Adán: el último hombre

By mhazunaca

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Si tuvieras al último hombre sobre la tierra, ¿lo compartirías? Los hombres se extinguieron, hace milenios q... More

Sinopsis
Prefacio
1: Colmena de abejas
2: Descubrir
3: Pruebas
4: Un nuevo mundo
5: Desastre con patas
6: Seamos amigos
7: Perdida
8: Aceptación
9: A tener cuidado
11: Un pasado preocupante
12: Una arriesgada salida
13: Mucho acercamiento
14: Piedra, papel o beso
15: De bailes e intimidades
16: Inquietud
17: Desviando la atencion
18: Ruptura
19: Recuerdos frente al mar
20: Atrapada
21: Un poco de pasado
22: Como a un animal
23: Juicio
24: Plan
25: Peligrosas tentaciones
26: Una razón para vivir
27: Dejando ir lo pasado
28: Correr y correr
29: Los que se van nunca nos dejan
30: Entrega
31: Investigaciones
32: Preparación
33: Los temores que envenenan
34: A la trampa
35: Tratando de aclarar las cosas
36: Solo amo una vez
37: Quien puede eliminar debe ser eliminado
38: No seguiré sin ti
39: Eres eterno para mí
40: Un año después
Epílogo
EVA el proyecto
Fan Arts & Edits

10: Descubrimientos

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By mhazunaca

Teresa se había encerrado en su habitación. Sentada en su cama, revisaba con molestia sus redes sociales, viendo cómo todas publicaban sus éxitos y otras las halagaban, cuando bien sabía que la gran mayoría de eso era falso. Ella por su parte solo había publicado su ingreso a M.P y nada más después, sin recibir tanto. Ahora para colmo su amiga le robaba a su única compañía, lo que le emocionaba al despertar y le hacía querer volver a casa pronto, lo que le distraía de lo que le molestaba.

Cerró todo y sacó una lámina para dibujar. La puerta se abrió dejando pasar al hombre que estaba empezando a hacerla confundirse de diversas y nuevas formas.

—Tus cosas están abajo —murmuró retirando la vista y abrazando sus rodillas.

—No voy a irme. ¿Y ahora por qué estás triste?

Eso la tomó por sorpresa.

—Ah, nada. ¿Y Kariba?

—Se fue. ¿Vino solo a querer llevarme?

—En parte, le causas curiosidad y quería vert... Eh, ver algunas cosas.

—Algunas cosas, uhm... —Cruzó los brazos—. ¿Y...?

—No, no tengo curiosidad —habló rápido.

—Iba a preguntar nuevamente por qué estás triste —insistió y terminó sonriendo de lado—. Pero supongo que gracias por la respuesta.

Ella tensó los labios, jugueteó con sus dedos y cerró los ojos con fuerza.

—¡Bueno, sí me causas curiosidad! —resopló—. Ya lo dije.

Él soltó su grave y varonil risa, cosa que le causó hormigueos en el estómago a ella. Se abrazó el vientre y se aclaró la garganta.

—¿Qué quisieras saber? —cuestionó acercándose.

Una cercanía que ella sintió peligrosa hasta cierto punto, no porque tuviera miedo, su mirada amenazaba de otra forma, una amenaza tentadora.

—¿No quieres que te diga por qué estoy triste? Es que siempre me he sentido fracasada, nunca sobresalí, soy del montón por no ser atractiva, me criticaban hasta por cómo me vestía, toda sencilla, sin altos tacones ni tanto maquillaje, por eso decían que no tenía novias, solo una, y me veían mal... —contó apresurada siendo víctima de los nervios.

Adrián parpadeó sorprendido.

—Wow, ¿novias? Hum, sí —meditó en voz baja—, es lógico, al no haber hombres...

—¿Qué quieres decir?

—Nada, solo pienso. Así que has tenido una novia.

—Algo así.

—¿Y cómo son sus relaciones?

—¿Qué pregunta es esa? Yo imagino que como toda relación normal desde tiempos inmemoriales. —Lo vio sonreír y otro bicho de la curiosidad la picó—. ¿Cómo era una relación hombre con mujer?

—No te diré hasta que me digas qué quieres saber de mí.

—Uch. —Se puso de pie—. No sé cómo es tu cuerpo, y eso me intriga.

—Pero si me has visto antes...

—Quiero ver a detalle —insistió plantándose ahí, aunque con el rubor molestando apenas en sus mejillas, no quería verse intimidada.

Él arqueó una de sus oscuras cejas, volvió a sonreír de lado.

—Bien.

Tomó el borde inferior de la camiseta y la levantó disparando el pulso de la pelinegra que abrió bien los ojos, llevando la uña de su dedo índice a sus dientes. Ayayay. Se sacó la prenda y la dejó caer a su colchón mirando a la chica que estaba más ruborizada que hacía un rato.

—¿Gustas tocar? —preguntó bajo, acercándose.

Ella asintió logrando casi palpar su calor corporal y ser envuelta por su aroma masculino, pero no se le movió ni un dedo. Adrián sonrió, un gesto que la petrificó más. ¿Cómo rayos una misma sonrisa que antes le parecía solo atractiva, podía luego calentarla, literalmente, al cambiar las circunstancias y la mirada de él? Tomó su mano y la llevó al centro de su pecho, bajó entre sus pectorales y la hizo recorrer despacio a su abdomen.

Él había llegado con su sonrisa, sus hoyuelos del mal en las mejillas y su cuerpo caliente como el inframundo a arrastrarla a la perdición, estaba completamente segura de eso.

Cuando fue consciente, sus manos estaban por sus estrechas caderas, cada músculo se dejaba notar de forma suave en ese abdomen. Había vello, así como en sus antebrazos, y al parecer tenía más por descubrir según lo indicaba una línea que nacía después de su plano ombligo en el vientre bajo que se ensanchaba apenas y se perdía detrás del pantalón. Su vista subió, centrándose en su cuello también ancho, la cosa atorada ahí, que ya le había dicho que era un cartílago, bajó a sus clavículas que llevaban a cada lado hasta sus hombros fuertes.

Ver a la pelinegra curiosear en su cuerpo le produjo esa cálida sensación. Nuevamente le miraba como si nunca hubiera visto a un hombre, y ahora sabía que literalmente era así.

—¿Terminaste?

—Dijiste que puedo ver y tocar, ¿no?

—Sí... —La vio bajar la vista y colar su dedo índice por el borde del pantalón para apartarlo—. ¡Wow —retrocedió riendo—, aguanta, eso no!

—¡Heeey! —Se acercó pero él se alejó al mismo tiempo—. Pero dijiste que puedo veeer.

—Ya pero eso no.

—¿Por qué? ¿Qué es? ¡No es justo!

—¿Estás loca, acaso te gustaría que te viera?

Eso la detuvo. Ahora no solo ella estaba roja, él también, viéndose más irresistible a causa del contraste con su casi negro cabello, los ojos celeste oscuro y la piel clara. Teresa se aclaró la garganta.

—Bueno, pero es diferente, tú eres el raro aquí, yo soy la que necesita saber cómo eres, no tú.

—Ah qué graciosa. ¿Si fuera al revés y me pusiera a exigir que te quitaras la camiseta o el pantalón?

—Uch, ¡bien! —Cruzó los brazos enfadada y le dio la espalda—. Quédate así entonces, yo no me la quitaría para ti.

—Gracias. Y descuida —otra sonrisa traviesa y peligrosa—, yo sí sé cómo eres.

Teresa volteó con los ojos abiertos como platos volviendo a ruborizarse, se cubrió el pecho con los brazos como acto reflejo.

—¡¿Qué?! —chilló. Adrián soltó otra carcajada—. ¡¿Me has espiado?! ¡Cómo sabes!

—No, antes habían hombres y mujeres, es más que obvio.

Quedó con la intriga viendo cómo él buscaba otra camiseta y se la ponía.

—Cómo... —susurró para sí misma pensando en todas las posibilidades que se le vinieron a la mente.

—¿DOPy encontró a la que te mandó esos mensajes?

—Eh... sí. —Sacudió la cabeza—. No, solo el lugar en donde lo compraron.

—Entonces hay que investigar.

—Sí. —Suspiró para quitarse el calor. La puerta se abrió—. Espera, ¿quién te ha dicho que vas?

—Nadie, yo me mando solo.

—¡Oye! —Lo persiguió afuera de la habitación—. No puedes ir, ¡te descubrirán!

—No vas a detenerme, Teresa —refutó volteando y dándole la cara. Ella se congeló, parecía molesto, así de pronto, y le había dicho su nombre completo—. No vas a tenerme toda mi vida aquí encerrado sin hacer nada, ¿o sí? —habló en voz baja, sonando siniestro.

—No te enojes —respondió ella con un hilo de voz.

Su rostro se suavizó al darse cuenta de que la había asustado.

—Perdón. No estoy molesto, pero trata de ponerte en mi lugar.

—No quiero que te pierdas. —Aunque no era tanta esa la razón, sino más un: no quiero perderte, pero eso no se lo diría.

—No va a pasar, voy contigo —aseguró palmeándole la cabeza—, estaré disfrazado con ese abrigo, solo no quiero que vayas y te encuentres con otro problema. —Dio la vuelta y bajó por las escaleras—. Te espero abajo para que te cambies.

¿Qué no quería que se metiera en problemas? ¿Se preocupaba por ella? ¿Era por eso que insistía en ir?

El bum raro de su corazón volvió. Reaccionó.

—¡No me contaste cómo eran las relaciones hombre con mujer!

Al no escuchar respuesta bufó y corrió a alistarse y cambiarse.

Cuando bajó corriendo se encontró a su mamá sirviendo lo que la máquina había preparado y a Adrián más que dispuesto a empezar a comer.

—Es tarde, hija, primero almuercen antes de ir a su cita.

—¡No puede ser una cita, por todos los cielos, mamá, es un hombre! —reclamó ruborizada señalándolo con ambas manos.

—No sé por qué lo dices como si fuera un perro —renegó él.

Fueron en el floter con DOPy que había ingresado los datos de la ubicación. Teresa se había cansado de preguntarle al castaño cómo eran las relaciones antes, sin recibir respuesta, iba concentrada en el mapa, que ya indicaba cercanía al lugar.

—Te vas a quedar aquí, solo daré un vistazo, porque si es un lugar clandestino las de M.P deben saber sobre su ubicación.

El vehículo se detuvo cerca y la chica bajó. Era una edificación de unos cuatro niveles, que presentaba un par de imágenes en movimiento de estilos de cabello, así que podía ser una peluquería, pero rara. Se paró frente a la puerta y esta no se abrió de forma automática, solo un aviso se iluminaba en su superficie diciendo que estaba cerrado por remodelación.

Quizá eso lo había olvidado quitar y estaba cerrado por la hora, ya que según DOPy, el móvil había sido comprado y activado en la madrugada y apenas estaba oscureciendo.

¿Una peluquería que abría solo en las madrugadas?

Dio un brinco cuando Adrián palpó la puerta a su lado.

—Te dije que te quedaras en el floter —renegó en susurro.

—¿Será que hay que tocar? —susurró él sin hacerle caso.

—¡Te has quitado la bufanda!

—No hay nadie por aquí...

—¡Cuánta imprudencia!

Un ruido les hizo voltear. Por el costado del local había un pequeño contenedor, pero el ruido no provino de ahí, sino de más atrás.

—Quizá es un animal...

—Imposible.

Se acercaron despacio, rodearon el contenedor, una luz farol flotaba cerca. Adrián abrió el depósito y descubrió que era una especie de agujero.

—Creí que habría basura.

—No, se la arroja ahí y se va...

—¿A dónde?

—A la central... —rodó los ojos—, no es tiempo para preguntas.

—¿Y si se cae un animal por ahí?

—Uch, no le pasa nada, además casi no andan por aquí, a todos se les mantiene controlados, con chips.

—¿Y una mujer?

—¡Shh!

Vieron una puerta posterior la cual tampoco se abrió, pero esta perdió su color y dejó ver al interior. Pegaron sus rostros a la superficie notando otra puerta más allá, y unas figuras pequeñas y oscuras moviéndose por ahí, lo que parecía ser un ambiente aislado. Cuando uno se percató de su presencia y se empezó a acercar.

Abrieron más los ojos al ver. Teresa sabía qué eran. Másculos. Pequeños, robustos, llenos en el lugar. La poca luz y la noche no dejaban apreciar a la perfección, pero eso eran.

—¿Qué demonios es eso? —quiso saber Adrián, pasmado.

—Tu futuro...

Soltaron un corto grito cuando el ser se aventó contra la puerta.

—¡Qué tiene!

—¡Son agresivos!

Retrocedieron asustados al ver que los demás también empezaban a saltar contra la puerta y a querer romperla empezando a gruñir como pequeñas bestias. La puerta empezó a iluminarse indicando que tal vez se abriría.

—Vamos... —pidió ella con preocupación.

La horda embravecida de másculos sí que quería algo, atacar al macho que podían ver y olfatear, y que estaba muy cerca de una mujer, a la cual consideraban una candidata para esparcir sus genes. El cristal de la puerta colapsó tras los golpes y embestidas.

—¡Vamos! —chilló Teresa.

Salieron disparados escuchando cómo las criaturas se daban con fuerza contra la única puerta que los separaba de ellos. Adrián tomó su mano acelerando el paso.

—¡La puerta! —pidió a DOPy que estaba en el floter.

Se abrió y entraron de golpe, prácticamente aventándose, siendo ella recibida por el cuerpo de él.

—¡A casa, DOPy! —pidió la chica y el vehículo partió.

Se reincorporaron. Vieron hacia la ventana posterior, no los perseguían, aliviaba pensar que tal vez no habían logrado salir. Respiraban agitados pero ya se sentían a salvo. Se miraron, él le regaló esa sonrisa que la dejaba tonta y terminó riendo apoyando la frente contra el cristal.

—Qué horrible —murmuró recuperando el aliento.

Ella también rio entre dientes de forma breve.

—Creo que querían matarte.

—¿Qué, por qué?

—Porque eres macho.

Arqueó una ceja.

—Macho. Hum... ¿Dices que me vieron como macho alfa amenazador?

Teresa volvió a sonreír pero reaccionó dejando de lado su distracción con el joven. Sacó el móvil y llamó.

—¡Másculos, másculos por todas partes! —soltó apenas respondieron.

—¡Dónde! —exigió saber Helen.

—¡Acabo de mandar la ubicación!

—¡¿Se puede saber qué hacías sola por ahí?!

—Quería saber quién me mandó los mensajes...

—Que no vuelva a pasar. Iremos para allá. —Cortó.

Soltó un largo suspiro tras la llamada y se recostó contra el respaldo del asiento, o más bien, el pecho de Adrián, quien la recibió rodeándola con el brazo. Se sintió muy bien, envuelta por su calor y su aroma, aunque su corazón la molestaba, le gustaba estar cerca de él. No le importó pensar que quizá esa actitud de querer contacto era solo de chicas, ya que en su sociedad era más que normal, solo que a ella en particular no le llamaba la atención antes, por eso en parte también le decían que era fría.

—No me has dicho cómo eran las relaciones hombre con mujer.

—Tú tampoco me has dicho cómo son mujer con mujer.

—Sigues poniendo escusas —reclamó volteando y alzando la vista para enfrentarlo.

Él sonrió fingiendo inocencia. Le miró los labios unos segundos sin poder evitarlo, estaban muy cerca. Se le hicieron apetecibles. ¿Cómo se sentiría besarlos? ¿Igual que los de una chica? ¿Se les besaba a los hombres también, o era solo cosa suya? Recordaba que ni siquiera se les podía tener, según los textos, te acompañaban una noche y ya.

¿Había acompañado él a alguna mujer? Se le instaló esa fea sensación en la boca del estómago. Hizo memoria y se alivió al recordar que fue guardado en la cápsula poco antes de que empezara la época del decrecimiento. Y claro, no pasó mucho tiempo para que después se incendiara y lo dieran por muerto.

¡¿O tal vez esa época y el proyecto estaban en el mismo tiempo?! Tenía que volver a leer los textos porque ya no se acordaba de lo que había estudiado.

—¿Pasa algo?

—¿Ah? —reaccionó—. Nada, nada.

—Porque acabas de poner una cara de pasmada única.

Sonó su móvil y respondió.

—¿Dónde se supone que estás? —cuestionó Helen.

—De camino a casa...

—Ven inmediatamente, eres parte del equipo, no debiste irte —ordenó y cortó.

La chica volvió a suspirar.

—Ay no, debo ir... Pero tú... —Se posicionó frente al tablero de manejo y ordenó parar—. Estamos relativamente cerca, iré corriendo. DOPy, llévalo a casa.

—No —apartó al dron—, estaciona esta cosa por aquí y te espero, que te acompañe DOPy.

—No necesito que me cuide, necesito que estés lejos de ellas y sus detectores.

—Tampoco necesito que me cuiden, tengo más de veinticinco, estoy seguro, y tú qué, ¿dieciséis?

—Veinte. Y te vas, ya dije, no quiero que te descubran.

—Sí, claro, y de ahí ¿quién te trae de vuelta?

—Lo mandan de regreso.

Dio la orden al floter. Adrián quiso reclamar pero la chica bajó de prisa, la puerta se aseguró y el vehículo partió más rápido que antes. Él resopló y se cruzó de brazos recostándose contra el respaldo del asiento.

—Niña terca —refunfuñó.

Sin embargo sus labios mostraron una leve sonrisa.


Teresa llegó agotada. Apoyó las manos en las rodillas tratando de recuperar aliento. Las mujeres, todas con los trajes especiales de M.P y cascos de material transparente, la vieron como a cosa rara.

Sacaban cajas y las guardaban en cajones más grandes que una vez llenos seguían su ruta a uno de los floters más grandes que había, del tamaño del transporte público.

—¿Teresa Alaysa? —dijo Helen acercándose.

—Sí...

—Felicidades, este era el establecimiento que no pudimos encontrar. —Teresa tragó saliva con dificultad al reconocer a la mujer. Era la misma de cabellos rizados y piel morena que le habló a Adrián en el centro comercial. Miró al frente, estática—. Estaba bien escondido. Tu compañera Diana terminó confundiendo su GPS y no llegamos, además de que llamaste diciendo que estabas perdida... —La miró—. Sí estás atenta, ¿verdad?

—Sí, señora.

Frunció el ceño con extrañeza y dio un par de pasos posicionándose en diagonal a ella y verla bien.

—Te me haces conocida...

—Qué raro —murmuró alejándose de costado.

—¡Horror! —chilló Diana saliendo del lugar—. Ni te imaginas las cosas raras que hay ahí adentro, ¡Iiiuuu!

La pelinegra recordó lo más importante.

—¿Y los másculos?

—Escaparon a pesar de que hemos estado cerca y no tardamos. Ya levantamos una alerta. Hemos doblado las reclutas con detectores y hay floters patrullando. —La chica rogó que Adrián ya estuviera en casa—. Tenemos a la dueña de este lugar.

La guio a donde estaba, la acompañaban dos mujeres, sus manos unidas con un par de brazaletes magnéticos controlados por un dron del Edén. Sus cabellos blancos no eran por vejez, era joven como la líder. Vestía pantalones corte militar, botas y una camiseta sin mangas.

—Ustedes no entienden —reclamaba—, no pueden privarnos a todas de esto.

—Calla.

—¿Privar de qué? —cuestionó Teresa.

—Ay, ni le hables —renegó Diana—. Qué asco, tenía másculos y objetos que solo servían para satisfacer bajos instintos que hemos dejado atrás como sociedad civilizada y libre de la opresión del macho.

—¿Bajos instintos? —Se acercó a una de las cajas y pudo distinguir, entre algunas cosas más, unos cuantos objetos de forma alargada, antes de que Diana la jalara del brazo.

—¡No mires, iuj!

—Qué hipócritas —murmuró la detenida.

—Silencio —volvió a ordenar Helen—. Nos vamos. Pueden retirarse —les dijo a las dos nuevas—. De ahora en adelante nos encargamos nosotras.

—Ah... pero quería saber quién le compró un móvil en la madrugada de este martes...

—Tonterías, alucinabas —la quiso jalar Diana otra vez.

—Mejor preocúpate de cuidarte de las que tienes cerca —dijo la extraña. Fue llevada al floter.

—Ja. Ella también alucina —agregó la castaña.

Teresa quedó con la intriga. Alguien cercano, tal vez del mismo M.P, por eso las llamó hipócritas.

Helen llegó a la oficina de Carla a dar reporte. Agotada luego de haber dejado las cosas confiscadas de ese local en la zona de destrucción, y a la dueña en la de encierro. La líder revisaba unos textos en su pantalla escritorio.

—Los másculos escaparon pero los tendremos pronto, al menos gracias a Alaysa, encontramos el lugar... —Se percató de la distracción de su superiora—. Bueno, imagino que ya te enteraste.

—Gracias. —Deslizó el texto en la superficie traslúcida para seguir leyendo—. Necesitaba a esa mujer detenida. En parte comprendo su afán, y el de muchas otras, de querer sentir lo que un másculo puede hacer...

Helen se incomodó.

—No sé por qué. No tiene sentido, no ha de ser la gran cosa. —Carla levantó la vista y arqueó una ceja—. Pero si también tienes curiosidad, pues... No es mi asunto. Me retiro.

Carla rio en silencio y se puso de pie acercándose a su amiga, le acarició el rostro sin dejar de ver sus bonitos ojos verdes.

—¿Qué dices? No hay mejor compañía que una mujer.

Acabó con los centímetros que las separaban y se apoderó de sus labios. Beso que fue muy bien recibido.


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