Adán: el último hombre

mhazunaca

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Si tuvieras al último hombre sobre la tierra, ¿lo compartirías? Los hombres se extinguieron, hace milenios q... Еще

Sinopsis
Prefacio
1: Colmena de abejas
2: Descubrir
3: Pruebas
4: Un nuevo mundo
5: Desastre con patas
6: Seamos amigos
7: Perdida
8: Aceptación
9: A tener cuidado
10: Descubrimientos
11: Un pasado preocupante
12: Una arriesgada salida
14: Piedra, papel o beso
15: De bailes e intimidades
16: Inquietud
17: Desviando la atencion
18: Ruptura
19: Recuerdos frente al mar
20: Atrapada
21: Un poco de pasado
22: Como a un animal
23: Juicio
24: Plan
25: Peligrosas tentaciones
26: Una razón para vivir
27: Dejando ir lo pasado
28: Correr y correr
29: Los que se van nunca nos dejan
30: Entrega
31: Investigaciones
32: Preparación
33: Los temores que envenenan
34: A la trampa
35: Tratando de aclarar las cosas
36: Solo amo una vez
37: Quien puede eliminar debe ser eliminado
38: No seguiré sin ti
39: Eres eterno para mí
40: Un año después
Epílogo
EVA el proyecto
Fan Arts & Edits

13: Mucho acercamiento

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mhazunaca

—No puedo creer lo imprudente que fui —renegaba Teresa mientras entraban a casa—, por poco y te descubren...

—Quizá hay que esperar a que encuentren a todos los másculos.

—Ni siquiera entonces será seguro.

—Y qué. ¿Vas a tenerme aquí encerrado?

—¡¿Por qué rayos no entiendes que no quiero que te lleven?!

Eso lo desconcertó. Ella reaccionó al darse cuenta de lo que había dicho.

—Kariba vino a buscarles —intervino DOPy—, tu mamá fue a hacer cortes de cabello, dejó la cena lista.

—Gracias. —Se alejó ruborizada—. Regresa el detector al floter —ordenó.

Mientras el dron cumplía veloz, fue seguida por Adrián. Se sentó frente a la barra de cristal y su plato se dirigió a ella.

—No me has dado una respuesta concreta —reclamó él sentándose también luego de sacarse el abrigo y la bufanda, recibiendo su plato.

Teresa gruñó bajo. ¿Acaso no se daba cuenta de que no quería hablar del asunto?

—Recibí datos sobre tu baile —agregó DOPy regresando de haber movido el detector—, es pasado mañana.

—¿Baile? ¿Tu graduación?

—Sí —dijo tras suspirar—, solo una ceremonia en la que todas se quieren exhibir.

—¿Tú no?

—Para nada, voy para que me den mi distintivo, comida, y creo que eso es todo...

—Aah, comida, así se habla —la felicitó haciéndola reír bajo.

—Tampoco es que sea fan como tú, tú exageras.

Se escucharon leves ruidos tras los reposteros y estantes de la cocina.

—No me digas que hay algo ahí...

—No, el sistema de la casa jala lo que hemos traído y lo traslada a su sitio. Así como pasa con los platos, la ropa.

—Ah, cierto. En ese caso —se puso de pie y fue al estante de frutas para sacarlas—, haré un batido.

—¿Te ayudo?

—Por ahora, mi dama, solo observa.

La chica se regocijó por dentro. Le vio agarrar uno de los cuchillos a láser y empezar a picar una fruta con destreza, poseía una gracia distinta en la cocina, era como exótico verlo ahí.

—¿Soy tu dama? —cuestionó.

La miró ofreciéndole una fugaz sonrisa antes de seguir con la otra fruta.

—Lo eres. —Esas sonrisas iban a terminar logrando que confesara sus raros sentimientos—. Tú y tu mamá —continuó él—, que me han acogido aquí...

—Mi mamá tiene a Rita —comentó la pelinegra sintiéndose celosa de pronto.

Adrián rio de forma leve, puso la fruta en la licuadora, que era banana y manzana, y el resto de ingredientes como nueces peladas, leche de almendra, hojuelas de avena, y hasta un poquito de yogurt de vainilla.

—Eso parece una fórmula para engordar.

—Para nada... —Encendió el aparato—. Bueno, quizá algo —murmuró bajo.

Una vez que el jugo estuvo listo, el sistema lo sirvió y se dirigió en dos vasos a sus lugares en la barra. Teresa lo probó.

—¡Uhm! Debo admitir que no está mal.

—Gracias.

DOPy puso el CD en la mesa de centro del salón y empezó a tocar. Era una música suave, ella sintió que le daba más intimidad al ambiente, una intimidad peligrosamente tentadora.

—Aviso —interrumpió el dron—, próximo juego magnético será pronto —la chica se le acercó—, Teresa Alaysa ha sido convocada a la siguiente etapa.

No pudo creer lo que escuchó, soltó un corto grito de emoción y dio un par de brincos. Tomó de las manos a Adrián que se había aproximado y dieron un par de vueltas.

—Felicidades —le dijo luego de reír suave.

—Ay no. —Se puso nerviosa—. Competiré contra las más reconocidas...

—Y las vas a dejar abajo, verás que sí.

DOPy había continuado con su música instrumental, que al ser tan milenaria, era nueva para Teresa. Sin darse cuenta, habían iniciado una lenta danza, un vals. Alzó la vista, sonriendo con ilusión, agradeciendo los ánimos que él le daba.

—¿Recordaste la canción que tocaste en el piano? —preguntó con sus ojos perdidos en los de él.

—De un tal Chopin, Prelude en mi menor, veintiocho, número cuatro, eh —sonrió a modo de disculpa por su confusión—, algo así era, DOPy lo dijo y lo olvidé.

—Descuida —dijo luego de reír en silencio con él.

Le dio una vuelta y volvió a pegarla a su cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? No lo sabía pero le encantaba. Teresa estaba perdida en su tacto, su aroma, su voz. Él la sostenía con firmeza, sabía que incluso abrazarlo era especial, distinto, como rodear un árbol, pero cálido y envolvente, fuerte y blando hasta cierto punto. Abrazar a una mujer, a excepción de su mamá, simplemente no le había llamado la atención antes.

La puerta prendió su pequeña luz notándose gracias a las luces bajas del salón, Teresa tiró de la mano a Adrián y corrieron al jardín posterior apenas le pareció ver a Kariba entrar.

—¿Hola? —llamó la rubia, confundida al no encontrar a nadie otra vez.

DOPy siguió tocando su música. Por el jardín, los chicos se mantenían en silencio.

—¿Qué...? —Ella lo calló poniendo su dedo índice contra sus labios.

—Jardín posterior —le escuchó decir al dron.

Teresa chistó y jaló una vez más al muchacho hacia otro sitio. Se abrió un muro revelando una rampa y subieron por ahí. Kariba salió en pos de buscarlos, pero al no haber nada, volvió para buscar en las habitaciones.

Teresa rio en silencio luego de haber llevado a Adrián al cuarto de su mamá. Se metieron por el ambiente que venía a ser otra habitación pero con toda la ropa y zapatos.

—¿Teresa? —preguntó Kariba al otro lado de la casa.

De la habitación de Clara salió Rita, espantando a los chicos. La pelinegra llevó a Adrián a uno de los estantes y la puerta se cerró. Quedaron en el reducido lugar.

—¿No quieres verla? —preguntó él en susurro.

Pidió silencio, sonrió sintiendo que estaban haciendo alguna travesura, pero dejó de hacerlo cuando fue consciente del silencio, de sus latidos, del calor de su cuerpo contra el suyo, su mano sobre su pecho, que aunque era relativamente plano, tenía sus formas, los músculos suavemente marcados.

Alzó la vista y volvió a perderse en sus ojos. Lo vio sonreír de lado arqueando una ceja.

—No es que no quieras verla, me estás escondiendo de ella.

Se ruborizó al verse descubierta.

—Pf. Nooo —lo alargó disimulando, o tratando.

—¿Por qué? —Le divirtió su encrucijada, era obvio que sí—. ¿Te ha dicho algo?

—¡No te escondo por ningún motivo especial! —exclamó en susurro.

—Entonces qué...

—Calla que nos va a encontrar.

—¿No quieres que me hable? ¿O te gusta estar pegada a mí, pecosita? —preguntó con la voz grave y baja sonando como un ronroneo.

Eso la estremeció de una muy buena forma, le correspondió la sonrisa traviesa. Quiso apartarse pero la tenía rodeada en brazos, su corazón dio un brinco.

—No sé, tú dime —le enfrentó poniendo ambas manos contra su pecho para alejarse, sin tener éxito.

—Tengo una mejor idea —dijo tomando su mentón—, callémonos los dos...

—Estás aprovechándote de tu fuerza —reclamó y quedó muda y sin respirar un segundo cuando sintió su nariz rozar la suya.

Él sonrió y apoyó su frente en su hombro para luego apartarse.

—¿Me estás llamando abusivo? —Fingió estar ofendido.

—Solo me cuido, ya sabes que los textos hablan mal de ustedes —se defendió recuperando compostura ya que su pulso martilleaba.

—Es muy tarde para cuidarte de mí —volvió a ronronear.

La puerta se abrió de golpe haciéndola soltar un corto grito y voltear.

—¡Aquí estabas! —la señaló Kariba—. Viste que ya va a ser el baile, tengo los vestidos diseñados y... —Parpadeó confundida, reaccionando—. ¿Qué hacían ahí?

—Esconder...

—¡No! —intervino Teresa—. Buscaba algo, eh, así que el baile.

—Ah... —Pero no pareció muy convencida—. Traje la ropa que te hice —le dijo a Adrián—, vamos a que vean.


Fueron al salón y mostró lo que había hecho, camisas y camisetas como las de las imágenes, vaqueros, otro pantalón que parecía de corte militar, y claro, si fueron ese modelo y el otro los únicos que encontró en la web del museo.

—Gracias, en verdad —dijo él con esa sonrisa que Teresa sabía qué efectos causaba, mientras observaba una de las prendas. Una camisa abrochada, no le vio botones—. ¿Cómo se...? —Tocó un puntito en especial en el centro y una suave luz iluminó una línea a lo largo, abriéndose así la prenda—. Oh...

—¿No lo hará más notorio? —se cuestionó la pelinegra—. Digo, ya que es ropa como para hombre, y es un hombre, sería bueno de una vez ponerle un cartel que diga: «mírame, soy hombre» —agregó con ironía.

—¿Segura que te limpiaron del agua de mar? —se burló Kariba. La pelinegra retiró la vista cruzando los brazos—. No le hagas caso, te verás hermoso —le dijo al castaño.

Él arqueó una ceja.

—Eh... gracias... Creo...

—Creo que todo te queda bien, aunque la que tengas puesta ahora no sea ropa para ti —comentó acercándose, tomando su brazo y deslizando su mano por su piel, palpando el músculo que ahí se marcaba.

Teresa sintió su estómago quemar y revolverse, otra vez esos celos incontrolables, detestables. ¡¿Por qué lo tocaba?!

—Gracias —dijo él apartándose, pero la chica avanzó.

Le tocó el pecho con la punta del dedo índice.

—Teresa, ¿para cuándo vas a dejar que se quede en mi casa?

La pelinegra frunció el ceño pero se sobrepuso. Volvió a retirar la vista.

—Creo que ya hemos quedado en que él puede decidir, no es una mascota... —Se percató de la falta de atención y los miró de nuevo.

Ella le mencionaba sobre su tatuaje que brillaba, que tenía por sus costillas, y para su horror, levantó su camiseta hasta esa altura, revelando sus caderas y más. La cosa fue peor cuando notó asombro en la mirada de Adrián, curiosidad por ver más quizá. Respiró hondo y se alejó. ¡Qué molestia!

—Bueno, aprecio esto —le dijo él a la rubia que no dejaba de querer manosearlo—. Ahora ya voy a dormir, así que hasta pronto.

Manteniendo su sonrisa agarró el paquete de ropa y lo llevó arriba. Kariba volteó a ver a su amiga que parecía mono gruñón en un rincón del sofá, dándole la espalda.

—Oye, debes contarme —se acercó diciendo—, algo hacían en ese escondite tuyo, no me digas que ya descubriste lo que les hacía felices a las mujeres antiguas.

—Uch, no sé qué dices —renegó Teresa—, nada me hace feliz.

—Vaya tú, lo tienes aquí y no eres capaz de averiguar.

—¿Disculpa? Es un ser pensante, si le digo: oye, quiero ver la cosa que tienes ahí, no va a actuar como si nada.

—Ni siquiera lo has comprobado.

Teresa se dio un palmazo en la frente.

—Si fuera al revés ¿no te preguntarías por qué?

—Nosotras somos mujeres, pensamos, pero él es un hombre, es básico, se maneja por instinto, la única diferencia es que es más grande que un másculo. Apuesto a que se deja, los textos dicen...

—Los textos están mal.

—Les gustaba los cuerpos de las mujeres y aparearse, ¿no te suena igualito a un másculo? No me digas que no ha intentado nada raro contigo porque significaría que no le atraes como mujer, o sea que ni siquiera te considera mujer —se burló—. Porque leí que no les importaba incluso si no eras muy agraciada.

—Ya dije, no creo lo que los textos dicen.

—Umf, bueno —algo raro le pasaba a su amiga pero no le importó ver si lo solucionaba, estaba satisfecha al comprobar el nulo interés de la chica hacia el bicho sensual que tenía ahí—, ya me voy.

La pelinegra apretó los puños. No sabía si los jugueteos extraños y las palabras bonitas que a veces él decía contaban como señales, lo dudaba, solo era eso, juego. Ella no le atraía, ah, pero sí Kariba, por cómo la miró. Su estómago volvió a quemar.

Cerró los ojos aceptando la realidad luego de que la puerta se abriera y cerrara, dejando la casa en silencio. Al parecer ella no le gustaba ni a las mujeres, ni a los hombres.

Subió a su habitación, el agua corría en la ducha así que se puso un pantalón cómodo y se sentó en su cama, bajó una pantalla y se puso a revisar algunas cosas en el cuadrado de la esquina, mientras que en el resto de la superficie daban comerciales. Sacó una lámina de su mesa de noche y se puso a dibujar un nuevo diseño de traje magnético.

Escuchó cómo Adrián batallaba con los secadores y perfumadores automáticos, rio en silencio, no le gustaba el agua salvo que estuviera tibia, no le gustaba que lo perfumaran a pesar de no tener problemas con los desodorantes, era como Rita en ese aspecto. Lo vio salir solo con pantalón de dormir puesto y miró hacia su dibujo sintiendo cómo empezaba a ruborizarse. ¡Pero qué fastidio el rubor!

—Imagino que se fue.

—Sí —comentó fingiendo desinterés.

—Vaya que es intensa. ¿Qué haces?

—Veo ese desfile...

Subió a la cama con ella, como siempre haciendo las cosas con esa confianza, pero esta vez ella no se incomodó, ya estaba más que acostumbrada a su cercanía, su aroma, su calor, y más ahora que estaba con el torso desnudo. ¿Cómo andaba así tan cómodo? Aunque claro, como no tenía nada ahí, teóricamente.

—¿Dibujas? —Apartó el boceto de su diseño con recelo—. Heeey.

—Concéntrate en la T.V.

—Qué rayos es eso —dijo desconcertado.

Y era que en la pantalla desfilaban mujeres con ropas tan extravagantes que en algunas ni siquiera se detectaba dónde empezaba la mujer y dónde el traje. Tacones altos surrealistas, que hasta hacía parecer que las piernas eran el doble de largas.

—Que mejor usen zancos y ya está solucionado —comentó entre risas.

—¿Zancos?

—Unos palos que se ponían bajo las plantas de los pies y te elevaban... —Volvió a reír al ver a una mujer que lucía un traje que cambiaba de colores y tenía un cuello de plumas que se levantaba hasta quizá dos metros sobre su cabeza—. ¡Parece una escoba! —Continuó carcajeándose.

La chica sonrió con extrañeza, mirándolo de rojo. ¿Qué era una escoba? Pero no le preguntó, parecía muy entretenido. Continuó riendo. Otra mujer salió con un traje blanco plastificado, y zapatos de cuyos talones nacía un círculo que cerraba su recorrido en la punta.

—¿Cómo se supone que camina?

—Han de ser magnéticos o algo... —Pero la vieron caer, el público exclamó y Adrián estalló en carcajadas—. Qué cruel, cómo te gozas de eso —le recriminó tratando de no reír.

Lo vio abrazar su abdomen intentando calmarse, respiró hondo pero soltó otra risa al segundo.

—Lo siento, es que... Ay. —Volvió a reír.

A ella le encantaba su risa, ver esos hoyuelos en sus mejillas. Le miró el cuerpo, ahí tendido a su lado, su piel tan a su alcance, sus formas marcadas, quiso volver a tocarlo como aquella vez. Si lo hacía él no iba a negarse, ¿o sí? Ya la había dejado hacerlo.

No, no iba a ceder a sus impulsos raros. Algo en su conciencia le alertaba que no sería inteligente querer tocarlo ahí estando tan cerca y sobre todo estando solos. Podía parecer una criatura pensante, tener sentimientos y todo eso, pero seguía siendo un hombre, si los textos decían lo que decían, algo de cierto debía haber.

—¿Es todo lo que dan? He visto que incluso en las noticias hablan de la moda, celebridades y demás, pero no mencionan lo fácil que es encontrar artículos de dietas y métodos para evitar «arrojar» comida, o sea vomitar... o sea bulimia...

—Uhm —eso le tomó por sorpresa—, quizá no lo consideran necesario, aunque no sabía yo mucho de eso.

—Tampoco hablan de política, ni de los másculos, y los problemas como el que mencioné, y como las fallas que pueden traer los genes no «mejorados».

—Quizá porque ha ido bajando su importancia o el interés de las mujeres...

—O los han ido censurando. —La miró a los ojos—. Quizá manejan al país como una mujer aparente.

—¿Cómo?

—Que ante todos está perfecta, pero oculta sus problemas y todo lo que pueda ser feo o incómodo, que además aleja todo lo que le fastidia. —Teresa parpadeó sorprendida, era una comparación rara. Él sonrió—. Déjame con mis locuras, creo que bebí demás. —Volvió a reír pero de forma suave, retirando la vista.

—No has bebido nada...

—Entonces mi puerc... —Estalló en otra carcajada echando la cabeza hacia atrás—. ¡Iba a decir «puerco» en vez de cuerpo! —Se apretó el abdomen y pataleó un par de veces.

La chica lo veía con los ojos bien abiertos.

—Creo que ya vamos a dormir —dijo poniéndose de pie para ir a meterse a la ducha.

—No —reclamó el joven entre espasmos a causa de la risa—. No tengo sueño...

—¡Ah! ¡Ya sé qué tienes, es el energizante que tomaste, por eso actúas como loco!

—¿Qué? —Siguió tratando de calmar los rezagos del ataque de risa que le había dado—. Solo fue un trago. —Se movió hasta el borde de la cama y se sentó.

—Es muy potente, yo te lo advertí.

—Bah. No pasa nada, no creo que sea eso, a veces me sobraba energía...

—¿Antes? Digo, antes de que entraras a la cápsula.

—Sí.

Eso le interesaba, quería saber, conocerlo más, como la persona que era, no como el hombre-másculo que Kariba veía.

—¿Por qué entraste a la cápsula? Imagino que tenías algo de lo que pedían. Porque dijiste que estabas preparándote en medicina, y que te gustaba mecatrónica... ¿Por qué lo abandonaste?

Ladeó el rostro revisando en su mente, suspiró y bajó la vista.

—No era un mundo tan agradable como ahora, ¿sabes? Claro, este no es perfecto pero el anterior existía para dinero y solo por dinero. ¿Gente buena? No, te pisoteaban. ¿Enfermo? Lástima, sin dinero te dejaban morir. Ni siquiera buscaban cura, porque el dinero que se gastaba en tratamientos era una fuente prácticamente inagotable para sus bolsillos, así que los vicios eran muy promocionados, y las cosas buenas no.

—Qué horrible —susurró ella—, y pensar que dijiste que también morían de hambre... Tengo entendido que muchos vicios hoy en día han sido eliminados.

—Así es. Entré a medicina porque quería ayudar de verdad, sin importar si ganaba dinero o no, pero pasaron cosas... —Meditó un segundo—. Y bueno... Para entrar al programa de «Futuro nuevo», aparte de que exigían buenos genes, buen coeficiente, ser heterosexual no transexual —Teresa se preguntó qué era eso—, tampoco debías tener conexiones familiares o cualquier cosa que te atara y obligara a seguir con tu vida.

—Entonces estabas solo...

—Más que nadie, tal vez... y no supe qué hacer con la culpa...

—¿Por qué? No fue tu culpa...

—No asegures nada si no lo sabes —insistió.

—N-no estés triste —pidió acercándose.

—Estoy bien. Ya pasaron milenios de todas formas. —Pero todavía había dolor en sus palabras.

De lo que había estado feliz, ella le hizo recordar algo doloroso, se recriminó sin saber qué hacer para volver a levantarle el ánimo, solo optó por seguir su impulso.

Lo abrazó y él correspondió rodeándola, cerrando los ojos y aferrándola contra sí, agradeciendo el consuelo que le estaba dando... Además de estar apoyando su rostro contra los pechos de la chica, un pequeño extra que no lo distraía del momento.

—Gracias —respondió en susurro.

Ella le acarició el cabello, sintió que de algún modo también había estado con ganas de abrazarlo, palpar su fuerza así. Se volvió a recriminar por sus pensamientos.

—Hay un lugar al que quisiera ir —agregó más calmado—, no sé cómo estará o si seguirá... solo verlo... por simple gusto...

—Iremos, pero cuando se calme la situación, ¿sí?

—Sí, no hay prisa.

—¿Estás mejor? —quiso saber sin dejar de brindarle suaves caricias.

—Sí, descuida —aseguró apartándose y ofreciéndole una amable sonrisa.

Vaya, se había recuperado rápido, aunque ya antes había sido testigo de que guardaba pena en su interior, y la guardaba bien, no vivía expresándola, esa era otra diferencia.

—Bueno, voy a alistarme para dormir.

—Claro, gracias.


Luego de darse una ducha rápida, dejarse secar y todo lo demás, salió con su pijama y se llevó una sorpresa al ver al castaño todavía ahí tendido en la cama, profundamente dormido, la habitación no se iluminó por completo al detectar que alguien dormía. Suspiró y se acercó, observándolo bajo la tenue luz.

Estaba boca abajo con el rostro ladeado a su derecha, hacia ella, el sistema de la cama había deslizado una manta sobre su cuerpo pero podía diferenciar las formas en sus brazos, su espalda, que por la posición, pudo comparar su forma a la de un triángulo o algo así pero invertido, y más abajo... Um. Sintió ganas otra vez de tocarlo.

Volvió a suspirar. Subió, haciéndose un espacio bajo la manta, sin preocuparse mucho ya que el colchón no dejaba que el movimiento viajara y despertara al otro ocupante, pero no pensó en que el leve ruido sí.

—Uhm, ya me voy —dijo adormilado, giró quedando boca arriba—, dame un segundo, es que... está suave...

No respondió, no quería que se fuera además, solo quedó mirándolo, sonriendo al darse cuenta de que seguía dormido. Sacó otra lámina que se iluminó con su suave luz al detectar oscuridad, y no dudó en retratar al muchacho ahí dormido mientras lo miraba con cariño.


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