ERRORES comunes de los escrit...

By anafrancocornelio

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Principios horribles, personajes más falsos que un billete de chocolate. Esto de ponerse a escribir es un cam... More

2. Tu originalidad no tiene precio
3. ¡Aquí viene otro supermodelo!
4. También el lector porque se quedó dormido
5. Hablemos de diálogos
6. La famosa rayita

1. ¿Ya vas a empezar con eso?

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By anafrancocornelio

Dicen que no hay malos principios, pero ¿tú les crees? ¿De verdad?

Todos lo hemos hecho alguna vez, no hay que alarmarse. Digamos que es como la novatada para unirte al club. Si no has metido la pata en un comienzo, es que no te has parado a leer lo que escribes... o simplemente no has escrito nunca.

Lo importante es reconocer que, tal vez y solo tal vez, nos hemos equivocado. Si todavía no te convences, ahora mismo te mostraré algunas de las maneras en que grandes historias dejan de serlo gracias a un pésimo comienzo. 


Si en tu novela empiezas por presentar a la mamá, el papá, la hermana y hasta el gato del protagonista, ya vamos mal. Al lector no le importa quién fue el tátara-tátara abuelo del personaje si no formará parte de la trama central de la historia. Y aún si va a formar parte central de la historia, lo más probable es que termines de aburrir a tu lector cuando vayas por la segunda línea.

Así que, si en tu novela planeas soltar toda la historia familiar del protagonista, será mejor que te lo pienses dos veces o tres... o las que hagan falta para que decidas quitar todo ese rollo.     


A muchos les pasa: se enamoran de sus propios personajes y quieren que el lector también los ame. En ocasiones ese amor es tan enfermizo que se llevan capítulo tras capítulo sacando toda la historia de su infancia, de los niños que le hacían bullying y ese chocolate que su mamá no le compró en el supermercado.

Pues déjame decirte que ¡a tu lector no le importa!

Él no va a amar a tu personaje si te pones a relatarle cada día de su trágico pasado. Lo que el lector quiere que le narres ¡es cada día de su trágico presente! Más o menos, tampoco vamos a tomarlo tan literal. Por eso en lugar de centrarte en escribir su biografía completa, mejor empieza por ponerlo en acción. Ya tendrás tiempo para dejar al día a tu lector más adelante.


Si hay un peligro en los comienzos, es morirte esperando a que algo interesante pase. El veneno más efectivo que puedes usar para asesinar al lector es empezar con un día a día aburrido de tu protagonista.

Pero tranquilo, es fácil solucionarlo: ¡Córtalo! No al lector, sino al principio aburrido, no seas violento.

Anda directo al primer giro de tu historia, o al último si eres de esos que les gusta ir como los cangrejos, hacia atrás. Después de todo, a tu lector le viene sin cuidado a qué hora se despierta tu personaje, qué cosas se lleva a la boca o a qué cama se echa a dormir (vale, a veces sí importa).


Algunos escritores creen que empezar su novela con los pensamientos filosóficos de su personaje es una buena idea. Bueno, pues no es una buena idea.

Si tu personaje tiene que pararse a crear un monólogo interno sobre la inmortalidad del cangrejo o por qué el caracol salió con el sol, entonces no estás creando una historia, sino una receta para mandar a tu lector a dormir.

No necesitas echar un discurso de veinte partes para explicar por qué tu personaje vive como vive o explicar la historia que, de por sí, ya nos vas a contar. ¡Sáltate todo eso! Si quieres dar un mensaje, ¡dalo con la historia! Las ideas mostradas y no dichas son la que prevalecen. ¿Por qué crees que las grandes corporaciones gastan tanto en mensajes subliminales? 


Si vas a empezar tu historia, empiézala. ¡De verdad! No te pierdas con escenas que no están relacionadas con la trama y ve directo a lo que importa. Si tu historia es sobre un asesinato, entonces da comienzo con una escena relacionada con el crimen y no con una tontería que nada tiene qué ver.

Un gran error de los escritores es contar por contar; el problema es que el lector sólo quiere leer lo que esté relacionado con la trama. Nada más.


Hay una cosa sobre la literaria universal: si quieres ver un lugar, antes que un libro, ve a la alta definición.

Empezar una novela describiendo el lugar a donde fuiste en tus últimas vacaciones, es una pérdida de tiempo. Ve a lo esencial y pasa directo a la historia. A menos que estés vendiendo tiempo compartido, entonces vamos bien. 


Increíble, genial, fantástico, indescriptible. Si tienes que empezar tu historia describiendo un hecho, lugar o personaje usando este tipo de palabras, entonces mejor no la empieces.

Hay escritores que no saben cómo generar interés en sus lectores y terminan cayendo en este error tan sutil que a veces ni se dan cuenta de que ya lo cometieron.

Recuerda: Si tú no puedes describirlo, tu lector no puede imaginarlo.

Es como intentar vender algo sin mostrarlo. No sirve. Así que, si tu historia va por este camino, mejor anda y busca un manual sobre cómo robar papel higiénico, mendigar comida y pedir dinero en el autobús. Lo necesitarás. 


Parece que todo pinta bien. Tu historia es interesante. El lector está prestando atención a cada detalle..., pero ese detalle no es importante.

Como escritor, jugar con el lector para ver qué pasará puede parecer divertido. Y lo es, pero en algunos casos muy, muy escasos; una novela de misterio, por ejemplo. Para tu lector, en cambio, puede que no sea tan divertido.

Si ya has capturado su atención y ahora descubre que lo has estado guiando a un callejón sin salida, lo menos que pasará es que perderás credibilidad ante él y lo cansarás. No debes detenerte a narrar escenas que no forman parte o apoyan a la trama central de la historia.

El único consejo: no conviertas tu historia en un laberinto si no estás dispuesto a mostrar la salida. 


Desde que los repartos en las novelas de Wattpad se inventaron, todo el mundo se muere de ganas por mostrar lo guapos y perfectos que son sus personajes. Está bien, si ya te creaste un personaje que está para comérselo, déjalo ahí. Sí, déjalo.

Es de ley: si pones a tu protagonista a babear y decir lo maravilloso que está alguien, es porque le gusta. No lo digo yo, lo dice el diccionario, la biblia, Dios y, más importante, los editores. Si tu protagonista no se va a comer ese dulce, ¡pues no pongas que está tan bueno! Eso confunde al lector y le crea falsas expectativas.

En la vida real pueden gustarte cualquier tipo o tipa guapos con los que te encuentres. En las novelas, no. A menos que se trate de adicción al sexo, pero eso ya es otra cosa.


¡Esta ni yo me la sabía! Lo digo en serio.

Tal vez, es porque uno no puede saber qué tan retorcida es la mente del lector al que llegará nuestra historia. Igual, no importa la causa, el hecho es que ningún editor en el planeta dejará que hagas uso de este recurso al principio, en medio o al final de la novela.

¿De qué estoy hablando?

En ocasiones el escritor es tan inocente que no presta atención a los detalles ni se pregunta de qué mil maneras un lector puede interpretar una escena. El caso es que el lector tiene mil maneras de interpretar una escena. La mayoría de ellas perversas. Aquí te doy las escenas más comunes que son malinterpretadas*:


Las aventuras de Alicia en el país de los regazos.

Cualquier interés excesivo por menores o contacto físico con niños dispara todas las alarmas. Si no quieres que tu lector piense que estás leyendo la historia de un pedófilo, lo de mecer a un niño en las rodillas es algo que debe restringirse a los padres, como mucho a los tíos. Si tu personaje tiene que ver con alguna religión, si es un obispo, un sacerdote, o un amable viejecito que ayuda en la iglesia con un peculiar brillo en la mirada, no debe acercarse a un niño ni siquiera para salvarlo del interior de un edificio en llamas.


Cariño, vamos a necesitar un armario más grande.

Si unos amigos se abrazan, brindan por su amistad y luego caen borrachos a dormir en un camarote de una sola cama, debes saber que el lector ya lo ha pillado: esos dos son homosexuales encubiertos, y nada de lo que digas después va a hacer que cambie de idea. Si no pretendes que sean gays que lo llevan en secreto, deja que Alan duerma en el sofá.



*Según los editores Sandra Newman y Howard Mittelmark.

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