Al Mejor Postor © (FETICHES I...

Av Hope_Dreams_Love

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-¡Calidad certificada, belleza exorbitante, y virgen queridos compradores! La puja comienza ahora, con una ex... Mer

PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
AMORES ENFERMIZOS
AMORES ETERNOS
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE - Multicapítulo (19-30)
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO 🔞
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO
CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES
CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS 🔞
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE
CAPÍTULO SESENTA
EPÍLOGO
AVISO
Aviso

AMORES PRIMERIZOS

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VARIOS DÍAS ATRÁS...


RASHID

Golpeteo los dedos contra el teclado de mi laptop sonriente.
Niego varias veces, largo carcajadas y, levanto la mirada, deteniéndola en la ventana. La enorme ventana que decora mi habitación.

Poco a poco el atardecer se adueña del cielo italiano.
La temperatura es agradable, no hace ni calor ni frío y, me fascina.

El clima templado, es mi favorito.

Roma, o mejor dicho, donde sea que esté Nicci, será mi lugar favorito en el mundo.


—¡Gitana desgraciada! —digo entre risadas, al vacío del dormitorio—. Terminaré internado en un centro psiquiátrico por tu culpa.

Relamo los labios e inhalando profundo retiro la silla giratoria en que me encuentro sentado.

Son apenas las cinco y media de la tarde y, el naranja ha comenzado a pintar el cielo. Algo extraño para ésta época del año, que empiece a oscurecer tan temprano.

Me encojo de hombros y levantándome del asiento mullido, que tiene mi espalda destrozada pese a la comodidad de los cojines y posiciones regulables, me dirijo a paso cansado hacia la cocina.

Necesito prepararme otro expreso bien cargado. Es la décima taza que bebo en el correr de la noche, la mañana y la tarde.

No he podido pegar el ojo.

Estoy tapado de trabajo; hasta la coronilla.

Las vacaciones improvisadas que me tomé la semana pasada en las Bahamas ahora me cobran la factura.

El haber perseguido a Nicci al Caribe me regaló días inolvidables y relajantes, pero también una pila de impostergable trabajo al llegar.

Reprimo otra sonrisa idiota y, lavo el pocillo con abundante jabón. Enciendo la cafetera Dolce y rebusco en el cajón de las infusiones una cápsula más, de café expreso.
Lleno de agua el dispensador y colocando mi elección, espero dos o tres minutos mientras la sobre dosis de cafeína se elabora.

Me recargo contra la mesada de granito que adorna la cocina y la mueca embobada que intento contener se ensancha en mi rostro.

Sin mentir, aún en las sombras y siendo invisible a ojos de esa mujer, fui feliz.

La vi a ella reír, comer y beber.
Sí, bebió muchísimo, incluso el doble de lo que suele consumir en los antros, pero la diferencia es que en ningún momento lloró.
Disfrutó de largas horas en la playa tomando el sol junto a la chillona insoportable de Bruna, y en resumidas cuentas, se quitó ese estrés que trae su mente un poco embotada.

La diosa Afrodita. Así vislumbré a Nicci en esa estadía paradisíaca.
Una mujer completamente distinta a la que me acostumbré a acosar.
Una alegre, que no se preocupó de nada más que ella misma.

Y es indescriptible la sensación que me embargó de pies a cabeza; porque no sólo gocé el estar ahí, acompañándola sin que lo supiera, sino que lo disfruté de verdad.

Por primera vez, disfruté de mi faceta perturbada y enfermiza.

Me vi como otro integrante más de ese viaje y comprendí que si Nicci es feliz; yo soy feliz.
Aunque tristemente no pueda ser el motivo de su dicha; si después de demasiados sinsabores visualizo a mi luz en la oscuridad llena de algarabía, entonces vale la pena ésta soledad de mierda en la que estoy metido.

El bip de la cafetera me saca del montón de recuerdos recientes que traigo bien guardados en la memoria.
Retiro la taza con la humeante bebida y nuevamente camino a mi cuarto.

La casa de una sola planta, esa que compré hace ocho años cuando decidí quedarme a vivir en Roma, permanece a oscuras.

Generalmente una empleada realiza el aseo en la mañana, donde yo no estoy presente. Mientras que Stefano, únicamente se mantiene a la espera de mi llamado, si es que necesito de sus servicios.

En esos instantes de aislamiento es que extraño a mi nana y la mujer que adoro, Meredith.
La señora que lloró océanos enteros, al enterarse de que abandonaba mi país natal. La dama que me enseñó de igual forma que Zafira, a intentar ser un buen hombre; hecho y derecho. 

Intentar, porque dudo que los buenos hombres anden por la vida acosando, o fantaseando con romances imposibles.

Bufo a medida que avanzo por el corredor. Deslizo los dedos sobre las paredes blancas y al llegar al marco de mi recámara cruzo el umbral.

Pongo la taza en el escritorio, para después, desplomarme en la silla.

—¡Espero terminar con ésto y acostarme de una puta vez a dormir! —gruño irritado. Embravecido porque sé que la gitana estuvo de parranda anoche.

De fiesta, de vicios otra vez y, yo no pude cuidarla.

Le encomendé la tarea a Kerem, quién obedeció gustoso. Realmente gustoso de meterse en un antro repleto de mujeres pero también cuestionándose mi capacidad motriz.

Pues él afirma que no es de persona cuerda, eso de estar tantos años encaprichado con la misma mujer. Una mujer que para colmo de males, ni sabe que existo.
No obstante, justificándome, Kerem desconoce el hecho de que no es capricho lo que me carcome las entrañas, sino amor.

Sí; es amor.

Estiro la mano y tomo el portaretrato que adorna el buró.
Una foto del día de su graduación. Graduación que le costó por poco sangre, sudor y lágrimas.

La alzo a la altura de mis labios y asumiendo lo psicópata que resultará, beso la lámina.
Imagino que es la mejilla de Leombardi y estampo un fugaz beso a la fotografía.

—Definitivamente visitaré a un psiquiatra. —digo prendiendo la laptop que quedó pausada cuándo me fui.

Vuelvo a teclear la información y continúo con mi tarea. Estoy intentando añadir una nueva línea de gastronomía al menú del hotel.
Al menos inciaré aquí, en Italia.

Renovaré la variedad y ampliaré el abanico de gustos gourmet.

Agregaré a la carta la cocina caribeña. Esos platillos con plátano frito, piña caramelizada, o unos interesantes tamales de yuka.

Porque de mucho me sirvió acechar a la romana malvada. Gracias a ella descubrí el mundo gourmet del Caribe. Y ahora pretendo incorporarlo a la cadena de hoteles, afirmando desde ya, que será un rotundo éxito.

Abro mi agenda apenas encuentro un chef especializado en ese tipo de elaboración y, agendo su número telefónico.

Mañana me comunicaré con él.

De los socios y accionistas por otra parte, ya me ocupé.
Realicé varias sesiones de Skype presentándoles la idea y, estuvieron sumamente conformes con la decisión.

De verdad que el insomnio y las horas frente a la computadora tuvieron sus frutos. Pronto engrandeceré un poco más el apellido Ghazaleh y, le brindaré a mis clientes lo óptimo. Como siempre, lo mejor.

—¡Al fin terminé! —celebro cerrando las aplicaciones, dispuesto a dormir unas cuántas horas.

Suspiro aliviado y, al momento que cojo el pocillo con el café intacto, mi teléfono empieza a sonar.

Miro de reojo la pantalla y frunzo el ceño.

Stefano me está llamando.

—¿Qué ocurre? —pregunto inmediatamente atiendo. El silencio al otro lado de la línea se prolonga y eso me confunde. Mi chófer, confidente, gran amigo jamás me contacta. A no ser, que sea un caso de suma gravedad—. ¿Qué ocurre? —repito.

—¡Rashid! —exclama una voz que no es la de Stefano y, mi contrariedad se multiplica.

No entiendo qué carajo está pasando.

—¿Kerem? —indago preplejo. —¿por qué...

—¡Él está aquí conmigo! —corta agitado—. ¡Joder, amigo perdóname! —suplica en alaridos.

—¿Qué? ¿Qué te perdone qué?

Escucho el sonido de objetos cayéndose, impactando contra alguna superficie sólida y, Kerem resopla.

Intuyo que los nervios le consumen

—No... Fue... ¡Fue demasiado tarde!

Carraspeo y procuro borrar las ideas que atraviesan mi mente

La inquietud sumado a una nata capacidad de imaginar lo peor me juegan una mala pasada.

—Kerem, estoy cansado. Si es una de tus bromas aguarda a mañana.

Le oigo maldecir y es entonces que las alertas de preocupación se disparan.

—Yo la cuidé. Hice lo que me pediste. ¡La cuidé, te lo juro. ¡No sé cómo pasó!

Estrujo el asa de la taza con fuerza y muerdo mi labio inferior.

—Empieza a hablar. —advierto tajante.

—Bailaba con un tipo y, luego la perdí de vista unos minutos. Cuando quise acordar, se marcharon las dos de la discoteca.

—Sigue.

Se evaporó el cansancio y la tranquilidad. Cada palabra de Kerem consiguió irritarme pero sobre todo tensarme.

¡Qué habrá hecho la gitana ahora!

—¡Las seguí y no me percaté de nada! —grita evidentemente desesperado —Volví hace cuestión de media hora, para cerciorarme de que estaban bien y... Entonces los vi. Fueron segundos y no supe cómo actuar. ¡Te llamé a ti, a Stefano, a la policía!

De pronto mis latidos se aceleran y el peor de los temores cae sobre mi cabeza como un frío témpano de hielo.

—¿P-policía? —tartamudeo atónito. Ronco. Cagado hasta la médula.

—Las s-secuestraron. Secuestraron a Nicci.

Mis ojos se cristalizan y la sensación asfixiante, esa que me envenenó, tras la muerte de mis padres inunda mi sistema.

—Repítelo —susurro ausente.

—Rashid...

—¡Hijo de puta si no quieres que te rompa la cara a puñetazos repite la mierda que dijiste! —grito incrédulo.

—Seis tipos secuestraron a Nicci y a Bruna. ¡Las montaron en una camioneta que estaba estacionada en el fondo de la casa!

Varias lágrimas de impotencia resbalan por mis mejillas.

¡Ocho años detrás de ella, cuidándola y viene a pasar ésto!

—¡Dónde estás!

—Perdóname. Perdóname. —ruega.

—¡Te voy a matar, Kerem! —amenazo sin medir la magnitud de mis vocablos—. ¡Un solo favor te pedí y... —niego y recobro algo de compostura. No es momento de perder el eje; Nicci me necesita—. ¡Dime dónde mierda estás! —preso de la rabia, de un fuerte envión lanzo el pocillo contra la ventana. La cerámica estalla en decenas de pedazos, que quedan esparcidos por doquier.

—En la casa —contesta—. ¡Estoy en su casa! —corrige.

Giro sobre mis talones y agarro las llaves del automóvil, de la mesilla de luz.

Exclusivamente pienso en una cosa, y es en encontrarla. 

—Pásame con Stefano. —ordeno con frialdad; saliendo al trote de la casa y abriendo la puerta eléctrica del garaje.

—Rashid. —dicta Stefano fingiendo calma.

—Ahora mismo contactarás al dueño de ese mugriento bar de mala muerte y, le ofrecerás cuánto billete sea necesario. Quiero la filmación de las cámaras de seguridad y la lista de ingreso; de cada jodido cabrón que entró anoche al antro. —recalco sentándome al volante; encendiendo el motor y emprendiendo la marcha—. Mueve cielo y tierra, ¿me oíste? Cielo y tierra para averiguar quiénes son esos malparidos.

—Enseguida. —objeta.

—Se me olvidaba —escupo pisando a fondo el acelerador; olvidándome del límite de velocidad permitido, e inclusive de la existencia de semáforos—: comunícame con Interpol. Dudo mucho que la ineptitud policíal llegue a más que un simple allanamiento de morada. —iracundo le doy un manotazo al volante. Jamás me había sentido así de enojado. Nunca en la vida me había afectado tanto una mala noticia—. Yo me encargaré de encontrarlos y asegurarme de que no les dejen un puto hueso sano.

Sin aguardar respuesta corto la llamada.

Tras años de poder e influencias, llegó la ocasión de darle un buen uso.

No me importa nada más que ubicarla. Y soy capaz de lo que sea para conseguirlo. 

Las calles lucen poco transitadas y si bien el tráfico no es denso, estoy dispuesto a pagar la cantidad de multas de tránsito me impongan por transgredir las reglas de conducción.

Yo sólo necesito ir a la casa de Bruna de inmediato.

Fijo la vista al frente y mi cerebro divaga. Viaja hasta el minuto de la noche en que Kerem se descuidó; segundos más o segundos menos se descuidó y bastó que Nicci bailara con un capullo para atravesar ésta catástrofe.

Porque pongo mis manos en el fuego a que fue ese pequeño minuto de desatención.

¡Tiene que haber sido ese minuto!

—Voy a matarlos —mascullo apretando el volante con vehemencia; fantaseando con que es el cuello de todos ellos; de los repulsivos insectos que odio sin conocer. —Los voy a matar. ¡No habrá años de cárcel que los salve! Voy a saber quiénes son y al carajo mi reputación, los voy a matar.

Aminoro la velocidad y prendo el señalero izquierdo. Acerco el automóvil al cordón y giro el volante hacia la dirección señalizada.
Pongo el pie en el acelerador y cuándo termino la curva, una imagen desconcertante me obliga a frenar en seco.

El coche chirria, las llantas se quejan contra el asfalto y no pienso. Ya no pienso. Apago el motor y salgo del vehículo.

—No es posible. —susurro tragando saliva; aproximándome velozmente al contenedor de basura, que está a un par de metros de distancia de la calle. Percibo miedo y, me niego a creer lo que veo—. ¡Por Dios! —grito cuándo al fin la reconozco. Cuándo reconozco su cuerpo, tirado al lado del basurero.

Mi corazón late; late a un ritmo desenfrenado. Las sienes me palpitan, retumban y, mis pulmones... Casi no logro inhalar oxígeno.

¡Joder que no puedo respirar!

Relamo mis labios resecos y me arrodillo para tocarla.

Está fría.

Su fisonomía esta helada; su piel tiene golpes y marcas.

Le marcaron la piel con una navaja.

—Despierta —pido con la voz quebrada. Abrazando su figura delgada, meciéndola como si de un niño pequeño se tratara —Vamos, despierta.

Acaricio su cabello largo y la alejo de mí varios centímetros.

¡Pulso!

Debo sentirle el pulso.

Estiro dos de mis dedos y palpo su muñeca.

Está viva.

—Por favor despierta. —suplico, deseoso por torturar de cien maneras distintas a los que se atrevieron a hacerle ésto a ella; y quién sabe qué atrocidad a mi mujer—. Dime dónde está.

Lentamente abre los ojos y jadea. Jadea aterrorizada.

—No me hagas daño —murmura removiéndose—. No me lastimes —las lagrimas empañan sus ojos azules y llora. La chillona insportable se rompe en llanto. —¡No me lastimes! ¡No me mates! ¡No me quiero morir, por favor!

La abrazo nuevamente.

Me destroza por dentro entender que si así está Bruna; el destino que le depara a Nicci no habrá de ser mucho mejor.

—Te voy a ayudar, Bruna. —concilio separándome, poniéndome de cuclillas y tomando entre mis brazos su anatomía mal herida.

Chilla de dolor a modo de respuesta y los sollozos se tornan estruendosos.
Le propinaron una brutal golpiza. Y no hay tiempo que perder. Urge un hospital.

—¡¿Cómo... C-cómo sabes... Mi nombre?! —balbucea con miedo y desconfianza. —Eres uno... U-uno de ellos. ¡Me vas a asesinar!

—Te corrijo: ¡le cortaré las manos a los que te lastimaron así! —digo furioso. Furioso por observar una espantosa atrocidad.

—¿Voy a morirme? —pregunta ahogada en lágrimas—. No... No s-siento mis piernas.

Te juro que no vas a morir, chillona. No te vas a morir. Vas a vivir —dirijo los pasos al automóvil y añado —. Necesito saber qué le hicieron a Nicci, Bruna.

—¡Nicci! —vocifera moviéndose con mayor ímpetu, e ignorando el hecho de que ya la acomodé en el asiento trasero del coche—. ¡Nicci! —grita desencajada—. ¡Nicci!

Tomo su quijada entre mis dedos y la obligo a mirarme —Tranquila —murmuro—. Dime qué sucedió. Cuéntamelo todo de camino al hospital. Desde anoche en la discoteca, Bruna.

—¿Por qué... Estás ayu...

Esbozo una mueca triste.

No quiero ayudarlas. Quiero salvarlas; a las dos.

Quiero traer de regreso a mi italiana divina.

—Porque soy un loco enamorado; y la locura y el amor, te motivan a ir hasta al mismísimo infierno con tal de salvar a la persona que amas.

Sus ojos celestiales se abren como platos. Y aún de cabello enmarañado y, con su rostro lleno de golpes, luce infantil. Muy Bruna: una infantil y demente mujer.

—Me juras que... ¿Que la volveré a ver? —musita sobando por la nariz.

Afirmo con la cabeza y mi semblante se ensombrece.

Nicci es mi vida entera y, sin ella mi vida se termina.

—Te juro que volverás a verla—prometo—. Cuéntamelo todo. Cuéntame cómo ocurrió y te juro que así sea lo último que haga, la traeré de nuevo.




Fortsett å les

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