algo según los deseos de Miriam. Con el tiempo Lisa fue adquiriendo la costumbre.

Estaba en su habitación haciendo los deberes para poder distraer su mente, evitando pensar en promesas, en cosas que habían pasado hacía años, todos los problemas y misterios que envolvía la persona de Soler. Escuchó la puerta de entrada abrirse, se dirigió con rapidez hacia la sala con la esperanza de encontrar a Helena.

— Hola mamá, ¿donde has estado? —ella se encaminaba a la cocina, levantó unas bolsas de supermercado para responder su pregunta. Lisa tomó asiento en una de las sillas del desayunador mientras veía a sí madre depositar las bolsas en la encimera. Helena dio media vuelta y miró a su hija con la sonrisa más radiante del mundo.

— ¡Hola cariño! –entusiasmo, demasiado entusiasmo.

— Se te ve muy feliz hoy —Helena sonrío aún más.

— Miriam se ha ido todo el fin de semana —Lisa río, aquello también la hacía feliz.

— ¿Cómo estuvo tu día?

— Bien, ¿el tuyo? —Helena notó la tristeza en los ojos de su hija, notó como intentaba buscar palabras y esconder lo que realmente sentía. Sintió la chispa que brotó dentro de ella y eso no le gusto—. Sucede algo, cariño, puedes decirme. Intentaremos encontrar una solución.

— No hay solución para esto —dijo mientras limpiaba una lagrima de su rostro—. Ya he intentado buscar soluciones y lo único que encuentro es más dudas porque nadie habla con la verdad, nadie me dice las cosas como realmente son. Es fácil dejar a la gente en la ignorancia, pero para la persona en cuestión es bastante difícil que todos a su alrededor sepan qué pasa con ella y que ella no sepa nada.

— Siento tanto ponerte en esta situación, mi amor —dijo su madre mientras se acercaba a abrazarla—. ¿Te gustaría salir? —Lisa agradecía en parte los esfuerzos de su madre, pero la realidad era que no lo soportaba.

— No podemos tapar el sol con un dedo, mamá. Miriam no está aquí, tú podrías decirme algo —Helena conocía esa mirada de ansiedad, ya había visto esos ojos marrones rogando por algo. Se le estrujó el corazón al ver a su hija, que más bien parecía hija de otra persona de lo poco que se parecían. Beso la frente de Lisa, ella había soportado mucho, demasiado. Sabía que tarde o temprano llegaría el día en el que su Lisa pidiera, mejor dicho, demandará respuestas, pues sus diferencias iban más allá de lo físico. Ella lo sabía, lo tenía bastante claro, lamentablemente Miriam no. Por un lado, Helena estaba orgullosa de saber que su hija no se dejaría sublevar de su hermana, pero al mismo tiempo le atemorizaba lo que eso podría ocasionar.

— Dos preguntas —dijo Helena limpiando las lágrimas del rostro de su hija, se acercó para depositar un beso en su frente. Le sonrió con dulzura, mientras tomaba sus manos entre las suyas.

— ¿Incluso si tienen que ver con mi padre?

— Lisa, sabes que eso es imposible —miró la esperanza en esos ojos, el deseo que tenían de saber más y no pudo contenerse—. Está bien, pero solo dos preguntas.

— ¿Cómo es él? —Helena sonrió.

— Tú eres igual que él. Tus ojos tienen el mismo tono de marrón, y al igual que los suyos a veces lucen como miel. Su cabello es oscuro, su piel es igual de blanca. Hace ese extraño gesto qué haces cuando estás nerviosa, pero el suele hacerlo cuando se enoja. También tienes su altura —su voz empezó a quebrarse conforme avanzaba—. Le gusta correr, le gusta leer, le gusta pintar. Son tan parecidos que a veces asusta. Es sumamente inteligente, es bastante astuto. Estaría orgulloso de saber que tienes su poder.

— ¿También es como nosotras? —preguntó sorprendida y a la vez emocionada.

— Si, lo es —soltó una pequeña risa, pero luego calló bruscamente mientras observaba un punto detrás de Lisa—. Su nombre es William —Lisa no aguantaba la felicidad que había dentro de ella. William, su padre por fin tenía un nombre, deseaba tanto conocerle. Más que cualquier cosa en la vida deseaba poder ver el rostro de su progenitor, poder decirle cuanto le amaba sin conocerlo y lo mucho que necesitaba de él. Pero que pasaba si él no quería nada de ella, si les había abandonado. Bien podría ser esa la razón de que ella y su madre estuvieran allí fuera que su padre nunca le quiso.

— Mamá... él me-me... —Lisa no aguantaba más la confusión que había dentro de si, sin poder contenerse comenzó a llorar sobre los hombros de su madre—. Lo siento, lo siento. Solo quiero saber si te alejaste o él se alejó. ¿No me quiso? ¿No quiso tener una hija y nos abandonó? ¿Te dejó por mi?

— Esas son muchas pre-preguntas, cariño —Helena intentaba mantener la compostura, estaba intentando que las cosas no se salieran de control pero que le diría a Lisa. Ya había mucha tensión en aquella casa como para echarle más leña al fuego con la verdad. Pero no podía mentir sobre William, ni su hija, ni él se lo merecían—. Él no tomó la decisión, si de nosotros dependiera la historia fuera diferente. Pero hay muchas cosas, cariño, que uno no puede controlar aunque desee hacerlo.

— ¿Qué significa eso? —Helena se puso de pie de un salto al escuchar el teléfono, miró a Lisa con preocupación y luego se adelantó a contestar. Contestó con un simple "buenas" y luego permaneció en silencio por un largo rato. Lisa sabía de que se trataba aquello, sabía que pasaría de un momento a otro. Agradecía en lo más profundo haberse enterado de aquello, pero había más, mucho más y su corazón y mente deseaban ser llenos de verdades. Cuando su madre colgó el teléfono, no le obligó a continuar la conversación, ni siquiera espero respuesta alguna. Se acercó a Helena y le abrazó, permanecieron un rato en silencio, sumergidas en la quietud de tener a Miriam lejos—. Te amo, mamá.

— Yo también te amo, mi amor —dijo llorando, volvió a mirar el teléfono como si temiera que Miriam saldría de allí de un momento a otro—. Ahora no entenderás nada, y es posible que cuando sepas todo, tampoco entiendas del todo las cosas. Pero todo lo he hecho por ti, porque eres lo único que tengo en este mundo que vale la pena. 

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