Adán: el último hombre

Par mhazunaca

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Si tuvieras al último hombre sobre la tierra, ¿lo compartirías? Los hombres se extinguieron, hace milenios q... Plus

Sinopsis
Prefacio
1: Colmena de abejas
2: Descubrir
3: Pruebas
4: Un nuevo mundo
5: Desastre con patas
6: Seamos amigos
7: Perdida
8: Aceptación
9: A tener cuidado
10: Descubrimientos
11: Un pasado preocupante
12: Una arriesgada salida
13: Mucho acercamiento
14: Piedra, papel o beso
15: De bailes e intimidades
16: Inquietud
17: Desviando la atencion
18: Ruptura
19: Recuerdos frente al mar
20: Atrapada
21: Un poco de pasado
22: Como a un animal
23: Juicio
24: Plan
25: Peligrosas tentaciones
26: Una razón para vivir
27: Dejando ir lo pasado
28: Correr y correr
29: Los que se van nunca nos dejan
31: Investigaciones
32: Preparación
33: Los temores que envenenan
34: A la trampa
35: Tratando de aclarar las cosas
36: Solo amo una vez
37: Quien puede eliminar debe ser eliminado
38: No seguiré sin ti
39: Eres eterno para mí
40: Un año después
Epílogo
EVA el proyecto
Fan Arts & Edits

30: Entrega

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Par mhazunaca

El atardecer les alcanzaba, Olga decía que no faltaba mucho. Caminar no era el problema, era el frío que empezaba a hacer.

—Aprendan de mis niños, ellos saben lo que es ser eficiente —dijo al escuchar que Clara resoplaba.

Los másculos llevaban puestos ponchos que los protegían.

—No nos avisaste que estaba lejos, de haber sabido hubiera traído algo más —renegó Teresa.

—¿Es mucho el frío que sientes? —le preguntó Adrián con preocupación.

—No tanto —le restó importancia.

Corrió un fuerte viento y cerró los ojos abrazándose a sí misma. El joven sacó la maleta de su espalda y buscó, sacando un abrigo. Las miró a ambas y se rascó la nuca.

—Ojalá hubiera traído dos.

—Tranquilo —dijo Clara—, dáselo a mi hija.

—Pero, mamá...

—Aquí tengo —intervino Olga. Sacó de su maleta y le dio a la mujer—. No pueden aguantar un poco de viento —renegó volviendo al frente.

—¿Y tú? —le preguntó Teresa a Adrián mientras los demás retomaban el camino.

—Descuida, no está tan frío, puedo aguantar...

—Yo también, nos podemos turnar.

—De eso nada, ven —la rodeó con un brazo—, así me calientas, ¿recuerdas? —Guiñó un ojo.

Ella rio de forma leve, recordando ese día en la playa, cuando se besaron por primera vez. Se ruborizó al pensar en eso, lo miró de reojo, quería mucho más que besarlo por horas, pero le era difícil no sentirse avergonzada por tener esos deseos. Caía bajo el instinto animal que toda su vida en la escuela censuraron y tacharon de primitivo, por lo que simplemente no lo estudiaban siquiera.

Un ruido la dejó fría, el gruñido bajo y profundo de un animal grande. Adrián se ponía frente a ella, queriendo cuidarla de lo que se presentaba adelante. Olga movió despacio su mano al mango de su arma de choque eléctrico, ya que desde unos arbustos los observaba un león de montaña, agazapado y listo para brincar.

Helio empezó a chispear, aunque era pequeño, su dueña lo ayudó haciendo chispear también el cañón de su arma, cosa que hizo flanquear al enorme felino.

—Avancen hacia mi costado —avisó.

Los másculos fueron los primeros en moverse, pero se quedaron junto a ella, el animal no retrocedía, avanzó gruñendo.

—¿Por qué no le disparas? —cuestionó Clara.

—No está bien cargada.

Rita lanzó un lloriqueo y el animal se lanzó arrancándoles gritos. Rugió enfurecido al ser tocado por la punta electrificada del arma de Olga, quien retrocedía luego de haberle dado con ella, ya que el puma le quiso dar un zarpazo, y un golpe de esas enormes garras no podía tomarse a la ligera.

Al fin parecía intimidado por la corriente chispeante pero se negaba a retirarse. Adrián sacó esferitas de un bolsillo, Teresa las reconoció, eran las que brillaban. Las lanzó, pasaron por las chispas del arma y se encendieron con sus luces brillantes, cayéndole al puma, cosa que hizo que saliera corriendo al temer que lo electrocutaran como lo había hecho ese aparato.

—No sabía que resultaría —comentó.

Olga resopló con alivio. Sin embargo, más gruñidos se escucharon a lo lejos, perros salvajes.

—A ver si nos apuramos. ¡Corran, que ya estamos cerca!

Iniciaron la carrera. Tras un tramo, ya sentían el agotamiento, aunque el frío ayudara en ese aspecto, hasta que vieron una especie de entrada en una montaña que se alzaba junto a otras. Quedaron frente a ella, Olga digitó una clave en el material de la puerta y este se aclaró y deslizó a un lado. Entraron y la puerta volvió a cerrarse veloz y cambiar de color, camuflándose.

El ambiente temperado les recibió. Era otra especie de fuerte, más grande. Los másculos corrieron yéndose por distintos lados, y Olga fue a una computadora escritorio que estaba por otro.

—Listo, ya pueden ponerse cómodos —avisó tomando asiento—, pueden hacer que la máquina prepare lo que gusten, yo tengo cosas que investigar. Hay habitaciones en este nivel, y otras en el inferior. Sobran porque ya no están todos mis niños. —Suspiró con pena.

Teresa se sorprendió, había otro nivel más abajo en la tierra. No perdieron tiempo y cenaron. En las noticias escucharon que se acercaba la fecha del inicio de la competencia de danza magnética de invierno, e hicieron llamado a las concursantes, incluyendo a la desaparecida Teresa Alaysa.

—Hacía tanto frío que no dan ni ganas de bañarse —se quejó Adrián recostándose en el tablero de la mesa. Tomó un último sorbo de leche caliente que le tibió una vez más la nariz y las palmas de las manos.

Teresa rio.

—¿No que podías aguantarlo?

—En parte...

—Anda, ve a la ducha o no te diré algo.

—¿Qué?

—Es un secreto. —Le guiñó un ojo—. Por tu cumpleaños, ¿recuerdas? —agregó en susurro.

Él entrecerró los ojos con diversión.

—Bueno, tú ganas. —Se puso de pie.

—Me esperas afuera de tu habitación.

—Muy bien, mi pecosita —aceptó tomando su maleta.

A ella le pareció perfecto que fuera a las habitaciones del nivel inferior, aunque los másculos rondaban por ahí. Olga arqueó una ceja y regresó su vista a su pantalla. Clara llevó a Rita para acomodarse en una de las habitaciones de ese nivel, mientras que Teresa fue al inferior también a darse un baño y alistarse para dormir.

Al salir, se vistió, el pulso le martilleaba, había tomado una decisión, desde que tomó un pequeño paquete de pastillas del estante de Olga sin que se diera cuenta, ya había tragado una con algo de agua. Respiró con dificultad, sintiendo que el valor se le iba. Apretó los puños y salió.

Vio a Adrián en el pasillo, apoyando la espalda contra la pared mostrándole una de sus esferas brillantes a un másculo, el de mechón blanco que llegó a escuchar que se llamaba «Mechoncito», la miró atento cómo destellaba luces. El castaño volteó a verla al percatarse de su presencia y le sonrió con dulzura. El másculo se fue huyendo con la esferita.

Teresa respiró hondo, sintiendo que en vez de recuperar oxígeno, se le iba más rápido. Sonrió acercándose.

—Y bien, ¿cuál es el secreto? —preguntó él en susurro.

Le enterneció e intrigó verla con el rubor en su rostro, con su cabello negro suelto en ondas, mirarlo a los ojos, determinada a hacer algo, pero sin saber qué.

—¿D-dormirás aquí? —cuestionó nerviosa.

—Sí, ¿por qué?

—¿Podemos entrar?

Por un segundo le preocupó, quizá algo la había molestado, ya no supo qué pensar. Entraron, el ambiente se iluminó, la puerta se cerró, y ella se empinó cubriendo sus labios con los suyos. Él no le negaría un beso así que le correspondió.

La rodeó por la cintura dándole una suave mordida en el labio, ella deslizó su mano sobre un sector del borde de la puerta, bloqueándola para que nadie entrara. No lidiaba con su peso aunque estuviera sobre las puntas de sus pies ya que él la sostenía. Llevó sus brazos a rodear el cuello del joven, los bajó deslizando sus palmas por su pecho, pasando su dedo índice por el centro, abriendo la prenda.

Él no tardó en darse cuenta y ella tampoco tardó en tocar su piel, pasear sus manos por el pecho masculino. Su beso se intensificó, tras devorarse esos labios que siempre la hacían volar, se desvió a su mentón, causándole dulces estremecimientos.

Empezó a bajar mientras sus manos se seguían paseando por sus pectorales, consciente del leve aumento en su temperatura corporal, haciéndose adicta al sabor de su piel, luchando por respirar por causa de su corazón palpitándole en la garganta. Besó su manzana de Adán que subía y bajaba despacio a causa de su entrecortada respiración, cuando una de sus manos fue detenida.

—Tesa —susurró tras un jadeo—, mi autocontrol contigo no es de acero...

La vio ruborizada, bajó la vista sonriendo con timidez.

—Lo sé —murmuró—, no quiero que te controles —agregó con un hilo de voz.

Eso le sorprendió, tomó su rostro y la besó, siendo recibido con pasión.

—¿Estás segura? —preguntó con esa voz ronca y masculina que le fascinaba a ella.

—Completamente —dijo sonriente al percatarse de su emoción, como si fuera un niño a punto de recibir un regalo.

—Espera, no. No hay protección, si sabes a qué me refiero. —Mostró su traviesa sonrisa—. A menos que quieras que te fecunde y multiplicarte conmigo —ronroneó inclinándose para besarla de nuevo.

—Tomé una pastilla.

—Oh. —Fingió tristeza.

Él también era un regalo para ella, toda su existencia lo era. Lo haló de la camisa y un candente beso inició, paseó sus manos por su sedoso cabello oscuro, enredó sus dedos en él, sus labios tocaron la piel de su cuello y su mente quedó en blanco, jadeó gozando de esa boca varonil recorriéndola.

Se apartó unos centímetros para quitarse la camisa, acción que ella aprovechó para deslizar sus manos nuevamente por su piel, su sonrisa coqueta con hoyuelos en las mejillas fue su premio, sin embargo, al volver a estar entre sus brazos, fue reemplazada por la mirada profunda y penetrante de sus ojos celestes.

La besó, le recorrió la espalda, bajando y tocándola en donde solo lo había hecho apenas una vez, llegó a sus muslos y la alzó, haciendo que le rodeara la cintura con sus piernas. Teresa sintió su pulso desbocado mientras la llevaba a la cama a un par de pasos de distancia.

Subió al colchón quedando ella debajo de su cuerpo, paseó sus manos por sus fuertes hombros, perdida en sus ojos. Iba a ser hombre con ella, ya estaba siéndolo, iba a conocer ese lado suyo, el de los instintos básicos, que con su amor pasaban a otro nivel, a uno casi místico.

Descendió y la comenzó a devorar a besos, su blusa la empezó a dejar descubierta tras el toque de sus dedos. A pesar de que su corazón iba a mil, no tenía temor de lo que pudiera pasarle, no le temía, era su Adrián, estaba más que decidida a entregarse, se sentía segura en sus brazos.

La leve ansiedad atacaba al joven, iba a ser la primera vez que iba a estar con alguien, era su Tesa, no había nada mejor que eso, pero no quería lastimarla ni hacerle pasar un mal momento. Tenía la teoría pero no práctica. Por supuesto que antes vio, y por supuesto que no faltó la chica que le dejó tocar y explorar, pero no pasó a más, no con tanta enfermedad de por medio y queriendo estar siempre bien para cuidar a su hermana.

Ver a su pelinegra ruborizada, sus labios enrojecidos, sus pecas por sus hombros, sus senos tras el sujetador rojo sin tirantes, le hizo olvidar las inseguridades que en su momento no pensó que tendría. Quería explorarla sin ropa, hacerla gozar, que se sintiera admirada, amada, que se le grabara una vez más que era hermosa, y así lo haría. Le entregaría cuerpo y alma sin reservaciones.

Le besó los labios, bajó recorriéndola, ella gimió bajo ante la corriente que se disparó al sentir su caliente boca pasar entre sus pechos, yendo hacia su abdomen, se curvó apenas tratando de evitarlo, al ser una reacción nueva y casi indomable. El calor había viajado a su zona inferior.

Volvió a gemir y a jadear tras recibir una suave pero firme mordida en la cintura, entreabrió los labios, su lengua la recorría, otra nueva y explosiva sensación. Lo vio reincorporarse y apoderarse del broche de su pantalón, la iba a seguir desnudando. Sus ojos conectaron y una poderosa corriente se presentó, pudo ver algo nuevo ahí también, una mirada felina, cargada en deseo, cargada de intensidad, un nuevo lado de ese hombre, su hombre.

La despojó del pantalón, encogió las piernas al sentirse descubierta, sus ojos parecían ya haberla desnudado por completo desde antes, pero su leve y extraña preocupación ante ese desconocido sentir se esfumó al verlo ponerse a gatas y acariciar el interior de su rodilla con su mejilla. Le ofreció una dulce sonrisa fugaz que la hizo reaccionar y calmar, era su Adrián, seguía ahí, la adrenalina la invadía, ya quería sentir más... ver más.

—Desnúdate —le susurró.

Él sonrió de lado con diversión, luciendo sexy y caliente.

—Desnúdame tú —ronroneó. Teresa quedó sin aliento, sí lo deseaba, así que con rubor y todo intentó reincorporarse—. Si puedes —agregó juguetón tocándole el centro de su sujetador y desabrochándolo al instante, haciéndola soltar un corto gritillo de sorpresa y caer hacia atrás al querer cubrirse.

La devoró de nuevo a besos al tiempo en el que recorría su piel con sus manos, estremeciéndola sin cesar, y la hizo jadear contra sus labios, curvarse y sentir su caliente cuerpo contra el suyo.

Fue apenas consciente de que su prenda inferior estaba a mitad de sus muslos, cuando él se alejó y terminó de jalarla y sacarla. Juntó las piernas, su corazón estallaba, la invadieron los nervios, sus manos intentaban cubrir sus senos, pero era un poco inútil su intento, ya estaba desnuda frente a sus ojos que la recorrían y admiraban.

Le sonrió con dulzura, su mirada cálida la llenó, posó sus manos en sus rodillas y las separó de forma suave para poder avanzar a ella a gatas.

—No te cubras, eres realmente hermosa —aseguró—, recuerda eso. —Recorrió sus labios entreabiertos sobre su abdomen y subió despacio hasta su oído—. Preciosa —susurró para luego empezar a comerla a besos.

Ella le acariciaba la espalda, completamente perdida debajo de su cuerpo, jadeando, gozando, Mordió su labio ahogando un gemido al sentir esa caliente boca haciendo de las suyas, quería más, mucho más.

—Contaría cada peca en tu piel —sonrió contra esta, produciéndole esos ricos cosquilleos—, pero primero hazme tuyo. Te toca.

Se apartó y recostó a su lado, le hizo señales para que se posicionara encima. Jadeante por su pulso y los nervios ella lo hizo, tocó el broche del pantalón y se preparó para bajarlo, recibiendo ayuda. Tragó saliva con dificultad al percatarse del bulto bajo su ropa interior, parecía que su cuerpo le señalaba el camino con las suaves marcas en sus caderas en forma de «V» y la línea de vellos.

Iba a ver eso que tanto le había causado curiosidad, su tamaño era como el que recordaba de aquella vez que lo sintió al despertar. Él la contempló así sensual sobre su cuerpo, a punto de despojarlo de lo que le quedaba de ropa, ruborizada. Imagen más excitante y memorable no había.

Se armó de valor y bajó la prenda abriendo mucho los ojos. Por todos los mares, ¿qué era eso? Se aclaró la garganta apenas al sentir que su cuerpo lo llamó, más a la expectativa.

Lo miró a los ojos, esos celestes grisáceos que la escudriñaban con detenimiento. Deslizó sus manos por su abdomen, él las cubrió con las suyas y se sentó, rodeándola, apretándola contra sí, besándola. Lo sintió contra su parte baja y se preguntó de forma fugaz en qué momento entraría.

—Si dudas podemos...

—No. Solo... me preguntaba si cabría —susurró avergonzada, y vio su sonrisa de perdición un segundo.

—Oye, es de tamaño normal, creo, pero me halagas.

La chica cayó en otro beso apasionado, caricias por toda su piel, su intenso calor corporal y su aroma envolvente. Ese momento era de ambos, sintió que ya le pertenecía, estando así piel con piel, ardiendo en calor, siendo tocada, explorada, teniendo toda la libertad de tocarlo también, demostrarle todo el amor que sentía, saciando su curiosidad, sintió que nada nunca podría separarlos. Se sintió única en el mundo, a pesar de haber miles.

Él se sintió el hombre más poderoso del mundo al verla gozar de sus caricias y besos. Cuando llegó el momento sus ojos conectaron.

—Tú tienes el control —susurró corto de aliento.

Teresa recibió ese detalle como otro regalo, poder poseerlo a su ritmo. Todavía temerosa por no saber si entraría, devoró sus labios y, aunque en un inicio pareció tarea difícil y dolorosa, pronto pasó, por las ganas y el deseo.

Para él también era nuevo y estaba luchando contra la fuerte sensación, luchando por no hacer algún movimiento involuntario que pudiera hacerle doler. Teresa pegó su frente a la suya, invadida por el temor de no poder, vio su labio inferior separado del superior, ese labio que le había gustado desde un principio, su textura, sus pequeñas grietas naturales. Ver esa boca entreabierta era una invitación tentadora.

Lo besó de nuevo y se dejó llevar por el instinto. Hicieron el amor, algo muy diferente, tanto que supo que no importaba si fuera a lo salvaje, seguiría siendo amor por el mero hecho de ser él, porque lo amaba, esa era su verdad. Disfrutó cada minuto, que uno a uno empezaba a transcurrir mientras se amaban.

Por ser primerizo, él sintió que acabó rápido, aunque a ella no pareció molestarle, no había sido poco el tiempo que estuvieron juntos tampoco, y ya tendrían tiempo de experimentar más luego.

Jadeaban, tratando de recomponer sus respiraciones, se sonrieron. Teresa lo besó, feliz. Había tenido el placer de verlo en su punto vulnerable, siendo solo suyo, y siendo hombre en todo sentido de la palabra.

—Ya eres mi hombre —susurró satisfecha.

Él sonrió también.

—Y tú mi mujer, pecosita.

Se abrazaron, algo agotados por el extenuante día, y sin querer, se durmieron.


****

Nota: ¿Quieres la versión explícita? En mi grupo de Facebook la puedes encontrar "mhazu readers", dejo el link en los comentarios :3

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