Al Mejor Postor © (FETICHES I...

By Hope_Dreams_Love

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-¡Calidad certificada, belleza exorbitante, y virgen queridos compradores! La puja comienza ahora, con una ex... More

PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
AMORES ENFERMIZOS
AMORES PRIMERIZOS
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE - Multicapítulo (19-30)
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO 🔞
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO
CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES
CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE
CAPÍTULO SESENTA
EPÍLOGO
AVISO
Aviso

AMORES ETERNOS

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By Hope_Dreams_Love

ACTUALMENTE...

RASHID

Su semblante transmuta en cuestión de segundos después de oír mi calamitosa declaratoria de amor.

Nicci pasa del pavor, la angustia, el terror, a la seriedad absoluta.
Sus ojos verdes me miran de una forma que me desquicia.
La repulsión viniendo de ella es insoportable.

Tolero su ignorancia, sus burlas; he aguantado demasiado porque es mi todo en ésta existencia solitaria que yo mismo me empeñé de vivir; sin embargo que sus retinas reflejen desdén, asco o repelús, agita mi sangre. Ponen en ebullición las emociones negativas, las dañinas, las que podrían de un momento a otro hacerme perder la cabeza.

Y no quiero perder la cordura; ya perdí demasiado.
Perdí ocho años por quererla tanto.
Perdí estabilidad emocional.
Perdí seguridad.
Perdí las ganas de enamorarme de una mujer que no fuese mi amor platónico; mi gitana rebelde; mi Nicci Leombardi.

No me arrepiento de lo que yo busqué pero sí me reprendo y, también me odio.
Me detesto al entender que aprendí a quererla desde la distancia y, ahora que la tengo cerca, no sé ni qué carajos hacer.

Porque realmente, no sé cómo actuar con ella.

La saqué de un lugar tétrico y la salvé de un destino tormentoso.
Intento brindarle lo mejor de mi hogar.
Pretendo tratarla como lo que es, una princesa.
Y lo más importante: quiero ayudarla. Mantenerla aquí no con el título erróneo de cautiva, sino acogerla hasta que su fuerte adicción, se reduzca a la nada.

Por ese motivo traje a Nicci a Arabia. Ya que pese a ser un tipo egoísta y, un imbécil muy feliz al saber que duerme bajo mi techo, la razón de un viaje a mi tierra natal, el lugar que desde hace muchos años no piso, es para alejarla del vicio.
Enseñarle que existe algo más que una botella de tequila, luces psicodélicas o música a reventar los oídos y, que si lo desea es capaz de conquistar al mundo.
Principalmente necesito afirmarle, convencerla, demostrarle que hay un pobre diablo loco de amor por ella.

¡Eso mismo!, me urge conquistarla, enamorarla para que cuándo esté entera; cuándo sea la chica fuerte, indomable, lista para arrasar con lo que tenga enfrente, no me deje; me ame tanto como para recomponer pedazo por pedazo aquello que quedó destrozado tiempo atrás, mi corazón.

Porque jactándome de mi capacidad de autocrítica, ¿quién en su sano juicio, en sus cabales, amaría a un sujeto como yo?

¡La respuesta es simple!, nadie. Y menos Nicci.

Una Nicci Leombardi empoderada, avasallante, recuperada, de ninguna manera querría a su lado a un individuo así; celoso, posesivo, obsesivo, soñador, protector y, romántico. 
La mezcla que las mujeres pueden desear, pero en definitiva la combinación peligrosa de caracteres que únicamente convierten al personaje de la novela, en el villano.

—¿Sabes? —pregunta en un tono vocal sumamente femenino; adorable y escalofriante en partes iguales.

Abandono completamente la cama y me paro al costado. Paso la mano por mi cabello y encerrando bajo candado, en lo profundo de mi mente la secuencia de pensamientos contradictorios, perturbadores e intensos, la observo. —Adelante —digo con ronquera.

Se remueve hasta que logra sentarse y recargándose en el respaldar, reprimiendo muecas de dolor, masculla —No te creo.

Trago saliva; saliva que se siente como piedras descendiendo por mi garganta. Dejo de acariciarme la mata de corto cabello y hundo los dedos en los bolsillos de mi pantalón.

Una palabra y dos monosílabos que me atontaron.

—No... No te entiendo —objeto.

Alza el mentón y me mira con el desafío plasmado en las orbes.

¡Joder que es la mujer más hermosa del mundo!

Aún con su desarreglada maraña de bucles negros, vestido sucio y, desalineado, o los rasguños que marcaron su preciosa piel; es bellísima.
La valentía que brota de sus ojos le multiplican la gracia. Esa rebeldía suya es lo que me vuelve loco, lo que me hace amarla y odiarla el doble.

—Lo que escuchaste —rechista—, no te creo. —se toca la zona de las rodillas y ahí palpa la herida que no ha parado de sangrar. Una que me preocupa; me inquieta desde el momento que la encontré entre los arbustos, pero que exactamente ahora pasó a segundo plano. Lo primero en mi lista de perturbaciones es la frase que salió de los carnosos y venenosos labios.

Me acerco a ella e inclinándome, busco averiguar cuán grave o delicado es el corte; sin embargo un manotazo violento corta de tajo la intención.

Frunzo el ceño e inhalo hondo. No puedo perder la paciencia, debo controlarme.

—¡No seas arisca! —reprendo al repetir la acción; y obteniendo la misma respuesta, otro manotazo.

—¡No me toques! —escupe viperina—, ¡poco te interesó al momento de cargarme como si fuera un costal de papas! Así que no me toques.

—Estás hablando desde la rabia —concilio obedeciendo a sus vocablos; separándome de su cuerpo y ojeándola de lejos.

Esboza una sonrisa triste y niega —Estoy hablando desde el sentimiento; desde el recelo y la desconfianza —contraataca—. No creo una sola de tus palabras. A la vista está —recalca levantando su dedo índice y mostrándome el desastre regado en el dormitorio—: eres violento. Un hombre preso del impulso, que justifica su prodecer agresivo con el pasado tormentoso —de repente la seguridad que le invade me paraliza, sé que no me gustará en lo absoluto lo siguiente que voy a oír—. La realidad es una sola, Rashid Ghazaleh: a pesar de que me salvaste; a pesar de comprender que aquí mi voz no vale nada y a pesar de que afirmas quererme, de una manera anormal, atípica e insana... Yo te desprecio.

Desprecio.

¡Dios! Ese calificativo me hela la sangre. Y lentamente empieza a enfurecerme.

—¡Mejor ve a bañarte!, le pediré a Meredith que te ayude con las heridas e irás a dormir a tu habitación —indico dando media vuelta, encaminándome al ventanal.

—¡De ninguna forma! —despotrica deteniendo mis pasos —¿De verdad anhelas escuchar lo que pienso? Pues ateniéndome a las consecuencias, tus deseos son órdenes: siento desprecio, aversión, rabia —cierro las manos en puños. Se está pasando de la raya—. Y no por haberme secuestrado o salvado como tú le llamas. Estoy en un palacio, tienes razón, soy mimada en comparación a lo que me esperaba si hubiese caído en el trafico de personas. Pero con sinceridad, ¿de qué vale el palacio y las comodidades si mi rescatista no es más que un cerdo? Un cretino que goza de menospreciarme. Un imbécil, un infantil que optó por vengarse de mí, en mi peor instancia —hace una pausa, suspira reuniendo coraje y sentencia —, y sobre todo, un cobarde.

Giro sobre mis talones con brusquedad y la fulmino con la mirada —¡Cállate! —bramo desbordado—, ¡cállate!

Asiente y carcajea.
Indudablemente no mide el alcance de sus oraciones.

—Di en el clavo, ¿no es cierto? Eres un cobarde —sostiene deslizando los dedos en la sábana; como si la seda de pronto le inyectara valentía suficiente con la cuál declararme la guerra —. Un cobarde porque reconociendo que "me amas" —enfatiza con sarcasmo—, preferiste ignorarme, maltratarme, reírte y a poco escribir la palabra bruta en mi cara, en vez de... De cortejarme —se muerde los labios y cabizbaja añade —. Hubiese sido fácil para ti conquistar a una mujer que no tiene idea del amor. ¡Qué lástima!, acabaste de perder tu chance; tu declaratoria la mandó al carajo.

Mi corazón late con agitación y lo único que proceso es su afirmación tonta, su certeza estúpida de que teniendo la posibilidad, la perdí.

¡Jamás existió una chance! Es imposible perder aquello que no se tiene.

Enarco una ceja y el deseo de reír me invade. Si le encanta destilar veneno, a mí me fascina el doble. 

—Vamos a aclarar los tantos, mi amor —dicto con cinismo. ¡Total!, Nicci pretende sacar los trapitos al sol, ¡pues que la historia sea pareja! —, si yo soy cobarde, tú eres decepcionante —avanzando en una interminable escena a cámara lenta, me aproximo a la figura femenina—. Admiro tu valentía, pero la capacidad de victimizarte que posees, me decepciona.

Sus iris se dilatan producto de la sorpresa; ésto no se lo esperaba. Yo tampoco pretendía hurgar en viejas heridas, sin embargo, bien dicen que el que busca, encuentra.

—Te repito que en mi casa, eres una reina y lo que te tocó atravesar, ese "trauma" —ironizo—, que viviste no se le compara siquiera al de tu amiga. Ella sí que la pasó y, la pasa muy mal. Bruna, se ganó mi absoluto respeto —destaco, disfrutando del asombro refleja sus ojos—, porque se llevó la peor parte. La golpearon, la lastimaron, la dejaron tirada en un basurero. Esa mujer lucha por salir adelante, ¡créeme que me mantengo bien informado! —espeto—. Batalla para volver a caminar. Los médicos tratan de recuperar sus órganos reproductores. Y es posible que ni con todo el esfuerzo del mundo consiga en un futuro concebir.

Sus orbes verdosas se empañan y la imagen de fortaleza que se encargó de forjar, se hace añicos.

—No sigas... —pide rompiéndose en llanto. Tapando la amargura de su rostro con las manos.

—¡Cómo! —exclamo triunfante. Victorioso ya que recibe un merecido escarmiento y yo por fin doy rienda suelta a lo que pienso—. ¿No querías escuchar un poco de realidad, habibi? —pregunto—, ¿no deseabas conocer la contracara del hombre que te ama? Pues te la estoy enseñando. Te estoy confesando que me pareces una hipócrita; una egoísta; una egocéntrica. Y no por lo que me hiciste en el pasado, sino por suponer que lo que te sucede a ti, es lo peor, lo más triste, o lo más trágico.

—¡No dije eso! —se defiende sollozando.

—Lo insinuaste desde que tu bello cuerpo puso un pie en mi avión. Y es lo mismo. —Su angustia crece y pese a que en cierto modo me alivia descargar la frustración acumulada, odio verla llorar.

Aborrezco el hecho de que sufra y detesto que en parte sea por mi culpa.

Ya ha sido suficiente.
Le servirá más adelante; recordará nuestra conversación cuándo las ganas de montar un berrinche le inunden el alma.

—Se terminó la charla —anuncio con agotamiento. Reñir con la gitana consume mis energías—, llamaré a Meredith para que te auxilie en regresar al dormitorio que ocupas. Te ayudará a ponerte cómoda, comer si lo prefieres y, se encargará de los raspones que te hiciste.

Acomodo las solapas de la chaqueta y en cuatro zancadas me aproximo al umbral del cuarto. Quito el seguro de la puerta y abro.

La nana amante del cotilleo está del otro lado y me observa reprobatoria; sin embargo la ignoro.

Ignoro completamente su semblante, debido al "hijo de puta" alto, fuerte que brota de las cuerdas vocales de Nicci y que capta mi atención.

La analizo por encima de mi hombro y antes de abandonar la habitación; quizá sabiendo que después me arrepienta de lo dicho, le informo —A partir de hoy, cariño, verás la luz del sol si yo lo quiero; saldrás si yo lo quiero y... Ve familiarizándote con la instructiva lectura de la recámara en que duermes, porque será tu única distracción —esbozo una sonrisa siniestra—. Éste hijo de puta decidió que encerrarte hasta que aprendas buenos modales, es la mejor opción —cruzo el marco, gozando del silencio reinante —. Hazte cargo— ordeno a mi adorada empleada en tanto me dispongo a recorrer el pasillo y bajar los escalones.

Meredith agarra la manga de mi chaqueta y escudriño sus facciones, contrariado. —¡¿Qué pasa?! —bufo, negado a oír sermones.

—¡De verdad, tu obsesión por esa niña llegó al tope!

Zafo del agarre y reanudo el trayecto; Mer me sigue de atrás e ignora el hecho de que debe cuidar a Nicci.

—No es una simple obsesión —corrijo bajando los peldaños —es un amor no correspondido cómo habrás escuchado.

—En la vida nunca obtenemos lo que queremos— declara autoritaria—. Y tienes que entenderlo; ¡muchacho actuando así, hostigándola, sólo te ganarás su odio!

—Ella ya me odia —mascullo dolido—. Qué más da, ¿no? —abordo la sala principal que está vacía; los socios habrán salido huyendo, despavoridos y no anhelo imaginar el lío que me esperará al retomar los asuntos empresariales. Asevero que el numerito con la gitana me costará muy caro—. Aunque —sopeso sonriente—,  nana querida, no voy a dejarla ir. No se me planta la jodida gana dejarla ir, ni mañana ni nunca.

—¡Qué egoísta que eres! —sermonea—. ¡No aprendiste nada de las enseñanzas de tus padres!

Chasqueo la lengua. A veces la catarsis de Meredith me saca de quicio.

Mi ama de llaves no comprende la magnitud del amor que le profeso a la italiana de lengua ponzoñosa.

—Antes de morir, mamá me lo pidió —confieso apreciando la escena de mi casa patas para arriba; de una sala repleta de desorden y trastes sucios.

—¿Convertirte en ésto? —dice sarcástica—. ¿Un hombre perturbado? ¿Acosador? —Niega y empieza a recoger unas cuántas copas.

—Mañana vendrán a asear y acondicionar la sala de nuevo —sugiero con diversión, tras observar detenidamente ese método suyo para apaciguar la ansiedad: organizar.

Hace caso omiso y continúa reuniendo los vasos de cristal. —Zafira deseaba tu felicidad —contesta ignorando mi comentario.

—Por eso, porque deseaba mi felicidad—siseo—, le prometí en nuestra última conversación, que si encontraba a la mujer por la cuál fuese capaz de dar la vida, no la dejaría ir jamás. Yo encontré en los ojos de Nicci a esa mujer; el resto de la historia, ya la sabes.

Acomoda las copas de nuevo en la mesa y posa una mano sobre mi hombro —Sé que te afianzaste a una jovencita porque te brindó oxígeno cuándo la asfixia y soledad amenazaron con destruirte; sin embargo asúmelo y dolerá menos; Nicci no percibe ni por asomo lo que tú y en consecuencia, obligar a que alguien te ame es una catástrofe.

Muerdo mi labio inferior reprimiendo el enojo; muevo el brazo, interrumpiendo su caricia y, directamente voy a mi distracción preferida: un buen vaso de whisky añejo.

—No me importa —objeto después de algunos segundos de sepulcral mutismo—.  Correré los riesgos —sirvo el contenido en una medida acertada y bebo un trago largo. Degusto el licor amargo, fuerte; un gran aliado para el desamor y agrego—. Lo que tú ves como libertad, para Nicci es una jaula —sostengo el frío vidrio entre mis dedos, detengo los ojos en un punto fijo del recibidor y sentencio—: ¿quién quita? Quizás cambie de parecer cuándo ella me demuestre que su voluntad es más fuerte que el vicio.







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