Amor diplomático

By marion09

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El Primer Ministro ha llegado para arrasar con todo, incluso con el corazón de la princesa. *** Para Anabelle... More

Amor Diplomático
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EPÍLOGO

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By marion09


Ana entró al salón en compañía de Alioth y Brianna, quién a diferencia de ella, iba vestida de forma impecable en un vestido verde oscuro y llevaba la tiara que la reina había dispuesto para ella. Su cuñada no era ni de lejos la persona más obediente, pero como la futura reina que era, sabía cuándo jugar bien sus cartas.

Todavía a pasos de las puertas del salón, Ana los contempló mientras saludaban a sus conocidos y se debatió entre buscar un rincón del salón para permanecer oculta o simplemente marcharse y tragarse los sermones y amenazas de su madre al día siguiente.

Pero antes que pudiera tomar una decisión, su mala suerte hizo una aparición triunfal. La sintió como unas garras clavándose en su brazo y esa voz que podría provocarle pesadillas.

—¿Qué rayos estás usando, Anabelle? —siseó su madre en el oído—. ¿A qué estás jugando, tienes idea de lo importante que es esta noche para tu padre y para mí?

—El vestido que me llevaste no era de mi talla —mintió sin ser lo suficientemente valiente como para decirle la verdad.

—Tonterías. ¿Y la tiara? ¿Qué es esa monstruosidad que tienes en la cabeza?

Ana le dio una sonrisa serena, aunque calma era la última palabra que utilizaría para describir como se sentía en ese momento. A pesar de la dureza de sus palabras, la reina tenía una expresión tan tranquila que nadie adivinaría de qué estaban hablando, una característica que tendría que haberle llevado años perfeccionar.

Así que siguiéndole el juego, hizo lo que ella creyó un gran trabajo en imitarla.

—¿Te refieres a esta corona de flores, madre? —preguntó llevando los dedos a la delicada corona que se había puesto—. Es parte de la nueva colección que estoy por sacar. Voy a hacer que se pongan de moda, todos los especialistas de la empresa creen que será un éxito.

—Este no es lugar para poner a prueba tus teorías, Anabelle. Por si aún no eres capaz de entenderlo, estas personas están aquí por algo mucho más importante. Solo te estás poniendo en ridículo al venir así vestida.

Ella podría repetirse una y mil veces que lo que su madre dijera no le importaba, pero era una tonta por creer que alguna vez dejaría de hacerlo. Cada desaprobación, cada muestra de lo poco que le importaba ella como persona, como hija, le dolía en lo más profundo.

¿De verdad era tan difícil mostrarle un poquito de cariño?

Ana no pudo mantener la sonrisa. Sintió que se le formaba ese nudo en la garganta que tanto odiaba y giró la cabeza para mirar a cualquier lado excepto a la causante de su dolor.

Fue entonces cuando vio al rey caminar en su dirección. Él, que era mil veces más expresivo y cariñoso que su madre, sonrió al ver que tenía su atención y en ningún momento dio señales de encontrar su vestimenta tan espeluznante como la reina había señalado.

Le llevó varios segundos darse cuenta de que no venía solo. Estaba acompañado por otro hombre de igual estatura y una jovencita rubia que no podía ser más que una niña de unos quince o dieciséis años.

Anabelle se quedó sorprendida por esto último y toda su atención se volcó en esas dos personas desconocidas. Era extraño ver a una persona tan joven en una reunión de ese tipo, ni siquiera a ella le habían permitido ir a una celebración similar en el pasado.

Pero cuando sus ojos cayeron por completo en el hombre, no hubo forma que consiguiera concentrarse en algo más. ¿Y cómo podría? En su vida había visto a alguien con una apariencia semejante.

No solo por lo atractivas que le resultaban todas sus facciones, su cabello oscuro, sus ojos azules, sus pómulos perfectamente delineados o lo magnífico que le quedaba ese traje negro que se ceñía a su cuerpo de forma precisa. Lo que la cautivó sin saber quién era, por qué estaba allí o de dónde había salido, fue la fuerza y seguridad que desprendía.

Ante sus ojos, bien podría haber sido un dios.

Anabelle había conocido a muchos príncipes y reyes, nobles de todas partes del mundo, empresarios poderosos y presidentes, pero ninguno de ellos había llamado su atención de esa forma, ninguno de ellos les llegaría a los talones a ese misterioso hombre si de presencia y porte se trataba.

¿Pero quién era? Se preguntó de nuevo y descubrió que estaba a punto de averiguarlo cuando su padre se detuvo con los dos invitados frente a ella y su madre.

Arlet lo saludo y pudo haber dicho su nombre, pero Ana estaba tan concentrada en comprobar que su voz era tan exquisita como la estaba imaginando que no llegó a oír las palabras de la reina.

—Y esta es mi hija, la princesa Anabelle. Creo que no han sido presentados —compuso el rey y Ana siguió mirando al señor misterioso.

—No, Majestad. No había tenido el placer —musitó el hombre y ella estuvo a punto de soltar un suspiro notando que su voz era diez veces mejor de lo que había pensado. Era cálida y vibrante, algo ronca y bien clara.

Estiró una mano hacia ella y Ana se la quedó mirando por un momento sin poder reaccionar de forma adecuada.

—¡Oh, perdón! —exclamó avergonzada, poniéndose en ridículo como tan poco le costaba—. El placer es mío, señor...

Las últimas palabras quedaron flotando en el aire por varias razones. Pudo haber sido, sin duda, porque de hecho no sabía quién era, pero tuvo mucho más peso que se le secara la boca y se le cerrará la garganta cuando esos ojos azules se encontraron con los de ella y la dejaron sin respiración.

Ana estiró su propia mano para estrecharla, pero en lugar de eso, él la tomó entre sus dedos y le besó los nudillos.

—William Weaver —pronunció el aludido sin soltarla y sin desviar la mirada, algo que ella tampoco fue capaz de hacer.

Un nombre perfecto, pensó.

De alguna forma se obligó a curvar los labios.

—Un placer, señor Weaver.

Él hizo lo mismo, aunque Ana no podría decir con certeza que le había sonreído.

Cuando la soltó su mano volvió a sentirse helada. William Weaver, siguió pensando.

—He oído su nombre en algún lado, señor. No estoy segura dónde.

A su lado, la reina soltó un siseo que Ana no comprendió del todo, pero supo que no se trataba un halago.

El señor Weaver la contempló con curiosidad, pareciendo evaluar si estaba tomándole el pelo o no, posiblemente pensando que era una tonta como lo hacía la mayor parte de quienes la conocían.

Ana se atrevió a mirar a su padre buscando una señal de que había dicho algo muy malo, pero se sorprendió al verlo contener una sonrisa. Creyó que él sería quién la sacaría de su duda, ya que todos a su alrededor se habían quedado sin palabras, pero fue el mismo Weaver quien habló una vez más.

—Considerando que soy el nuevo Primer Ministro, Alteza, puede haya escuchado mi nombre una o dos veces en los últimos días.

Ana se quedó de piedra.

Cielo. Santo.

Ese hombre al que había pasado los últimos minutos admirando en silencio, casi fantaseando, era el Primer Ministro. Ese hombre que tenía enfrente, cuya mano era la más fuerte y cálida que la hubiese tocado alguna vez, era el enemigo. El diablo que su madre había jurado destruir.

Y ahora sabía de primera mano que Arlet estaba en lo cierto. Nadie se veía tan bien, ni tenía esos ojos y esa voz sin hacer un pacto con el mismísimo diablo.

—Disculpe a mi hija, señor Weaver —oyó decir a Ewen pero sin ningún tono de reproche—. Está más enfocada en su empresa que en la política. Pero no podemos culparla, es muy buena en lo que hace.

—Gracias, papá —susurró Ana agradeciendo sus palabras mucho más de lo que habría podido expresar en ese momento.

William Weaver la sorprendió una vez más con sus siguientes palabras:

—Eso he oído.

—La señorita Weaver es una gran admiradora tuya, Anabelle —agregó el Rey y giró la cabeza hacia esa otra persona de la que Ana se había olvidado por completo.

La jovencita rubia había permanecido en silencio por varios minutos, al punto de pasar desapercibida o al menos eso le había parecido a Ana, cuyos sentidos estaban enfocados en alguien más.

Sus ojos se deslizaron de padre a hija sin lograr comprender y sintiendo vergüenza de sí misma. Tendría que haber prestado más atención. Ese hombre estaba en todos lados, había sido noticia por semanas.

Su foto y todo tipo de investigaciones sobre él inundaban los canales de noticias e incluso Brianna y Alioth lo habían mencionado varias veces en su presencia, pero, como de costumbre, Ana había estado demasiado concentrada en sus bocetos como para enterarse.

La niña miró a su padre y habló en voz más alta de lo que seguramente pretendía.

—¿Debería hacer una reverencia, papá?

Ana se rio respondiendo antes que ningún otro y dando un paso adelante.

—Claro que no —extendió una mano hacia ella—. ¿Cómo te llamas?

Observó que la niña inhalaba profundamente y parpadeaba muy rápido varias veces. Sintió ganas de reír por su actitud y porque imaginó la expresión de su madre. Si hubiese sido ella, le esperaría una buena lección al terminar la fiesta.

La reina odiaba cualquier actitud que mostrase algún signo de debilidad. Y poner en evidencia que uno estaba nervioso en público era una clara muestra de imperfección que a ellos no se les permitía tener.

—Lilibeth, Alteza —compuso la chica por fin—. Pero todos me dicen Lili.

—Lili —repitió—. Qué nombre más bonito. ¿Por qué mi padre dice que eres una admiradora mía?

—Es que yo... —balbuceó y volvió a tomar una gran inspiración mirando de soslayo a su alrededor con miedo reflejado en sus facciones.

Ana se volvió apenas hacia Arlet y vio su expresión dura y crítica clavada en la niña asustada. Conocía bien esa mirada y lo pequeña e insignificante que te hacía sentir.

—Mamá —dijo entonces con la primera excusa que se le vino a la mente—. Me parece que Jess está atosigando al Duque de Cress de nuevo.

Su madre frunció el ceño y miró en la misma dirección que ella.

—Parece que el pobre hombre se va a descomponer en cualquier momento.

Y no era mentira, Jessania tenía ese efecto en la gente, y cómo ya no tenía que vivir bajo el mismo techo de alguien que intentase controlarla, había dejado de contenerse.

La reina puso mala cara y se marchó enseguida a intentar apagar el incendio. Ana soltó un suspiro de alivio y se volvió hacia la niña con una sonrisa.

—¿En qué estábamos? —preguntó sin mirar a los dos hombres que también se encontraban allí—. Ah, ya lo recuerdo. Ibas a decirme por qué mi padre cree que eres mi admiradora.

La jovencita asintió varias veces con las mejillas sonrosadas y una sonrisa muy amplia.

—Sí... —volvió a balbucear—. Yo...

—Lo que mi hija trata de decir, Alteza, es que le encantan sus diseños —dijo el Primer Ministro, colocando una mano en el hombro de la niña—. Es una fiel seguidora de todos sus pasos y algún día espera ser tan exitosa como usted.

Ana tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para no comportarse como Lili segundos atrás. Ese hombre tenía la voz más profunda y sensual que hubiese escuchado en toda su vida. Había cierto poder en ella, incluso.

—Oh, gracias —contestó mirándola a ella y no a él porque temía que le fallara la voz si lo enfrentaba​—. ¿De verdad te interesa el diseño? ¿Te gustan mis modelos?

—Me encantan. Mire estos zapatos, son de su nueva colección —señaló con entusiasmo.

Ana siguió la dirección de su mirada y los reconoció enseguida. Eran unos zapatos planos, blancos con el estampado de rosas rojas que pertenecía a la última colección de primavera verano que había sacado. Era la línea más juvenil que poseía y Lili con su inocencia era el ejemplo perfecto del público al que ella había apuntado.

—Se te ven hermosos. ¡Y el vestido! Reconozco el diseño, es de Brianna. A mi cuñada le va a encantar vértelo puesto.

Los ojos de la chica se ampliaron.

—¿A la princesa Brianna?

—¡Sí! —exclamó feliz de haber encontrado algo que hacer en la dichosa fiesta y que además le permitiera guardar distancia con sus padres y el resto de los invitados. Alzó la cabeza para mirar al rey y al señor Weaver—. Si no les molesta, yo podría encargarme de que Lili no se aburra esta noche. Si me permite, señor Primer Ministro, llevaré a su hija a conocer a mis hermanas y dejaremos a usted hacer... bueno... su trabajo, supongo.

Por el tiempo que tardó en contestar y lo duras que se volvieron sus facciones al oír sus palabras, Ana imaginó que a él no le gustó la idea.

Pero Lili no le dejó muchas opciones... y tampoco Ewen. La niña colocó una mano en el brazo de su padre y lo miró con los ojos brillantes. ¿Quién podría negarle algo?

—Es una maravillosa idea —agregó el rey—. Deje que las niñas se diviertan, William. Su hija se lo agradecerá, créame.

Ana sintió pena por el hombre. Entendía que no se sintiera cómodo dejando a su hija en manos de desconocidos en medio del campo enemigo.

—Estaremos cerca, señor Weaver. No nos marcharemos del salón sin que usted lo sepa —le prometió ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora.

William la estudió con la mirada, y por algún motivo, Ana contuvo el aliento bajo su minucioso estudio.

—Está bien —finalizó—. Compórtate, Lili. Por favor. Gracias, Alteza.

Y cuando le devolvió la mirada, Anabelle tuvo la sensación de que estaba dejando en sus manos a su posesión más preciada.


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