Profesor Grullón (Editando)

By LyluRys

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Bienvenidos al salón de clases del profesor Grullón. Él te recibirá con su habitual mal humor, actitud arroga... More

Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Capítulo Extra
♪PLAYLIST♪
Book Trailer
Agradecimientos

Capítulo Diez

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By LyluRys

—¿Leíste mi nota de disculpa?

—Lo hice —responde, mientras pasa la jabonosa esponja por mi pecho.

Tenía razón. Esta bañera es fantástica y el agua con sales relaja mi cuerpo saciado.

—¿Y? —cuestiono al verlo pensativo. Él está fuera y arrodillado, bañándome.

—Y después de corregir el quiz, tu nota acabó en el cesto de la basura.

—¿En serio? —Al ver que es sincero, agrego dolida—: Oh, vaya...gracias.

—Estaba muy enojado, Evenin —se justifica.

—Lo sé —susurro mirando el agua—. Y lo entendí mejor cuando expusiste tus razones. Me sentí fatal porque te decepcioné.

Detiene sus movimientos. —¿Por qué lo hiciste entonces? En la nota solo había una sincera disculpa, pero no escribiste el por qué.

Lo miro también. —David me pidió dinero prestado, ochocientos dólares para comprarle unos aros a su camioneta. Yo...no soy rica —evito por completo mi caótica situación económica—, y no podía darle dinero así como así. Entonces se enojó, yo también, y le espeté lo primero que me pasó por la mente para fastidiarlo porque él te odiaba. Le dije que te lo pidiera a ti porque tú tenías mucho dinero —lo miro ruborizada por la vergüenza—. Lo siento tanto, Sebastián.

—Que tipo tan inmaduro —masculla con frialdad refiriéndose a David—. Además de un parásito que depende de los otros para salir airoso de todo. —Su ceño se suaviza cuando me mira—. También lo siento, Evenin. Debí escucharte y no tratarte de esa manera tan ruin delante de tus compañeros, por favor, perdóname. Es mi dichosa forma de ser —se desdeña a sí mismo y no me gusta verlo así.

Con mi mano húmeda, acarició su áspera mejilla. En su mirada hay turbulencias y nubes negras. Algo grande y muy personal le sucedió, pero no voy a forzarlo para que me lo cuente. Cuando él quiera lo escucharé.

—Todo olvidado, Sebastián. Todo —susurro y me inclino para besar sus labios. Un beso reconfortante. Luego le sonrío, y sus ojos recuperan el brillo de antes.

—Hay muchas cosas de mí que no sabes, al igual que yo de ti, pero iremos conociéndonos mejor sobre la marcha.

¿Cómo? —¿Eso quiere decir que quieres que sigamos...juntos?

—¡Pues claro! —declara con firmeza y mi corazón se desboca—. No esperé casi un año solo para tener una única noche contigo. No me conformaría con eso, jamás. Quiero más. Contigo, Evenin, siempre querré más.

Oh, cielos. Quedé frita. Quedé muerta. No. Estoy muy viva, pues mi corazón sigue latiendo con fuerza dentro de mi pecho.

—También quiero más, Sebastián —revelo emocionada y eso lo hace sonreír.

No supero el ver ese gesto en su atractiva cara y el verlo tan relajado. —Cuando sonríes te ves tan distinto y hermoso —susurro admirada.

—Tú me haces sonreír, Evenin —me confiesa y me besa suave...y tierno—. Vamos a sacarte de ahí antes de que te conviertas en una pasa —se levanta.

—Mmm...—suspiro no queriendo salir—. Si no estuviera famélica me quedaría aquí toda la noche. Creo que me enamoré de esta enorme bañera, ¿sabes? —A regañadientes me levanto, salgo, y Sebastián toma una toalla. Después de secarme me envuelve con ella. Él está inquietamente callado—. ¿Dije algo malo? —le pregunto y cuando me mira no hay ninguna emoción en su atractivo rostro.

—Las personas se enamoran de otras personas, no de objetos inanimados que no pueden corresponderte —replica en tono plano.

¿Qué exactamente quiso decir con eso? —Conozco la diferencia, Sebastián. No soy una persona materialista —lo miro con detenimiento y sí encuentro en su cara una emoción. Celos.

¿Celos de su propia bañera? Oh, por Dios.

—No lo eres —declara suspirando y medio sonriendo—. Esa es una de las muchas cualidades que me gustan de ti. Eres una mujer audaz y muy capaz que tiene dos trabajos para salir adelante. ¿Por qué lo haces?

—¿Hacer qué? —pregunto ocultando mi nerviosismo.

—Tener dos trabajos.

—Me...me gusta vestir bien —esquivo la respuesta verdadera, pero él...

—Trata con otra respuesta, Evenin, porque esa no me convenció para nada.

—Solo ayudo a mi padre con los gastos de la casa —Esa se acerca más a la verdadera razón.

—¿Y tu madre? —cuestiona y presiono mis labios de repente paralizada. Él se acerca y acaricia mi mejilla—. Solo quiero conocer todo de ti, pero entiendo mejor que nadie que hay cosas que simplemente no es el momento adecuado para decirlas. Poco a poco, Evenin.

La tensión me abandona y sus palabras me reconfortan. —Gracias por comprender, Sebastián.

Él asiente, su rostro solemne. —Vamos a la cocina a ver qué delicias nos dejó Isabel para comer.

Tomo su mano y mientras caminamos le pregunto: —¿Comeremos así vestidos con solo una toalla?

Él también tiene una alrededor de su cintura después de tomar una ducha. Se detiene y me mira con expresión divertida. —¿Quieres que vayamos desnudos? No me opongo en lo absoluto.

Rio. —Solo lo comento porque puede venir alguien de repente. Como ese señor que vi el domingo pasado. Él entró con su propia llave y por eso pensé que él era el señor Avilés.

Hay sombras oscuras cruzando por su rostro. —Ese era mi padre —masculla en un tono más que frío. Helador—. Sale y entra a su antojo, pero eso se terminará pronto. Esta noche no vendrá. Está muy ocupado en sus juergas sin fin.

Él habla con tanto rencor que me asombra. Mi padre no es un santo, pero no lo odio. Por suerte, todo esa aversión de Sebastián no está dirigida a mí, pero me entristece que esté sufriendo por ello.

Para aligerar el ambiente, propongo: —Bueno, siendo así, pues yo tampoco me opongo a andar desnudos por la casa.

Funcionó porque su cara cambia drásticamente.

—¿Quién dijo algo sobre andar? —Su cabeza niega, su voz es ronca y su dedo índice recorre mi labio inferior—. Evenin, voy a hacerte el amor por cada recoveco de esta casa, y de tu cuerpo.

Mi vientre se contrae y contengo un gemido mordiendo mi labio. Mientras sostiene mi rostro con una mano, me besa con una pasión arrolladora. Acaricio los cabellos de su nuca y lo beso también. Sin aliento nos separamos.

—A comer —dice—. No quiero que te desmayes en mis brazos.

—Si eso pasa, al menos estaré en un lugar seguro —susurro sobre sus labios.

Su mirada azul me traspasa con su intensidad. —En mis brazos lo estarás siempre, adorada Evenin.

Nos miramos por largo rato hasta que él rompe la conexión con un corto beso, toma mi mano, y juntos bajamos a la cocina. Después de servirnos el risotto con la carne de ternera, una copa de vino para él y agua para mí, nos sentamos juntos y comemos y conversamos.

Sebastián come con ganas, y al ver que lo noté, él explica con humor: —He estado toda la tarde corrigiendo trabajos, entregando las calificaciones finales, y estoy muerto de hambre.

—¿Ya corregiste el que hice con mis compañeros?

—Sí, ese fue el primero que califiqué.

Lo miro a la espera de que me diga que nota saqué en su clase, pero él sigue comiendo y no da muestras de querer decirme.

Así que le pregunto lentamente: —¿Y cuál fue mi nota final en álgebra?

—¿De verdad quieres saberlo ahora? —Su ceño se frunce y eso no me gusta porque indica que no salí muy bien en su clase.

—Sí, sí quiero —afirmo con determinación—. Si salí bien o mal quiero saberlo ya.

Ríe por mi entusiasmo. —Siempre fui justo en mi manera de calificar los trabajos de mi clase y aunque me gustaras mucho, tenía que ser imparcial. Tu fuiste una buena estudiante, Evenin.

—¿Pero? —Porque veo que hay uno.

—Pero en álgebra lamento decirte que...sacaste ochenta y cinco por ciento que es una nota B.

—¿En serio? —cuestiono y él asiente, su rostro sincero y medio preocupado, pero yo chillo y aplaudo—. ¡Sí, sí, sí!

—¿No estás molesta o decepcionada? —Él me mira con cuidado.

—No, para nada —sonrío—. Estoy muy satisfecha con esa nota final porque pensaba que sacaría una C ¡o menos! Los números no son lo mío. Admito que nunca fui buena en matemáticas, pero siempre hice mi mayor esfuerzo para aprobar las clases. Tu eres un verdadero as en esa materia —lo alabo y tomo un sorbo de mi agua.

—Yo no diría un as, pero me gustan los números. Son un enigma que nunca dejan de sorprenderme y soy arquitecto, una profesión que utiliza mucho las matemáticas para calcular todos mis diseños.

—¿Y por qué no te gusta enseñar? —pregunto con curiosidad y él piensa en la respuesta.

—Enseñar es una gran responsabilidad —empieza y bebe de su copa—. Cómo dije en el salón de clases, fueron unos meses interesantes porque aprendí muchas cosas también. Mi abuelo, Enrique Grullón, quería que fuera profesor porque siempre me ha encantado la matemática y pensaba que el conocimiento debe compartirse con otros. Pero por cosas del destino, él falleció en el momento menos indicado. Cuando el abogado leyó su testamento en donde decía que yo tenía que dar clases en una escuela pública para poder recibir la parte que me tocaba de su herencia, no me lo tomé muy bien lo admito. Yo amaba a mi abuelo, pero me pareció absurdo el que haya dejado esa estipulación. Quería el dinero, no lo niego, pero enseñar álgebra a estudiantes hormonales por diez meses, eso no lo quería para nada. Me enfadé con él y los demás pagaron mi enojo también. Eso fue todo, Evenin. No fue justo, lo admito ahora, pero ya es muy tarde para disculparme.

—Aún puedes hacerlo, en la graduación —expongo, y él asiente ante la idea.

—Pensaba hacerlo. ¿Tú estarás allí?

—Sí, quiero recoger mi diploma. Es la culminación después años de estudios y muchos sacrificios, pero también es el comienzo de nuevas metas.

—Lo es, y es un momento que nunca se olvida. El director Roldán quiere que los entregue yo, pero todavía sigo pensándolo.

—Bueno, aunque ya nada te obliga porque ya cumpliste con tu abuelo y ya tienes el dinero que te legó, es tu decisión, Sebastián.

Él me mira intensamente. —Ya que tú estarás allí, mi decisión ya está tomada. Quiero entregarte tu diploma, Evenin.

—Me encantaría recibirlo de ti, Sebastián —susurro encandilada.

Ambos nos sonreímos. Él se ve tan guapo cuando lo hace. Nunca me cansaré de ver esa sonrisa que no comparte con muchos y me siento afortunada por presenciarla porque va dirigida solo a mí.

Comemos y bebemos mientras le cuento: —En la escuela eras muy popular entre las del sexo femenino. Sin temor a equivocarme, el cien por ciento de todas las estudiantes y las profesoras, estaban locas por ti.

—¿Crees que no lo sabía? —resopla una risa—. Por eso tuve que poner un alto porque recibía a diario todo tipo de notas, dulces y manzanas en mi escritorio.

—¿Y qué te decían en las notitas? —Estoy muy curiosa—. ¿Cosas calientes?

—Más bien mensajes indecentes —aclara en tono seco—. Sobre lo que les gustaría hacerme después de clases y a solas —Él me mira—. Fueron bastante explícitas al respecto.

—No lo dudo —oculto mi sonrisa—. Las escuchaba todo el tiempo y...—Y cierro mi boca porque metí la pata.

Hay triunfo en su mirada. —Entonces sabías quiénes eran —me observa divertido.

Y acepto: —Sí, pero tienes que comprender que no todos los días tienes a un profesor tan sexy como tú dando una clase tan complicada. Eras una novedad muy atrayente para todas.

—Menos para ti.

—Inconscientemente así fue —juego con el risotto y luego lo miro—. Pero una parte de mí era y sentía igual que todas.

—Eras la única que me interesaba realmente, Evenin —declara—. Y aún me interesas.

Mi corazón bombea más rápido y siento que muero de emoción. —Tú también me interesas, Sebastián —susurro.

Él toma mi mano y la besa. —Come.

Sonrío y me alimento con renovado apetito. Termino de comer y empujo mi plato. Termino mi agua y con cuidado le comento: —¿Sabías que en vez de profesor Grullón, todos te llamábamos profesor Gruñón?

Sebastián deja bruscamente el tenedor en el plato, se endereza, me mira...y ríe a carcajadas. Yo me quedo transfigurada. Jesús, María y José. ¡Qué espectáculo más hermoso! Y soy la única espectadora. Empiezo a reír también porque su risa profunda es contagiosa.

—¿Eso es cierto? —me pregunta y asiento todavía riendo. Él sigue sonriendo—: Maldita sea, no lo sabía. Estaba tan metido en mi mierda que ni tan siquiera lo sospeché. De todos modos, cuando un alumno te bautiza con algún mote ya no hay nada que hacer. Es como lo que publicas en Internet y se vuelve viral. Es para siempre. Lo vi muchas veces en mis años de estudiante.

—Siempre lo hacen cuando el profe te cae mal.

—Y yo les caía de la patada, ¿no?

—Sí —afirmo mordiendo mi labio—. Siempre estabas enojado y malhumorado.

Él resopla por lo bajo. —Ya te conté mis razones, pero lo que no te he dicho es que tú también estabas incluida en ese lote.

¿Qué? —¿Y yo por qué? —No sé si quiero saber la respuesta. Sí, sí quiero.

—Evenin, estaba frustrado sexualmente porque no podía tenerte. Eres hermosa y sexy como ninguna. Te deseaba, soñaba contigo todo el tiempo. Verte de lunes a viernes en mi clase, pensativa, a veces triste, otras preocupada, mordiendo el lápiz o simplemente estando allí sentada con tu cabello multicolor, me dejaba confuso, excitado y queriendo mandar todo al infierno solo para estar contigo. Pero había reglas en la escuela con severas sanciones si no se cumplían y no quería ser expulsado o que mi reputación o la tuya se mancharan por dar rienda suelta a los deseos y a la lujuria.

—Vaya —abrumada, sigo asimilando todo lo que me dijo.

Él toma mi barbilla y la acaricia con su pulgar. —Ahora ya sabes por qué hablaba y actuaba así y ni hablar cuando te veía conversando con los chicos de tu edad o cuando ellos te hacían sonreír. Eso me molestaba porque quería ser yo el que pusiera esa hermosa sonrisa en tu adorable rostro. —Me derrito—. Entonces no pude soportarlo más cuando me enfrentaste por querer dar el examen final antes de tiempo. Y justo ahí lo supe.

—¿Qué supiste? —Mi voz apenas sale.

—Supe que tenía que arriesgarlo todo por ti, y lo hice. Te confesé lo que sentía. A mi manera, claro está.

Y vaya manera. ¡Uf! —Y yo adopté la máscara de la negación —comento afectada.

—Sí —concuerda—. Tiré la pelota al parque y me quedé esperando a que tú entrarás en el juego también, pero los días pasaban y no lo hacías.

—Estaba atónita, Sebastián —le confieso—. No pude asimilar el hecho de que después de meses de ignorarme por completo, tú de repente me notaras y me dijeras a las claras que me deseabas. Traté de olvidarlo y de seguir adelante con mi vida, pero siempre pasaba algo que nos enfrentaba de nuevo. Hasta que tampoco pude negar lo que sentía. Después pasó lo de David y te decepcioné. Entonces pensé que todo había terminado antes de siquiera haber empezado...hasta que te vi aquí y tuve esperanzas.

Sus labios dibujan una sonrisa que llega hasta sus ojos azules como el océano. —Yo también las tenía cuando Isabel me dijo que vendrías y se hicieron realidad cuando vi tus preciosos ojos. —Siento dicha dentro de mí y estoy sonriendo cuando demanda—: Ven aquí, Evenin. —Me levanto y tomo su mano extendida hasta que me sienta sobre su regazo, mis piernas a cada lado de sus caderas—. ¿Sabes algo? —Su voz se torna muy íntima.

—No. ¿Qué cosa? —imito su tono y gimo bajo cuando siento su erección.

—Cada vez que me desafiabas y me mostrabas toda esa pasión contenida, lo único que quería era ponerte sobre mis rodillas y castigarte por hacerme sufrir y excitarme hasta el punto del dolor.

Oh. Mi cuerpo palpita, se enciende al instante. —Nada te impide hacerlo ahora —sugiero anhelante.

—¿Te refieres a castigarte? —Su voz de barítono es baja, sugerente, y eriza toda mi piel.

—Sí, profesor —respondo obediente.

Su mano recorre mi muslo desnudo debajo de la toalla y se detiene cuando sus pulgares tocan primero mi ingle y después se mete entre los labios de mi sexo explorando como el maestro de la seducción que también es, y me hace gemir, humedecer y temblar de necesidad. —¿Te duele? —pregunta cauteloso, su frente apoyada en la mía.

Muevo mi cabeza para negar. —No, pensé que la primera vez dolería horrores, pero ese no fue mi caso. Supongo que fui de las afortunadas.

—Soy muy afortunado también porque tengo una amante sensual, cándida y con ganas de aprender. Tengo planes para ti esta noche y los siguientes días, a menos que estés muy cansada.

—No para estar contigo —replico gimiendo porque sus dedos no han parado de moverse ni mis caderas tampoco.

—Ah, así me gustan las estudiantes, aplicadas y obedeciendo siempre a su profesor —murmura complacido.

Mis manos acarician su áspera mandíbula, lo beso primero y lo miro a los ojos cuando le digo: —Siempre me destaqué por ser aplicada, pero solo obedezco a un profesor.

—Mmm, interesante —ronronea, sus dedos moviéndose más rápido sobre el nudo oculto entre mis pliegues—. Ese profesor lo conozco y es muy estricto. No tendrá un castigo esta vez, pero sí tiene una tarea especial para ti y espera que la hagas correctamente.

—¿Cuál tarea? —Estoy sin aliento y tan cerca del paraíso.

Él se acerca a mioído y me la susurra con voz ronca y con detalles tan explícitos que suelto unjadeo, pero cuando succiona mi cuello con una pasión que dejará marcas, todoexplota dentro de mí y me sacudo en sus brazos expresando todo mi placer. Cuandologro recomponerme, me encuentro una desafiante mirada azul. Un reto que aceptoenseguida porque ardo en deseos por complacerlo también. Me levanto de lasilla, y sin dejar de mirarlo, me quito la toalla. Sus ojos zafiro me recorrena placer, se deleitan con la vista de mi desnudez. Acuno su mandíbula y le doyun fugaz beso, mordiendo su sexy y masculino labio inferior. Sin dejar de mirarlocon un deseo que me consume, me arrodillo, desanudo su toalla y trabajando sumasculinidad sigo sus instrucciones al pie de la letra. Cuando todo terminaexitosa y placenteramente, sin aliento él me califica. Esta vez obtuve una A+.

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