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By Hope_Dreams_Love

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-¡Calidad certificada, belleza exorbitante, y virgen queridos compradores! La puja comienza ahora, con una ex... More

PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
AMORES ENFERMIZOS
AMORES PRIMERIZOS
AMORES ETERNOS
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE - Multicapítulo (19-30)
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO 🔞
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO
CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES
CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE
CAPÍTULO SESENTA
EPÍLOGO
AVISO
Aviso

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

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By Hope_Dreams_Love


Después del "intercambio de palabras" que tuve con Bruna; de esa discusión que no pasó a mayores porque controlé mi carácter y mis ansias de siempre llevar las de ganar, las cosas continuaron su transcurso natural.

Las horas siguieron corriendo al igual que los días, las semanas, y los meses.

A diferencia de mi pasaje fugaz por el Medio Oriente y tras haber regresado a Italia, no fue mi mayor anhelo congelar el tic tac del reloj, o estancarme en una fecha determinada.
Simplemente al tiempo lo dejé ir, ser y desaparecer; y a pesar de que no fui feliz, que me sentí vacía, o que una parte de mí estaba rota, siempre rehaciéndome de entre las cenizas me volví la mejor versión de mí misma.

Luego de aquella pequeña pelea con mi mejor amiga, la cosa cambió. Bueno, en realidad se mantuvo en ese proceso de cambio constante.

No ha sido sencillo dialogar con Bruna, sin que su instinto ávido de información pretendiese saber más y más. Más del hombre que gracias a Dios estoy superando. Más de su historia, y también nuestra historia; la de un cuento corto, una montaña rusa de emociones, y un perfecto fracaso amoroso.

Inclusive, aún habiéndole relatado los hechos del derecho y del revés; de los pies a la cabeza y con lujo de detalles, el recelo y un sentimiento de profundo odio no se esfumó de la mirada de Dichezzare cuándo lo menciono; cuándo le digo que me enamoré de su terquedad, de sus miedos, y de su lado infantil, posesivo y autoritario. A ella le enfurece oírme confesar que me enamoré de todos sus defectos porque así, de esa manera el olvido se vuelve imposible.

Hay ocasiones en que atino a ignorarla si es que su lengua venenosa no entiende de límites. Cambio radicalmente el motivo de la conversación y nos ponemos a hablar de las miles de banalidades que a Bruna le fascinan y a mí, me aburren.

Hay veces en las que meto mis narices en un libro y finjo escucharla. Asiento o denego en el instante preciso que pregunta: ¿te das cuenta? Ahí es el momento crucial de dejarle a entrever que estoy terriblemente interesada en asuntos de cotilleo, centros comerciales u hombres, cuándo lo cierto es que ya nada de eso me importa.

Hemos adoptado rutinas extremadamente diferentes pese a vivir bajo el mismo techo.

Yo me convertí en una ermitaña. Una chica con escaso contacto social y una gran amante de las tardes en el sillón del living, la música baja de Beethowen y mis libros de Dan Brown o Luisa May Alcott. Mientras que la siciliana, apenas llega de su trabajo se baña, se arregla, come a las apuradas y sale.

Lo viene haciendo desde que se cumplió una semana de mi regreso a Roma. Cuándo ya no quedó más por aclarar, veneno qué destilar, o actos puntuales del pasado que echar en cara, Bruna reanudó su rutina; después del empleo, a las siete y sin falta se marchaba al bar ubicado en la avenida de la Pompeya.

Así, hasta que finalmente conoció a alguien: Alexander.

A Alexander no le importó el que tuviese una cicatriz, que cojeara al caminar o que no tuviera más proyecto a futuro que el de sentarse en la barra a beber sin juicio.
Él vio en rubiales, lo que yo a diario: que es valiente, extrovertida, y hermosísima, si no oculta su belleza debajo de tanto maquillaje.

"Algodón de azúcar" o mejor dicho, Alex, es el dueño del bar que abrió hace cinco meses atrás en la calle de la Pompeya. Y es también quién una noche, de las primeras en que me costaba conciliar el sueño, acabó llamándome del celular de Bruna, informándome que se había quedado dormida sobre el mostrador de su local.

Recuerdo claramente que ese fue el comienzo de su aventura. Una aventura con sabor a motivación para ayudarla y seguir ayudándome a mí misma.

Me esmeré en buscar trabajo y estuve semanas imprimiendo cartas laborales, para entregarlas en cada calle del centro. En peluquerías, restaurantes, boutiques, farmacias, supermercados... ¡Hasta me ofrecí de niñera! Pero nadie me contactó, y aquellos que sí lo hicieron sólo me causaron el doble de frustración. Ningún empleador se arriesgó a contratar a una chica sin experiencia laboral o por lo menos, buenas referencias de su empleo anterior.

El hecho de ver que pasaban los días y no avanzaba, me tentó a caer en depresión.
Quise derrumbarme cuándo los medios de comunicación empezaron a asediarme. Cuándo los paparazzi sin escrúpulo alguno comenzaron a perseguirme, ya que la noticia de haber sido prisionera de un empresario guapo, poderoso y adinerado se viralizó en canales de Youtube, y cuentas de Facebook, Twitter e Instagram.

Nadie se interesó por la crueldad que envolvió a mi vivencia. A los sujetos que me tomaban fotos saliendo de la casa o que me hacían preguntas inapropiadas, no les importó el dato de una chica traficada, violentada y privada de sus derechos como ser humano. A ellos les causó morbo, curiosidad y fascinación lo que se escondía detrás de eso.

El primer mes, me acecharon sin parar porque necesitaban darle al mundo una historia oscura, tóxica, enfermizamente romántica. Pretendían contar el relato de una muchacha hermosa, secuestrada por un empresario reconocido, y mantenida en cautiverio. Un cautiverio que definieron como Estocolmo; el clásico, perturbador y romantizado síndrome de Estocolmo.

A fin de cuentas, el agobio resultó desmesurado; tanto que decidí cerrar mis cuentas en redes sociales, dar de baja cada perfil en línea, y ponerme una meta clara; una meta que me alejara del cotilleo y del centro de atención de la prensa amarillista.

Ningún periodista mencionó dato alguno de Rashid Ghazaleh. Nunca supe qué sucedió con él, con su patrimonio, o con su vida amorosa. Sin embargo, se encargaron no sólo de atacar a la parte desprotegida y transformarla en diversión para miles de espectadores, sino que también lo mostraron a él como la representación en carne y hueso, del protagonista de uno de los cuentos más amados de Disney: "La Bestia".

Jamás vi nota televisiva dónde el magnate desmintiera los hechos y eso en cierto modo me enfadó. El hombre siempre cuidadoso en la imagen que brindaba al público, sencillamente desapareció por arte de magia, y a mí no me quedó más remedio que asumir, que ya no iba a volver.

No existió salida, más que dejar mi alma en el afán de encontrar empleo. Bajo el mediodía ardiente de Roma, entré a cada sitio hasta que milagrosamente una clínica de spa y centro estético se interesó en mis servicios.

Para los dueños yo era lo que ellos estaban buscando: la recepcionista sin experiencia, y con disponibilidad horaria.

Gracias al cielo, treinta días después de haber pisado suelo italiano, empecé a trabajar. Firmé un contrato con un salario notable, que alcanzó para ir remodelando nuestro hogar, comprar ropa y comida.

Junto a Bruna, la morada volvió a ser lo que era tiempo atrás: un hogar acogedor, lleno de vida, alegría, y con muchísimo sacrificio, lleno de comodidades. Con nuestros salarios unificados pudimos comprar camas nuevas, de dos plazas, con resortes y de alta densidad. También un refrigerador, la cocina eléctrica y un calentador. Colocamos internet, televisión por cable y teléfono fijo. Nos dimos el gusto de instalar aire acondicionado, regalarnos dos televisores smart, y una cafetera Dolce.

A base de sacrificio comencé a pagar un estudio de cosmetología que ofrecía la misma clínica donde trabajo, y le obsequié a mi mejor amiga los honorarios para apuntarse en las clases de pintura que se imparten en Gamma Studio, una conocida escuela de Bellas Artes.

Ésta, indudablemente ha sido una técnica exitosa, con la cuál ayudarla a centrarse en otra cosa que no sea el alcohol. Le proporcioné a mi querida rubia el apoyo incondicional para que retomara su pasión, y dejara atrás lo que estaba dañándola.

En retrospectiva, de lo mal que empezó mi reinserción en la sociedad romana y en la vida de Dichezzare; hoy, envuelta en una frazada, sentada en el sillón y mirando por la ventana, admito que estamos bien.

Brunita avanzando a paso lento pero seguro y yo, cumpliendo poco a poco mis nuevos objetivos. Objetivos en los que el amor ya no entra.

Varias veces la siciliana ha insistido en que debo tener citas para olvidar a Rashid definitivamente. Que debo salir con chicos, aventurarme en una noche de sexo casual, un desayuno informal, o una ida al cine... Pero... Yo ya no quiero eso.

Siento que no necesito la compañía de un hombre para estar bien. Me basta el recuerdo de quién amé para saber que si tuve algo en el pasado fue real; duró poco, pero fue real y verdadero.

No me urge más y tampoco quiero más. Adoro la tranqulidad de mi casa, recostarme en el sofá a leer, comer una caja de pizza, o mirar una serie de suspenso. Amo el hecho de prescindir del teléfono celular; de tenerlo ahí, únicamente por razones de seguridad.

No existe nada más placentero que ir a trabajar, ganar mi sueldo, estudiar, esforzarme día a día por superarme y llegar a mi hogar, ponerme ropa cómoda, preparar la cena, darme un baño y leer.

Estoy tranquila. Tranquila de verdad.

El no volver a hablar con mis padres también me aporta calma y paz. Inclusive al ver a Melany y Renzo pasearse asidos de la mano a diario tampoco me afecta; no me molesta, no siento nada.

Estoy tan bien conmigo misma y con ésta versión autónoma, empoderada e independiente de Nicci Leombardi, que ya no cargo a cuestas con sentimientos negativos. Prefiero desecharlos a la basura y continuar con mi travesía.

Porque en eso se convirtió mi vida, en una travesía.

Han pasado cinco meses, ya. Cinco meses desde que perdí el corazón por arriesgarme a amar.

Cinco meses de esperarlo.

Cinco meses aferrada a la ilusión de que un día cualquiera, él se apareciera frente a mí diciéndome que no pudo cumplir su promesa.

Cinco meses en los que la espera se convirtió en incertidumbre primero, en heridas que curaron, después, y en cicatrices al final.

Han pasado cinco meses y de tanto soñar a Rashid, me olvidé de esperar su regreso.

Ahogo un bostezo y tapando mis piernas con la cobija de felpa, doy vuelta la página para pasar al capítulo treinta.

En la lejanía, mucho más allá del soneto de Second Sun de Beethowen, el murmullo de Bruna no me permite disfrutar completamente de la lectura.

Hoy está más habladora, chillona, y efusiva que de costumbre.

—¡¿Te das cuenta?! —es lo que prácticamente grita, y ahí, en ese preciso momento es cuándo yo, fingiendo que le pongo la mayor atención a sus palabras cargadas de trivialidades, asiento. Asiento para que sepa, que me doy cuenta de algo en lo que realidad ni tengo ni idea—. ¡Yo también lo supuse! —resopla, al tiempo que sus pasos hacen eco en el living—. Quería ponerme un vestido y resulta que ninguno me gusta para ésta situación.

Humedezco la punta de mi dedo índice con saliva y vuelvo a pasar otra página. Amo demasiado a Dan Brown. ¡Qué hombre tan preciso, inteligente y culto! ¡Qué escritor tan capaz de sumirme de lleno en su mundo repleto de teorías conspirativas, verdades ocultas y engimas! ¡Qué gloriosa forma tiene de hacerme partícipe de su historia!

—¿Me prestas uno? —pregunta con voz apesadumbrada y cara de cachorro abandonado, interponiéndose entre mi rostro y el libro que descansa en mi regazo.

Levanto la mirada y enfrentando sus facciones alegres, trago saliva con dificultad.

—¿C-cómo? —balbuceo.

—¿Estás sorda, o qué? —rueda los ojos y se sienta justo a mis pies, en el pequeño espacio de sofá que queda libre—. ¡Que si me prestas uno!

Río con nerviosismo y colocándole el marcador a la novela, la cierro.

Durante cinco meses mi técnica del asentimiento no ha fallado, no entiendo porqué justo hoy, que no puedo despegar la vista de los párrafos, a Dichezzare se le ocurre pedirme no se qué.

—C-claro —contesto, esbozando una sonrisa que denota inquietud.

—¡Genial! —chilla—. ¿Y tú, qué te vas a poner?

Frunzo el ceño y sintiéndome más perdida que nunca, vuelvo a tragar saliva.

—¿Yo por qué habría de... Ponerme algo?

—¡Ay, no! —se enfada—. ¡Ya me tienes harta! ¡Todo el bendito día con la nariz en los libros y no escuchas lo que te digo!

Inhalo profundamente; tiene razón.

—Bruna —advierto con diversión, para restarle drama al momento—, hazme el favor y no te metas con mis libros.

Se levanta del sillón y me arrebata "Origen" mi nueva compra de diecisiete euros en la librería a cinco cuadras de la clínica estética.

—¡Ésto es una porquería! —refunfuña, mirando la portada con genuino odio—. ¡Es pura fantasía! ¡No existe, estás en el mundo real! Allá afuera hay un mundo real.

—Sí... De acuerdo —concilio, muy tranquilamente—, y lo veo a diario cuándo salgo a trabajar —estiro mi mano, exigiéndole que me devuelva la novela—. ¿Sabes? Te vendría bien leer un poco. Descubrirías cosas tan fascinantes en cada capítulo, que no te darían ganas ni siquiera de moverte del sillón, con tal de continuar leyendo.

Enarca una ceja y obedeciendo, me enfrenta.

—¡Y a ti te vendría bien sacar el trasero de ese sofá y salir por lo menos ésta noche! Llevas cinco meses en que lo único que haces es ir de la casa al trabajo; y del trabajo a la casa. Te volviste una mujer de vida monótona, aburrida y ermitaña.

Relamo mis labios, y nuevamente me concentro en el capítulo que había quedado.

—Amo mi vida monótona, aburrida y ermitaña.

—Lees libros todo el tiempo —sigue quejándose—. Gastas dinero en libros. ¡En libros!

—Tú lo gastas en alcohol y sin embargo... —insinúo.

<<No te jodo de mil maneras diferentes>> añado mentalmente.

—¡Me lo recriminas siempre!

—Porque te hace mal —destaco—. Porque te haces un mal enorme a ti misma.

—¡Y a ti te hace mal no tener vida social! —gruñe—. Compras libros, te sientas en un sofá, te preparas té. ¿Que clase de juventud es esa?

—No siempre gasto en libros —espeto, encogiéndome de hombros—; hay veces que leo en línea. Existen plataformas de libros electrónicos muy buenas.

—Ésta actitud tuya no lo traerá de regreso —dice con la sola intención de obtener mi atención. Y lo logrará; detesto que para ganar una discusión involucre a Rashid—. Ya no te acosa, no te persigue, no te acecha. Él continuó con su vida como si nunca hubieses aparecido en ella. No arruines tu juventud esperando lo que no va a pasar.

—Bruna no empieces con eso.

—¡Lo hago porque te quiero! ¡Abre los ojos de una vez!

Irónicamente, los abro y la miro.

—¡Los tengo bien abiertos! ¿Contenta?

—¡Excelente, te pones de sarcástica!

—¡Ay, Dios! —bufo, sin ánimos de pelear—. No tiene nada que ver eso que dices, con que yo quiera estar en mi casa y no salir de ella. No me interesa la vida social, o fingir comodidad entre gente que no conozco. Esa Nicci no funciona —aclaro con serenidad—, quedó obsoleta. Quizá a ti te fascine, pero a mí ya no me gusta ese alocado estilo de vida.

Interrumpiendo lo que suponía la reanudación del capítulo, observo cómo Bruna aún de pie, agarra el control remoto y enciende el plasma.

—No pretendo que me imites —suelta, cambiando de canales sin decidirse por uno en particular—. Sólo que respires aire fresco. Que hagas algo distinto —finalmente se detiene en uno de celebridades. Uno al que no le ponemos demasiado interés, y sentencia—. Hoy es el cumpleaños de Alex. ¿Lo olvidaste?

Alexander. El chico con el que sale, y quién desde hace unos días oficialmente es su novio.

El hombre que desborda azúcar; y el idiota divertido que bajo cualquier circunstancia busca ganarse mi aprobación.

Es excesivamente romántico con la siciliana.
Excesivamente agradable conmigo.
En absolutamente todo, Alexander es en exceso y aunque honestamente no soporto demasiado su actitud, ya tiene mi aprobación desde hace rato.

Desde que con él, Bruna ha empezado a mostrar una mejor versión de sí misma. Más centrada, responsable, y tranquila.

—Con que el cumpleaños de algodón —murmuro—. No creo que asista. —concluyo alto y fuerte.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? ¿En verdad vas a llegar a éstos extremos?

—¡No son extremos de lo que tú piensas! —me defiendo, cuándo noto que me ignora y sube el volumen al televisor—. Sabes que no he pisado una discoteca o un bar desde aquella noche.

Captando inmediatamente el sentido de mis palabras, su semblante enojado se relaja y una mueca dulce surca sus facciones.

—Nic, vamos a estar bien. El bar de Alexander es exclusivo, hoy irán sólo sus amigos. Nos cuidará, te lo juro —su rostro se concentra en la pantalla del plasma y si pretendía añadir una frase, pues de repente se congela en su garganta. Su boca se abre desmesuradamente y sin quitar la vista del televisor, tartamudea—. D-dios... M-mío.

Arrugo el ceño, perpleja por su asombro y tras analizar la pantalla enmudezco. Mi corazón late desbocado y mi respiración se enloquece.

Con rapidez le robo el control de las manos y subo al máximo el volumen para escuchar. Para sostener con argumentos lo que procesan mis orbes.

—¿Increíble, Simona? —pregunta la presentadora—. Para muchos ha sido sorpresivo pero a nosotras no nos ha llamado la atención, la noticia de que la bellísima modelo Marina Fioremontti haya salido del mercado de solteras —se ríe, y una mirada pícara atraviesa la cámara, la pantalla y mi pecho—. Se dice que ha conquistado un multimillonario magnate de Medio Oriente. Un guapo, joven y sexy emprendedor en la industria hotelera.

Parpadeo e imaginando justificaciones a lo que oigo, niego con la cabeza. Debe ser una mentira. Una más, de la prensa amarillista.

—¿Qué crees? —cuestiona la perra, que sin delicadeza está destrozando mis sentimientos. Ella, su colega, las fotos que no paran de reproducirse a través del plasma—. ¡Tal parece que el empresario quedó prendado de la modelo en un desfile promocional de sus hoteles aquí en Roma... Peeero —enfatiza, sonriente—. Nosotras sabemos más. Siempre sabemos mucho más. Ésta encantadora pareja se conoce desde hace tiempo, ya; y pese a que ninguno de los dos desmintió el dato de que salen hace bastante, la confirmación es más que evidente.

¿Es evidente? Definitivamente quiero llorar y lanzarle un jarrón al televisor.

—Éste sexy millonario sin dudas merecía un poco de romance a lo Alessandro Manzoni, después del escándalo que lo involucró en líos de tráfico, prostitución y secuestro —las fotografías ocupando la extensión del plasma, abriendo en mí la herida y profundizando el sentimiento de traición, se suceden en una presentación de diapositivas a medida que la mujer sigue hablando—. ¡Ni hablar de ella! —chilla—. Ésta preciosa rubia de cuerpo envidiable, medidas perfectas y sonrisa angelical se merecía semejante hombre al lado. Luego de haber sido abandonada por su prometido a dos días de casarse, reencontrarse con el amor no tiene precio.

—Comentan las lenguas de Medio Oriente —se mofa Simona—, que ellos llevan años de estar viéndose acá en Italia y también en Arabia.

—¡Entonces no me asombraría si pronto tenemos novedades acerca de un compromiso! —festeja su colega—. Es que a pesar de los embrollos en los que éste joven magnate estuvo envuelto, el público vota por una linda historia romántica —el camarógrafo hace un primer plano de la presentadora y guiñando el ojo, recalca—. A decir verdad, pienso que los rumores desacreditando al empresario no eran para nada reales.

—Creo lo mismo —concuerdan, al tiempo que procuro analizar lo que observo y escucho—. Más aún, después de que los han pillado juntos, muy acaramelados dando un paseo por Venecia. ¡Indudablemente ésta es la pareja del año y me encanta! No puedo más que...

—¡Suficiente! —masculla Bruna al reaccionar y apagar el plasma.

—¿Qué fue todo eso? —cuestiono ausente—. ¡Qué carajos fue todo eso!

—Nic...

—¡Nic un demonio! —grito, sacándome la cobija de encima y sentándome erguida en el sillón, con los pies en el piso—. Él sí, volvió a Roma —digo con mis ojos llenos de lágrimas—. Rashid volvió a Roma pero no por mí, ¡sino por otra! "Se merecía semejante hombre al lado" —repito, imitando la voz de la conductora—. ¡Yo debería estar con él! ¡Yo!

Bruna trata de abrazarme pero se lo impido y retiro sus manos de mis hombros de un tirón.

Siento rabia; un inmenso y profundo enojo. Percibo cómo la ira se apodera de mi torrente sanguíneo, recorre cada ápice de mi cuerpo y me transforma. Saca de la caja de Pandora a la Nicci motivada por el resentimiento... Y los celos.

Cada dato informado por la presentadora me lastima, y me enfurece. Cada foto que vi de ambos riéndose o abrazándose; de ella muy entusiasmada demostrándole afecto y de él correspondiéndole me hace sentir odio, celos, e indignación.

Que se relacionan desde hace tiempo, pero que yo no la había visto jamás en los meses que estuve en Riad.

Que recién ahora vengo a entender la razón de sus llegadas tarde los miércoles y viernes, de esas semanas que viví en Arabia.

Que me ilusioné con que un día, cuál caballero al rescate de su damisela volvería por mí, y resulta que me encuentro con ésto: está con otra.

Y la odio. La odio sin conocerla. La detesto por variarse del brazo de Ghazaleh como si de un lindo premio se tratara.

Pero también lo odio a Rashid. Lo odio, me duele, siento tristeza porque admitió así, que le importé una mierda. Que efectivamente sí me usó, sí me mintió, y después poniendo excusas de por medio, salió de cacería, buscando algo mucho mejor de lo que yo podía ofrecerle.

Me trago una a una las lágrimas y paso las manos por mi cabello varias veces.

Bajo la atenta, apesadumbrada, y precavida mirada de Bruna, me dirijo hacia el dormitorio, no sin antes detenerme a mitad de camino. La observo por encima del hombro, e indico -Prepárate: saldremos ésta noche.

—Quizá —sugiere—... Lo mejor sea quedarnos, pedir pizza, mirar películas y...

—No —interrumpo, tajante—. Me voy a bañar, y a vestir. Vas a hacer lo mismo y nos iremos al cumpleaños de Alexander.

—No creo que sea una buen...

—¿Acaso no querías que te acompañara? —pregunto con el veneno picando en mi garganta, pidiendo a gritos salir a borbotones—. Pues te voy a acompañar, así que no me jodas.

Automáticamente se calla, dado mi arrebato despechado, en tanto sigo mi camino en dirección al dormitorio.

Mis sueños acabaron de hacerse trizas y mi espera por alguien que nunca más aparecerá se terminó.

Cayó el último grano de arena en el reloj.

La única esperanza que mantenía latente se volvió cenizas.

Rashid le pertenece a una mujer y no soy yo. No recuperamos nuestro amor, no nos reencontramos, y no vivimos felices para siempre. Fin de la historia.

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