Profesor Grullón (Editando)

LyluRys tarafından

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Bienvenidos al salón de clases del profesor Grullón. Él te recibirá con su habitual mal humor, actitud arroga... Daha Fazla

Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Capítulo Extra
♪PLAYLIST♪
Book Trailer
Agradecimientos

Capítulo Cinco

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LyluRys tarafından

—Evenin, hija mía, eran solo unos cuantos dólares. No es para tanto. —Desde el sofá balbucea borracho y despreocupadamente mi padre y lo miro iracunda.

¿Qué no es para tanto? Grito en alto mi frustración y mi enojo. Tenía doscientos dólares guardados en mi tocador, metidos en unos calcetines blancos, y él, hurgando entre mis cosas, los encontró y los gastó todos en cervezas y licor. Todos. Cada maldito y sudado centavo. ¡Maldita sea!

—Papá, ese dinero era para pagar la hipoteca junto con los otros doscientos que reuniré al final de esta semana. No sé qué vas a hacer y a quién vas a pedirle prestado, pero ese dinero tiene que aparecer o estaremos en la calle. ¿Me estás escuchando? —Él ronca con la boca abierta—. ¡Papá! —le grito, pero es en vano.

Todo es en vano. Me siento en el viejo sofá y cubro mi cara con mis manos. ¿Qué voy a hacer ahora? Porque es seguro que ese dinero ya se perdió. El corpulento y desagradable dueño del bar de la esquina no va a devolverme el dinero a cambio de la mercancía ya comprada, lo sé.

Piensa Evenin, piensa.

Puedo trabajar horas extra o doble turno en el supermercado. Pero entonces sería el turno nocturno porque de día es imposible pues asisto a clases. También podría pedirle a Isabel que me pague por adelantado... No. De inmediato descarto esa idea porque ella se ha portado muy bien conmigo y no voy a estar exigiéndole cosas. Son mis problemas y yo los resolveré. Me levanto, sorbo por la nariz y salgo de la casa para irme a trabajar. Aún es temprano. Son las siete y media de la mañana, pero necesito respirar aire fresco porque me siento asfixiada. Conduzco lentamente por la carretera y sigo sopesando mis opciones. Puedo ofrecer mis servicios y consejos sobre belleza a las chicas de la escuela. Puedo peinarlas, pintar sus cabellos, maquillarlas y cobrar por ello. Sí, eso ayudaría y correré la voz mañana cuando vaya a clases.

Sintiéndome igual de inquieta y deprimida, llego a Buenavista Village. Me bajo y entro a la casa de la familia Avilés por la puerta de la cocina. Todo está en silencio y me voy tranquilizando poco a poco. Como me gustaría vivir aquí permanentemente. Así no tendría que preocuparme por pagar una hipoteca. Hago una mueca porque si no muevo mi trasero, no tendré nada de nada. Esta no es la vida que esperaba, pero hay que lidiar con lo que me tocó y tal vez más adelante las cosas mejoren. Rezo para que así sea.

Me preparo y me como un desayuno ligero porque no tengo mucho apetito y luego pongo manos a la obra. Voy hacia el cuarto de limpieza para buscar una cubeta y los productos que usaré. Me pongo los guantes amarillos y luego voy hacia la segunda planta y comienzo con el cuarto de invitados. Mientras me mostraba las habitaciones, Isabel me dijo que el señor Avilés nunca recibe visitas en esta casa porque no le gusta. Este es su hogar de infancia y sencillamente no le gustan los intrusos en su santuario, pero que siempre hay que mantener esta y las otras habitaciones aireadas y limpias por si acaso él decide dejar quedarse a algún amigo o socio. Limpio toda la habitación, cambio las sábanas, las cortinas, quito el polvo de los armarios, de la alfombra y luego paso a limpiar el baño. Allí estoy bastante tiempo, y cuando acabo, seco el sudor de mi frente. Uf. Uno menos. Muevo todos los productos de limpieza a la próxima habitación, que según Isabel un invitado sí la ocupa de vez en cuando, y hago el mismo proceso. Son cuatro habitaciones y antes de ir a la tercera, bajo a la cocina a tomar agua. Estoy sedienta. Luego subo y sigo con mi tarea hasta que la habitación queda reluciente.

A la una en punto noto que me salté el almuerzo porque ahora estoy famélica. Isabel me dio luz verde para preparar lo que yo quiera. Así que busco todos los ingredientes para preparar arroz, carne guisada y un majado de papas. Haré bastante para que también coman el señor Avilés, que regresa hoy en la noche, para Isabel, pues para impresionarla con mis artes culinarias, y para papá, que después de que se le pasa la borrachera se come el mundo entero. Mientras pelo las papas y sigo cocinando, olvido todas mis preocupaciones. Cocinar es de las mejores terapias y además es gratis. Dudo un momento, pero si quiero que el guiso quede como de chef de un buen restaurante, debo echarle un poco de vino. Yo no tomo licor. Nunca. Viendo como esa porquería está destruyendo a mi padre, le he tomado verdadero odio a todo lo etílico, pero quiero que sepa bien y voy a hacer una excepción. Busco en los estantes vino seco y le echo un poco para que le dé espesura, sabor, color y un toque diferente. Sazono la comida con sal, pimienta y especias, y luego me siento a esperar a que esté lista. Me duelen los pies y la espalda. Gajes del oficio.

Así pues, busco los papeles en mi bolso y sigo repasando las materias, concentrándome en los ejercicios y solo en ellos. Después de un rato, cierro mis ojos cansados y me masajeo las sienes. Gajes del oficio también. Si no estudias, si no te esfuerzas, nunca obtendrás tu recompensa. Y yo voy tras la mía pase lo que pase. Tomo mi teléfono y hago unas cuantas llamadas a mis compañeras de clases para ofrecerles mis servicios y económicas tarifas. Y sorpresivamente, ya tengo dos clientas. Beatriz quiere mechas rubias en su cabello castaño claro y quedamos para el próximo fin de semana. Y Lisandra quiere que la maquille y que la peine hoy porque tiene una cena familiar a las siete en punto en su casa e irá un amigo de su padre, del que está enamorada en secreto, y quiere impresionarlo. No se hable más. Cuando termine con ella, ese hombre tendrá su número en su teléfono y la estará llamando en cuestión de minutos. Ah, me encanta cuando la vida me sonríe aunque sea por cosas pequeñas.

Sintiéndome de mejor ánimo, me levanto para revisar la comida. Añado una pizca más de sal al guiso, que ya casi está listo y preparo el majado de patatas. Mi estómago me pide comida a gritos.

—Tranquilo, ya mismo nos alimentamos —me hablo a mí misma, y cuando todo está listo, me siento a comer.

Cuando termino, estoy tan llena y satisfecha que me entra el sueño, pero me desperezo y limpio la cocina para enseguida subir las escaleras y asear el cuarto principal. El dormitorio del señor Avilés. Vaya. Ya había entrado aquí, pero siempre me sorprende gratamente ver este lugar. La luz de la tarde se filtra por las ventanas de cristal dándole un toque íntimo y pacífico. Predominan el color marrón, el azul y el blanco. La cama con dosel es enorme y de una hermosa madera tallada a mano. Al final de la cama hay un baúl grande que debe guardar secretos y recuerdos familiares. Hay armarios y un cómodo sofá con vistas al hermoso lago trasero que hay en la propiedad. Una vista roba alientos por lo maravilloso y pacifico de las aguas y los árboles que lo rodean.

Suelto un suspiro soñador queriendo estar allí y sé que debo limpiar, pero no puedo mover los pies porque me encanta esta habitación y es obvio que al dueño también. Mirando alrededor, noto que aquí no hay mucho que hacer porque todo está ordenado de una manera que casi raya en la obsesión con la limpieza, así que logro moverme y comienzo a sacar el polvo, luego ordeno las almohadas, los cojines bordados que descansan sobre las suaves e invitadoras sábanas y después camino hacia el baño de la habitación que luce muy limpio también.

Como me gustaría sumergirme en esa enorme bañera. La llenaría hasta el borde, le echaría de esas sales relajantes y luego me quedaría allí hasta que el agua se enfriara por completo y aún así seguiría ahí relajada y sonriente. Suspiro con anhelo, pero eso es imposible, indebido e incorrecto. Sí, con todas sus "ies". Abro el grifo para comenzar a limpiarla, y el agua sale cálida y deliciosa. Miro las sales de baño situadas por orden de colores en la esquina de la bañera. Estoy muy tentada, lo admito. Y aquí no hay nadie. Podría...No. N. O. No debo. Isabel me dejó instrucciones específicas para esta habitación: NO TOCAR, NO MOVER NADA.

—Solo quita el polvo y limpia la bañera —me dijo ella—. A el señor Avilés le molesta no encontrar sus cosas en el lugar en que las dejó.

Ni pensarlo. No quiero que me despidan por ser una aprovechada y una irrespetuosa. Limpio la bañera con renovado vigor hasta dejarla brillante y hasta que me quedo exhausta. Ya he terminado por hoy. Aspiro profundo y exhalo lentamente. Recojo la cubeta, los productos de limpieza y bajo hacia el cuarto de aseo para dejar todo allí. Luego voy a la cocina, guardo la comida en recipientes de plástico y los meto en el refrigerador de dos puertas. Tomo otro para echar la comida que le llevaré a mi padre, dejo la cocina limpia, y después de revisar que no haya dejado nada encendido ni fuera de lugar, salgo y cierro la puerta con llave. Ahora me dirigiré a mi tercer trabajo, pero primero debo pasar por mi casa a buscar mis estuches y productos de belleza para así dejar a Lisandra regia y sexy para su enamorado secreto.

Una seca risa se me escapa mientras niego con mi cabeza. Enamorarse. Eso nunca me pasará a mí. ¿O tal vez sí? No tengo ni idea. Solo sé que ahora mismo no hay cabida para nada más que para el trabajo y mis estudios. Ya dentro del auto, lo enciendo, quito el freno de mano y voy a pisar el acelerador, pero en vez de eso piso el freno. Un elegante Mercedes color negro se estaciona frente a la casa Avilés. ¿Será el dueño? Oh. Me pongo nerviosa de repente. Reviso la hora en mi teléfono. Son las cinco con cuatro minutos de la tarde. Sí, debe ser él. Y me quedo expectante. La puerta se abre y sale un hombre maduro, como de unos cincuenta años, de pelo negro con pocas canas. Muy guapo la verdad...y muy enojado también, como si hubiese tenido un mal día en la oficina, pues está vestido con un elegante traje gris y carga un maletín. Él cierra con fuerza la puerta de su auto y luego camina a largas zancadas hacia la casa. Vaya. Definitivamente que ese es el señor Avilés. Tiene un porte de fría arrogancia y el gesto severo de su rostro lo hace ver muy intimidante y agresivo hasta cierto punto. Me muerdo la lengua y mejor no lo juzgo porque ese señor paga parte de la hipoteca de mi casa con el sueldo que me gano limpiando la suya. Espero a que entre y cuando lo hace, yo me largo. Espero que le guste la comida que preparé porque a pesar de todo quiero causar una buena impresión a Isabel y a él. Quién sabe y me paguen un dinerito extra o me den más días de trabajo cuando termine de estudiar. Necesito el dinero. Llego a casa y mi padre está viendo la televisión con una cerveza en la mano.

—¿Me trajiste comida? ¡Me muero de hambre! —me grita nada más verme entrar.

Suspiro con fatiga. Voy a la cocina, busco un plato, un tenedor y le sirvo.

Mientras lo veo comer con gran apetito, me siento frente a él y lo reclamo con dureza: —Papá, el dinero que robaste de mi tocador era para pagar la hipoteca. No tenías ningún derecho a hurgar entre mis cosas...

—Ay, hija, fueron unos cuantos dólares. No es para tanto —repite restándole importancia.

—Los devolverás, cada centavo —demando.

—¿De qué manera si no tengo trabajo?

—¡Buscando uno y de inmediato o nos echarán a la calle! —exijo todavía enojada.

—Sí, sí, iré mañana, hija —afirma en tono plano y sigue comiendo. Lo que significa que definitivamente tendré que conseguirlos yo.

Respiro profundo. —Necesitas ayuda, papá —lo aconsejo y él niega.

—Estoy bien, es solo una mala racha que pasará —afirma con un chasqueo de su boca.

—No lo estás —debato tajante—. Bebes hasta quedar inconsciente y puedes morir intoxicado.

Ni se inmuta aún ante mi tono triste. —Unas cuantas cervezas no van a matarme —asegura a la defensiva.

—Unas cuantas todos los días mezcladas con botellas de ron sí lo harán —debato y lo intento de nuevo como hago siempre—. Date una ducha y ponte ropa limpia porque voy a llevarte a la clínica de rehabilitación ahora mismo.

—¡Estoy bien! No iré a ningún lado —niega con rotundidad...y bebe tranquilamente de una cerveza que había en el suelo.

—¡Papá! —grito con exasperación.

—Evenin —me llama con cariño y lo miro con ojos brillantes. Este es mi padre, no puedo cambiar eso, solo deseo verlo bien, luchando con las batallas diarias como lo hago yo—, si tu madre no nos hubiera dejado...

Me levanto y mientras él sigue lamentándose por las consecuencias de errores pasados, voy a mi habitación, recojo mis materiales de belleza y salgo de casa otra vez. A trabajar. Para salir adelante cueste lo que cueste.

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