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By ohmonamour

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โœง ๐—ฉ๐—ข๐—Ÿ . ๐Ÿญ โ” ๐ฐ๐ก๐จ ๐ฐ๐ž ๐š๐ซ๐ž
โ” chapter one: heroes
โ” chapter three: dangerous
โ” chapter four: fear
โ” chapter five: pain
โ” chapter six: lies
โ” chapter seven: hope
โ” chapter eight: monsters
โ” chapter nine: past
โ” chapter ten: secrets
โ” chapter eleven: galaxy
โ” chapter twelve: universe
โ” chapter thirteen: blame
โ” chapter fourteen: superstition
โ” chapter fifteen: loss
โ” chapter sixteen: truth
โœง ๐—ฉ๐—ข๐—Ÿ . ๐Ÿฎ โ” ๐ซ๐š๐๐ข๐จ๐š๐œ๐ญ๐ข๐ฏ๐ž
โ” chapter seventeen: fire
โ” chapter eighteen: colors
โ” chapter nineteen: reality
โ” chapter twenty: perfection
โ” chapter twenty one: trust
โ” chapter twenty two: dependence
โ” chapter twenty three: protection
โ” chapter twenty four: radical
โ” chapter twenty five: time
โ” chapter twenty six: love
โ” chapter twenty seven: need
โ” chapter twenty eight: wrath
โ” chapter twenty nine: right

โ” chapter two: common

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By ohmonamour


༻ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐒 ༺
──────────────
' COMÚN '
˖⋆࿐໋₊


˖⋆ ✧ ˖⋆

DESDE NUESTRO PRIMER ENCUENTRO, Peter Parker y yo nos habíamos frecuentado cada día del mes.

Él me buscaba cuando llegaba herido después de realizar sus hazañas como el Hombre Araña, recibiendo sin falta un regaño de mi parte por ponerse tontamente en peligro. Por mi parte, yo corría hacia Peter cuando mis poderes decidían salir a la luz sin mi consentimiento.

A pesar de que solo llevábamos un mes y un par de días conociéndonos, temía comenzar a depender de él.

Podría decirse que éramos confidentes. El saco de boxeo que ambos necesitábamos golpear cuando nos sentíamos solos, incomprendidos, pero a su vez algo muy diferente a mejores amigos.

Era algo. Algo invaluable y a su vez desconocido.

Aunque en muchas oportunidades lo tenía en la punta de la lengua, como aquella vez, que lo veía riendo con Ned Leeds en medio del pasillo, nunca había tenido el valor de decirle "gracias" por cada una de las veces en las que me había aguantado, sin importar las circunstancias.

Ahogué un suspiro, lanzándole miradas escépticas a mis alrededores mientras me movía con pasos rápidos hacia Peter y su mejor amigo. Llevaba la cabeza gacha, maldiciéndome mentalmente por ser tan insegura frente a personas desconocidas. Después de todo, era mi segundo día como estudiante en la secundaria Midtown, a pesar de que, según el calendario escolar, tendría que haber ingresado hacía dos meses atrás.

Mi hermano no había conseguido hasta entonces el dinero suficiente como para pagarme una buena escuela, por lo que habíamos acordado que Riley —mi hermana menor— sería la única en cursar los primeros meses hasta que consiguiéramos una alternativa para mí. Era un capricho suyo el darme la educación que él nunca tuvo, así que después de muchas plegarias de su parte, me habían otorgado una beca en Midtown que, con mis malas calificaciones, claramente no merecía.

Luego de un fin de semana recuperándome de los malestares ocasionados por mis poderes, no había visto ni una sola vez a Peter Parker rondando por los alrededores de mi hogar, pues al parecer estaba demasiado ocupado con eso de ser el amigable Hombre Araña de Queens.

Ahora, extrañamente, solo quería estar con él. No importaba si era para hablar, mirarnos o simplemente acompañarnos en silencio.

—Liz no nos va a prestar atención, Ned. Solo somos los perdedores, y eso es todo. —Escuché que decía Peter mientras guardaba unos libros en su casillero.

—Oye... —le murmuré en voz baja cuando llegué a su lado. Asentí en dirección a Ned en forma de saludo—. Saben que no es así, solo tienen... gustos particulares, pero eso los vuelve más especiales.

Los ánimos de Ned parecieron subir al verme sonreír con convicción. Peter, en cambio, solo apartó la mirada con las mejillas rojas y aclaró su garganta con incomodidad, como si estuviese tratando de esconder algo.

Lo observé confundida, mas decidí ignorarlo.

—Rae tiene razón, Pete. —Ned le dio un empujón amistoso—. Somos como unos superhéroes, solo que todavía no entienden nuestros poderes. ¡Pero eso no nos impide ser geniales! ¿Quién no querría ver un maratón de Star Wars con nosotros? ¡Nadie, ni siquiera Liz se negaría!

Peter se atragantó con su propia saliva en cuanto Ned nombró la palabra "súperheroes". Comenzó a toser con los ojos abiertos como platos y yo, disimulando, le di algunas palmadas en la espalda para que recuperara la compostura.

—Y también tienen la mejor colección de figuras de acción —acoté con rapidez, intentando cubrir el desliz de Peter para desviar la atención de Ned—. ¿Verdad, Parker?

—Ah, sí, e-eso.

Ned nos observó con los ojos entrecerrados, sin tragarse del todo la expresión nerviosa de Peter y mi sonrisa cargada de tensión. Sin embargo, si realmente sospechó algo, lo dejó pasar con un encogimiento de hombros y desviando su atención a Liz Allan y su séquito, de quienes ya había escuchado bastante a pesar del escaso tiempo que llevaba rondando por la secundaria Midtown.

Me levanté sobre las puntas de mis pies hasta que mis labios se acercaron a la oreja de Peter: —Tienes que aprender a controlarte mejor si en verdad quieres guardar el secreto del Hombre Araña, idiota.

—Lo sé, pero es que es muy emocionante. —Contuve una carcajada mientras rodaba los ojos, ganándome una risita por parte de Peter y un suave golpe en el costado—. Por cierto, ¿estás bien? ¿No ha vuelto la fiebre? —preguntó en un susurro.

Un destello de preocupación apareció en sus ojos café, el cual causó que una agradable calidez se extendiera por todo mi pecho.

Negué con la cabeza. El castaño me dio un reconfortante apretón en el hombro y una sonrisa comprensiva antes de girar en dirección a su mejor amigo. No tardé en unirme al par de bobos que admiraban casi boquiabiertos al cuarteto de chicas que caminaban por el pasillo, saboreando la atención de toda una marea de estudiantes.

Fruncí el ceño un tanto ausente. Liz y sus amigas me confundían mucho más que las clases de Química. Sus prendas de colores pasteles las hacían ver más como un ejército de princesas que como arpías, con peinados perfectos y piel suavemente perfumada. Mientras tanto, en Brooklyn, me había criado con el estereotipo de que las chicas populares eran, en cambio, la reencarnación de una pesadilla con kilos de maquillaje compactado en el rostro.

Lejos de alegrarme el hecho de no tener que soportar en Midtown a otro grupo de chicas que lanzaran insultos a mis espaldas, me sentía aún más insegura de lo normal. Más imperfecta, inexperta, masculina, vistiendo aquellos jeans rotos y un suéter que probablemente era un par de tallas más grande de lo que necesitaba.

Y mientras buscaba alguna imperfección en Liz Allan por la cual tal vez Parker y Ned podrían dejar de gustar de ella, una de sus amigas giró a verme directo a los ojos.

Tenía el cabello pelirrojo, de un color naranja casi artificial que le enmarcaba el rostro como una cascada de fuego. Sus ojos eran de un peculiar color ámbar que me escudriñaba con rabia y su piel, de un pálido casi angelical, parecía haber sido iluminada en las medidas perfectas con la luz del sol.

Toda ella parecía emanar fuego, un calor infernal con el que podía relacionarme desde que había obtenido mis poderes. Sentía un hilo invisible conectándome a ella de una manera que arraigaba inquietantes escalofríos a lo largo de toda mi columna vertebral.

Fue entonces, de una manera que se me antojó agonizantemente lenta, cuando movió sus labios para modular con rabia tres palabras que me hicieron temblar sobre mis propios pies.

"Sé tu secreto", me pareció que decía mientras pasaba de largo.

«¿Mi secreto? ¿Sabía de mis poderes?»

Comencé a entrar en pánico, creando especulaciones paranoicas que quizás no eran reales, pero que me aterraban de igual forma. Las puntas de mis dedos ardieron debajo de la gruesa tela de mi suéter. Cerré los ojos, luché por controlar la fuerza sobrenatural que corría en mi interior, pero era demasiado intensa.

Entonces, agregué una nueva palabra al diccionario de cómo me hacían sentir aquellas chicas: como un monstruo, porque eso es lo que era, y que hubiese la posibilidad de que esa pelirroja lo supiera me tenía al borde del colapso.

—¿Qué le sucede? —Escuché que Ned le preguntaba algo a Peter, pero me hallaba demasiado concentrada en apagar las llamas de mis manos como para prestar atención—. Oye, ¿soy yo o huele a que algo se está quemando?

Peter no le respondió. Ya no miraba a Liz como si fuera el diamante más hermoso en medio de una mina de oro, sino que sostenía mis antebrazos para darme soporte.

—¿Rae? ¿Estás bien? ¿Rae? —cuestionaba Peter con rapidez—. Vamos, eres más fuerte que esto, puedes manejarlo —susurró de manera confortante.

Intenté enfocarme únicamente en sus ojos; en aquellas estelas castañas, en la dulzura que normalmente se resguardaba en su mirada y en su ceño fruncido. Trataba de copiar la respiración relajada —a duras penas— de Peter, pero mi visión comenzaba a tornarse de un rojo vivo. Aunque estaba surtiendo efecto, aún sentía el calor acumulándose en las yemas de mis dedos.

—No puedo —murmuré de manera casi imperceptible, intentando alejarme del agarre de Peter para evitar que Ned sospechara que algo fuera de lo normal estaba sucediendo, pero él solo me sostuvo con más de fuerza.

—Ned, la... la lle-llevaré a la enfermería.

Trastabillando con sus palabras, Peter me jaló de la muñeca para sacarme de allí. Lo seguí sin rechistar, mordiendo con fuerza el interior de mi mejilla y bajando aún más la mirada.

No sabía a dónde me llevaba, pero confiaba plenamente en que Peter sabría qué hacer.

—¡Pito Parker! —resonó repentinamente la voz de Flash Thompson, tal y como un insoportable pitido—. ¿Llevando a tu novia nerd a algún lugar oscuro para hablar de sus babosadas?

Se escuchó el coro de risas que apoyaban a Flash desde su posición, causando que la adrenalina y la ira corriendo por mis venas aumentaran considerablemente.

Peter siguió caminando conmigo detrás suyo. No respondió, ni siquiera volteó a mirar a Flash, pero para mí no pasó desapercibida la forma en la que apretaba la mandíbula para contenerse.

Retuve el impulso de deslizar mi mano hasta la suya para darle un apretón de apoyo a sabiendas del fuego que aún irradiaba de ellas.

Sin embargo, hice otra estupidez.

—Se llama Peter, imbécil —escupí en voz alta.

Sentí que Peter me jalaba con más fuerza antes de que pudiese escuchar la respuesta de Flash.

—Tranquila, ya casi salimos de aquí. Son todos unos idiotas.

Mientras tanto, la mirada de cierta pelirroja clavándose en mi costado, quien sonreía ante mi estado descompuesto, me seguía poniendo los vellos de punta y aumentaba la temperatura de todo mi cuerpo.

✧✧✧

Considerar el hecho de que ya no era una persona común se estaba volviendo algo normal para mí. Aun así, seguía suponiendo un gran reto.

Aunque en la escuela me había salido de control, esa misma tarde me hallaba bastante calmada. Me resguardaba debajo de la fina sábana de mi cama, respirando el delicioso aroma de los panqueques que Jonas había cocinado horas atrás, el cual se había impregnado por cada rincón del departamento. Decidí dejar los deberes de la escuela para más tarde mientras me perdía en las goteras del techo, con mis canciones favoritas acompañándome de fondo.

Esa paz que sentía, sin pensar en nadie ni en nada, se acabó tan rápido como había llegado.

Se escuchó un estruendo proveniente de la calle. Me obligué a ponerme de pie y, arrastrada por un latiente sentimiento de curiosidad y confusión, me acerqué a mi ventana para correr las anticuadas cortinas y, finalmente, abrirla.

—No puede ser... —gruñí al ver como Peter Parker, en plena calle y enfundado en su traje del Hombre Araña, se levantaba con gran esfuerzo del suelo, sosteniendo su hombro para intentar presionar el sangrado que se camuflaba con el rojo de su sudadera—. ¿Qué haces, Peter? —pregunté ausentemente, encaminándome con rapidez hacia mi armario para tomar la primera prenda con capucha que encontré y lanzándomela sobre la cabeza para tapar mi rostro.

No tardé en abrirme paso a través de mi ventana y bajar por las escaleras de emergencia hasta que mis pies tocaron el asfalto. Corrí hasta el medio de la calle, donde Peter era atacado por un trío de hombres formidables que llevaban algunas armas blancas en mano, burlándose del esfuerzo que hacía el chico para ponerse de pie. Algunos autos se habían detenido y una camioneta se había estrellado contra un poste a la par que algunos peatones miraban asombrados y sostenían sus celulares para grabar la escena; mientras tanto, otros solo se alejaban despavoridos.

¿Acaso nadie pensaba ayudar al polémico pero amable Hombre Araña?

Sabiendo la respuesta, supe que, entonces, yo tendría que hacerlo, pues no pensaba dejar a Peter herido y metiéndose en problemas por su cuenta.

—No me fallen ahora, por favor —le murmuré a lo que, creía, eran mis poderes.

Arreglé la capucha de la sudadera y ajusté mi cabello hasta que mis facciones no quedaran a la vista. Cerré los ojos. Tomé una gran bocanada de aire. Concentré todo aquello que llevaba molestándome desde hacía un mes en las puntas de mis dedos hasta que, para mi buena suerte, éstos se encendieron, pero esta vez bajo mi total control.

—¡Eh, imbéciles! —Intenté que el temblor de mi voz no se escuchara mientras los tres hombres giraban sus cabezas en mi dirección—. Vengan por aquí.

«No temas, no temas. Tú puedes, cree en ti misma», me repetía a la par que los maleantes compartían miradas cómplices y sonrisas confiadas, murmurándose algo que no alcancé a escuchar.

—Entonces tenemos a otro fenómeno, como nuestro querido Hombre Araña —musitó uno de los hombres. Me repasó de arriba a abajo, como si no valiese nada, y sostuvo con más fuerza la daga que llevaba entre las manos—. Como quieras, niña.

—¡Rae, vete de aquí! —gritó Peter desde su posición. Evité maldecirlo por revelar mi nombre y solo me concentré en el hombre que se acercaba a mí a gran velocidad—. ¡Vete, maldición!

Apreté los labios para tragarme las ganas de responder. Solo extendí mi brazo para expulsar más llamas. Supe, de esa manera, que ya era muy tarde para volver atrás.

Sin saber cómo, una esfera de fuego salió de mis manos hasta llegar al arma de mi atacante, haciéndolo tirarla al suelo cuando el material de la —ahora candente— daga prácticamente se derritió. Siseó entre dientes después de recibir la quemadura y se lanzó a mí con más rabia, atinando un golpe en mi pómulo. Intenté golpearle con la misma fuerza, pero fue el fuego lo único que logró hacerlo retroceder cuando éste estalló contra su barbilla, dejando mis nudillos adoloridos.

—¡Encárgate de los otros! —exclamé hacia Peter mientras dirigía otra esfera de fuego al hombre que se acercaba a mí desde más atrás, aprovechando para tomar distancia de mi rival inicial.

De reojo, vi que Peter volvía a la acción disparando un par de telarañas con un único brazo. Me concentré en terminar con mi contrincante, haciendo lo posible por ignorar  la punzada de preocupación que invadía a mi pecho cada vez que un puño era dirigido hacia Parker.

Entre golpes de parte de mi atacante, el remordimiento que sentía al quemar a otro ser humano con mis llamas y unos cuantos quejidos de dolor, logré echarlo al suelo cuando, colocando mi mano ardiente sobre su antebrazo, arrojé un par de llamas a su pierna para quemarle la tela del pantalón y un poco de carne.

Las cosas se volvían cada vez más intensas, más rápidas. Todo se convertía en un absoluto caos que estaba manejando con sorprendente habilidad. Me palpitaba el rostro con dolor por los golpes que me habían asestado y, cuando llegó la policía para llevarse a los maleantes, no tardé en escurrirme en el primer callejón que encontré sin percatarme de que Peter Parker me pisaba los talones.

—¿Estás loca? ¡Pudieron haberte hecho algo malo! —siseó Peter mientras se sacaba la máscara y la arrojaba al suelo, volviendo a aplicar presión en la herida de su hombro.

—Tú también estás herido, y peor que yo.

—¡Precisamente por eso! ¡Estaba preocupado! —replicó con molestia, acercándose un poco más a mí para repasar las heridas de mi rostro.

—Solo quería ayudarte, Peter. —Acaricié inconscientemente mis manos, las cuales ahora estaban apagadas. En mi mente, dibujé las flamantes llamas que antes las cubrían, sin acostumbrarme a la idea de que todo aquello fuese realidad—. Con estos poderes, podía hacerlo. —Abrió la boca para refutar, pero me le adelanté—. Tú mismo me dijiste que debía intentar hacer esto, distraerme. ¿Ahora me lo vas a impedir? ¿Y qué si quiero comenzar mi propia historia?

Peter se quedó callado, inspeccionando una vez más mi rostro. Acercó su pulgar a mi barbilla para limpiar un poco de sangre. Por mi parte, aguanté la respiración cuando una corriente eléctrica me recorrió de arriba a abajo ante su toque.

«¿Qué demonios había sido eso?»

—Pude haberlo manejado solo. — murmuró, calmando el tono exaltado de su voz. Dirigió su mirada, que pasó de conflictiva a confundida en un santiamén, hacia mis manos—. ¿Desde cuándo puedes hacer eso?

Peter tomó mi muñeca para levantar mi palma en su dirección, inspeccionándola con calma y curiosidad. Luché por regular el ritmo de mi corazón, el cual aún brincaba como desquiciado en mi pecho por la adrenalina de la reciente pelea.

—No tengo ni idea.

El castaño me miró en silencio durante unos segundos. Vi una duda rondar por sus ojos y a sus labios abriéndose levemente para después cerrarse de manera abrupta, como si quisiese decirme algo.

A pesar de ello, solo suspiró, soltando mi muñeca y dejando caer mi brazo.

—Vamos a mi casa. Le diré a May que me ayude con tus heridas.

Y con la pequeña sonrisa forzada que me dedicó, solo fui capaz de asentir, sin percatarme de que, a la distancia, la misma pelirroja de la mañana me analizaba con odio, escondida detrás de un basurero.

Claro que, cuando al día siguiente encontrara una extraña nota en mi escritorio, comenzaría a pensar que, realmente, algo no iba bien.

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