Llámalo infierno © |COMPLETA|

By EleSimo20

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En cuanto Eduardo ya no es capaz de distinguir los comportamientos normales de los dañinos, está en peligro d... More

ANTES DE LEER
SINOPSIS
¡IMPORTANTE!
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
NOTA AUTORA&CRÉDITOS

Capítulo 3

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By EleSimo20

El capítulo puede contener escenas que no son aptas para los menores de edad.

Capítulo 3

Narra Eduardo

Un portazo le pone fin a la tranquilidad. Permanezco en el sofá pero dejo a un lado el papel que estaba estudiando y me quedo viendo la entrada a la sala. Lo primero que se me ocurre es que Daniela habrá tenido un mal día en el trabajo. Y tomando en cuenta cuanto lo aborrece, no es ninguna sorpresa. Vaya que últimamente no es sorpresa que esté de mal humor, es una costumbre. Por desgracia.

Dada la situación, creo que no es momento adecuado para hablarle sobre lo que salió en los medios acerca de anoche...

—Lo que me faltaba... —se queja apenas ingresa a la sala de estar; se revuelve el pelo con una mano y apoya su espalda contra la pared— La gente de tu mundo es bastante chismosa.

¿La gente de mi mundo? Ay, Daniela... Qué manera de expresarte...

—Según gente cercana al actor, el conflicto de pareja terminó con una cachetada por parte de la mujer. Luego ambos desaparecieron de la fiesta. —dice, como imitando a alguien de los medios; entonces está enterada

—Lo bueno es que no hay ni fotos ni nada de eso... Sólo declaraciones de personas que ni siquiera dieron su nombre. La gente está acostumbrada a oír todo tipo de rumores. Y se sabe que no todo lo que sale en los medios es cierto.

—Pues en este caso sí lo es.

—No importa, no lo pueden saber con certeza.

—El público no. Pero todos los que estuvieron en la fiesta, sí.

Al fin y al cabo ¿qué más da? Cuando un hombre recibe una cachetada de una mujer, no es gran cosa para nadie. Suele ser normal. Si fuera al revés, el mundo estallaría y el hombre llegaría a la cárcel. Bueno, con razón. El punto es que a nadie le preocupa y le molesta que yo haya recibido una bofetada. Porque soy hombre. De seguro piensan que me la gané.

Aquí lo que llama la atención es que mi supuesta vida perfecta, en realidad no es tan perfecta. Les intriga que tenga problemas en mi matrimonio. Les encanta saber cosas que no son de su incumbencia. Y yo sólo pienso ignorar a cualquiera que decida pedirme explicaciones o alguna confirmación. Suelo ser discreto y eso no cambiará.

— ¿Y ahora?

—Nada —replico despreocupado—. En unos días aparecerá algo más sabroso y esta supuesta noticia quedará enterrada.

Su semblante se ablanda y para mí eso es suficiente para tranquilizarme. Porque a decir verdad, pensaba que iba a reclamarme, que iba a regañarme por el simple hecho de que elegí esta carrera, que conlleva cierta miseria.

—Ven acá. —propongo, palmeando el asiento libre hallado a mi derecha

Lo hace. Se acerca y para mi sorpresa, se acomoda en mi regazo mientras envuelve mi cuello con sus brazos y apoya su nariz en mi mejilla izquierda. En respuesta, la agarro por la cintura.

—Lo siento...

Lo dijo tan bajo que apenas lo entendí. No sé qué es lo que lamenta pero sus palabras me animan. Me llenan de esperanza. Tenemos nuestras dificultades, como cualquier pareja, pero podemos superarlo. Al final del día, sé lo mucho que me ama y sé que no hace nada con intención de herirme.

Vuelve a disculparse mientras comienza a llenar mi rostro de besos; hasta que giro la cabeza para contemplar su mirada. Y para algo más —pienso al notar lo cerca que están sus labios. Atrapo su rostro entre mis manos y la jalo hasta que nuestras bocas chocan y las ganas aumentan. Su boca me recibe gustosa y ese calor familiar complace la mía. Por lo rápido que ella correspondió, parece que deseaba hacer lo mismo que yo. Cambia de posición y queda a horcajadas encima de mí, sin embargo su cuerpo se relaja y me permite controlar el ritmo. Me permite besarla sin prisa, hacer las cosas a mi manera, derretirla con cada movimiento.

Me encanta cómo reacciona, me encanta ver que esa mujer aparentemente fría y mandona desaparece, dejando a la vista su lado más delicado. Me encanta que me demuestre sus sentimientos sin que haya necesidad de pronunciar una sola palabra. La abrazo como si existiera peligro de que huya mientras hundo los dedos en su cabello. Ella se estremece y se detiene un momento para mirarme, incluso hace amago de decir algo. Pero mis labios se encargan de evitarlo a través de un beso más apasionado que el anterior. Más ávido y profundo.

En cuanto nos apartamos para respirar, por fin se le presenta la ocasión de hablar:

—Quiero...

No acaba la frase, sino que comienza desabrochar mi camisa. Al mismo tiempo pretende que sus ojos hablen por ella pero para mí el gesto de sus manos ya es más que suficiente. Con la respiración aun agitada, no me atrevo reclamar otro beso así que opto por deleitarme con su suave piel. Comienzo por su cuello. Me dejo guiar por sus suspiros, moviendo mis labios y mis manos donde y como le gusta, recorriendo su cuerpo con intenciones de disfrutar y hacerla gozar. Hacerla gozar y encenderme por ello, para luego entregarle más y más.

Parte de la ropa desaparece lo antes posible y cuando sucede, no puede evitar mirar su pecho. La sangre se enciende y mi organismo despierta. Me hacía falta esto. No sé cuántos días habrán pasado pero... Aprieto la mandíbula para quedarme callado y comienzo tocarla sin intención de parecer desesperado.

—Eduardo, ya... —protesta entre jadeos

Sé lo que esto significa. Está impaciente y preferiría saltarse algunas cosas. Prefería la atención de ciertas partes de mi cuerpo. Entonces supongo que es uno de esos días cuando no necesita mucho para encender esas ganas. Y vaya que no tiene problemas en hacérmelo saber. Eso es bueno.

La posición en las que estamos favorece sus deseos. Tengo acceso a sus senos, puede darle lo que anhela y lo hago sin pensarlo dos veces. Noto que se aferra más a mí y suprime los gemidos cuando mi lengua roza sus pezones.

Podría hacer esto por horas, me encanta entregar, sus reacciones son mi recompensa. Pero ambos sabemos que si no pasamos a lo siguiente, sólo conseguimos torturarnos. Más si está encima y se niega quedarse quieta, pues la ropa no es obstáculo ante las sensaciones. A cabo de unos momentos, su petición me confirma que hay que avanzar cuanto antes.

— ¿Aquí? —decido preguntar; aunque no sería la primera vez que se me entrega en el sofá

Ella asiente y yo sonrío. Nos despojamos de la ropa que sobra —con cierta dificultad debido a la posición y la impaciencia, luego uso mis manos para agarrar sus caderas y acomodarla sobre mí. Con su ayuda acierto y finalmente puedo sentirla. Su calor me envuelve, al igual que esa sensación exquisita que anhelaba desde que iniciamos esto. Jadeo contra su cuello y la aprieto contra mí, hasta sentir sus pezones rozando mi pecho. Me niego moverme aún.

Un teléfono empieza sonar y casi me da risa. Es el mío y obvio que no pienso responder, no hay nada más importante en este mundo que la mujer que tengo en mis brazos. Y para qué negarlo... nada ni nadie me quita este placer. Ignoro el sonido del celular a favor de los sonidos que abandonan los labios de mi esposa, que ya está moviéndose encima de mí. No quiero callarla, pues me vuelve loco escucharla; así que en vez de besarla, regreso mi atención a su pecho, y paseo mis manos por su espalda.

A medida que seguimos moviéndonos, se arquea y se estremece mientras que algunos gemidos quedan atascados en la parte superior de su garganta. Otros se impregnan en mi hombro, cada vez que ella entierra su cara ahí.

Estoy ansioso de llevarla al límite y más allá.

. . .

—Estábamos haciendo el amor. ¡Por eso no te contestó!

Me hielo en el umbral de la puerta del baño. Daniela está al lado de la cama, de espaldas a mí, hablando por teléfono con alguien; hasta este momento, estoy casi seguro que ese alguien fue quien llamó hace ratos.

Me parece más que inapropiada su confesión. Y por su tono, creo saber quién está al otro lado de la línea. Jacqueline.

—Pásame el teléfono —pido y enseguida voltea; pero no actúa—. Por favor.

—Un momento, Eduardo quiere hablar contigo —le avisa a su interlocutor mientras se encamina hacia mí—. Toma.

Me entrega el objeto y se dirige al baño. Antes de eso no veo ni una huella de arrepentimiento en su semblante. Ladeo la cabeza en señal de desaprobación, luego me fijo en la pantalla. Sí, es mi amiga. Ya decía yo.

—Si es cierto lo que me acaba de contar, lamento haber llamado en un mal momento.

—Entonces eras tú. ¿Qué pasa?

—Qué pasa... —murmura— Que ignoraste mis mensajes. Y pensé que también ignorarías mis llamadas.

—Anoche te atreviste darle consejos. Ya ves como es. No la provoques, Jacqueline.

— ¿Por eso te enojas? Sólo quería ayudar. Sabemos que las cosas... bueno, que ella no te trata muy bien que digamos. Y que sigues permitiéndole, sigues tragándote su actitud, sigues perdonándole sus caprichos y berrinches.

Me paso una mano por el pelo. Me molesta todo lo que dice. Y más me molesta pensar que tiene razón.

—Anoche supe que no podía iniciar una conversación pero tarde o más temprano tendrás que explicarme esa cachetada. No sé por qué presiento que no te la merecías.

—Me la merecía. —replico

—Déjame dudarlo.

Ya no sé qué creer, sólo espero que no pase otra vez. Si tengo más cuidado, si no hago nada que pueda enojarla, logro evitar futuros malentendidos y futuros incidentes...

—Según tú ¿qué hiciste mal?

—La ignoré cuando hablé contigo... Y te defendí cuando te acusaba de querer algo más que una amistad.

—La tonta sigue con lo mismo. Supongo que me habló de sus intimidades con la intención de ponerme celosa.

Sí, es justo lo que mi esposa hizo. Fue algo bastante inmaduro de su parte, actuó como una adolescente a la que le quieren robar el novio. Por otra parte la entiendo, a muchos les cuesta trabajo creer que un hombre y una mujer pueden ser amigos y nada más que eso.

—Como sea, nada le da el derecho de pegarte. Dime una cosa ¿es la primera vez?

—Sí.

No. ¿Pero cómo voy a decirle que no? No quiero darle más motivos para criticar a mi esposa.

—Y por lo visto, se ganó tu perdón en la cama —comenta, refiriéndose, lo más probable, a que Daniela y yo nos acostamos—. ¿Eso suele funcionar? Digo... pregunto por si me sirve en el futuro.

Rio ante sus ocurrencias. Dejamos de hablar hasta que una duda que necesita ser aclarada cruza por mi cabeza.

— ¿Quién habrá difundido el rumor en los medios?

—Ay... —suspira— Por cierto, lo siento mucho. Ni idea quién habrá sido. Ya sabemos cómo son algunos... te tratan bien y en realidad están ansiosos de verte hundido. Sigo sin comprender cómo pueden divertirlos los problemas de otros, cómo pueden incitar a los medios, sabiendo lo podrida que está la cosa, la clase de estupideces que llegan a inventar.

—Las partes feas de la fama...

—Cambiando de tema... ¿Sabes por qué Luis no pudo llegar?

—Sí, está de vacaciones con su novia. —aclaro; ya imagino su reacción

—Ah...

Justo lo que esperaba. No le agrada saber que mi amigo se encuentra en algún lugar del mundo, disfrutando el momento a lado de su pareja. No se resigna a perderlo aun cuando ni siquiera fue suyo. La pobre está enamorada de un hombre que no se fija en ella y mi esposa se empeña en pensar que en realidad quiere estar conmigo. Claro, sería fácil simplemente decirle esto. Sin embargo yo no puedo hablarle sobre los sentimientos secretos de mi amiga —o de cualquier otra persona— sólo para salvar mi pellejo.

—Mejor hablamos mañana. —propone, buscando ocultar la decepción en su voz

No pienso hacer preguntas, me queda claro lo que la puso así. Tampoco planeo dar consejos, ya lo hemos hablado muchas veces y además nada de lo que yo le diga hará que esos sentimientos desaparezcan. No es así como funciona esto del amor.

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