Mundos posibles (Relatos)

By LucasSeimandi

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Colección de relatos cortos. Recomendación de humor: Onírico Enésimo. Recomendación de ficción especulativa:... More

Teomórfico
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Introducción MUNDOS POSIBLES (AMAZON)

Onírico Enésimo

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By LucasSeimandi

Onírico: 
1. Del sueño o relacionado con las imágenes y sucesos que se imaginan mientras se duerme.
Enésimo: 
1. Número que ocupa un lugar indeterminado en una serie o sucesión.  

¿Qué es aquello que, cuando lo necesitás no lo tenés,
 pero cuando lo tenés no lo necesitás?
   

La noche es fría y joven, marcho a gran velocidad en mi bicicleta por un camino inusualmente desolado que atraviesa la ciudad de norte a sur. No puedo oír nada más allá de la música de mis auriculares, así que asumo que es una noche tranquila.

El viento invernal roza mi cara mientras pedaleo con fuerza, en un desesperado intento por agotar mis energías y vencer al endemoniado insomnio que me acosa.

¿Qué es eso?

Cuadras abajo, un grupo de manifestantes con carteles y vestidas en tonos rojizos camina de oeste a este, por una calle que en menos de un minuto voy a pasar.

¿A quién se le ocurre hacer una protesta callejera a esta hora de la noche, cuando todo el mundo se queda en casa para resguardarse del invierno?

Comienzo a frenar. Al entrar en contacto con las llantas de la bici, los tacos de freno chillan y alertan a las manifestantes, que llevan crucifijos y sangre menstrual. Al oler testosterona en el aire, estas feminazis empiezan a acercarse – no sin una gran renguera – hacia mí.

Considero doblar a la izquierda para perderlas, evitando ser linchado y quién sabe qué más. Volteo la vista y no puedo creer lo que veo. Son femi... femizombies, corriendo hacia mí a poco más de cien metros de distancia. Doy la vuelta para regresar a todo pedo y en contramano, pero también están allá.

Doy un pequeño salto para trepar el cordón oeste, mi única escapatoria y donde pasa la vía del tren. Hago tan sólo unos metros y me resulta casi imposible seguir avanzando. Miro las ruedas y estoy en llantas. ¡Se pincharon ambas!

Dejo la bici ahí nomás y sigo a pata, corriendo a toda prisa. Bajo la pequeña loma de la vía y encuentro un pequeño grupo de personas teniendo una reunión bajo las estrellas en medio del parque.

Son un grupo de cristianos, que se sientan de cuclillas en ronda para hablar entre sí de un modo equidistante entre la humildad, la sumisión teísta y el destino manifiesto.

No doy más del asco, pero no tengo muchas alternativas. Cagado hasta las patas y preocupado por mi vida, me siento al lado de una chica que parece no odiar a los hombres, sino todo lo contrario.

De algún modo tácito razono que el predicador y líder del grupo es un evangelista intocable, que si me acepta en el grupo estaré a salvo. Tal vez su agua bendita repela feminazis o quizás tenga una retórica hipnótica, no lo sé.

"Cómo te llamás?", me pregunta el predicador. "Lucas", respondo. "Lucas cuánto?". Mierda, le di mi nombre real. Si me buscan en las redes sociales van a saber que soy un farsante, ¡que en realidad no creo en Dios!

"Lucas Fernández", miento. Es el nombre de un amigo que sí cree en Dios y en Jesús y en Cristo.

El predicador sonríe amablemente. Uno del grupo cuenta cómo durante el último mes fue un hijo del mundo e ignoró su fe, y que luego tocó fondo y en una especie de epifanía vio al señor y recibió fuerzas para retomar el buen camino.

"Amen", dice de pronto uno. "¡Amen!", me sorprendo diciendo en coro con los demás. La chica sentada junto a mí me mira de reojo y roza mi mano. Todo parece ir bien, así que me olvido por un instante de la horda mata machos.

De pronto aparece el mismísimo Lucas Fernández, que ya no es colorado con rulos porque se acaba de pelar. Me mira sorprendido de encontrarme acá y me saluda. Le susurro al oído que, por favor, me siga la corriente, que soy su hermano y me llamo Lucas, que use su segundo nombre, Nahuel.

Me enorgullezco de reaccionar rápida e inteligentemente, de no haberlo hecho se me hubiera ido de las manos. Igual no importa, de alguna manera que no alcanzo a entender la termino cagando. Así que ahora nos persiguen las femizombies y los evangelistas hipnóticos.

Subimos al auto de mi amigo, que mete primera y pisa el acelerador. El auto ruge y levanta una nube de polvo. No sé hacia dónde vamos, pero es en dirección al oeste.

Lucas, mi tocayo, maneja rápido, más que lo necesario para dejar atrás la heterogénea e intolerante horda. "Lucas, aflojale un poco", le digo. Él sube el volumen de la música alternativa y pisa aún más el acelerador.

Frente a nosotros hay una pronunciada curva, y al lado un pequeño lago. "¡Lucas!", le advierto. Gira rápidamente el volante hacia la izquierda y comienza a derrapar muy hábilmente.

Nos deslizamos lateralmente mientras las ruedas delanteras traccionan y el ABS intenta estabilizar la dirección. Pero el deslizamiento continua un instante más de lo debido, la rueda trasera derecha sale del asfalto y yo siento que caigo de espaldas.

Lucas le imprime potencia al motor para que compense el peso, pero no es suficiente y caemos al agua. Reacciono rápido y le indico que abra la ventanilla antes que el agua suba y quedemos atrapados. Nos quitamos los cinturones mientras el agua ingresa y nadamos a la orilla mientras el vehículo se hunde.

Mientras tiemblo de frío, pienso en decir algo, no sé si agradecerle por haberme salvado o regañarlo por perder el auto de un modo tan estúpido. Mejor me callo. Él también guarda silencio.

Sobre la curva, hay una cabaña con una pequeña galería y piso de madera. Vamos sigilosamente hacia allá y nos resguardamos del viento.

Pero por lo visto no fuimos tan sigilosos. La puerta se abre y sale una anciana arrugada de pelo seco y canoso, envuelta en un camisón rosado. Parece menos asustada que nosotros, es amable y maternal. Nos trae toallas y un vaso de leche caliente.

Entramos y nos alojamos en una misma habitación. Nuestros teléfonos están arruinados por el agua, así que pregunto si puedo hacer una llamada. Ella desconfía, me dice que quizás en la mañana. Cierra la puerta y quedo con mi amigo a solas.

Estamos los dos espabilados y con más adrenalina que nunca. Y para empeorar las cosas, resulta que la pequeña habitación es un depósito de guitarras e instrumentos de cuerda. Mi amigo es músico y yo tengo algo de idea, así que nos ponemos a revisar.

La colección es diversa y de muy buena calidad, hay rarezas y piezas únicas. Guitarras de siete cuerdas, bajos diminutos. En fin, mi amigo está loco y quiere llevarse una a su casa.

La anciana nos invita a la sala de estar, parece que tampoco puede dormir. Mientras mi amigo afina y juega con una guitarra, la viejita me saca conversación.

Resulta que los hijos nunca la visitan y las guitarras pertenecían a su difunto marido, quien le dejó una generosa pensión. Le sigo la corriente un buen rato mientras la adrenalina va amainando, hasta que ella se despide para ir darse un baño, no sin antes darme una última mirada y señalarme la puerta.

No hubo chance de conseguir una llamada telefónica, pero ahora mi amigo me insta a negociar con la señora para que le regale las guitarras.

No entiendo la secuencia de razonamiento ni como logra convencerme, tal vez porque es evangelista y tiene destellos del poder hipnótico, no lo sé. Lo que si sé es que me tengo que prostituir para que la anciana le regale las putas guitarras.

Toco la puerta del baño y pregunto si puedo pasar. Al abrir la puerta y toparme con el vapor de agua, veo una mampara de acrílico difuso que exhibe su esquelética e incolora silueta.

Ella cierra la canilla, abre el bastidor y se acomoda el poco pelo que tiene detrás de las orejas. Luego camina hacia mí, con las tetas caídas y los pedazos de piel bailando a cada paso. Por suerte, el cansancio me ayuda a no asimilar lo que veo, así que los detalles de alguna forma no llegan a mi cerebro.

Me guiña un ojo y toma la bata que está a mi lado, diciéndome que la espere un minuto. Sale del baño y cierra la puerta. Safé, al menos por ahora.

Mientras espero, me pregunto si debo desvestirme o si aún estoy a tiempo de escapar. En eso se abre la puerta y es Lucas que quiere decirme algo.

Parece que encontró armas y micrófonos en la casa. Hay algo raro con esta pensionada... Me dice que el FBI se puso en contacto con él y le ordenó que mantenga su posición, que en la cabaña hay bombas caseras de destrucción masiva.

"¿Algo más?", le pregunto exasperado.

"Sí. Tratá de demorarlo mientras las desactivo, es High-Tech y las bombas son diminutas", responde.

"¿Me estás jodiendo? ¿Qué tan diminutas?", pregunto.

"Como bolillas", me dice formando un círculo con el dedo índice y el pulgar.

"¿No hay riesgo de que las hagas explotar?".

"Me dijeron que no".

Cierra la puerta y trago saliva. Que lo demore, la puta que los parió.

¿Qué mierda está pasando? Escapamos de una horda de femizombies y un clan evangelista hipnótico, ahora el FBI quiere que me acueste con una pensionada terrorista mientras mi amigo desactiva las bombas. Algo no cierra y no sé qué es.

Debí haberme quedado en casa. Con o sin insomnio ya estaría dormido, probablemente lejos del radio de explosión de las bombas y seguramente lejos de la sífilis. Los preservativos son como las bombas atómicas o las espadas samurái: podes necesitarlas o tenerlas, pero nunca ambas a la vez. 

FIN

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