Adán: el último hombre

By mhazunaca

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Si tuvieras al último hombre sobre la tierra, ¿lo compartirías? Los hombres se extinguieron, hace milenios q... More

Sinopsis
Prefacio
1: Colmena de abejas
2: Descubrir
3: Pruebas
4: Un nuevo mundo
5: Desastre con patas
7: Perdida
8: Aceptación
9: A tener cuidado
10: Descubrimientos
11: Un pasado preocupante
12: Una arriesgada salida
13: Mucho acercamiento
14: Piedra, papel o beso
15: De bailes e intimidades
16: Inquietud
17: Desviando la atencion
18: Ruptura
19: Recuerdos frente al mar
20: Atrapada
21: Un poco de pasado
22: Como a un animal
23: Juicio
24: Plan
25: Peligrosas tentaciones
26: Una razón para vivir
27: Dejando ir lo pasado
28: Correr y correr
29: Los que se van nunca nos dejan
30: Entrega
31: Investigaciones
32: Preparación
33: Los temores que envenenan
34: A la trampa
35: Tratando de aclarar las cosas
36: Solo amo una vez
37: Quien puede eliminar debe ser eliminado
38: No seguiré sin ti
39: Eres eterno para mí
40: Un año después
Epílogo
EVA el proyecto
Fan Arts & Edits

6: Seamos amigos

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By mhazunaca

Luego de gastar tiempo aseándose y alistándose, se arreglaba el rostro frente a su espejo. Este le había hecho el maquillaje con sus dispositivos especiales, pestañas largas no servían, así que no eligió eso, sino más bien delineado, luces y sombras en los párpados. Estaba a tiempo todavía, planeaba hacer un dibujo o revisar su móvil y sus redes sociales, aunque en realidad nunca hubiera nada destacable en eso.

A veces se preguntaba si las demás hacían más cosas aparte de sus vidas y vivir frente a las pantallas, compartiendo conversaciones frívolas y chismes de todo tipo. La apartaron casi siempre por no verle sentido a eso, ni a los altos, altísimos tacones, y al exagerado maquillaje.

Recordó que no le había preguntado a Adrián si reconoció la canción que tocó, y fue consciente de que tampoco preguntó por el CD que encontró ya funcionando cuando llegó a casa. Claro que no debía olvidar que estaba enojada con él, ¿qué tenía en la cabeza? Dejó los pensamientos acerca del castaño y se recostó un rato en su cama.

Su dron llegó botando lucecitas y siendo seguido por Adrián, quien lo atrapó.

—¡Hey! —reclamó Teresa—. ¡Tengo una llamada, déjalo!

El joven lo retuvo.

—Me causa curiosidad...

¿A quién le daba curiosidad un aparato sencillo como ese? Se preguntó mientras se ponía de pie con enfado e iba hacia él, haciéndole sonreír, marcando sus hoyuelos en sus mejillas. Dejó de lado ese detalle que empezaba a parecerle atractivo y quiso quitarle el aparto, pero él lo levantó, haciendo imposible alcanzarlo por su altura.

—¡Dámelo! —pegó un brinco.

Él retrocedió un paso veloz.

—No.

—¡Esto es importante! —Se lanzó pero por más que saltaba él era más rápido.

Se colgó de su brazo derecho, sosteniéndose con el otro de su hombro izquierdo, quedaron mirándose a los ojos de forma retadora, frunciendo el ceño. Sin querer, la llamada se respondió.

—¡Teresa! —exclamó la rubia casi dejándoles sordos—. ¡¿Cómo te fue?!

Sin embargo, ella solo podía ver el techo, la cámara del dron giró y los enfocó. Ambos intentando forcejar por el aparato, Teresa colgada del muchacho como si no pesara. La chica se ruborizó y bajó sintiendo sus latidos a mil al haber estado tan cerca de él.

Para colmo, era como un árbol al cual no había podido tumbar. ¿De qué estaba hecho?

Resopló y se dirigió a su cama. Adrián, que estaba sorprendido por el holograma que se mostraba con la cara de Kariba y parte de su habitación de fondo, mirándolos confundida, liberó al dron y este se dirigió hasta Teresa.

Lo siguió y se sentó a su lado sorprendido por la claridad y el efecto 3D del holograma, sorprendiéndola a ella también. Teresa intentó apartarlo sintiéndose extraña como pasaba cuando se le acercaba demasiado, ya suficiente había tenido con haber pegado su cuerpo al suyo por pelear por el dron, y sobre todo por su aroma que al parecer nunca se iría ni con mil duchas.

—Oye, sal de mi cama —refunfuñó.

—Quiero ver.

—Que no, déjame hablar, ¡anda piérdete! —soltó al final, frustrada por sus reacciones para con él.

El joven le clavó la mirada, quitándole la respiración un segundo.

—Bien. Me largo, no te fastidiaré más —respondió molesto y saliendo de golpe.

Teresa sintió un fastidio en el pecho, como si no le hubiera gustado hacerlo enojar. ¿Le había ofendido? ¿Le había lastimado?

—Vaya —dijo la rubia—, ay no importa. ¡Dime ya cómo te fue!

La pelinegra suspiró resignada, la incomodidad no se le iba.

—Estaré en algún equipo de búsqueda y orden. —Kariba celebró pero se percató del algodón que tenía su amiga en el mentón—. Sí. Me dieron un buen golpe, pero como ves, solo queda esta pequeña heridita.

La medicina había avanzado y mejorado bastante, al desaparecer con los hombres el negocio de las farmacéuticas. Tenía entendido que algunas cicatrices podían quedar de por vida. Vaya pesadilla.

—Vaya, qué salvajes. Nunca me contaste cómo te fue en la prueba. ¿Cómo las dejaste inconscientes, o qué hiciste?

—Ah... Abdgm... —balbuceó sin saber si decir la verdad o no.

—Miriam me contó en secreto hace unas horas, que ella corrió como loca, nadó por un río y terminó cayendo por una cascada. Claro, fue apropósito, se aventó. Eso hizo que terminara. Las enfermeras le recibieron. Dijeron que fue muy valiente por aventarse... Peeero no la aceptaron.

Entonces la líder no se le presentó como lo hizo con ella, debía considerarse muy especial... por una mentira.

Escuchó un ruido raro proveniente de las plantas del exterior. Se percató además del silencio prolongado en la casa.

—¿Adrián? —lo llamó.

—¿Qué pasó? ¿Qué es Adrián? —quiso saber Kariba.

La pelinegra ya no soportó a su consciencia que le recriminaba por haberle gritado.

—Te llamo luego, creo que está haciendo alguna travesura. Ah, y ese es su nombre, es todo raro. ¿Puedes creer que se comió mi aguacate? Es un barril sin fondo, se ha comido todo, yo no sé si eso es normal o está enfermo.

—Ay, amiga, deberías ver qué hacer con el bicho.

—Te veo luego. —El holograma desapareció—. Uch. ¿Adrián? —Salió de su cama con todo el pesar del mundo empezando a preocuparse por la falta de respuesta—. ¿En dónde estás? —refunfuñó mirando la sala desde el borde del segundo nivel.

Bajó las escaleras corriendo. Lo buscó por la cocina, el depósito, su almacén de frutas para el rostro. Nada.

—¡Marlon Adrián! —Corrió escaleras arriba.

Buscó en la casa de su mamá sin llegar a encontrarlo. Sintió angustia por primera vez, preocupación genuina por el fósil viviente. El dron se acercó y mostró una grabación suya en la que se apreciaba al castaño saliendo por el jardín trasero.

—Ay no... Ay no, ay no, ¡ay no!

Se puso unas zapatillas deportivas y bajó corriendo siendo seguida por su dron, tomó el detector que le habían dado y lo encendió. Salió de casa.

—¡Búscalo desde lo alto! —pidió desesperada. DOPy subió a los aires—. ¡Está loco! —reclamó a la nada mientras revisaba si el detector daba señal.

Estaba loco de verdad, ¿no medía las consecuencias? ¿Acaso no sabía lo raro que era? Si lo atrapaban las de M.P quizá hablaba y la castigaban. Peor aún, ¡quizá no lo vería más!

Sacudió la cabeza, ¿de dónde sacó ese motivo? ¿Desde cuándo no verlo sería un problema? No. Más bien sería un alivio, así ya no se estresaría... pero no era el momento.

Buscó por todos los alrededores al borde de la exasperación, a punto de llamar a M.P. para que lo encontraran, luego reaccionó dándose cuenta de que sería un error, pero para su mala suerte, se topó con una oficial.

—¿Ocurrió una emergencia? —Más que una simple pregunta, pareció que exigió saber.


DOPy, que cada vez se alejaba más, fue visto por Diana y Helen que ya empezaban su recorrido.

—Está en modo búsqueda —dijo la primera.

—Parece ser. Es extraño, ¿quién se perdería?

—Quizá una mascota.

—Sigámoslo.

Subieron al vehículo y le empezaron a seguir por las calles.


Teresa logró excusarse con que buscaba a su perra pero que no estaba muy lejos, que habían estado jugando, y continuó corriendo. Escuchó el mar y se detuvo. La playa. Adrián había querido ir antes. Corrió hacia el lugar, empezando a alejarse de las calles, las viviendas, y la ciudad.

La luz del día ya casi desaparecía, la noche empezaba, unas cuantas estrellas brillaban. El mar rompía con fuerza contra algunas rocas que se levantaban en la orilla, y el olor de la brisa golpeó su rostro. Cuando estuvo cerca el detector anunció estar próximo a un másculo, eso la asustó. Corrió entre las grandes rocas esperando que fuera Adrián y no un másculo de verdad.


El joven contemplaba con triste mirada el horizonte, sobre una de las altas rocas. Los milenios habían pasado pero eso no había cambiado, el sol seguía ocultándose a sus espaldas y no bajo el agua, una playa en donde la noche venía desde lejos hacia ti para alcanzarte. Lo que recordó al ver la gran masa de agua y escucharla le rompió el corazón, así sin más. Toda la opresión que sentía en el pecho ahora tenía una razón de ser, una explicación. Era verdad entonces, no eran solo pesadillas.

Sus ojos se dirigieron a otro punto a lo lejos, al detectar movimiento, logrando ver a la chica de cabellos negros correr de un lado para otro mientras su melena revoloteaba. ¿Lo buscaba acaso? Inaudito.


Con solo el viento chocando con ella y el ruido de las olas, Teresa siguió con la vista fija en el detector. Se detuvo al ver una camiseta en la arena.

—Ay no... —Miró a su alrededor.

Nada, solo las enormes piedras que incluso estaban hasta varios metros adentro del agua, algunas unas contra otras. El mar. ¡Se había metido al mar! ¡¿Se había ahogado, lo había atacado algo?! ¡El agua del mar estaba contaminada, ya se lo había dicho!

Exasperada corrió.

—¡Adrián! —Arrojó el detector y su móvil, las zapatillas, y se adentró. Quizá sí se había ahogado y perdido para siempre, por su culpa—. ¡Adrián, no!

Se arrepintió. Era una persona, aunque fuera raro, grande y exasperante, ella no tenía por qué haberlo tratado mal, si él estaba prácticamente perdido en un mundo que no conocía.

Como pudo sorteó algunas de las piedras pequeñas, el agua le empezaba a dar a mitad del pecho. Una ola la golpeó con fuerza, intentó seguir y llamarlo pero el agua que regresaba con furia la arrastró mar adentro. Chilló y chapoteó como pudo, sin saber cómo lidiar con ello. Otra ola la cubrió y jugó con ella, llenando sus oídos. Movió las manos en el agua con desesperación, logrando palpar la punta de una roca sembrada en el lecho pero no pudo alcanzarla, nuevamente el agua que regresaba la hizo girar con violencia.

Algo la aferró con fuerza y la arrastró, se agarró también y no tardó en poder sentir la arena del fondo bajo sus pies. Respiró una bocanada de aire al sentirse fuera, tropezó pero fue alzada de nuevo, tosió un par de veces.

—¡¿Pero qué tienes, estás loca?! —le reclamó una energética voz grave, asustándola por su falta de costumbre en escucharla y calmándola al segundo siguiente.

—Adrián... —Sus ojos de celeste oscuro más ensombrecidos por su ceño fruncido, sintió alivio al verlos. La tenía agarrada de los brazos—. Creí que... que...

—Vamos.

Ya estaba oscuro por completo. Lo miró de reojo, estaba sin camiseta, solo con el pantalón. Huy, ¡tenía que verlo! Pero un dolor punzante la detuvo.

—Au —se quejó poniendo su mano sobre su rodilla derecha y dejando de pisar.

Le dolía el tobillo, probablemente se dio con una roca sin darse cuenta durante la sacudida que le dio el mar, nada grave, pasaría, pero justo en ese momento no, tenía que tratarlo de algún modo.

—¿No puedes caminar?

—Llamaré a DOPy...

—¿Por qué?

—Para que... Ay, no... —Recordó que estando con él, no podía llamar a ayuda—. Bueno, que llame a Kariba. Tendremos que esperar aquí...

—¿En el agua? Tonterías, vamos.

Le sintió rodearla de forma extraña con los brazos detrás de la espalda y las rodillas, su corazón saltó y dio un corto chillido de susto y sorpresa.

—¿Qué intentas? —preguntó queriendo alejarse. Pero él insistió y la alzó en brazos sacándole otro grito corto, pataleó un par de segundos al sentirse en el aire, aferrándose a su cuello—. ¡Ay mamá, mamá! —exclamó en voz baja cerrando los ojos con fuerza.

—Tranquila, no te voy a dejar caer si eso crees.

Teresa respirada agitada, abrió los ojos despacio sin poder creer que él la estaba llevando a la orilla, soportando su peso así sin más.

Nadie la había cargado, solo su mamá cuando era bebé, lo supo por fotos, de ahí no se le volvió a cruzar la idea por la cabeza. Nadie lo hacía. La sensación era más que extraña, y por ser él, cálida y reconfortante, se sintió segura. Tenía fuerza, sí, y le había descubierto un uso. ¿Qué más tenía por aprender? Le observó el perfil... los labios.

—¿Puedes pisar ahora? —preguntó al llegar a la arena seca, plantando sus ojos en los suyos, atrapándola mirándolo.

Asintió en silencio.

—Intentaré.

La bajó despacio, puso un pie y luego el otro. No estaba tan mal ya, sonrió aliviada, se percató de que él todavía la sostenía de la cintura, y que la palma de su mano estaba contra la piel desnuda de su pecho. La retiró tratando de disimular, apartándose.

—Gracias... —dijo avergonzada—. Y perdón por lo de antes, pero es que me alteré algo...

—Ja. ¿Algo?

La chica bajó la vista.

—Creí que te habías terminado metiendo al mar y que algo te había pasado...

—Nah, estaba sobre las rocas, cuando te vi por ahí correteando. Yo dije: «pobre, enloqueció».

Rio de forma leve.

—Ja, ja, ja —dijo disimulando una risa—. Andas de gracioso. —Le sonrió de lado y eso la hizo mirar al frente queriendo no ruborizarse—. Disculpa. Hay que llevarnos bien, ¿sí? —pidió volviendo a verlo.

Se ponía la camiseta. No pudo verle el pecho como había deseado por distraerse con sus palabras y gestos.

—Yo me llevo bien. Tú eres la que se altera.

Ella entrecerró los ojos pero terminó gruñendo bajo y dejándolo al escucharlo reír casi en silencio.

—Le diré a DOPy que pare su búsqueda y le pida su floter a Kariba —dijo mandando la orden desde su móvil—, que tengo que arreglarme de nuevo, tengo algo importante que hacer.

—¿Floter?

—Así les decimos a los vehículos.


DOPy, que estaba siendo seguido, paró en el aire y dejó su modo búsqueda para luego dar la vuelta y regresar como si nada. Helen y Diana pensaron que tal vez lo que se perdió fue encontrado. Lo siguieron hasta verlo entrar a una casa, así que terminaron restándole importancia y yéndose.

No pasó mucho tiempo y Kariba salió en su floter a buscar a su amiga, el dron ya le había dado la ubicación.


Teresa observaba de reojo el perfil del joven sentado a su lado, iluminado tenuemente por las estrellas y la media luna, y que evidenciaba melancolía. Ya tenía claro que los hombres sí sentían, al menos él, entonces ¿por qué se decía lo contrario? Quiso preguntarle muchas cosas, pero él habló.

—Las cosas están volviendo a mi mente. Recordé que me gustaba ver el mar... —Bajó la vista—. Y tal vez una de las razones más importantes por las que entré a la cápsula. O quizá la única, no sabría decir, también pudo haber sido un falso recuerdo o un sueño. Ya no sé. —Volvió a ver con tristeza al horizonte.

La chica esperó a que continuara pero no lo hizo. Empezó a sentir ansias, ¿no le iba a contar más? ¿Qué clase de persona se quedaba callada luego de decir un dato importante? Bueno, quizá no lo quería contar, quizá no tenía confianza, aunque ellas hablaban bastante, muchas contaban casi todos los detalles de sus vidas, ella no, no había nada interesante que decir, pero otras sí, aunque no lo fueran...

—Y bien, pecosita, ¿qué piensas hacer conmigo? —preguntó sacándola de sus pensamientos.

—Eh... Ah, bueno... N-no sé... No tengo idea, tengo miedo a decir verdad...

—Vamos Tesa, eres lista —insistió volviendo a ver al mar—, piensa en algo.

—¿Tesa? —murmuró sintiendo cómo empezaban a calentarse sus mejillas.

—Acabo de contraer tu nombre, ¿nunca lo has hecho?

—No... —¿Era una muestra de confianza? Si lo era o no, no importaba, le gustó—. Y ¿por qué aseguras que soy lista?

—Trato de animarte, ¿o acaso no lo eres? —cuestionó con ironía arqueando una ceja.

—Ah bueno. Je. Sí —dijo orgullosa de sí misma—. ¿Quedamos como amiga... —se rectificó— amigos...?

—Claro —aceptó mirándola y ofreciéndole una leve sonrisa a labios cerrados.

No pudo evitar sonreírle también, por primera vez siendo consciente de que la miraba a los ojos, ya no tan incómoda por los latidos inestables de su corazón. Él la atraía como la vía al floter magnético, era una rara comparación, pero tenía sentido para ella.

—Ah. No me digas pecosita —reclamó fingiendo molestia.

En realidad empezaba a adorar esa forma que tenía de llamarla, empezaba a apreciar a sus pecas.

—De eso no puedo prometer nada...

—Entonces te cambiaré el nombre también.

—Adelante —aceptó sonriente.

Eso la desconcertó. No se le ocurría ninguno, ¿cómo sería? ¿Castañito? No, era muy grande para diminutivos.

DOPy llegó y voltearon, viendo a Kariba acercarse a paso ligero. La muchacha había entrado a la arena con los tacones que brillaban en verde como su vestido, haciendo algo torpe su carrera. Apenas estuvo cerca, corrió y abrazó a Teresa, sorprendiéndola.

—Amiga, ¿qué pasó? DOPy dijo que te haces tarde. ¡Vamos! —dijo apresurada sin esperar a que le contara.

Diana y Helen volvieron al centro de M.P a dar su información. Fueron por los vacíos pasadizos, cruzaron por uno con grandes ventanales que daban a alguna especie de jardín que ya se encontraba a oscuras. Diana detectó algunas formas pequeñas moviéndose por ahí entre las plantas.

—Ahí conviven unos pocos másculos —comentó Helen—, solo los que todavía no se quieren matar por competencia.

—Vaya...

—Luego son aislados. A veces alguno muere pronto.

Se pararon frente a una puerta y esta se abrió, revelando la oficina de Carla, y a ella tras su escritorio de cristal, que a su vez era computadora del lugar.

—Mañana quiero que salgan a una búsqueda especial —dijo apenas las vio—. Con la otra recluta, claro. Sector norte, estaré mandando la información, un lugar en donde se dice venden cosas aberrantes.

—Entendido.

—¿Nada inusual qué reportar?

—Solo un dron que pasó buscando algo, pero al parecer fue encontrado y se dio a la retirada.

—Bueno, nada fuera de lo común. Eso es todo.

Asintieron y se fueron. Carla suspiró y se recostó contra su asiento, un aparato le masajeaba los pies. Cuando su dron le hizo saber que las mujeres se habían retirado, guardó sus cosas y se dispuso a irse también. En el pasadizo, quedó mirando por las grandes ventanas, tras meditar unos segundos, se dirigió a la planta baja.

Desde el otro lado de la puerta al jardín, atrajo a uno de los másculos, quien bajo la oscuridad, y al estar entrando ya en edad madura, se vio llamado por la luz tenue y la esencia de mujer.

—Me sigo preguntando, cómo habría sido un hombre de mi tamaño —susurró Carla al verlo tras las rejas, queriendo acercarse más a ella.

Pequeño, todavía sin dejarse ver del todo, cubierto por el velo del cielo nocturno y las plantas.

Al haber certificado que ya todas estaban fuera de la edificación, abrió la pequeña puerta, liberando a la criatura. Tras cerrar y bajar las luces, lo llevó a su oficina, al ser joven no era agresivo.

¿Qué haría? Solo ella lo sabía. Tal vez algo no digno de su sociedad, quizá algo mal visto. Muy en el fondo siempre se preguntaba cómo habían sido los hombres, si tan solo hubieran podido recrear uno... o si tan solo hubieran guardado alguno.

Siempre decía detestarlos, pero no podía evitar desear conocer ese pasado. Si hubiera tenido uno en la época del decrecimiento, no lo hubiera compartido.

Fueron en el vehículo, adentrándose por la ciudad. Equipo especial, incluido en el aparato, limpió a Teresa con un intenso vapor y le rehízo el maquillaje, incluso un extraño tubo le irradió luz a su tobillo, Adrián observaba casi sin parpadear, por supuesto le habían obligado a disfrazarse de esquimal de nuevo.

Llegaron a un local, iluminado con distintas luces de colores, al bajar del floter, este se fue solo y subió a una torre que tenía más autos ahí adheridos a su superficie de forma magnética.

—Wow —susurró el castaño.

Nada dejaba de sorprenderlo. Teresa lo jaló del brazo.

Al entrar, pasaron por dos puertas vidriadas, el lugar era completamente bullicioso, el sonido no escapaba al exterior. Una especie de pista central rodeada por paneles, quizá de vidrio, quizá de plástico, no supo descifrar, solo sabía que quizá era una especie de cámara circular transparente, público alrededor, y unas pocas mujeres vestidas similar a Teresa, con el traje ceñido al cuerpo, que brillaba con suaves luces en algunas partes y líneas.

—Quédense aquí —pidió poniéndose una especie de casco translúcido.

—¿Es algún deporte? —quiso saber él—. ¿No te duele todavía tu tobillo?

—Descuida, aunque doliera mucho, igual lo haría. —Le guiñó un ojo sonriente.

Sonrisa que él correspondió.

Cuando fue llamada, entró a la arena, cuyo piso era de una malla especial, y más abajo, una plataforma magnética. Dio un salto y el polo del material de su traje hizo reacción en contra del polo magnético de la arena, flotó en ascenso y giró veloz, jugando con la naturaleza de los polos de su traje, a los que programaba con sensores en sus manos, para que fueran siguiendo un patrón, y con eso, distintos movimientos en el aire.

Dio un par de giros más y cayó en picada, deteniéndose a dos metros de la malla, volviendo a subir y hacer como si volara alrededor, se desplegaron cintas de distintas tonalidades de celeste. Teresa programó su traje de esos colores cuando estaba pensando de forma inconsciente en los ojos del joven que la estaba sacando de quicio en esos momentos. Hizo como si caminara de cabeza, bajando lento, y luego como un ave se dejó llevar.

Adrián quedó más que fascinado con esa fina danza aérea, con el arte dela chica... y hasta quizá con ella, la persona que se adentró al embravecido marqueriendo salvarlo, algo que nadie hubiera hecho.

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