Profesor Grullón (Editando)

By LyluRys

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Bienvenidos al salón de clases del profesor Grullón. Él te recibirá con su habitual mal humor, actitud arroga... More

Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Capítulo Extra
♪PLAYLIST♪
Book Trailer
Agradecimientos

Capítulo Uno

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By LyluRys

—Ya saben que una expresión algebraica es la combinación de letras y números. —Él señala hacia la pizarra mientras explica—. Los números los vemos, ya están ahí, pero son las letras a las cuales vamos a buscarles ese valor que todavía no conocemos y que pueden sumarse, restarse, dividirse o multiplicarse. —El profesor escribe números, paréntesis, letras y símbolos y sigue hablando—. Y como ya saben también lo que son los binomios, los monomios, y polinomios, y los términos que corresponden a cada uno porque ya lo estudiaron anteriormente y no voy a explicarlo de nuevo, es por eso que el coeficiente principal... —El profesor continúa con la clase para después de varios minutos de brusca explicación decirnos—: ¿Entendieron? —nos mira alzando una ceja.

Yo no entendí ni jota, pero lo hago mejor resolviendo los ejercicios que escuchando su aburrida cháchara sobre números y letras. Algunos de mis compañeros murmuran y asienten. Otros, como yo, permanecemos en silencio. Es mejor de esa manera.

—Pues ya que entendieron todo a la perfección y como debe ser, tienen exactamente media hora para terminar los veinte ejercicios lineales que están en el otro pizarrón —sentencia el profesor. Luego, con actitud arrogante, se va hacia su escritorio.

Yo en mi asiento estoy hastiada, pero obedientemente comienzo a hacer la tarea para no reprobar. Esta es mi última clase y ya quiero irme.

Álgebra es la clase favorita de todas las chicas aquí y alguno que otro chico también, pero para mí es horrible, apesta y me tiene con dolor de cabeza. Eso de fracciones algebraicas, signos, coeficientes, exponentes y polinomios, no es lo mío. Para nada. No necesito eso para estudiar estilismo. ¿Pero por qué razón álgebra es la clase favorita de todas aquí? Sencillo, por el impecable y atractivo profesor "Gruñón"... digo, Grullón. Profesor Grullón.

Mis compañeras de clase no paran de repetir y resaltar todos los atributos que tiene él, alto, de cabello negro, ojos azules y piel bronceada. Es atractivo sí, pero en estos momentos de mi vida tengo muchos problemas con un padre alcohólico, una madre desaparecida, los gastos de la casa, y estoy tratando de juntar dinero para mis futuros estudios con mi trabajo de medio tiempo en el supermercado Edmon. No tengo tiempo para estar actuando como una colegiala enamorada de un profesor, por favor. ¡Qué cliché! Ya soy demasiado madura para mis dieciocho años.

Es un secreto a voces el porqué de la actitud amargada del profesor Sebastián Andrés Grullón. Él tiene dinero, pero según se escucha por los pasillos, él está dando clases aquí, en nuestra querida preparatoria Atenas, a causa de una herencia que dejó su abuelo paterno. Se estipula que debe enseñar por lo menos diez meses y luego puede cobrar dicha herencia. Un presuntuoso y amante del dinero, eso es lo que es él para mí. De seguro que la cantidad de cifras en esa dichosa herencia es muy escandalosa como para aceptar dar clases a estudiantes llenos de hormonas en ebullición. "Quién más tiene, más quiere", dice el refrán que le queda como anillo al dedo.

Mentalmente bufo.

Él siempre viste como si fuera un CEO de alguna importante compañía y no como un educador: traje azul oscuro hecho a la medida, camisa imposiblemente blanca, corbata roja y zapatos hechos a mano en algún lugar de Italia. Luce bien todas las "ies": impecable, imponente e inalcanzable. No parece un profesor en lo absoluto, ni con la ayuda de la manzana roja que descansa en su escritorio. Una fruta prohibida que de seguro una de las chicas la puso allí a propósito y sin que él se diera cuenta porque déjenme decirles que el profesor Grullón es muy perspicaz, sagaz, mordaz, ¡y todo lo que termine en "az"!

Para colmo, su estilo para impartir clases deja mucho que desear, pero nadie dice nada al respecto. Él explica cada término, cada ecuación paso por paso una sola vez y si no entendiste, pues te jodiste. Tienes que esperar a que a él le dé la gana de explicarlo de nuevo.

Así es él.

Y soy la única que no lo soporta.

Esa actitud hosca que estas tontas encuentran sexy me tiene de los nervios. Aquí, él es intocable y todos se desviven por tener su atención. Otros profesores, las profesoras, la trabajadora social, las empleadas del comedor, la encargada de la limpieza y hasta el director Roldán, caminan sobre nubes de fascinación por tener a tan respetuoso profesional dando clases en esta humilde escuela. La hora del almuerzo es una pesadilla. Todas las chicas lo buscan desesperadamente con la mirada y cuando lo ven, susurran histéricas sobre su atractivo físico y lo que quieren hacerle, pero ante tal derroche de poder de dios mitológico que el profesor siempre muestra, ninguna es tan valiente como para hablarle siquiera.

Él entra todos los días al salón de clases y no saluda a nadie. A nadie. Ni unos "buenos días, estudiantes" o "¿cómo estuvo su fin de semana, queridos alumnos?" Nada de nada. Entra, abre su caro maletín para sacar papeles y enseguida comienza la clase de la misma manera amargada que mostró desde el primer día. Es obvio que no vino aquí para socializar, vino por dinero.

Muerdo mi lápiz negro mientras sigo tratando de resolver estas ecuaciones, pero me están costando mucho. Tengo un buen promedio y me gusta estudiar, pero sinceramente, los números no son lo mío a pesar de que trabajo de cajera en el supermercado local. Quiero ser estilista profesional. Siempre me ha gustado vestir, peinar y maquillar a los demás. Recuerdo que cuando era niña, lo hacía con mi madre. La maquillaba, la peinaba y ella también lo hacía conmigo. Luego nos íbamos a la sala de nuestra casa a modelar como si estuviésemos en una pasarela y al ritmo de la canción Vogue de Madonna. Ah, como extraño esos tiempos en donde éramos una familia unida y feliz. Pero todo cambia constantemente, para bien...o para mal.

Justo como ahora.

Suspiro con pesar y alejo los problemas de mi mente volviendo al presente.

No se requiere usar uniforme en nuestra escuela y eso me encanta porque puedo vestirme a mi gusto, siempre cumpliendo con las normas establecidas. Por mi situación, hace mucho que no me compro ropa nueva, pero hoy quería sentirme y vestirme bien porque sí es cierto que el color de la ropa influye en tu estado de ánimo. Y como el color azul transmite autoridad y confianza, y el rosa transmite calma y disminuye el estrés, me puse unos jeans azules rasgados al frente que me quedan ajustados, pero se ven elegantes con la camisa rosa que tengo puesta. Para completar mi outfit, llevo unas botas en color marrón. Mi mochila es de una conocida marca...en versión pirata, pero vamos, que se ve como si fuera el original. Además, nadie en esta escuela me nota lo suficiente como para ser su tema de conversación y centro de atención porque todo eso, se lo lleva nuestro profesor.

Pero estoy muy cómoda conmigo misma y soy muy buena en combinar prendas, en pedir descuentos en las tiendas y en canjear cupones porque debo administrar bien cada centavo que gano. Me gusta maquillarme también, pero no en exceso. Mi maquillaje es sutil, muy bien aplicado y sin haber tenido experiencia ni estudios previos. Mi madre decía que yo tenía un don para ver lo que la gente necesita, lo que le queda bien o mal de acuerdo con la forma de su cara o su personalidad. Ella también me dijo que sería una gran estilista. De verdad que estoy muy entusiasmada por comenzar en el mundo de la moda y ser reconocida por mis propios méritos.

A duras penas termino de simplificar los ejercicios que nos dejó el profesor y al parecer, justo a tiempo también porque él mira el caro reloj en su muñeca derecha y levantándose, su voz truena: —Tiempo.

Escucho varios tonos de suspiros: algunos pesados, otros soñadores y otros quejumbrosos. ¿El mío? Ninguno de esos. Yo solo bufé y lo hice interiormente porque no quiero ser objeto de la ira del profesor si lo hago sonoramente. Ya lo he visto antes cuando un alumno lo desafió y no es bonito.

Mientras el señor Grullón envía al primer alumno al pizarrón para resolver las ecuaciones, me escondo detrás de mi largo y liso cabello rubio con suaves mechas azules y rosadas.

¡Porque no quiero ir al pizarrón!

Tomo mi lápiz y comienzo a escribir... mejor dicho, simulo que estoy escribiendo y no tontos corazones con flechas como la mayoría de las chicas aquí en honor a nuestro engreído profesor. Estoy dibujando un boceto. Me gusta crear estilos diferentes para vestir y tengo muchos dibujos de mis creaciones en casa.

Cuando estoy dibujando una falda corta con volantes, la voz de barítono del profesor me sobresalta cuando ordena: —Tú, la del cabello multicolor, pasa al frente.

No, maldita sea. Y después de casi un año en su clase... ¡¿ni tan siquiera sabe mi nombre?! ¡Argh!

Me levanto con mi libreta en mano, pero él, con los dientes apretados masculla: —Sin la libreta, señorita.

Suspiro por dentro y dejo la libreta en mi asiento. Voy hacia el pizarrón, tomo el marcador y al estar tan cerca del profesor, su olor a colonia cara invade mi espacio personal...y de repente estoy completamente en blanco. Inhalo e identifico un aroma almizclado, delicioso, pecaminoso y también detecto algo más potente, como a su esencia natural masculina. Única de él y si no se tiene cuidado, podría ser adictiva.

Hum... ¿A qué vine? Ah, sí, al ejercicio...a resolverlo.

Hace tres años dejé de ir a la iglesia, pero ahora mismo estoy rezando para no meter la pata y que me salga bien. Ante la atenta mirada del profesor, estoy sudando y mi mano tiembla, pero sigo escribiendo.

Listo. Ya lo hice. Resultado: equis es igual a tres.

Dejo el marcador en el canal de la pizarra y no volteo a verlo, pero cuando murmura: —Bien, puede volver a su asiento. —Suspiro aliviada aunque lo haya dicho en tono enojado y decepcionado.

¿Pero y qué esperaba? ¿Que lo hiciera mal para regodearse? No puedo creerlo. Me atrevo a mirarlo desafiante y me sorprende muchísimo la manera en que me devuelve la mirada. Algo cruza por esos ojos azul profundo, un reto... peligroso...que me descoloca.

Trato de disimular mi reacción mientras vuelvo a mi asiento. ¿Qué rayos fue eso? Él ni tan siquiera sabe que existo y ahora que las clases están por terminar me... ¿nota?

Todavía aturdida, sigo dibujando y respirando superficialmente porque no dejo de pensar en lo que acaba de pasar. Algo se remueve en mi interior, pero después de un momento respiro profundo y lo ignoro con éxito porque tengo problemas más grandes que ese. Y no es un problema, es una incómoda e indeseada situación.

Grullón sigue enviando alumnos a resolver ecuaciones. Algunos los sermonea sin piedad, a otros solamente les dice "bien", pero a ninguno felicita. Vaya con el maestrito.

Cuando todos los ejercicios están resueltos, él dice con firmeza: —Tienen tres días para prepararse. Mañana viernes haremos un repaso en donde habrá ejercicios de práctica y también discutiremos todos los términos algebraicos estudiados en clase durante esta semana y la anterior. Entonces el lunes será el examen final. No se atrevan a faltar porque mi tiempo es preciado y no daré exámenes a nadie después del día acordado. Responsabilidad ante todo, queridos alumnos —explica en tono burlón y luego nos evalúa a todos para ver si entendimos su prepotente discurso—. La clase terminó —anuncia con su habitual tono malhumorado, pero esta vez añade—: Salgan todos, menos las chicas.

Todas nos miramos una a la otra, pero mientras que yo las veo extrañadas, ellas se miran excitadas. ¡Tontas lujuriosas! Resoplo interiormente porque debo irme ya, y guardo el lápiz y la libreta.

Cuando todos los alumnos masculinos se han ido, el profe dice: —Bien, iré directo al grano.

Contengo otro resoplido porque eso no es nada nuevo y miro el lindo y barato reloj en mi muñeca. Son las tres y un minuto de la tarde. Tengo exactamente veintinueve minutos para levantarme de mi asiento, subirme al destartalado Toyota de mi padre, y conducir hasta el supermercado si no quiero llegar tarde a mi trabajo. Estoy pensando muy seriamente en buscarme otro empleo porque el dinero no me alcanza...

—Como dije al principio de este año escolar que gracias a los nueve infiernos está por terminar —empieza—. No salgo ni saldré nunca con ninguna de mis alumnas. Dejen de poner notitas ridículas encima de mi escritorio o instalaré cámaras de seguridad para saber quién o quiénes son las responsables. Crezcan, niñitas, ya casi tienen dieciocho años, aunque algunas los tienen ya no estoy interesado. En lo absoluto. Y para que conste, no soy gay. ¿Les quedó claro? —espeta, y las chicas están estupefactas...y creo que yo también, pero sin esperar una respuesta, él continúa—: A las que les haya quedado claro, favor de retirarse ahora mismo de mi aula. Las demás...

Me levanto de mi silla porque bueno, yo soy una de esas, pero la fría mirada que me da el maestro gruñón me deja paralizada por un momento y con mis libros en mi mano.

—Que nada pare sus pies, señorita Roa —dice goteando sarcasmo en cada sílaba y lo hago escondiendo mi sorpresa porque sí se acordó de mi apellido, pero ignoro todo y muevo mi trasero hasta la salida más cercana.


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