Llámalo infierno © |COMPLETA|

By EleSimo20

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En cuanto Eduardo ya no es capaz de distinguir los comportamientos normales de los dañinos, está en peligro d... More

ANTES DE LEER
SINOPSIS
¡IMPORTANTE!
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
NOTA AUTORA&CRÉDITOS

Capítulo 10

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By EleSimo20

Capítulo 10

Narra Daniela

Tiene que perdonarme. Tiene que entender que la ira me estaba cegando, que no podía controlar mis propios actos y que en realidad no tenía intención de hacerle daño. Lo amo. ¿Cómo podría lastimarlo a propósito?

Tras ver que su coche está aparcado fuera, me alejo de la ventana y me tomo unos segundos para considerar la idea de ir al cuarto, a hablar con él. Dudo que quiera, además debe estar cansado y con razón. Es tarde. Si no me hubiera quedado dormida en el sofá, habríamos- No, depende, no sé a qué hora habrá llegado.

Al final no aguanto las ganas de hacer esto y me apuro a atravesar la casa hasta dar con la puerta del otro dormitorio. Aquí debe estar, éste fue su refugio la última vez que tuvimos una discusión fuerte, ya que no quiso tenerme cerca. Entro sin tocar, por si está dormido y corro el riesgo de que el ruido lo despierte.

La puerta cruje y aprieto los labios.

Pero al notar que Eduardo está en la orilla de la cama, dejo de preocuparme por el sonido y me quedo observándolo, mientras busco las palabras correctas. Él alza la vista y enseguida sé que no está bien. La luz que entra del pasillo me permite descifrar su expresión. Incluso lo atrapo echándole un vistazo a mi ropa. Ya sé que llevo su camiseta, no pude resistirlo, estaba deprimida, lo necesitaba y... en fin. Debo decir algo, este silencio es pesado.

— ¿Puedo pasar?

Asiente a través de un movimiento de cabeza y no necesito nada más. Antes que nada voy y enciendo la luz. Luego avanzo con pasos indecisos hasta estar delante de él y me dejo caer en el suelo, con las rodillas apoyadas en la superficie.

— ¿No tienes sueño? —pregunto con un hilo de voz

Suelta un largo suspiro. No sé si es por eso o por otro motivo pero me deja con la impresión de que hay cosas que lo aplastan pero que no terminan convertidas en palabras. Luce muy mal.

—Quiero saber cómo te sientes. Por favor, habla conmigo.

—Qué importa lo que siento...

—A ver, sé que estás enojado conmigo pero... necesitamos hablar y aclarar las cosas. Necesito explicarte que...

No acabo la frase. Es un hecho que esta mañana los nervios y la culpa contribuyeron bastante, sin embargo no puedo confesarle a mi esposo que otro me besó, que por eso me sentí así y que por eso exploté.

—Pues que mi problema eran los paparazzi y terminé desquitándome contigo —termino justificándome—. En realidad no fue tu culpa.

— ¿Se te olvida lo que me dijiste? Que me merecería que me engañes, que deberías-Mira, si crees que deberías buscarte a otro, que otro podría hacerte feliz, entonces —tarda en continuar— mejor aquí la dejamos.

Se me corta la respiración y casi me fallan los pies. Ladeo la cabeza una y otra vez, no sé si por querer mostrar mi desacuerdo o por convencerme de que he escuchado mal. Es que yo no puedo imaginarme sin él. Me equivoqué pero yo no quería, el enojó se apoderó de mi cuerpo, no estaba pensando con claridad. No quería golpearlo.

— ¡Pero yo quiero estar contigo! No vayamos a renunciar...

Me cuesta hablar. La idea me revuelve y no puedo funcionar bien. Tengo tanto miedo y por más que intento buscar la manera más útil de hacerlo recapacitar, mi cerebro simplemente se niega cooperar.

Empiezo llorar.

—Hemos atravesado situaciones que... No sé si son normales o no pero sé que yo no puedo vivir así. Daniela, me está doliendo.

— ¿Crees que a mí no? Pero...

Pero nada. Y oír de su propia boca que se siente así me pone... es desagradable. Hasta hubiera preferido no saberlo.

¿Qué le digo? ¿Qué hago? Más lágrimas se acumulan en mis ojos y se escapan por mis mejillas, el llanto es acompañado por temblores, por sonidos que salen en contra de mi voluntad. No hay manera de calmarme porque sus palabras están muy presentes en mi mente y su semblante no las desmiente. Está quieto, con las manos descansando en sus rodillas y los ojos presenciando como me estoy descomponiendo.

—Eduardo —balbuceo entre sollozos—. No me dejes. Estás siendo muy drástico... Podemos... Yo... —agarro sus manos— ¡Perdóname! ¡Por favor!

No me contesta y eso me asusta. El corazón me late tan fuerte que hasta lo puedo oír. Cedo ante el impulso de seguir suplicándole, mientras apoyo la frente en sus rodillas y me aferro más a sus manos —que quedan impasibles ante mis roces.

—Perdóname. —es lo único que soy capaz de repetir durante buenos momentos, en un tono ahogado por el llanto y por el dolor instalado en mi alma

—No hagas las cosas más difíciles.

— ¡Y tú no elijas el camino fácil! —replico, volviendo a mirarlo a la cara

Una parte de mí lo comprende pero todo mi ser se opone a la idea de ir por caminos diferentes. No puedo imaginar una vida en la que él no esté presente. No puedo soportar que todo lo que construimos puede llegar a la basura. No puedo soportar quedar sólo con los recuerdos. Necesitamos superar esto.

Si tan sólo supiera como convencerlo... Es que mis súplicas, producto de mi desesperación, no tienen efecto.

—Por favor...

—Voy a pensarlo pero no te prometo nada.

Me limito a observarlo. Odio saber que nuestra relación está en sus manos, que todo depende de él y que tendré que aceptar lo que sea que termine decidiendo. Sólo me queda esperar que no renuncie.

Supongo que aquí acaba esta conversación. No sé qué añadir, él tampoco parece querer decir algo, así que decido que es momento de abandonar el cuarto. Suelto sus manos y me incorporo con desgana.

—Piénsalo muy bien. —pido antes de darme la vuelta y salir

. . .

— ¿Podemos hablar?

Aunque mi cabeza está agachada y mi mirada atenta en unos papeles, reconozco su voz. Tenso la mandíbula al recordar como acabó nuestro último encuentro.

—Si quieres despedirme por haber llegado tarde ayer, adelante. —replico con frialdad; en realidad no quiero que me eche, sólo que se largue y me deje en paz

—No, no es eso.

Percibo sus codos apoyándose en el mostrador que nos separa.

—Entonces estoy ocupada. —gruño entre dientes, consciente de que no se rendirá

—No lo estás.

Maldita insistencia. Suprimo las ganas de gritarle sólo por mi bienestar. No quiero hacer nada que me ponga en peligro, no quiero perder este trabajo. En este periodo de mi vida, lo último que necesito es la carga de tener que buscar otro.

Por otro lado, si me quedo en este lugar, tengo que ver a Santiago todos los días. Para que eso no resulte siendo un inconveniente, debería dejarle las cosas claras, debería poner distancia entre nosotros. Ya no se puede hablar de amistades...

— ¿Te molesta que te haya besado? ¿O que me hayas correspondido?

Está en lo cierto. He rememorado el beso como mil veces y no hubo manera de ignorar que sí le correspondí, como tampoco puedo negar que lo último me molesta. Nunca antes había engañado a alguien, ni siquiera me lo había planteado. Y terminé haciéndolo, el colmo es que terminé haciéndoselo al hombre con el que voy a compartir mi vida. Al hombre con el que estoy casada.

Aunque, según él, nuestro matrimonio está en peligro. Esta mañana no me ha dirigido la palabra, por lo que concluí que no terminó de pensar y que no tomó una decisión. Más bien, no renunció a su idea de separarse... Ojalá la próxima vez que lo vea, me dé una buena noticia.

—No, pues estoy feliz por haberlo hecho —comento con sarcasmo, para luego estallar—. ¡Claro que me molesta!

Cruzamos miradas y mi ex amigo —es así como lo veo ahora— me estudia en silencio. No luce muy preocupado, más bien diría que está a punto de sonreír. Me pregunto desde cuando le despertaron las ganas de besarme, desde cuando me está viendo con otros ojos. ¿Me habrá mandado señales?

—No es lo mismo. Santiago no me mira con otros ojos. ¿¡Y qué forma de expresarse es esa!? ¿Cómo que estoy muy contenta de ser su amiga?

—Pues como no lo mandas a volar... Dime algo ¿te gusta?

— ¿¡¿Qué?!? ¿Por quién me tomas? ¡Estoy casada!

—Cierto. Sólo que últimamente ya no te gusta nada que tenga que ver con tu esposo. Odias su carrera, sus amistades, sus pasatiempos, su personalidad. En cambio el hijo de tu jefe tiene el tipo de trabajo con el que sueñas y una forma de ser que te atrae. O sea pasan tiempo juntos, por eso concluyo que te atrae su personalidad.

Qué equivocada estaba. Él sí me miraba con otros ojos. Ni idea qué sentir al respecto. Siempre me gustó su manera de tratarme y todas esas cosas que enumeró mi amiga. También solía pensar que las mujeres en la que él se fijaría, serían muy afortunadas pero... ahora que soy una de ellas, no sé.... No sé, estoy confundida. ¡Y molesta! Tanto que peleé con Eduardo por culpa de las mujeres y resulta que fui yo la que terminó fallando. Dios, si lo supiera...

A decir verdad, no estoy tan segura de que se lo merece. Aun cuando me fastidien mil cosas de él y de nuestra vida juntos, quizá no merece que lo engañe.

—Déjame trabajar.

—Si te gustó, no deberías sentirte culpable por lo ocurrido. Y ya, deberías disculparme.

— ¿Quién te crees? No todas se mueren por besarte.

—Niégalo, es tu problema. Pero en serio, no dejemos que lo sucedido afecte nuestra amistad.

— ¿¡Amistad!? ¿Qué te hace pensar que deseo ser tu amiga después de descubrir que me quieres en tu cama?

—Relájate. —me pide sonriendo

Su despreocupación me altera y me agrada. Creo que nunca podría pelear con él, ni siquiera si lo intentara. No le irrita mi tono, no sale corriendo cuando necesito reprochar o soltar lo que me perturba. Este hombre no parece tener defectos, excepto el no poder tener una relación seria. De hecho el no querer hacerlo.

¿Puedo culparlo? Las relaciones serias son un dolor de cabeza a veces. Y mientras más estás con una persona, más llegas a conocerla y a dudar de ciertas decisiones que tomaste guiado por los sentimientos.

—Y sonríe. Si tu jefe no merece el mejor trato, sus clientes sí.

Hijo del jefe. Quiero corregirlo pero mis labios se curvan en una sonrisa y mi cabeza se mueve para expresar acuerdo. Chasquea la lengua, quizá por mi mirada amenazante, luego se despide y se va.

. . .

Al salir del trabajo, me pareció buena idea ir a visitar a mi amiga. Mejor dicho, la necesidad de salvar mi matrimonio me empujó a buscar consejos en la boca del lobo. Me dejo caer contra el respaldo del sofá y echo la cabeza hacia atrás, suspirando. Viviana me acaba de preguntar qué fue lo que hice pero hay cosas que no estoy dispuesta a contarle. Sobra mencionar que la pregunte me ofende, o sea qué rápido encontró culpables.

—No, ni te pongas así. Todo el mundo vio esas fotos. Y aunque no había nada comprometedor en ellas, tu estado me confirma que te trajeron problemas.

— ¿Y qué te hace pensar que la culpable soy yo?

—Te conozco.

—Siempre que te cuento algo, estás de su lado. Ayúdame a recordar por qué sigo buscándote y considerándote mi amiga.

—Por todas las otras cosas que tenemos en común y porque me quieres y porque soy como una hermana para ti —decide sentarse a mi lado—. Pero no cambies el tema, dime qué pasó. ¿Cómo que se quiere separar?

Ella cree conocerme pero hay detalles que nunca me atreví contar. No le hablé de todas las veces que pegué a Eduardo, sólo sabe lo que salió en los medios y mi pidió que no volviera a reaccionar así, me dijo que las cosas se hablan y todo ese rollo. Suelo preguntarme cómo se tomaría lo demás pero siempre concluyo que ella no me comprendería, no podría ponerse en mi lugar, así que prefiero no arriesgarme. No quiero que peleemos, menos perder esta amistad.

—Eduardo vio las fotos y no se puso celoso.

Hasta aquí, nada falso. Me remuevo en mi asiento para buscar su reacción. Acaba de fruncir el ceño.

—Eso me sacó de onda y se lo reclamé. Pero me dijo que él no es como yo, que él sí confía. Imagínate, no me cayó nada bien.

— ¿Cuántas veces pensaste que iba a terminar engañándote con Jacqueline? Eso se llama desconfianza. En tu lugar no me hubiera sentido ofendida. Al contrario, hubiera querido que me tragara la tierra. Daniela, ¿no te das cuenta? ¡Cualquiera en su lugar te hubiera hecho una escena de celos! Y él confía ciegamente en ti.

Me paso ambas manos por la cara, desesperada por ver que lo defiende. Entre suspiros, vuelvo a mudar mi atención en el techo. Tardo en continuar, por lo visto no tiene mucho sentido...

—En mi defensa, le dije que esas mujeres tenían la culpa, que solo se acercaban para... —me callo un momento— y él defendió a Jacqueline.

Omito a propósito lo de mi arranque de rabia, los golpes...no quiero darle más motivos para que lo defienda a él. Y sólo espero queViviana pueda ayudarme, aun cuando no sabe la historia completa.    

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