Adán: el último hombre

Av mhazunaca

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Si tuvieras al último hombre sobre la tierra, ¿lo compartirías? Los hombres se extinguieron, hace milenios q... Mer

Sinopsis
Prefacio
1: Colmena de abejas
2: Descubrir
3: Pruebas
4: Un nuevo mundo
5: Desastre con patas
6: Seamos amigos
7: Perdida
8: Aceptación
9: A tener cuidado
10: Descubrimientos
11: Un pasado preocupante
12: Una arriesgada salida
13: Mucho acercamiento
14: Piedra, papel o beso
15: De bailes e intimidades
16: Inquietud
17: Desviando la atencion
18: Ruptura
19: Recuerdos frente al mar
20: Atrapada
21: Un poco de pasado
22: Como a un animal
23: Juicio
24: Plan
25: Peligrosas tentaciones
26: Una razón para vivir
27: Dejando ir lo pasado
28: Correr y correr
29: Los que se van nunca nos dejan
30: Entrega
31: Investigaciones
32: Preparación
33: Los temores que envenenan
35: Tratando de aclarar las cosas
36: Solo amo una vez
37: Quien puede eliminar debe ser eliminado
38: No seguiré sin ti
39: Eres eterno para mí
40: Un año después
Epílogo
EVA el proyecto
Fan Arts & Edits

34: A la trampa

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Av mhazunaca

Contempló a su Tesa dormida contra su pecho, sus labios rojos, sus pecas, su cabello negro esparcido sobre su fina espalda que se perdía debajo de la manta que los cubría. La acarició, los suaves rayos de la luz del día le permitían observarla como a una bella ninfa que había llegado a su vida para atraparlo para siempre. Había deseado antes pero nunca como a ella, si alguien le llegaba a gustar sabía cómo alejarse y olvidarles por cosas que consideraba más importantes. Pero la pelinegra se metió a su cabeza y ya no la pudo sacar.

Aunque en este caso, él había aparecido en su vida, así sin más. Por un momento se puso a pensar en aquella idea en la que nunca creyó, que las cosas pasaban por alguna razón, si había un motivo.

No. Cosas como la muerte injusta de su hermana era una de esas que le hacían desechar toda teoría, pero el estar ahora en otro tiempo, con personas que jamás hubiera conocido... Él mismo creía que si Dios estaba, era energía, la misma que movía los planetas, y la misma que movía las moléculas. Podía manifestarse a nivel macro, tanto como a nivel micro.

La existencia de esa chica podía ser pequeña para el universo, pero era inmensamente grande para él. Entonces volvía al inicio, a todas las cosas que lo llevaron a la muerte de su hermana y a «Futuro nuevo».

No entendía al universo, y más que nunca quería hacerlo, porque quería saber qué hacer para que nadie más pagara por causa suya. Si quizá la razón por la que estaba ahí era entregarse a que le hicieran lo que tuvieran que hacerle, o si quizá era mantenerse al lado de Teresa, cuidarla, y con suerte, seguir así.

Entonces, mientras deslizaba su dedo sobre sus bonitos y dulces labios, pensó que tal vez el propósito no lo dictaba el universo o Dios, tal vez se lo dictaba uno mismo. Lo que había que hacer era luchar por ello, aunque las cosas pasaran porque pasaban, siendo también consecuencias de actos anteriores.

Sus actos y decisiones lo llevaron a Teresa, y no hubiera habido problema con eso, sino fuera porque era el causante de sus malos momentos. Que la encerraran, que destruyeran a su dron, que tuvieran que moverse de su vivienda, hasta comer animales, algo que a ella no le agradaba, incluso ese detalle le hacía sentir culpable.

Si algo más le pasaba por causa suya, ¿qué haría? Claro que eso debió planteárselo antes de que llegara a tan lejos, si hubiera pensado con tiempo, si hubiera analizado bien la situación, de haber sabido cómo era...

Frunció el ceño, otra vez esa maldita palabra: hubiera. Hubiera, hubiera, ¡hubiera!

Entristeció, le brindó nuevas caricias a su pelinegra, buscó la hora y la vio en la cocina, eran casi las diez de la mañana. La sintió despertar, la chica parpadeó un par de veces y sonrió acurrucándose más contra él y acariciando su piel.

Su ego se enaltecía de forma infantil al saber que ella había disfrutado de su noche con él, al haberla hecho decir su nombre entre gemidos, al haber visto su sonrisa de satisfacción, sus labios entreabiertos, jadeantes, llena de gozo.

—Buenos días —murmuró Teresa somnolienta.

Se deslizó acomodándose sobre él mientras le respondía el saludo y besó sus labios con suavidad. Lo observó con una leve sonrisa inocente, le acarició las cejas, deslizó el dedo índice por su nariz, bajó a sus labios, acariciándolos también. Contempló cada detalle en esa boca masculina que la había hecho volar de distintas maneras, que le provocaba lamer y morder además.

Le dio un corto y rápido beso en el labio inferior, pudo ver su traviesa sonrisa de lado con ese hoyuelo marcándose.

—¿Me examinas?

Ella asintió rápido, como niña emocionada. Había querido hacerlo prácticamente desde que lo vio.

—¿A qué hora dijo Olga que venía? —preguntó volteando a ver el reloj.

—Al medio día —murmuró apoyándose en los codos al tiempo que ella se sentaba.

—Bah. —Volvió a recostarse contra su novio.

La rodeó y acarició, se dejó perder en él, en su calor, su aroma, su amor. Se miraron en silencio, sintiendo esa fuerte conexión, sus ojos le encantaban, pero era la forma en la que la miraba, la que la cautivó siempre. Deseó que aquel momento fuera eterno, que todas sus mañanas fueran así, en suma paz y tranquilidad, entre sus brazos, sin nadie que lo persiguiera. Por un segundo se preguntó si al ser el único hombre, su sueño iba a poder cumplirse. Si al ser el único, las demás lo iban a dejar solo para ella.


Sin darse cuenta habían vuelto a quedar dormidos, disfrutando de la cercanía y calor del otro. La pelinegra se removió y vio la hora, eran las once y cuarenta. Espanto.

—¿Tanto dormí? —se quejó.

—No es para menos —murmuró él sonriendo de forma leve, paseando las puntas de sus dedos por el brazo de la chica—, hicimos el amor.

Teresa se ruborizo de golpe. Lo aceptaba, había habido mucha pasión deliciosa, se habían conocido mutuamente, lo había tocado de forma casi posesiva, incluso aquello que llamaba a su curiosidad, arrancándole excitantes gruñidos contra sus labios, develando un lado de él que podía catalogar como salvaje, pero de un modo ardiente, mas no peligroso. Le dolían los músculos como si hubiera hecho ejercicio, la parte interna de los muslos, incluso los del cuello al haber disfrutado de los orgasmos por primera vez y el placer que la hacía echar la cabeza contra el colchón; su centro latía, no de dolor, sino de satisfacción.

Supo que por eso las mujeres de antes pagaban tanto por una noche con un hombre, pero supo también que era mil veces mejor si se amaban, si se pertenecían el uno al otro. No. No mil veces mejor, era incomparable.

Sonrió rozando su nariz con la de él.

—Hay que darnos prisa —dijo poniéndose de pie.

Tiró de la manta para cubrirse con ella.

—Hey, me dejas sin nada —reclamó él tratando de no reír.

—Lo necesito, hay toallas en el baño de aquí abajo —informó yéndose corriendo a su habitación.


La pelinegra terminaba de enjuagarse el gel del cuerpo con olor a vainilla, cuando escuchó la puerta del baño abrirse, vio Adrián entrar y dirigirse al lavado, se ruborizó pero siguió en lo suyo mientras él se lavaba los dientes.

Lo volvió a ver de reojo, estaba con una toalla envuelta en sus caderas, el joven terminó de mojarse la cara y volteó a verla, Teresa retiró la vista y se cubrió de forma inconsciente para luego dejar de hacerlo, era su novio y mucho más, no había ya nada que ocultar.

Él se acercó, tomó la manta con la que ella había ido hasta ahí cubierta y la mandó a la ropa sucia.

—Oyeee —reclamó la chica.

—No lo necesitas, ahí hay más toallas.

Salió de la ducha cubriendo sus senos con un brazo, aunque eso no evitó que él la recorriera con los ojos a la expectativa. Su vista se centró en la toalla que llevaba puesta, cómo colgaba de esas caderas estrechas, la marca en forma de V en estas, y no solo eso, la leve protuberancia que se notaba debajo.

Mordió su labio inferior y le sonrió de manera seductora, acercándose más. Al mantenerlo distraído plantando su mirada en la suya, haló de la toalla quitándosela pero él la retuvo reclamando entre risas.

—Tú eres el que no la necesita —contraatacó ella insistiendo en quitársela.

Él arqueó una ceja y se la dejó en las manos.

—Tienes razón, no la necesito —ronroneó acorralándola despacio y haciéndola soltar un corto gemido de sorpresa al sentirlo por completo desnudo contra su piel húmeda—, puedes verme y explorarme lo que gustes.

—¿Puedo tocarte? —preguntó como no lo había hecho en la noche, cegada por el deseo.

—Hazlo, no me pidas permiso, haz todo lo que gustes conmigo —murmuró a su oído haciéndola vibrar con su grave voz mientras ella recorría sus manos por su pecho y él la tomaba de la cintura—, soy todo tuyo, Teresa.

Perdida y embriagada por su caliente cuerpo contra el suyo, su aroma masculino con noche de pasión junto a su vainilla, gozando de su toque y sus besos intensos, apenas escuchó el llamado de Olga desde el primer nivel sin procesarlo. Jadeó sintiéndose a su merced volando ya por sus labios recorriendo su cuello y bajando a sus senos, cuando se dio cuenta la había alzado y la tenía contra el muro, enroscó las piernas alrededor de su cintura.

No era justo, ella deseaba verlo perdido y a su disposición también, recorrerlo a besos, tocarlo más, deleitarse con su gozo, pero esta vez nuevamente le había tomado la delantera.

—Adrián —soltó en jadeo enredando sus dedos en su oscuro cabello.

Él solo respondió con un ronco y bajo gemido sin dejar de saborear su piel húmeda por el agua de la ducha. Era un caldero ardiente de hormonas que no se iba a cansar nunca de verla, tocarla y hacerla suya.

—¿Hay alguien? —llamó Olga desde las escaleras.

Teresa reaccionó espantándose, todo el calor se le fue de golpe.

—¡Por todos los cielos! —susurró aterrada—. ¡Ya voy! —exclamó—. ¡No subas, enseguida voy!

Adrián rio en silencio apoyando la frente contra el pecho de la chica, su respiración se había acelerado, la ayudó a pisar suelo y sonrió más al ver su mirada de reproche a pesar de su rubor.

—¿Qué? —preguntó haciéndose el inocente.

Sus intensos ojos de celeste oscuro todavía brillaban con deseo.

—Esta me la debes. Pero me vas a dejar a mí volverte loco. —Se empinó y le robó el aliento con un beso voraz, le mordió el labio inferior, apartándose.

Se cubrió con la toalla y salió. Adrián resopló rascándose la nuca, vaya mujer, si ya lo tenía loco, iba a acabar con él, y él se iba a dejar más que gustoso.


Teresa se vistió de prisa, su cabello se secó veloz con su secadora especial, sin duda estar en casa era más cómodo. Adrián terminó de ducharse y lo escuchó batallar de nuevo con los perfumadores, rio en silencio. Salió también a vestirse y lo observó de reojo, al menos se había dejado secar y todo lo demás, no como ella que salió secándose con la toalla, pero no le importó. Ver cómo la camiseta se deslizaba por su torso de suaves músculos marcados era un deleite, le atraía demasiado.

—¿Vamos? —cuestionó rodeándola por detrás y besando su mejilla.

—Sí. —Se había puesto uno de los trajes magnéticos, además del de M.P debajo de ese, y ropa casual encima—. Aunque va a ver que hemos estado los dos aquí...

—Creo que desde que llegó ha de haberse dado cuenta.

—Uhm... —Se encogió de hombros—. Cierto.

Se puso de pie sonriente y se dispuso a dirigirse a la puerta pero él la retuvo, tomó su rostro entre sus manos acariciándola.

—No te expongas mucho hoy, no quiero que te lastimen por mí.

—Tranquilo...

Se inclinó y le dio un suave y dulce beso, lejos del deseo, del arrebato, un beso lleno de amor.

—Promételo —susurró.

—Lo prometo. Tú eres el que me preocupa en verdad, eres al que buscan.

—Estaré bien. —Volvió a besarla. Recordó lo que Olga le conversó, lo cual no era necesario, pues ya había decidido entregarse si eso evitaba que lastimaran a la chica. La idea de separarse de ella y hacerla sufrir por eso le torturó, pero si así la dejaban en paz... La abrazó fuerte respirando hondo su aroma—. Te amo.

Teresa sonrió muy feliz correspondiéndole el abrazo.

—No te preocupes, vamos a solucionar esto.

Se apartó soltando un suspiro y asintió volviendo a sonreír, no se iba a mostrar angustiado ante ella. La iba a apoyar y a seguir a donde fuera.


Al bajar, encontraron a Olga viendo una proyección que Helio mostraba en la gran pantalla de la televisión, se sorprendieron al verse en distintas tomas.

—¿Nos ha estado grabando? —reclamó Teresa sin poder creerlo.

Había cosas que eran incluso de antes de conocerla o saber de su existencia, como cuando Adrián la sacó de ese acantilado.

—Bueno, ¿quieres demostrar que M.P se equivoca en cuanto a los hombres? Esto ayuda demasiado. Más bien si tienes más cosas para mostrar...

La pelinegra lo meditó unos segundos. En parte tenía razón pero temió que al ver eso, todas quisieran tenerlo, la idea era que ayudara a que los hombres volvieran, después de todo, la naturaleza no los había eliminado del todo como ellas siempre creyeron, sin embargo, podía no ser productivo.

Otro mal sentimiento se apoderó de la chica. Estaba siendo muy egoísta, Olga tenía razón, no se arrepentía de haberse enamorado de él, pero tal vez no había sido lo más lógico estando la situación como estaba. Apretó los puños.

¿Debía actuar por la humanidad o por ella misma?

—Tengo... —Bajó la vista un par de segundos—. Tengo algunos dibujos... —Regresó a su habitación dejando a Adrián intrigado por su repentino cambio de expresión.

Teresa sacó los dibujos que había hecho de él, su respiración flanqueó, se había dado cuenta de que alguien ya los había revisado, quizá Helen, no le extrañaba si Carla la había mandado a husmear en su casa, o la loca de Diana.

Juntó las láminas a su pecho, temerosa. ¿Y si se lo quitaban finalmente? ¿Y si se lo llevaban? No la iban a dejar estar con él, ni decidir sobre él. Si solucionaban la situación eso era lo lógico, que lo quisieran usar para obtener sus células reproductivas.

No. Iba a ayudar a la humanidad, pero no iba a dejar que se lo arrebataran.

—¿Sucede algo? —preguntó él a sus espaldas, tomándola por sorpresa.

Volteó a mirarlo sin poder ocultar su preocupación.

—¿Me dejarías? —cuestionó con un hilo de voz—. Si te llevan para conseguir más hombres mediante tus genes o tus células, si te llevan a un laboratorio... —Bajó la vista—. ¿Me dejarías?

—Ya he dicho que no, tranquila.

—Es que es fácil decir eso pero la realidad es otra, van a necesitarte, ya sabes de qué forma...

—Hay otras formas, Tesa, no pienses en eso. Además recuerda que los másculos son resultado de manipulación genética, significa que si lo hicieron, se puede revertir —posó sus manos en sus hombros—, se pueden conseguir hombres trabajando en ello, no solo conmigo. La idea es convencerlas de que el mundo puede seguir bien con todos... —Sonrió travieso—. Si no quieren, me escapo contigo.

Ella rio en silencio recibiendo un beso en la mejilla, lo abrazó fuerte, cerrando los ojos.


Helio escaneó los dibujos de ella por si servían, Olga ya había dejado a sus másculos encargados con su amiga de la clínica. Almorzaron en casa de Teresa, y una vez listos, fueron en el floter modelo antiguo, que se había camuflado bien. Quedaron frente a la casa que daba a la espalda de la de Kariba.

—¿Segura que quieres hablarle? —cuestionó la mujer—. Si está siendo amenazada por M.P puede que les alerte y no podrás hacer nada en la competencia.

—Es mi amiga, puedo asegurarle que nada va a pasarle, Carla puede ladrar todo lo que quiera.

—¿Estás segura de que no hay nadie más en esa casa? —quiso saber Adrián, ya que Olga había mandado a Helio a revisar.

—No ha captado nada raro así que...

—Despreocúpense —dijo Teresa, levantó la puerta del floter y bajó—. Espérenme.

Cruzó el bloque de viviendas, la puerta de la vivienda de Kariba la reconoció y se abrió sin problemas. La rubia se encontraba en su estudio, cuando se percató, volteó con los ojos bien abiertos y quedó viéndola.

—Teresa —corrió a ella—. ¡Amiga! —La abrazó empezando a llorar—. ¡Perdóname, no sabía lo que hacía, me dieron tantos celos! —La pelinegra le correspondió el abrazo sintiendo también ganas de llorar, pero no lo haría, se dio cuenta de que se había vuelto un poco más fuerte en ese aspecto—. Perdóname por dejar que esto pasara...

—No, lo siento también, me puse muy egoísta...

—Que no vuelva a pasar. —Se apartó y limpió sus lágrimas—. Estás diferente —comentó viéndola de arriba abajo—, pareces más... femenina —agregó con extrañeza. Teresa entrecerró los ojos—. En serio, no es broma —dijo riendo y dándole un palmazo en el hombro—, te has vuelto más atractiva, tu cabello como que brilla más, como que tu piel está más hidratada, tus mejillas...

—Ok, ya entendí —la detuvo.

Por un segundo pensó en la loca idea de que estar junto a Adrián la había transformado en mentalidad y físico, incluso en que tal vez al haber hecho el amor con él, se había hecho más mujer. Sacudió la cabeza. No, era su parecer.

—¿Te han crecido los senos?

—Por todos los cielos —reclamó ruborizándose.

Kariba volvió a abrazarla.

—Ay, amiga, perdóname, qué bueno que has vuelto. ¿Te han dejado sin problemas o vas a cumplir algún castigo?

Teresa frunció el ceño con sospecha.

—¿A qué te refieres? —cuestionó apartándose despacio.

La rubia se preocupó.

—Lo has entregado a M.P., ¿verdad?

Retrocedió un paso.

—No.

Kariba juntó las cejas.

—¿Qué esperas, entonces? Hazlo, te están buscando, no se van a quedar tranquilas, sobre todo Carla, no vale la pena que te ganes más problemas, dáselo.

Teresa negó con cautela.

—No. Lo quieren matar.

—¿Y eso qué? Desde que lo encontramos debimos entregarlo, no va a pasar nada, es mejor si todo queda como si nunca hubiera pasado, entiende...

—No, entiende tú. Es una persona, no es inferior a nosotras, y lo amo con locura, no voy a dejar que lo lastimen, haré lo que sea para salvarlo.

—Teresa... Es solo uno más, su existencia no es...

—No es uno más, no para mí. —Retrocedió más.

La rubia cruzó los brazos.

—Ya veo. —Tragó saliva con dificultad—. Te importa más eso que el bienestar de todas, te importa más que yo.

—No es eso, de hecho me importa, sino no hubiera aparecido a querer aclarar ciertas cosas, si no me importara me habría ido con él a donde fuera, con tal de no ser encontrada.

—Qué mala decisión, y qué cursi —dijo otra voz, enfriándole la espalda.

Diana caminaba con calma en el salón, con su arma eléctrica al hombro. Sonrió de lado cuando la pelinegra la miró, fulminándola con sus ojos.

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