La no tan ordinaria vida de T...

By marthalilaa

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Tabatha ayuda a todos a solucionar sus problemas en la escuela. Ahora, tendrá que ayudar a su crush a encontr... More

♡ Parte I
1| Tabatha
2| Robert
3| Tabatha
4| Robert
5| Tabatha
6| Robert
♡ Parte II
7| Tabatha
8| Tabatha
9| Robert
10| Tabatha
11| Tabatha
12| Robert
13| Tabatha
14| Tabatha
15| Tabatha
16| Robert
17| Tabatha
18| Tabatha
19| Robert
20| Tabatha
21| Tabatha
22| Tabatha
♡ Parte III
23| Robert
24| Robert
25| Tabatha
Querido Brian
Extra 1| Tabatha
Extra 2| Robert

Introducción

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By marthalilaa

Lunes 17 de agosto de 2009


La primera vez que pisé Lander tenía diez años y no más que dos dedos de rizos castaños. En mi sonrisa había un diente ausente y usaba un tutú rosa que me hacía parecer un algodón de azúcar.

La tía Luna quería que fuera obvia mi condición femenina, pero se excedió un poco y lo supe cuando tardé cinco minutos tratando de entrar en el autobús escolar y otros diez intentando sentarme. Lo segundo lo logré gracias a que los dos lugares de adelante, esos que amenazan con sacarte por la ventana cada vez que el conductor frena, estaban vacíos. Ocupé ambos y tuve que soportar las risas de los que, según mi psicóloga, debían ser mis amigos.

"Gracias, doctora", resopló Taby frustrada y entonces supe que mi día no había empezado de la mejor forma.

Taby es una pequeña vocecita intensa que me acompaña a todas partes. Recuerdo habérsela mencionado a la señorita Lance —mi psicóloga en ese entonces—, pero ella me miró como si tuviera dos cabezas y un problema que requería que fuera internada. Así que fingí haber estado bromeando y, desde ese día, una pequeña y frustrante miniyó, con nada de filtros, dice en mi cabeza todo lo que yo no diría. Somos como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Por supuesto, yo soy la buena, y ella... dejémoslo en que no lo es tanto.

Esperé a que los niños se bajaran de la ruta para luchar con el vestido. Ese día me prometí que ser bailarina jamás sería una opción. Para tener diez años, tenía convicción; había eliminado una carrera del futuro por unas mallas que me daban piquiña y unos estúpidos guantes que habían quedado atados a la barra de la ruta.

—¿Necesitas ayuda allí, niña? —cuestionó el chofer y tuve que asentir, incapaz de esconder el ardor en mis mejillas.

El timbre que nos invitaba al auditorio por la inducción inicial del año sonó en el preciso momento que mis pies tocaron el piso adoquinado de la secundaria, luego de allí siguieron lotes y lotes de hermoso jardín. El más verde que había visto.

Lander, la escuela de los Sharks, la mejor en la ciudad y, por si fuera poco, la quinta en el país.

—Pareces un chicle —dijo una hermosa chica de largo cabello y acento extraño, apareciendo a mi lado.

Tenía el cabello más rubio que había visto en mi vida y sus coletas se extendían hasta el principio de su cintura. También llevaba una blusa de tirantes, encajada en unos pantalones con boca ancha, demasiado ancha.

—Vas a volar. —Señalé sus pantalones, pero toda la respuesta que obtuve fue una explosión de baba y dulce.

Fue asqueroso... y grandioso. La niña quitó el chicle con sus dedos pintados de barniz negro y lo llevó a su boca antes de escupirlo en mitad de la grava. Casi creí que había hecho algo mal, pero ella me sonrió y extendió su mano llena de almíbar rosa para mí.

—Podemos ser amigas —dijo.

—No te voy a tocar —gemí, retrocediendo, y reímos cuando ella limpió su mano en los pantalones largos.

Batió sus pestañas, volviendo a ofrecerme el saludo y esa vez no pude negarme.

—Soy Melodie Adele Di Lorenzo y soy italiana —informó con solemnidad.

No entendí la necesidad de decir tanto. Sin embargo, una vez dejó ir mi mano, caminó delante de mí y yo la seguí. Estaba claro que ella no era nueva y más tarde sabría que su presentación había sido consecuencia de tener una madre muy patriótica que, aún después de veinte años en nuestro país, seguía reivindicando su identidad.

—Solo tengo un nombre y es Tabatha —señalé, notando que no le había respondido, y ella rio observándome de costado.

—Eres rara.

―Tú eres asquerosa —repliqué y ambas reímos, justo al momento que nos topamos con las puertas del auditorio, que empujamos juntas.

El resto de los niños había sido guiado por maestras hasta sentarse en el suelo y los mayores se ubicaban en las graderías, frente al gran podio en que el rector, coordinadores académicos, prefectos, maestros y demás auxiliares académicos nos explicaban las reglas.

Escuchamos la inducción y algunas horas más tarde todos, salvo los de primaria, fueron enviados a las aulas, por lo que tuve que esperar que nos ubicaran. O, lo que es lo mismo, que los maestros discutieran cómo proseguir con todo.

Ahora que lo pienso, para ser una escuela tan prestigiosa, tenían muy mala organización. Y digo "tenían" porque desde hace algunos años ha habido mejoras y ellas se traducen en mí siendo parte del comité de estudiantes y ahora presidenta.

Ese día conocí a Jocelyn McCoy, una morena de rizado cabello transferida desde Texas. Sus padres eran divorciados y ella era la mercancía con la que su mamá había garantizado lastimar a su esposo gay.

—Parece que un niño se perdió en la fila de niñas —se burló con un marcado acento.

Con el tiempo, cada vez escuchaba menos ese acento; fue moderado con los años y sin razón aparente. Jocelyn buscaba ser periodista, pero más bien parecía querer protagonizar una nota de prensa.

—Es una niña, Jocie, lo sabes —me defendió Mel, levantándose de su lugar al mismo tiempo que yo lo hacía.

—Yo solo veo un feo niño con falda...

"¡Pégale! ¡Pégale y enséñale quién es la fea!", siseó Taby.

Vi cómo todos los chicos a mi alrededor explotaban en risas y cómo otro par de niñas, en hermosos vestidos —para nada gigantes—, se ponían al lado de Jocie.

Las otras dos niñas eran Dafne, la pequeña de cabello rojo, que más tarde se convertiría en un genio de la secundaria, y Scarlet, la alta y delgada chica con el cabello más negro que he visto en mi vida y que, de no ser por sus abundantes pulseras, habría podido ser hermana de Jocelyn, pues se vestían igual.

Scar sería la abeja reina en unos años, pero, en ese momento, era una súbdita.

Ellas juntas eran dinamita y lo supe cuando Scarlet y Dafne sostuvieron a Mel y Jocelyn se detuvo frente a mí para romper mi vestido. Nunca había sido humillada en público, pero esa fue la primera de muchas veces, porque cuando eres la víctima una vez, lo eres siempre.

Jocelyn no solo era mala, también le gustaba coleccionar recortes de periódico y por ello siempre llevaba consigo unas tijeras. Mi vestido quedó hecho jirones y el gran lazo rosa en mi cabeza no fue más que un recuerdo.

No había llorado en meses, no desde las primeras semanas de la muerte de mis padres, pero esa vez lo hice. Hui escuchando las súplicas de Mel para que volviera y las risas de toda la primaria de Lander, que había sido testigo del espectáculo en el que me había convertido.

No sabía adónde ir, era la primera vez que pisaba esas instalaciones y quería que fuera la última. No quería volver, quería que el día terminara y que entonces tía Luna me acogiera en sus brazos, me dijera que todo estaría bien y que no me llevaría una segunda vez a esa escuela. Ella me escucharía y me prometería que no pasaría de nuevo, aunque fuera mentira y no pudiera asegurar que las cosas iban a cambiar.

Me detuve cuando sentí que era justo y me recosté en una blanca e impoluta pared al final de un pasillo con dos grandes puertas dobles frente a mí. Me deslicé hasta quedar sentada en el suelo y atraje mis rodillas hasta el pecho para ocultar mi rostro entre ellas. Ya no había tutú molesto que evitara mi posición, ni moño alguno en mi cabeza.

Fue extraño, pero en ese momento sentí que las cosas que había odiado desde que me las pusieron en la mañana me hacían falta. Quería mi ropa de vuelta, la quería como nueva, porque si no llegaba con ella a casa esa tarde, tía Luna lloraría en su habitación.

Estaría triste otra vez y yo no podría estar feliz si ella no lo estaba; era como ver sufrir a mamá.

—Las niñas que lloran son feas.

Una sombra se cernió sobre mi posición empequeñecida. Sorbí por la nariz y me contuve, esperando que se retirara sin ver el desastre que era. Sin embargo, se balanceó un poco y, no antes de suspirar, habló otra vez.

—Si te doy un helado, ¿dejas de llorar y entonces yo puedo irme?

Levanté el rostro, no sin enojo, pero todo lo que vi fue la gran gota de helado blanco que cayó a mis pies, confirmando la intención del molesto intruso.

—¡Vete! No quiero tu helado.

Apreté mis rodillas con mucha más fuerza que antes y limpié mis lágrimas con frustración para mostrar mi enojo. Sin embargo, recibí una sonrisa grandísima y la amable imposición de un helado con chips de chocolate frente a mi rostro.

Solo entonces vi con claridad el rostro de un niño altote con ojos brillantes, una bandita rosa sobre su ceja, el cabello megarrevuelto y la playera más tierna de Sesshōmaru.

Tomé el helado casi que por inercia y no tuve ni tiempo de decirle que me gustaba su ropa, porque sacudió sus manos y volvió a sonreír todo lindo.

—Me tengo que ir, las pruebas para natación ya empezaron y mi hermano dice que tengo que hacerlo genial para que me dejen entrar en esta escuela como a él. —Ante mi mirada, él no tardó en aclarar—: Es que aquí puedo estar todo el día en la piscina, ¿no es genial?

Asentí, cambiando el helado de mano, y traté de levantarme para agradecerle. No obstante, él ya estaba corriendo lejos de mí.

No tenía idea de cómo se llamaba, pero había sido bueno conmigo y yo quería encontrarlo. Lo que no fue tan complicado porque, a partir de ese día, no dejé de verlo... excepto que él no me veía a mí.


#AmorAPrimerHelado

Tener en cuenta que la historia tiene playlist en Spotify. La encuentran buscando mi perfil (marthalilaa). Allí hay listas de todas mis novelas, así que verán la de Tabatha muy rápido (o pueden pedirme el link por mensaje).

También, en mi Instagram (marthalilaa) pueden encontrar una plantilla para reaccionar a la lectura en sus historias (si la usan, etiquétenme). Aquí se las muestro:

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