A la mañana siguiente, el chico se despertó muy temprano y se alistó para presentarse a su primera jornada laboral.
Fue caminando hasta su destino, guiándose por los datos de la dirección en su teléfono celular.
Si el pesado de Mauro creía que por lo ocurrido el día anterior le iba a dar el gusto de renunciar, le demostraría que estaba muy equivocado. Le daría la cara, aunque al final lo hechara a la calle e hiciera el ridículo.
Entró al edificio y de inmediato todas las miradas de las personas allí, quedaron sobre él.
Caminó sin hablar con nadie, entró dando pasos seguros como si conociera aquel lugar. Quedó fascinado, se notaba por fuera que era un lugar muy fino y al entrar lo confirmó al ver la enorme cocina ubicada en la parte del fondo.
Había otros trabajadores allí. Lo observaron entrar, pero antes de poder saludarlos, notó como todos aquellos empleados formaban una pequeña fila vertical, todos miraban detrás de él. Sin darse cuenta, Mauro recién acababa de llegar también.
El Chef caminó con la superioridad que lo caracterizaba y se detuvo hasta llegar detrás de una mesa larga color plateado, una mesa que estaba vacía. De pie detrás de ella, el hombre tenía la atención de todos los trabajadores.
Se inclinó un poco al frente, la mesa era un poco alta, apoyó en ella las manos y comenzó a hablar.
—Hoy se integra a nuestro equipo de trabajo, el señor Antonio aquí presente.
Las personas allí voltearon a mirarlo.
—Tony —aclaró— no me gusta que me llamen Antonio.
Sus nuevos compañeros le sonrieron con amabilidad y calidez, pero Mauro tenía su gesto de desagrado de siempre.
—Bien. El señor Tony forma parte de nuestro equipo. Durante estos días evaluaré sus aptitudes y luego voy a definir su actividad correspondiente.
Tony infló sus mejillas y sopló un poco del aire contenido.
—Por hoy, el señor Tony y el señor Wilson recibirán las verduras. Acomoden todas las cajas en la bodega y señor Tony, quiero esa bodega reluciente, los vegetales bien distribuidos en sus respectivos contenedores, ¿entendió?
—Sip.
—Sí —recalcó— en mi cocina, se habla con propiedad. Cuando yo le de una instrucción usted me responderá: "Sí, Chef". Espero ser lo suficientemente claro.
—Sí, Chef.
Tony enterró las uñas en la palma de su mano. Su jefe no se la iba a poner nada fácil.
—Bien. Inicien todos con sus respectivas actividades.
—Entendido, Chef —respondieron todos los empleados al unísono. Todos, menos Tony.
El mayor solo enarcó una ceja y se dio la media vuelta para iniciar su jornada, sin responder ya nada a sus subordinados.
—Vamos, Tony —lo llamó el chico Wilson— tenemos que ir a la parte trasera para descargar las cajas.
—¿Cajas?
Tony caminó a un lado de Wilson. Llegaron hasta la parte trasera del restaurante y había ya, un camión de carga.
Wilson le mostró amablemente las cajas que tendrían que cargar hacia adentro y eran muchas.
—¿Tengo que cargar esas cosas tan pesadas? —hizo un puchero que hizo reír a su compañero— No se supone que las divas carguemos cajas, ¡Me puedo fracturar la espalda!
—No pesan tanto —Wilson tomó una y la levantó sin ningún esfuerzo.
—Eso díselo a mi lumbalgia —el rostro de Tony se puso un poco rojo por el esfuerzo de tratar de levantar la siguiente caja— ya estoy muriendo.
No pudo soportar el peso y la puso en el suelo. Se inclinó y comenzó a arrastrarla por todo el camino.
—Tengo una idea —comentó Wilson— mejor déjame las cajas a mí.
El chico ya había acomodado la primera dentro, se inclinó y con facilidad levantó del suelo la que Tony estaba arrastrando.
—Lo que pasa es que tu tienes brazos fuertes y musculosos, los míos son aguados y flacuchos como los de un fideo cocido.
El otro chico comenzó a reír sin dejar de trabajar.
—No te preocupes, tú limpia los estantes y acomoda en ellos los vegetales que traen las cajas. Recuerda que el Chef dijo que quería ver el lugar reluciente.
—¡Oh gracias! —Exclamó con alivio poniendo una mano en su corazón y se acercó a Wilson y le dio un beso a su mejilla— Eres un amor, te vas a ir al cielo con todo y zapatos.
—No es nada Tony, no te preocupes —sonrió.
Dando pequeños brinquitos de felicidad, llegó hasta la bodega, Wilson reía de ver al otro con sus ocurrencias.
—¡Este lugar quedará genial con mis manitos mágicas! —Se pegó a la pared en su pose de diva y mordió su labio inferior seductoramente.
Wilson estalló en carcajadas al ver que Tony sacaba su celular y ponía música con la que mientras bailaba, tomaba una escoba, a ratos barría y a ratos la usaba de micrófono imaginario.
La jornada fue muy divertida, cuando todas las cajas estuvieron dentro, ambos terminaron cantando a todo pulmón mientras limpiaban juntos toda la bodega.
—Esto necesita etiquetas —comentó Tony a su compañero después de haber cantado al rededor de una hora.
—Debe de haber algún plumón negro por aquí —respondió el otro pasando la mano por su cabellera rubia mientras recordaba donde había visto uno.
—¿Color negro? —Negó con la cabeza y las manos— Cariño, yo necesito colores.
Su expresión dramática no pudo faltar con ese movimiento.
—Cerca de aquí hay una papelería. Deja ver qué puedo hacer —El rubio sonrió divertido.
—Eres todo un amorx —dio brinquitos mientras aplaudía emocionado —aquí te espero, anda, anda. Aquí seguiré.
Riendo, Wilson salió de allí.
Pasaron alrededor de cinco minutos de estar solo, y se quedó pensativo, mientras veía el fondo de pantalla de su teléfono. Tenía una fotografía de él con su hermana Elena, era la foto más reciente de ellos dos. Se la tomaron en la central de autobuses cuando se despidieron para iniciar esta nueva aventura.
—¿Ya terminaron? —Esa voz gruesa detrás de él, lo asustó mucho y pegó un grito, que se escuchó por toda la bodega. Al mismo tiempo que daba un enorme brinco. Terminó en brazos de Mauro, quien de la impresión, se quedó sin reacción por ese breve segundo.
Tony respiró aliviado al ver que no había sido asustado por un fantasma de la cocina, era Mauro quien había llegado sin hacer ruido.
Lo pensó mejor, y se dio cuenta de que estaba en los brazos de aquel adonis amargado, sus delgados brazos estaban rodeando ese fuerte cuello, sintió en sus piernas y en su espalda lo tonificado de los músculos del Chef y sonrió coqueto.
—Hola, baby —lo saludó con su voz seductora, que más bien, era un poco chillona y delicada.
Mauro finalmente reaccionó que estaba cargando al otro. Rodó los ojos y lo arrojó sobre unos costales de harina.
—¡Deja de perder el tiempo, Antonio!
Una pequeña cortina de harina se levantó al impacto del pequeño contra el costal, este empezó a toser.
—Si me rompes, me pagas completo. Me aseguraré de que mi hermana reporte que si no salgo vivo de aquí, es que tú me cocinaste en mole o en una ensalada —habló mientras tosía y se ponía de pie lentamente.
—Apresúrese señor...
—¡Tony! —Interrumpió el chico enfurruñado— Odio, no sabes cuánto odio que me llamen Antonio. Si me sigues diciendo así, yo no te hablaré como Chef frente a todos. Te diré "Mauro el amargado" aunque ahora que lo pienso, a nadie le sorprendería saber que eres un insoportable.
Para verse menos chaparro y ganar altura, Tony puso su mano en la cadera y se enderezó.
Dicho gesto solo lo hizo tambalear un poco, pues ni aunque se pusiera de puntitas podría alcanzarlo. Mauro era un hombre muy alto, y él era incluso chaparrito para ser un jóven de 23 años.
—Mira, pulga —Mauro dio un paso hacia el más pequeño usando su voz amenazante. Tony se quedó quieto y rígido cual estatua y firme en su posición no movió ni un músculo— en el departamento somos compañeros. Allí puedes hablarme como bien te parezca y allí mismo puedo arrojarte al suelo desde la azotea si me sigues dando problemas —se inclinó y sus rostros estaban muy cerca— pero este es mi restaurante y aquí soy tu jefe. Te vas a referir a mí como "Chef" y vas a hacer lo que yo diga sin rezongar ni reclamar nada. Lenard es mi amigo y solo por él y por Dan te tolero, pero si me fastidias en el trabajo, me aseguraré de que ningún restaurante te acepte nunca como su empleado, ¿entendiste enano?
—Sí, Chef —hizo una pausa y luego volvió a hablar— ¿su majestad el Chef, desea alguna otra cosa?
—Te queda solo una hora para terminar lo que te pedí Anto... Tony.
—Estará listo en menos tiempo que eso —Tony le guiñó un ojo aun sin moverse.
Gruñendo algunas groserías, el Chef salió de la bodega. Seguido de él, llegó Wilson.
—Hey Tony, ¿estás bien?
El chico seguía rígido como estatua, le respondió sin moverse.
—¿El rey del inframundo ya se fue?
—Sí. Ya se fue.
—Bien —Tony se desplomó, Wilson logró sostenerlo para que no llegara al suelo.
El chico puso una mano en su frente mientras estaba en brazos del rubio que lo sostenía.
—¿Tan mal te fue con él?
—¡Juro, que vi mi vida pasar ante mis ojos! —Dramatizó mientras Wilson reía a carcajadas.
—El Chef es mal-humorado, pero no te hará nada malo.
—Por si acaso abrázame para que se me componga la baja de azúcar que tengo.
Wilson alzó su mano y le mostró la bolsa que había traído.
—¿Estás seguro? —Agitó levemente la bolsa— Encontré plumones de muchos colores.
—¡Y son míos! —Tony se puso de pie inmediatamente y corrió a buscar las etiquetas con las que iba a poner los nombres de todo lo que iba a acomodar en los anaqueles.